Las Madrazo
Cecilia e Isabel Madrazo: dos destinos de mujer en un ambiente artístico dominado por los hombres
Carlos Alberdi 29/03/2018
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La exposición de Fortuny en el Museo del Prado ha venido acompañada de dos publicaciones tan interesantes como el propio catálogo de la muestra: una biografía de Cecilia Madrazo y una continuación del epistolario de la familia. Una de las virtudes de estas dos publicaciones es que nos permiten profundizar en el conocimiento de Cecilia y de Isabel de Madrazo, dos de las hijas de Federico de Madrazo, nacidas en 1845 y 1846, cuyas vidas fueron paralelas en muchos sentidos, aunque finalmente tuvieron derivas muy diferentes.
La biografía de Cecilia, escrita por Ana Gutiérrez Márquez, nos revela a una mujer singular. Estuvo casada siete años con Fortuny, para desarrollar luego una trayectoria propia, durante más de cincuenta, hasta su fallecimiento en 1932. Jugó un papel clave entre su padre y, al menos, tres de sus hermanos: Isabel, con la que estudia y convive hasta que rompen; Ricardo, que se va a vivir con ella cuando se casa con Fortuny y con el que mantiene una especial afinidad hasta su muerte; y Raimundo, con el que comparte casa en París, cuando ambos son viudos con niños pequeños. Es importante, cómo no, su relación con Fortuny. Ella acompaña al artista hasta su fallecimiento y se puede decir que le ayuda, además de llevando la casa, tanto en los aspectos sociales como en la gestión económica de su carrera. Por último, la biografía de Cecilia Madrazo mantiene el interés cuando se muda a Venecia, se hace wagneriana y protege la carrera artística de su hijo Mariano Fortuny Madrazo lejos de Madrid.
En relación a este último aspecto, merece la pena citar una carta a su hermano Ricardo en 1892: “Mano trabaja siempre. Mucho me gustaría vieras sus composiciones, y si te manda las fotografías, no las enseñes a papá ni a Luis, ni a nadie, porque él dice que de seguro no les gustan y creen sigue falsos caminos. Naturalmente, es necesario haber estado en Bayreuth y muy enterado de todo para apreciarlas.”
Estar muy enterada de todo es lo que Cecilia supo hacer toda la vida, y su correspondencia lo confirma. Habla de partos, de crianzas, de costuras y de arreglos, pero además maneja con soltura el quién es quién, opina de artistas y comenta el mercado del arte. Su biografía retrata la capacidad de Cecilia Madrazo para ser ella misma en diversas situaciones. Son tiempos convulsos. En España la revolución de 1868 supone un disgusto enorme para su padre, que pierde la dirección del Museo del Prado. En su carta a Raimundo, el 2 de octubre del 68, se expresa así:
“Nosotros, que tan poco hemos debido a esa familia (porque verdaderamente se han portado muy mal) lo vamos a pagar en grande […] Todo esto aparte de haberse largado estos señores debiéndome ¡más de 40 mil reales con los que yo contaba!”
Cecilia vivirá los sucesos de España desde Roma, donde algunos celebran la revolución. Los Fortuny tratan de mantenerse al margen, pero en Italia y en Francia son también tiempos inciertos. De Roma, donde tenían su campamento, se tendrán que ir durante los años en los que el ejército italiano ocupa la ciudad y el Papa se declara prisionero en el Vaticano. Aprovecharán para instalarse en Granada, porque también deben evitar París, que encadena la guerra franco-prusiana y la Comuna. En Madrid, parece, era suficiente con estar de visita.
Además de lo que aprendiera cuando estuvo interna en el colegio Loreto, de la calle Atocha, Cecilia estudió piano y fue una gran aficionada a la música. Cuando se queda viuda tiene veintiocho años y se instala en París con su hermano Raimundo, que acaba de quedar también viudo y con un bebé. Ella tiene dos hijos, María Luisa y Mariano. Los primos se crían juntos. Cecilia no abandona París hasta 1889. Su argumento es que París se ha vuelto muy caro para hacer la vida que le gusta hacer y para tener una casa grande donde guardar sus colecciones. La alternativa no está mal: se compra un palacio en Venecia. Allí se harán mayores sus hijos. Desde 1891 los lleva a Bayreuth. Su hija María Luisa vivirá siempre con ella y tendrá fama de excéntrica. Es aficionada a la grafología, defensora de animales e insectos y partidaria de no dormir acostada sino en los sillones. Hay numerosos testimonios de que a madre e hija les gustaba recibir juntas, enseñar la casa y sus tesoros, e invitar con dulces que hacían ellas mismas. Mariano, su hijo, será artista. La influencia wagneriana le llevará al mundo del teatro. Tendrá fama mundial como escenógrafo y modisto. Proust lo menciona en En busca del tiempo perdido. Convive con la artista Henriette Nigrin, divorciada y experta en telas, al menos desde 1902. A Cecilia no parece gustarle mucho al principio y, de hecho, la pareja no se casa hasta 1924.
