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La crisis ecosocial no requiere ni catastrofismo apocalíptico ni techno-optimismo

¿Priorizamos los carriles bici o los puentes de Calatrava? ¿El biodiseño o el falo-ego-diseño?

Luis I. Prádanos 31/10/2018

<p>Eco-Boulevard en Villa de Vallecas (Madrid).</p>

Eco-Boulevard en Villa de Vallecas (Madrid).

Luis García

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Ambas posturas desmovilizan políticamente y empeoran la situación. Existen otras maneras mucho más maduras, prometedoras y eficaces de canalizar nuestra energía emocional, mental, espiritual y física para contribuir a una transición socialmente deseable y ecológicamente viable: aprender a perder el miedo (a nosotras mismas, a los otros, a la muerte) y aumentar la empatía, cohesionar la comunidad, desacelerar en todos los sentidos y reducir la desigualdad son estrategias mucho más prometedoras. 

Ni los problemas sociales y ecológicos son debidos a que el ser humano es inevitablemente malo, egoísta, competitivo o idiota por naturaleza, ni se pueden resolver solamente con mejoras tecnológicas. Pensar lo primero tiende a fomentar la pasividad, el cinismo, el miedo, el hedonismo triste y un nihilismo político que –obsesionado con la seguridad personal, el riesgo y la protección individual– acaba polarizando a la sociedad y exacerbando las condiciones para su colapso. Afirmar lo segundo es creer que un instrumento puede resolver problemas estructurales sin necesidad de cambiar la estructura.

El mayor obstáculo para una transformación ecosocial deseable radica en la desigualdad y la asimetría de poder existentes en el marco de un sistema de explotación generalizada. En los últimos cuarenta años tanto la desigualdad como la degradación medioambiental no han hecho más que aumentar. En este contexto la innovación tecnológica corporativa acelera y hace más eficiente las tendencias existentes, es decir, la desigualdad, la asimetría de poder y la destrucción ecológica. 

Cuanta más desigualdad, más desproporcionado es el poder político de los ricos y más capacidad tienen para diseñar el sistema económico, legal y financiero –también mediático y cultural– a su favor y adquirir así más riqueza y más influencia política en un bucle de retroalimentación. Obviamente, esta dinámica no solo no resuelve los problemas reales (crisis ecológica y de desigualdad), sino que los empeora al tiempo que genera una creciente frustración y desconfianza social que, mal canalizada, suele desembocar en populismos autoritarios y nacionalismos xenófobos

Así se llega a la absurda situación actual en la que, mientras ocho personas acumulan más riqueza que la mitad de la población global, proliferan los discursos xenófobos y racistas que claman que los refugiados e inmigrantes salen caros a la sociedad. Estos discursos que promueven el miedo y enfrentan a las víctimas del sistema sirven para desviar la atención del problema real: la sociedad se endeuda y precariza subvencionando a los superricos, no a los ultra-pobres. Lo que sale caro socialmente es mantener a las ocho personas que acaparan más riqueza que el 50% de la población global y cuyas estrategias históricas de acumulación por desposesión han contribuido a las disfunciones geopolíticas y socioecológicas que exacerban las migraciones actuales.

Confundir las causas de los problemas con sus síntomas es peligrosísimo, sobre todo cuando se culpa de los problemas de un sistema estructuralmente injusto a las personas que más lo sufren en lugar de a las asimetrías de poder que generan su sufrimiento. En otras palabras, el problema radica en la asimetría de poder y la desigualdad que el sistema perpetúa, no en sus víctimas. Estudios en epidemiología demuestran que cuanta más desigualdad hay, más empeoran todos los problemas sociales (obesidad, criminalidad, inseguridad, enfermedades mentales, reducción de esperanza de vida y movilidad social, etc.) y más difícil resulta implementar medidas eficaces para revertir la destrucción ecológica. Por ello, implementar políticas económicas que favorecen la acumulación de capital –es decir, que aumenten la desigualdad– es contraproducente.   

