Se cumplió lo que todos deseaban. En lo que ya parece una tendencia, los escaladores volvieron a llegar a la primera montaña del Tour de Francia sin apenas tiempo perdido en la General. “Habrá batalla”, prometían los que viven del deporte del ciclismo, especialmente en el ramo de la comunicación y la propaganda. No hubo apenas nada, y de las tres etapas disputadas en los Alpes –que este año prometían ser "terribles"– una fue, a todos los efectos, ignorada por el pelotón.

En los tiempos de Lance Armstrong llegaba la primera etapa de montaña y, al margen de su dureza sobre el papel, el equipo dejaba medio sentenciada la carrera. En los primeros tiempos del Sky también era así, con todos los paralelismos que se quieran establecer. Sin embargo, ahora se decide ir al ritmo del tran-tran del poderoso equipo británico, que hace y deshace a su antojo en las supuestas etapas más difíciles, muchas veces ayudado por el Movistar, el equipo indolente.

Mientras esperaban la primera fuga de toda la carrera, para mayor gloria de la estrella naciente francesa Alaphilippe, en el pelotón no se movió nadie subiendo los primeros puertos alpinos.  E incluso el designado por el Sky para llevar el peso de la carrera en el llano hizo sus pinitos en la montaña, porque todo es mudable e intercambiable. Era, una vez más en este deporte, otro día de teatrillo vendido como competición, cuando ni siquiera nadie se preocupaba de que el líder de la carrera fuese en la fuga, incrementando su ventaja: todos sabían que se podían seguir dejando para inventario los días.

El que más, el equipo Movistar, que se había presentado en la salida como un equipo con tres jefes de filas. La carrera decidiría quien sería el líder del equipo, en una especie de darwinismo social-deportivo de previsibles consecuencias. El agente evolucionador, una vez más, fue un equipo superior al que apenas rozan, y que resolvió las aparentes dudas del equipo español en un único mandoble con el que envió a la oscuridad a los tres líderes, los tres, en una sola etapa.

¿Colaboró Valverde con Dumoulin, dado que ambos tienen el enemigo común del Sky?

Dumoulin, recientemente derrotado por Froome en el Giro, atacó en el descenso del penúltimo puerto de una etapa extremadamente corta -solo 108 km, es otra tendencia en auge- y consiguió enlazar con Valverde, que se había movido mucho antes para ver su ventaja mermada al pie de la última subida. ¿Colaboró el veterano y ajado corredor español con el ciclista holandés, dado que ambos tienen el enemigo común del Sky? No; ni un relevo, con la excusa de que sus líderes Quintana y Landa iban detrás. 

Aplicando una ley no escrita pero sin duda justa, cuando el Sky avivó el ritmo se quedaron tanto Quintana como Landa, mientras Dumoulin aguantó hasta el final con Froome y con su gregario Geraint Thomas, que ha preparado toda su temporada para ser líder del equipo en el Tour, a expensas de que el vigente campeón no pudiese competir. Las diferencias en meta, y esa es la novedad, no fueron tan acusadas como en otras ediciones de la carrera, pero la sensación de dominio al meter al primero y al segundo de la general recordaban al Tour 2012 con Wiggins y Froome, o cuando Porte llegaba por delante de jefes de fila a pesar de haber estado trabajando durante toda la subida.

Si la carrera no quedó sentenciada, al menos sí quedó clara la dudosa estrategia de Movistar, el equipo patrocinado por una multinacional que cumple funciones sociales dando cobijo a políticos caídos en desgracia, y también patrocinando deportes minoritarios o al borde de la exclusión social como el ciclismo. Algún día evaluarán -en los últimos tiempos, están obsesionados con el big data- si realmente les compensa las decenas de millones de euros que dejan cada año para ofrecer esa imagen tan paupérrima y de sumisión absoluta.

Porque se puede salir a una carrera a ganar, y se puede salir como hace el Movistar, buscando al mismo tiempo clasificaciones secundarias y colaborando con el Sky por motivos que escapan al más mínimo raciocinio. El ejemplo más descarnado de esto sucedió al día siguiente, tercera y última etapa alpina, con final en el mítico Alpe d´Huez y pasando previamente dos puertos de esos en los que se emplea una hora en subir. Una genuina etapa de montaña como hacía al menos dos años que no se veía en el Tour de Francia.