De Cecilia Madrazo tenemos muchas imágenes. La afición de su hijo Mariano a la fotografía y al cine complementa, por estos nuevos medios, la larga galería de retratos de una mujer que vivió siempre entre pintores. Murió el 12 de agosto de 1932. Su hija María Luisa, murió cuatro años después, y Mariano en 1948. Henriette Nigrin, a la muerte de éste último, se encargará de repartir el patrimonio acumulado por la familia. El Museo del Prado, la Biblioteca Nacional, el British o el Louvre recibieron importantes legados.
Por otra parte, el nuevo epistolario continúa la publicación de las cartas de José Madrazo, en 1998, y de Federico de Madrazo, en 1994. Ana Gutiérrez Márquez y Pedro J. Martínez Plaza son los autores de esta nueva entrega que contiene cartas de Fortuny (31), de Cecilia (144), de Raimundo (33), de Ricardo (145), y de Isabel (30). En ellas volvemos a encontrar los temas recurrentes de la familia. Entre ellos el drama de Isabel, la hermana, un año mayor que Cecilia. Ya no es solo el relato que conocíamos de un Federico de Madrazo espantado ante la vida de su hija Isabel en París. Ahora tenemos cartas de la propia Isabel y de su hermana Cecilia, que completan la escena.
La historia de Isabel es el contrapunto trágico a la de su hermana Cecilia. Estudiaron juntas en el Real Colegio de Nuestra Señora de Loreto. Dispusieron de biblioteca familiar y de entrada libre en el Museo del Prado, que dirigía su padre. Viajaron por Europa, aprendieron idiomas y en las cartas de ambas se aprecia su formación y su capacidad. Isabel ayuda a su hermana con los bebés y también a su hermano Raimundo con el suyo cuando su mujer muere en el parto de su único hijo. También, como Cecilia, entiende de arte y es aficionada a la lectura.
En las cartas de su padre, Federico de Madrazo, publicadas en 1994, ya habíamos podido conocer el drama. De manera incompleta, todo son medias palabras, pero lo suficiente para entender las dificultades de una mujer de talento que quiso llevar una vida propia fuera del matrimonio. Los pequeños fragmentos, de las cartas de Federico a su hijo Raimundo cuentan a fogonazos lo que pasó. La autoridad patriarcal se sintió amenazada.
1 de octubre de 1878: “PD.– ¿Habéis vuelto a ver a Isabel? La pobre le ha escrito a Perico la carta más rara que te puedas imaginar.”
8 de abril de 1879: “...a propósito de Molíns [el marqués de Molíns, embajador de España en París], ¿qué dijo cuando le hablaste de la pobre Isabel? […] ¿cómo sacarle de allí y de los peligros a los que está expuesta?”
11 de noviembre de 1879: “He sabido que Carlota encontró a Isabel. Esta me ha escrito estos días dos semi-cartas o lo que sea, enteramente ininteligibles y estrafalarias… se ve que la pobrecilla va cada vez peor.”
14 de diciembre de 1879: “...que por Dios, libre a Isabel y a todos nosotros de la deshonra y que la podamos poner en una casa de salud […] no sé cómo hacerme delante de las gentes el hombre tranquilo, o el contento, teniendo el dardo clavado en el corazón.”
25 de diciembre de 1879: “Hay todo lo que podríamos temer y que temíamos […] es preciso que allí no se divulgue.”
28 de diciembre de 1879: “El caso verdadero, por desgracia, es que aquella pobrecilla está para ser madre, dentro de dos meses y medio o tres, y que no hay tiempo que perder.”
12 de febrero de 1880: “Hay que pensar en el honor de la familia.”
20 de febrero de 1880: “...el tiempo vuela y la cosa se acerca… ya me entiendes.”
23 de febrero de 1880: “Ayer recibió Ricardo un telegrama de Isabel […] ‘Necesito pronto y secretamente 8.000 reales pero que no sean madrazo’”.
5 de febrero de 1881: “Es de absoluta necesidad el ver de hacer algo y no dejar por más tiempo a Isabel entregada a sí misma.”
25 de febrero de 1881: “Mi querido Raimundo: probablemente mañana saldrá de aquí para París el señor Vera (D. Jaime), joven y aventajado médico alienista que me ha indicado el doctor Esquerdo como muy capaz para la misión que se le confía.” Jaime Vera, fundador del PSOE en 1879, tenía en aquel momento veintidós años.
