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Del Macba a la Modelo

Una exposición de Domènec en el MACBA invita a pensar la arquitectura y el urbanismo como actos ideológicos en sí mismos

Óscar Guayabero 7/09/2018

<p>Exposición <em>Ni aquí ni en enlloc</em> en el MACBA.</p>

Exposición Ni aquí ni en enlloc en el MACBA.

Miquel Coll Molas

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Hace unos días visité la exposición Ni aquí ni en enlloc en el MACBA, una retrospectiva del trabajo de Domènec comisariada por Teresa Grandas. Doménec es un artista visual que pertenece a la generación que empezó su carrera sobre los años 90. Tuve la suerte de visitarla con él y con Javier Peñafiel, otro artista coetáneo. La obra expuesta muestra cómo Domènec trabaja con la arquitectura como materia prima. No en términos formales o históricos, sino en cuanto a lo que subyace en muchas de las obras que han pasado a la historia de la arquitectura. Desde cómo se construyeron y por qué, a explorar la vida de sus habitantes; desde aspectos socio-políticos a contradicciones ideológicas de sus autores. No me atrevería a decir que es arte político pero sí que hay mucho de político en su trabajo.

Por otro lado, misma semana ha surgido un debate en Facebook a raíz de un artículo de la periodista Catalina Serra, en el diario Ara, sobre la remodelación o derribo del recinto que albergó la cárcel Modelo, colgado en la red por el arquitecto Jordi Badia. En el debate, informal pero muy interesante, han participado básicamente arquitectos. Me ha dado por pensar en que los artistas siempre revisan a posteriori los efectos del urbanismo o la arquitectura. Artistas como Jordi Colomer, Lara Almarcegui, o el propio Domènec, comisarios como Martí Perán, Ramón Faura o Valentí Roma han abordado este tema, pero siempre “después” de que se haya producido “la construcción”. ¿Qué sucedería si los artistas visuales se incorporaran a los equipos de trabajo que operan sobre la realidad, en temas urbanísticos, de ciudad, como en el caso de la Modelo? Para especular sobre ello, primero haré un pequeño resumen de la exposición del MACBA.

¿Qué sucedería si los artistas visuales se incorporaran a los equipos de trabajo que operan sobre la realidad, en temas urbanísticos, de ciudad, como en el caso de la Modelo? 

Domènec elige la arquitectura y el urbanismo porque sabe que son aquellas expresiones o creaciones humanas que más directamente afectan al conjunto de la ciudadanía. Su carácter político está implícito en el propio “construir espacio”. Tal como leemos en el programa de mano, en la exposición (abierta hasta el 11 de septiembre) podemos encontrar: edificios de viviendas sociales convertidos en cuarteles militares o campos de internamiento; estatuas de héroes circunstanciales, derruidas por su significado y contrasentido; o el absurdo de una ciudad fantasma de entrenamiento militar para atacar núcleos urbanos enemigos, nunca reconocida oficialmente. Estos son algunos de los casos que le sirven a Domènec para investigar sobre las disfunciones de los procesos de la modernidad y los relatos políticos que marginan a estas historias; en definitiva, sobre la ruptura de un proyecto social que en el neoliberalismo se convierte en la exacerbación del individualismo. Domènec recoge información, documenta las piezas y con todo ello genera dispositivos entre la instalación y la llamada “cultura de archivo”, sin olvidar los aspectos formales de esos dispositivos. Podemos ver desde cuántos republicanos fueron obligados a trabajar para construir monumentos franquistas a cómo vivieron trabajadores de Helsinki la construcción de una comuna. El mismo autor afirma:

“Yo juego con el concepto de historia que establece Walter Benjamin, donde revisar la historia sólo tiene sentido si es una herramienta de combate político del presente. Desde mi óptica como artista e investigador, me interesa estudiar qué ha pasado con esos proyectos para resituarlos en el presente, para que puedan ser discutidos.”