Entre algunos círculos de multimillonarios se sabe muy bien que la actual inercia económica y política (sin la cual su acumulación de capital hubiese sido impensable) desemboca en un colapso civilizatorio inminente. De hecho, varios están usando su inmensa riqueza no para intentar enmendar la situación, sino para construirse bunkers de lujo de alta tecnología. Con una mezcla de catastrofismo resignado y tecno-optimismo infantil, algunos de ellos se preocupan de qué tecnología usarán para evitar que los guardianes de sus bunkers se rebelen cuando llegue el colapso civilizatorio. Ante esta actitud es difícil no percibir una patología megalómana, egocéntrica y atormentada propia de una cultura inmadura y disfuncional que no ha asumido su propia mortalidad y no ha reflexionado sobre algo obvio: nuestra interdependencia radical, donde la única manera de vivir bien pasa por vivir sin miedo en una comunidad cohesionada (léase igualitaria) en el contexto de un medio ambiente saludable.

El actual sistema de explotación, injusticia y destrucción generalizada se mantiene –aunque ya renqueante al haber chocado con los límites del planeta y alcanzado una deuda global histórica– mediante el miedo y las fantasías (miedo manufacturado hacia enemigos inexistentes y fantasías tecnológicas de crecimiento económico ilimitado). Para poder transicionar hacia una prosperidad serena para todas las personas es esencial liberarnos de dichos miedos y fantasías. Ello requiere una inteligencia colectiva clarividente, que deje de regurgitar tanto los pensamientos tóxicos del miedo manufacturado como las irreflexivas letanías techno-optimistas y sea capaz de desacelerar y reflexionar. 

Las soluciones a la crisis ecosocial son técnicamente simples y socialmente complejas: requieren adoptar tecnologías apropiadas de bajo impacto ya existentes (lo que Ivan Illich llamaba convivial tools) y cohesionar nuestras comunidades para que fomenten la inteligencia emocional, social y ecológica. Ya sabemos –lo hemos sabido siempre– cómo vivir bien y cuidar del suelo y de las personas usando una fracción de la energía y los materiales (si no me creen visiten Caña Dulce), pero ello se invisibiliza porque no fomenta el crecimiento económico y ralentiza la acumulación de capital (es decir, no genera desigualdad ni exacerba las asimetrías de poder existentes).

Lo más eficaz para generar una sociedad segura y sana no es el crecimiento económico, la construcción de muros, el extractivismo necrótico, la inteligencia artificial o la militarización de fronteras, sino la agricultura regenerativa, la reducción de la desigualdad y la promoción de cohesión social. Para ello conviene promover la deceleración, la frugalidad alegre y la simplicidad próspera mediante una pedagogía para el decrecimiento, una filosofía permacultural que libere del miedo, una socialización en la interdependencia y algunos cambios significativos en los modelos de masculinidad dominantes. Se trata de promover imaginarios menos espectaculares y más sobrios que los que se fomentan desde el catastrofismo y el tecno-optimismo, pero mucho menos arriesgados, más justos y muchísimo menos costosos (económica, social y ecológicamente). 

En otras palabras, nos encontramos en un punto de inflexión crítico en el cual debemos elegir entre continuar implementando políticas catastróficas y carísimas basadas en el miedo y la fantasía o proponer soluciones sistémicas y ecológicamente regenerativas basadas en la inteligencia colectiva, la igualdad y la empatía. Hay que decidir entre llenar las escuelas de caros aparatos tecnológicos y publicidad corporativa para costearlos o enseñar en ellas técnicas de meditación e inteligencia ecológica con huertos escolares; subvencionar masivamente a las macro-corporaciones agroindustriales y biotecnológicas o dar prioridad a prácticas socioecológicamente benignas como la permacultura, la biomímesis y la agricultura regenerativa; plantar bosques comestibles cerca de las ciudades o construir aeropuertos sin aviones, estadios olímpicos y urbanizaciones sin personas; llenar nuestras ciudades de parques, arquitecturas efímeras y bioconstrucciones bien integradas o de carísimas macro-construcciones socialmente disfuncionales y ecológicamente devastadoras. En otras palabras, ¿priorizamos los carriles bici o los puentes Calatrava, el biodiseño o el falo-ego-diseño? 

Incluso se podría diseñar –por qué no– un sistema monetario y financiero que no haga el mundo inhabitable e incentive modelos urbanos y agroecológicos a escala humana que faciliten la convivialidad, la regeneración del suelo y la paz interior. Lo interesante es que las opciones más deseables requieren poquísima inversión en comparación con la inercia dominante y, además de reducir la deuda pública, generan espirales sociecológicamente virtuosas. Dichas alternativas desatan procesos que empoderan a las comunidades, reducen fricción social, regeneran ecosistemas, mejoran la salud pública y evitan canalizar la riqueza hacia las élites. ¿Quién en su sano juicio podría oponerse a estas transformaciones y preferir en cambio continuar con la acumulación de deuda y especulación, el incremento de la desigualdad, la crispación social y el colapso ecológico? Nadie, creo yo, que no sea presa del miedo (que activa el pensamiento conservador) o del tecno-optimismo (que promueve la aceleración irresponsable y se olvida del principio de precaución). 