26 de febrero de 1881: “...haz lo que puedas para que el Sr. Vera halle lo más fácil posible su difícil tarea.”
26 de febrero de 1881, segunda carta: “Que no sepa Isabel que Vera va de nuestra parte.”
4 de mayo de 1881: “De Isabel tengo buenas noticias. Sigue muy bien y está, según me dice el doctor Esquerdo, bastante mejor que cuando llegó […] todavía cree que yo no sé que está allí y no quiere que yo lo sepa […] pronto se me nombrará por el juez su curador ejemplar […] la pensión de Isabel ya sabes que me cuesta 2.000 reales mensuales.”
1 de agosto de 1881: “Ayer vimos Ricardo y yo a Isabel, que está muy bien y llenita de carnes y de buen color: mucho mejor que cuando llegó; pero siempre la misma confusión de ideas y la misma indiferencia.”
Es un relato de alto voltaje dramático y de un importante contenido sociológico. Ana Gutiérrez, en su biografía de Cecilia, nos informa sobre la permanencia de Isabel en la clínica del doctor Esquerdo. De la documentación consultada se deduce que aún permanecía en 1930, y no vuelve a haber noticias hasta que la familia rescata, en 1941, el depósito que había hecho su padre para financiar sus gastos. Es decir, que Isabel falleció en algún momento, entre 1930 y 1941, sin que se sepa la fecha exacta de su fallecimiento, ni quede noticia de dónde está enterrada.
Las cartas de Isabel nos ofrecen otra perspectiva. Una mujer interesante que, con el paso de los años, se va complicando. El tema del matrimonio ocupa un lugar protagonista en sus preocupaciones. Por sus comentarios, parece que la relación con la segunda mujer de su padre, Rosa Guardiola, con la que se casa Federico de Madrazo en 1874, no fue buena.
Carta de Isabel a su padre hacia 1876, desde París: “...pues nadie tiene derecho a saber mis asuntos más que tú, y mi confesor los espirituales. Necesito querer para casarme, y además nunca lo haría a disgusto tuyo, si la persona no te gustase.”
20 abril de de 1877 a Ricardo, desde Londres: “No lo niego, he danzado, me he ocupado, he sufrido y ya no me suelo divertir, y por eso tengo aún más caprichos. Los nervios […] Todos los viajes se me ocurren excepto el de España. Esto no es capricho, no tengo gusto para ver la misma sociedad y la casa variada y ver gente que no me importa. La antipatía no se manda. ¡Dios sabe cuánto lo siento por papá! Pero yo no lo puedo remediar.”
16 de junio de 1877, desde Londres, a Ricardo: “Papá no se curará hasta que se dé libertad. Para eso están las leyes de un divorcio”.
Desde París hacia 1881, a Ricardo: “...cuando se hable de mí, ten tu boca cerrada. Ni palabra, como debe hacer un hermano.”
Las cartas pueden resultar poco convencionales, pero no parecen las de una persona que haya perdido la razón por completo. Al tiempo, queda claro que hacer vida por su cuenta y embarazarse sin estar casada es más que suficiente para que la sociedad la considere seriamente perturbada y legalice su encierro.
Una tercera perspectiva del conflicto de Isabel la aportan algunos párrafos de las cartas de Cecilia a su padre.
1 de marzo de 1877 (incompleta): “... hace año y medio que me estoy quemando la sangre con Isabel, sufriendo lo que solo Dios sabe […] Se ha vuelto tan insoportable que la vida con ella no es posible […] El carácter de Isabel solo es bueno para ella vivir sola.”
7 de marzo de 1877: “Hace 8 días ya que sale por la mañana y vuelve a las 10 de la noche, come y almuerza fuera de casa, pero está contenta.”
A través de todas estas cartas se vislumbra la intimidad familiar de los y las Madrazo. Y especialmente las estrecheces de la vida de las mujeres, en una sociedad como la de entonces. Las distintas derivas de las hermanas Madrazo nos enseñan, también, que esas dificultades no se solventan por pertenecer a un medio privilegiado, sino que, en algún caso, las contradicciones pueden, por los prejuicios de ese mismo medio, agudizarse. Los Madrazo son una dinastía de pintores célebres cuyo conocimiento es indispensable para los estudiosos del arte español del siglo XIX. Estas publicaciones del Museo del Prado, con motivo de la exposición de Fortuny, abren camino para que el estudio de las Madrazo sea también imprescindible para conocer mejor a las mujeres y a la sociedad española de su tiempo.
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Carlos Alberdi, gestor cultural, ha ocupado, entre otros cargos, los de director cultural de la Biblioteca Nacional de España (BNE), director de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), y director general de Cooperación y Comunicación Cultural del Ministerio de Cultura.
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Carlos Alberdi
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