Análisis
La izquierda italiana es el sistema
La ceguera del Partido Democrático ante los verdaderos problemas políticos del país convierte en una incógnita el futuro de Italia
Alberto Tena 30/05/2018
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El Partido Democrático (PD) es el único verdadero hilo conductor desde el sistema político pretangentópoli hasta hoy. A pesar de no haber apenas gobernado desde 1948, es el principal símbolo de los valores de la “Prima Repubblica”, incluido un europeísmo difuso de uno de los países fundadores de la Unión. Italia, que recordemos fue uno de los países mediterráneos más ajenos al ciclo de movilización de 2011, ha mantenido desde el estallido de la crisis un eje de debate constante sobre la cuestión europea a través de un tema presente de manera obsesiva en la agenda política interna: la inmigración. Los problemas con la inmigración eran el resultado de una política continental que había abandonado/condenado a Italia y a los italianos. Los líderes del PD, y en especial Matteo Renzi, han ayudado mucho a mantener este tema en el centro del debate. Era el único eje de discusión que colocaba de su lado a las sensibilidades catto-comunistas (mayoritarias en la izquierda italiana, y reforzadas los últimos años por el discurso del Papa Francisco) como el voto útil frente a los diferentes populismos xenófobos. El mantenimiento permanente de la inmigración en el centro ha sido el que ha permitido el crecimiento desmesurado de La Liga y de un Movimiento 5 Estrellas (M5E) más capaz de ampliar las cuestiones sobre las que elaboraba su discurso y tocar algunos de los nervios más duros de la izquierda activista, como la reforma de las pensiones.
El primer gran acuerdo de partidos encuentra en el “soberanismo” su principal punto de entendimiento
La cuestión de la recuperación de la soberanía nacional lleva desde entonces articulando cuestiones que van desde la democracia directa, el agua pública, la reforma de las pensiones y el ecologismo de las bases del M5E, pasando por la exigencia del fin de la austeridad y de democratización de las herramientas de gobernanza europea, hasta el racismo explícito de los militantes de la Lega o la obstinación de Fratelli de Italia -estos sí, herederos directos del fascismo mussoliniano- por buscar la respuesta en un presidencialismo que concentre todo el poder. Con este panorama (y con el claro precedente del gobierno de Monti y el desalojo de Berlusconi, “su hijo de puta”, por parte de los mercados en 2011), llegamos al reciente acuerdo de gobierno: el primer gran acuerdo de partidos que encuentran en el “soberanismo” su principal punto de entendimiento para negociar un gobierno.
Como ha explicado hasta la extenuación Enric Juliana, el sistema político italiano, cristalizado en la Constitución, está pensado para generar unos amplísimos entramados de contrapoder resultados del trauma institucional del fascismo. El hecho de que el presidente de la república tenga la potestad de elegir a los ministros e incluso al presidente del consejo, es parte de estos mecanismos de check and balance del sistema. Constitucionalmente no se definen más criterios para esta elección que la búsqueda de protección de Italia, la unidad nacional y a los italianos. Basándose en esta premisa, el presidente de la república Mattarella rechazó el domingo la propuesta como ministro de finanzas de Paolo Savona, un economista muy crítico con el diseño del Euro, haciendo estallar la bomba. En su discurso, el jefe del Estado ha dicho claramente que la elección como ministro de finanzas de Savona habría “probablemente e incluso inevitablemente” puesto a Italia fuera del Euro y que era necesario tomar esta decisión vista la incertidumbre de los inversores nacionales e internacionales tenedores de deuda pública italiana. Parece difícil probar jurídicamente que se trate de una decisión tomada a favor de intereses no nacionales, pero también convencer a los ciudadanos de que no se trata de una decisión puramente ideológica. “La soberanía reside en los mercados” podría resumir perfectamente el discurso de Mattarella.