En la península ibérica ya está emergiendo una sensibilidad cultural que ha dejado de alimentar miedos y fantasías para atreverse a imaginar y materializar otros mundos posibles. 

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Luis I. Prádanos (Iñaki) es profesor en Miami University y autor de Postgrowth Imaginaries. Se pueden encontrar sus trabajos en el siguiente enlace.


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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos. 

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Luis I. Prádanos

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2 comentario(s)

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  1. cayetano

    No se trata de alternativa al capitalismo, él mismo ha certificado su fin. La responsabilidad no lo es ni de las 8 personas más ricas del Planeta, ni de los altos percentiles de población inane. Contemplar la posibilidad de la catástrofe es realismo no catastrofismo, entender que la capacidad destructiva (gracias a la tecnología) puede reinvertirse en regenerativa es también una posibilidad. El Capitalismo es un sistema que responde a esquemas nacidos en sociedades del Neolítico. A comunidades constituidas por un nº de miembros que rebasan los límites del conocimiento mutuo y en los que su carencia es argamasa social suplida con simbolismo. Esta suplencia es la base primera hilvanadora de otras sobre la desigualdad, propiedad, fuerza, poder, valoración de las actividades, relaciones, organización, liderazgo y jerarquía. Con el Capitalismo no nació la desigualdad, ni la depredación, ni la propiedad, ni la enajenación del trabajo. Con el capitalismo se dieron otras dinámicas y configuraciones de dichas abstracciones, que conformaron otras relaciones sociales y modelos de organización. El Capitalismo no es una realidad uniforme en el tiempo y espacio, continuando en evolución. Estamos hablando de un sistema y como tal de un conglomerado con inercias propias por encima de las partes, sean las 8 mayores fortunas o no. De hecho, estos inversores desesperados en sobrevivir a un holocausto internacional, muestran su incapacidad e impotencia ante las inercias del sistema (intento fútil, pues una parte no sobrevive al cuerpo humano, como ocurre con las hidras). Quiere decir ello, qué no existe posibilidad ni alternativa de Futuro. No, quiere decir que sólo desde el reconocimiento de las dinámicas sistémicas y los comportamientos sociales, puede construirse un pacto social que permita Futuro para la especie. La Crisis tiene dos dimensiones expresadas bien en el término ecosocial, pero su profundidad radica en asumir la radicalidad de las mismas. Una la social que alcanza al propio valor de relación social por excelencia en el capitalismo, al trabajo-capital. Otra su dinámica depredadora, que sobrepasa los límites de aceleración climatológica (y otros como calidad del aire, agua potable, composición química del mar, deshielo, cambios de los relieves físicos…) asumibles a la adaptación de especie. Como desacelerar y reinvertir esos procesos requiere cambiar las dinámicas de competitividad (que no competencia), haciendo innecesaria la desposesión y depredación como modelo de concentración. Es necesario un modelo de transición que nos ayude a reinvertir los procesos destructivos ecosociales. La actual fase de desposesión de mantenerse linealmente nos lleva a un proceso de acumulación que es finito, al igual que ha ocurrido con la depredación medioambiental. Tras la 2ª Guerra Mundial en los países de capitalismo avanzado o dominante, se elevaron los niveles de vida por altas tasas de ganancias, gracias a la universalización de servicios públicos esenciales (por una vía u otra) y el acceso a niveles de consumo elevados, así como al inicio del proceso de incorporación masivo de la mujer en el trabajo y la formación. Las economías de capitalismo avanzado se distinguieron por su tercerización económica, más vinculada a la cualificación profesional, con mayor valor añadido, y por ende también con la explosión de las industrias del ocio y tiempo libre. De éstas economías (sean las actuales, otra emergentes o…), depende el status quo internacional que no necesariamente ha de ser depredador, ni social, ni ambientalmente. Pero de la estabilidad y evolución de los modelos de relaciones sociales y económicos en las mismas, depende en gran medida la posibilidad de un reinicio ecosocial internacional. No se trata de imponer, sino más bien de encontrar cauces de consenso previo, como los de una asamblea que comparte antes del debate la solución al responder a su lógica común, lo que ante se llamaba contrato social. Ampliar la universalización de servicios en cuidados a tercer@s dependientes