Desde ahí, trabaja en el análisis de los discursos hegemónicos que conforman el espacio público y la arquitectura como representación. En este sentido opera desde la iconoclastia de la obra arquitectónica. Su destrucción de las imágenes no es física, como podría hacer Gordon Matta-Clark, sino que procede deconstruyendo aquello que las ha hecho posibles o que ha llevado a su olvido y abandono.

La revisión del monumento como fenómeno tiene una importancia considerable tanto en su imposición desde el poder como en los breves momentos en los que la revuelta ha hecho caer ese monumento. Para él, lo simbólico es el campo de trabajo del arte, y por tanto la iconclastia se ha de entender desde esa lectura simbólica que puede ser tan o más importante que acciones directas y “reales”.

Lejos de la fascinación que muestran algunos artistas contemporáneos por imágenes vintage de arquitecturas modernas, Domènec va al hueso, al tuétano. Desnuda la arquitectura de su forma, aunque la utiliza como interface con el observador, y nos lleva al propio sentido de lo construido.

“La exposición es un navegar entre la utopía y la distopía, entre las ideas y cómo trasladarlas a la realidad. Yo confronto esa modernidad occidental a los intentos, más o menos fracasados y fallidos, de plantear posibles alternativas. Me interesa, sobre todo, rescatar los relatos, las memorias, esas historias ocultas por el relato oficial de la Historia, y ese combate por crear alternativas donde los perdedores tienden a ser siempre los mismos.”

Eso también le ha llevado a trabajar directamente en el espacio público, para saltarse la codificación implícita en los espacios del arte. Una pieza en la calle no tiene más mediación que ella misma. Aún así, no ha abandonado la exposición como interficie; en estos casos, la suya es una ocupación sobre los espacios del arte en tanto que espacio público y “presta” ese espacio a la rebelión simbólica de la iconoclastia.

“La figura del espectador se desactiva al sacar la pieza del ‘medio’ arte. Aparece entonces el interlocutor, que puede obviar, ignorar, usar, destruir, o interactuar con la obra sin límites. Pero al mismo tiempo, pienso que tan público o político es un espacio en la calle como en un museo. Me interesa utilizar el museo como espacio para el debate político. El museo es ágora publica.”.

De hecho, el espacio museístico es en este momento, quizás siempre lo ha sido, un espacio de conflicto. Las necesidades de “rentabilidad” en términos de público para justificar las inversiones públicas tensionan cada vez más los relatos expositivos, a fin de hacerlos “digeribles”. En este contexto, la obra de Domènec se escapa, ya que exige un cierto esfuerzo de comprensión e incluso investigación del público.

“No se trata de negar el público masivo, pero esa necesidad de los museos de ‘cantidad  de visitantes’ choca de frente con su función de servicio público que los generó en la Revolución Francesa. Obviamente existen para validar el discurso hegemónico, en su momento el concepto estado-nación, pero a pesar de todo tenían una vocación de servicio”.

Javier Peñafiel, que como decía nos acompañó en la visita, añade un matiz importante:

“El museo también genera espacios de excepcionalidad radical, como la exposición de Domènec. La tesis de su exposición es exactamente la ocupación de ese espacio público museístico, y lo ocupa con dispositivos que activan la mirada crítica sobre la memoria, la ciudad, el monumento, etc. Pero sin caer en el proselitismo de la venta de la euforia de la izquierda post 68. No necesita ser proselitista, por eso ocupa espacios, no ocupa discursos”.

Uno de los aspectos importantes en las obras de Domènec es cuando desde la espontaneidad de la revuelta se destruyen iconos. Es una especie de defensa del anarquismo iconoclasta que sólo se produce en breves periodos de tiempo puesto que cuando la “revolución” triunfa, se restituye el orden con nuevos iconos. Y si fracasa, se restituyen los anteriores. Es muy sugerente cómo  aborda este tema.

