Perfil
Pedro Sánchez o la victoria del espíritu del Cholo
El PSOE le impidió formar Gobierno y lo derrocó. Luego, él se fue para no investir a Rajoy. Parecía muerto, pero se levantó
Cristina S. Barbarroja Madrid , 1/06/2018
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Contra viento y marea, contra ajenos ¡y propios!, contra el sentido de la historia, contra la acorazada mediática y contra todo pronóstico; con la cabezonería y resiliencia que solo pueden nacer de un profundo amor propio; con la ambición cholista del guerrero que se niega a rendirse, y gracias a los favores del destino –las flores que han perfumado su trasero a lo largo de su carrera–, Pedro Sánchez (Madrid, 1972) hizo historia el 1 de junio al convertirse en el primer presidente que no es diputado, en el primero que llega a La Moncloa gracias a una moción de censura… y en el primero en hablar inglés con fluidez –desde el olvidado Leopoldo Calvo-Sotelo.
Nacido en el humilde y castizo barrio de Tetuán y para colmo en bisiesto, un 29 de febrero, el joven Sánchez se afilió al PSOE con 21 años tras la última victoria electoral de otro de sus referentes caídos, Felipe González. Con 21 también se hizo mayor: colgó para siempre el pantalón corto del Estudiantes, el equipo de su instituto, el Ramiro de Maeztu, se licenció en Económicas y se fue a trabajar a Bruselas como asesor socialista en el Parlamento Europeo.
Fue en el 35º Congreso del PSOE –ese que, también contra todo pronóstico, convirtió en secretario general a José Luis Rodríguez Zapatero– cuando conoció a quien lo amamantaría con la leche del poder, José Blanco. El hombre fuerte de Ferraz en aquellos años lo convirtió en uno de sus trillizos: los llamados Pepe Boys. Los otros dos, los exportavoces socialistas de Congreso y Senado, Antonio Hernando y Oscar López, ascendieron con Sánchez y con él cayeron. Les faltó la flor y la fe en sí mismo que empezaban a cuajar en el hoy resucitado.
Flor, no; vergel. La primera margarita apareció cuando concurrió en la lista del PSOE al Ayuntamiento de Madrid con Trinidad Jiménez, la de la “chupa de cuero” que más tarde oficiaría su boda con la bilbaína Begoña Gómez. A pesar de quedar fuera, a dos puestos de conseguir el acta, acabó logrando un asiento en el consistorio de Ruiz Gallardón gracias a la marcha de dos compañeros. Lo mismo le ocurrió en las elecciones legislativas de 2009 y 2011. El clavel y la petunia se las plantaron Pedro Solbes y Cristina Narbona, cuyas renuncias dieron sendos escaños en el Congreso a Sánchez.
El ramo de rosas fue regalo de Susana Díaz: en 2014, tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, quiso hacerse con el mando del PSOE por persona interpuesta. Sonaba fuerte el nombre de Eduardo Madina para ocupar la Secretaría General, y la andaluza –con la vieja guardia del partido detrás– apostó por Sánchez para que le hiciera el trabajo mientras ella gobernaba Andalucía. Pero no midió bien la ambición del madrileño: le salió rana el príncipe a la sultana.
¡Qué manera de palmar, qué manera de sufrir... qué manera de ganar!
Seguidor confeso del Atleti y del Estu, dos escuelas de sufrimiento y resiliencia, Sánchez sabe mejor que nadie de qué va el himno del centenario que compuso Sabina (¡qué manera de subir y bajar de las nubes!) y el que se sigue escuchando hoy en el Metropolitano (porque luchan como hermanos, defendiendo sus colores, derrochando coraje y corazón). En julio de 2014, fue elegido secretario general del PSOE en un proceso de primarias en el que obtuvo el apoyo del 49% de la militancia. Hizo equipo a su manera y a su manera tomó decisiones, como la destitución del líder del PSM, Tomás Gómez, que terminaron de abrir los ojos a quienes creían manejar los hilos de un títere.
Tanto, que la noche del 20D, en la sede socialista de Sevilla, algunos enfriaban el cava a la espera del sorpasso de Podemos, que finalmente no se produjo. Fueron los mismos que, con el apoyo de buena parte de los barones territoriales, prefirieron sacrificar la formación de un gobierno de izquierdas para que Sánchez no fuera presidente. Esos que, capitaneados por una llorosa Esperanza de Triana, le obligaron a dejar la dirección en el más grotesco Comité Federal jamás celebrado en el siglo largo de historia del PSOE.
Aun así, mantuvo la fidelidad de sus pretorianos más fieles (Odón Elorza, Margarita Robles, Manu Escudero, Susana Sumelzo…) en la campaña del “no es no” contra la investidura de Mariano Rajoy. Algunos más, como sus gemelos Antonio Hernando y Óscar López, lo traicionaron y el madrileño volvió a caer. Entregó el acta de diputado pero, lejos de regresar cabizbajo a sus clases de Economía en la Universidad Camilo José Cela, se puso al volante de su Peugeot para recorrer España como un Quijote en una nueva campaña de primarias. Y las volvió a ganar. Perseverancia, trabajo, cabezonería, un hábil y estratégico “Somos la izquierda”, adobados con los insultantes editoriales que le dedicó El País, sedujeron a las bases y lo devolvieron la Secretaria General del PSOE.
Ahora, tras un año de sestear celebrando efemérides en su cuenta de Twitter y de esperar su momento en la sombra, Sánchez ha aprovechado la sentencia de la Gürtel y el rechazo social que concita Mariano Rajoy para reunir 180 votos en el Congreso, alcanzar la presidencia del Gobierno y entrar en la Historia con mayúsculas: hace solo unos meses estaba cantando la Internacional en las agrupaciones de provincias; hoy es el primer político español que logra llegar al cargo gracias a una moción de censura.
Más maduro, más golpeado por la vida y seguramente más sabio, Sánchez ha conseguido un milagro similar al que consiguió Simeone al ganar la Liga al Madrid y el Barça: que la socialdemocracia vuelva a gobernar en una Europa donde había sido asesinada por los, hasta hace poco, referentes del de Tetuán, Matteo Renzi y Manel Valls. Ahora, Sánchez sabe bien cómo se las gastan los poderes económicos y mediáticos con quien osa llevarles la contraria. Pero estos han aprendido que nunca se debe minusvalorar la capacidad de volver a levantarse de un exjugador del Estu con autoestima tetuanera y el espíritu indomable del Cholo.
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Cristina S. Barbarroja
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