Ya había pasado que el jefe del estado rechazara un ministro, lo que no había sucedido es que este se encontrara a años luz de los consensos y clivajes políticos mayoritarios
En realidad esto había sucedido en otras tres ocasiones en Italia, con dos diferencias: el rechazo del jefe del estado había llevado siempre a una nueva propuesta del candidato y políticamente existía cierto consenso social sobre las razones que el presidente de la república esgrimía. En 1994, Scalfaro rechazó la propuesta para el ministerio de la Justicia de Berlusconi (Cesare Previti, abogado de Berlusconi en ese momento y más tarde condenado por corrupción). Il Caimano lo puso entonces como Ministro de Defensa. En 2001, Ciampi rechazó a Maroni como ministro de Justicia; estaba siendo investigado por ese mismo ministerio en esos momentos. Maroni acabó siendo Ministro del Trabajo. El último caso fue en 2014, cuando Napolitano rechazó la propuesta de Renzi de poner a Nicola Gratteri como ministro de Justicia. Aunque el hecho de que fuera una decisión tomada debido a una confrontación puramente política con el ministro siga planeando sobre Napolitano (sobre esta decisión el M5E ya dio una pequeña batalla política al no considerarlo democrático), públicamente se resolvió con que se trataba de un magistrado aún activo y no era “costumbre” que estos ocuparan el cargo de Ministro de Justicia. En resumen, ya había pasado el hecho concreto de que el jefe del estado rechazara un ministro, lo que no había sucedido es que este se encontrara a años luz de los consensos y clivajes políticos mayoritarios de la política italiana, generando, con esta decisión, una verdadera crisis institucional y política de dimensiones difíciles de calcular.
¿Recuerdan cuando todas las decisiones que tomaban las élites políticas del país parecían un error tras otro, una ceguera que llevaba inevitablemente a una ruptura del bipartidismo? Bueno, lleven esta idea al extremo, recuerden que solo la región de Lombardía dobla el PIB de Grecia, y tendrán un panorama de la situación que viene ahora. Primero lo fácil: Mattarella ha puesto al frente un gobierno técnico a Carlo Cotarelli, exmiembro del FMI (otra equivocación) que con toda seguridad no recibirá la confianza del parlamento, y convocará elecciones posiblemente entre agosto y septiembre. Ahora lo difícil: los próximos 1 y 2 de junio se sucederán dos manifestaciones en Italia. La primera convocada por el PD y por el resto de partidos de la izquierda minoritaria, en apoyo a Mattarella y en defensa de su decisión y la responsabilidad institucional. Al día siguiente (el día de la república italiana que conmemora el voto de la constitución en 1948), M5E, La Liga y probablemente toda la derecha, marcharán en defensa de la soberanía italiana y contra la injerencia extranjera.
Ambos partidos, que ya se proyectan juntos a más de un 70% de los votos en los próximos comicios, han pedido que los italianos saquen las banderas a los balcones. La crisis no tiene precedentes, y afianza una idea que no debería escapársele a nadie para la próxima década: la batalla por el sentido de la soberanía y el sentimiento nacional sigue siendo absolutamente determinante para el futuro de Europa. La izquierda italiana ha cometido el mayor error posible ante esta situación, sacrificando, en el altar de la tecnocracia, las emociones y los descontentos de su país. En los próximos meses veremos la consecuencia de todo esto. Hasta el sábado podíamos confiar en que la mayoría de los italianos, a pesar de ser mayoritariamente euroescépticos, no veían con buenos ojos la salida del país de la Unión Europea o del euro. Pero si la ceguera que está demostrando el establishment italiano (que es la izquierda) no da señales de mejora, parece muy difícil hacer previsiones de lo que puede pasar con el próximo gobierno en Italia. La Liga ahora mismo se ha convertido en la centralidad del tablero político y está arrastrando al M5E hacia sus posiciones en una suerte de competición electoral soberanista. Si esto sigue así, podría ser capaz de forzar unas elecciones que pivotaran casi exclusivamente sobre la cuestión europea (Renzi ya está presionando en esta dirección pensando que sería un marco favorable para ellos; nuevo error) donde ambas fuerzas podrían incluso ir en coalición. Una vez más, vemos los síntomas de agotamiento de una élite política que sigue confundiendo los síntomas con los problemas y el de una izquierda que sigue basculando entre legitimar las acciones antidemocráticas de las finanzas y la incapacidad de articular su posición política en torno a la defensa de la soberanía y la democracia.
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