Lo trágico del movimiento moderno es que le pone piel al cuerpo. Una piel ultraideológica. Propositiva, hasta el extremo de hacerse inmensamente colonialista

“Me interesa lo que desborda la monitorización de la revolución o la política. Es la propia vida que se da siempre en periodos excepcionales. La destrucción simbólica no es inoperante, es plenamente operativa en cuanto a creación de imaginarios colectivos. Una vida que constantemente es traicionada por el programa que gane la batalla”.

Javier Peñafiel, sentencia: “Lo trágico del movimiento moderno es que le pone piel al cuerpo. Una piel ultraideológica. Propositiva, hasta el extremo de hacerse inmensamente colonialista”.

Domènec  ilustra con un ejemplo la sentencia de Peñafiel: “La unité d'habitation de Marsella es un edificio magnífico, con sus apartamentos, espacios comunes como el terrado, los niños jugando, tomando el sol. Y luego, desde ese terrado ves los ‘hijos’ que ha tenido ese edificio. Son el horror. Es la conversión del programa en la eficacia del capital y sospechas que es justo para eso para lo que ha servido el movimiento moderno. Como herramienta colonizadora, para normativizar la construcción y abaratar costes”.

Con toda esa conversación pendiente de trasladar a un artículo, leo el hilo de debate sobre la cárcel Modelo. De entrada, la tesis que defiende Catalina Serra es que la Modelo debería ser arrasada para generar un gran parque. Ciertamente, Barcelona no va sobrada de zonas verdes. Pero en este debate se mezclan densificación, memoria, usos y función de “lo verde” en un todo difícil de discernir. La opinión mayoritaria de los arquitectos que opinan en el hilo es favorable al derrumbe del edificio penitenciario. Para Jordi Badia, que hace de moderador, “sería mejor un espacio de silencio. Un oasis verde en medio de la ciudad. La mejor memoria posible de un lugar nefasto.”

Le pregunto a Domènec por el tema para saber qué opina un artista que trabaja con la arquitectura, la memoria y las implicaciones políticas de la arquitectura. Esta es su respuesta: “Un debate muy interesante ... pero lleno de capas, trampas y matices. Se ponen sobre la mesa muchos temas: cómo gestionar el espacio público y cómo gestionar la memoria, y también, cómo gestionar y/o conservar la memoria de las clases proletarias. ¿Por qué conservamos como patrimonio muy valioso las casas burguesas del Paseo de Gracia? ¿O la Sagrada Familia? ¿O la Casa de les Punxes, de un valor arquitectónico más que dudoso y no la Modelo? Aunque soy un fan de la iconoclastia política (¿cuál es la mejor imagen de la revolución francesa?: el pueblo derribando la Bastilla) no veo nada claro el argumento ‘higiénico’ y de tabula rasa que se propone. En Viena, en medio de la ciudad, hay unas monstruosas torres fortificadas de cemento armado construidas por los nazis como defensa antiaérea; se conservan porque, tras la guerra, los intentaron derribar pero fue imposible. ¿Molestan dentro de la trama urbana? Sí, pero por suerte siguen allí y recuerdan cada día el ‘pasado’ nazi de los austriacos”.

Javier Peñafiel, por su lado, se muestra muy crítico con el uso del espacio como “memoria colectiva” y afirma: “Las cárceles deben ser eliminadas, demolidas... ya. El problema de la especie es su mimetismo cognitivo, que solapa las versiones de la memoria que dependen siempre de los vencedores. En el caso de los presos sociales, no hay memoria que calme su presente. La memoria es un tema lumpenburgués. Un capricho”.

Quizás tendremos que esperar unos años para que Domènec, Peñafiel o algún otro artista reflexione sobre lo que pasará en breve con el espacio de la Modelo, pero sigo pensando que sería interesante crear espacios de debate transversal donde urbanistas, artistas, gestores y vecinos pudieran contrastar opiniones y propuestas.

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Autor >

Óscar Guayabero

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