En la fuga del día se coló nada menos que el sexto clasificado de la carrera, el notable holandés Kruijswijk, a solo 2´40" del liderato. Bien acompañado por toda la recua que se forma en etapas así, el neerlandés se marchó en solitario mediada la subida a Croix de Fer, y con 70 km. todavía por delante. Llegó a tener una ventaja máxima de 7´10" y serias opciones de ganar la etapa y asaltar el liderato. Una empresa valiente y decidida, y de un corredor del antepalco de favoritos, de esos que tantas veces se pide que se muevan antes de llegar al matadero de la subida final. 

Aunque parezca increíble, el Movistar ayudó al Sky en la persecución. Puso a tirar del pelotón a sus gregarios de rendimiento francamente mejorable, y lo hizo en la parte final de la subida a la Croix de Fer, cuando más descanso necesitaban el español Castroviejo y el polaco Kwiatkowski, las piezas de la maquinaria Sky encargadas de esa labor. Ese respiro permitió que trabajasen a tope en la bajada y en el llano, rebajando la ventaja de Kruijswijk en dos minutos.

El holandés, que tiene un compañero muy bien situado en la general y con opciones de subir al podio, había hecho lo que jamás intentará nadie del equipo español, aferrado al cortoplacismo y una visión de efecto túnel en la que creen que pueden ganar el Tour en un mano a mano con el Sky, y ni siquiera son capaces de intentar nada. En Alpe d´Huez el equipo monopolizador del Tour sacó de la chistera un chaval de 21 años debutante en la carrera, que se hizo más de la mitad de la ascensión a un ritmo que atrapó a Kruijswijk, y deshizo de nuevo a Quintana y Landa. No al nivel de otros años, pero lo suficiente para no imaginar grandes planes.

Se nota que las fuerzas son muy justas en los corredores que doblan desde el Giro, y se nota que el líder designado por el Sky no podrá ganar una carrera avasallando como en el Tour

Lo de menos son los vencedores. En ambos días, la etapa fue para Geraint Thomas, un antiguo corredor de pista -dos veces campeón olímpico- enrolado en el Sky desde su fundación en 2010. No ganó aplastando, sino aprovechando sus cualidades de llegador. En ambos días el segundo fue Dumoulin, siempre por estrecho margen y marcado por Froome. Se nota que las fuerzas son muy justas en los corredores que doblan desde el Giro, y se nota que el líder designado por el Sky no podrá ganar una carrera como en el Tour avasallando, sino aprovechando sus oportunidades.

De hecho, el factor diferencial del liderato de Thomas, además de las bonificaciones por ganador de etapa, es que no se ha caído en la primera semana, donde ha obtenido el grueso de la ventaja con la que ha llegado a la tercera semana. Eso, y contar con el equipo más potente de la carrera, uno donde es pilar básico y que tiene una bicefalia creíble, mientras otros tienen una tricefalia imaginada y construida sobre gelatina.

Entonces, ¿la montaña no ha servido para nada? La de los Alpes no. Las dos etapas de montaña disputadas como competición han arrojado muy pocas diferencias entre los primeros de la general, muy igualados cuando la pendiente sube. Sin embargo, el ciclismo es un deporte de desgaste y en el Giro de hace un mes y medio la general dio un gran vuelco en los tres últimos días. Un deporte de desgaste y de estar esperando, etapa tras etapa, en que pase algo diferente al guion programado.

Cuando eso pasa, ahí estará el Movistar para rebajar cualquier pretensión de espectáculo o nuevos desafíos a la estructura montada desde hace años en la supuestamente mejor carrera del mundo. La misma que entra en su última semana -realmente, cinco días, porque el ciclismo es el único deporte que regala el último día- con tres jornadas por los Pirineos: dos con final en bajada, y otra de solo 65 km. donde la meta está situada en un puerto inédito y que es comparable (sube 300 metros más arriba, es un poco más largo) al mítico Ventoux. Un día para ganar o perder toda una carrera, especialmente en otro Tour con diferencias más humanas entre los primeros clasificados.