o con diversidad de capacidades. Junto a medidas como la RBU o el TSG u otras medidas, que contribuyeran a aliviar la tensión social que obliga a redefinir la concepción del trabajo como medio de vida. Medidas que contribuirían también a la reactivación del consumo (que debiera reorientarse en actividades, servicios y bienes de bajo impacto ecológico o regeneradores). Pero las Crisis en el Capitalismo a diferencia del Antiguo Régimen y Épocas anteriores, no lo eran por malas cosechas, epidemias…. Sino que lo eran por sobreproducción, crisis a trojes llenos, por calentamiento –dicen- de la economía. Es decir, son crisis situadas en el intercambio, en la descompensación entre la valorización y capacidad de producción –además del destruccionismo obsolescente que ánima el creacionismo competente-. E indudablemente tocar al intercambio en el Capitalismo actual es hablar del Sistema financiero Internacional. Para lo que se requeriría de un gran pacto supraestatal con el propio sistema financiero, que devolviera las riendas del crecimiento económico al sector productivo. Requiriéndose reconfigurar las actividades o nuevas industrias de valorización a otros sectores universales o comunes, llámese en lugar de educación pública o sanidad, o los ya mencionados cuidados a tercer@s, cuidados medioambientales en toda su extensión. Plantear alternativas en la dirección de contabilizar o valorizar el cuidado de la Naturaleza en las direcciones planteadas por el Nobel Nordhauss o el español Naredo. Es decir, encontrar nuevos nichos de actividades económicas valorizables, susceptibles de considerarse trabajo, y que contribuyan junto a RBU y/o TSG u otr@s a caminar la transición de un modelo que agota por su propia dinámica al trabajo humano como modelo de valorización económica. Con respecto a la competitividad habría que hacer reflexiones del tenor a las realizadas por Michael Perelman, sobre el fin de la competitividad y la sustitución por la cooperación. De estos intentos nacerían para bien o mal experiencias como las corporatistas norteamericanas de finales del siglo XIX (financieros incluidos). Perelman en el apartado final de “El Fin de la Economía” (1.996), “la cooperación”, nos dice: “Donde la alta tecnología prevalece, los costes fijos se vuelven dominantes y los costes marginales triviales. En estas condiciones, las mercancías son similares a los bienes públicos. El establecimiento del coste marginal basado en el mercado desembocará en el caos, como ya sabían los economistas corporatistas hace un siglo.” Indudablemente estamos andando pasos a una sociedad distinta, en que el trabajo/capital no será el medio de relación preeminente, el vínculo dentro de la organización social. Nos lleva a una organización de vínculos estamentales o personales, qui le sait, pero que no serán en base al valor del trabajo, al menos entendido en sus términos conceptuales al uso. La concentración será siendo una dinámica que podrá ser institucional, dado que viene precedida por la asignación de todo tipo de recursos en determinadas actividades útiles para un momento y sociedad dadas. Esta concentración de recursos no es estática, sino que se reasignan continuamente como hemos visto. Institucionalmente la cooperación preeminente sobre la competitividad, daría lugar a otros modelos de organización en la actividad económica, que debieran tener otros protocolos de transparencia para la confianza necesarios para la cooperación. De la solución adoptada podríamos asistir a modelos de cierta concentración institucional o no, que dependerían también del desarrollo en infraestructuras de producción e intercambio en redes o que por contrario requirieran la concentración de recursos (sean financieros…). Es decir, desacelerar requiere desandar las dinámicas características del capitalismo, reiniciando un nuevo sistema desde el punto de partida, no desde la ingeniería planificada. Sino instrumentando herramientas que permitan un proceso de transición con ensayos acierto-error, que permitan el decrecimiento económico desactivando la competitividad. Y fundamentalmente un proceso de adaptación que ayude a encontrar nuevos de medios de valor en la relación social o vínculos sociales preeminentes, sustitutivos del valor Trabajo/Capital, o que redefinan el campo de actividades y conceptualización del mismo. Lo dicho hasta aquí, serían instrumentos redefinitorios de un nuevo sistema que rescataría a la producción real y su distribución de la esclavitud de los dividendos de la financiarización, devolviéndole su rol como transformador de tasas de valor positivas. Dejando al sistema financiero en su papel asignador de recursos por competencia –no competitividad-, pero sin capacidad de extender su comportamientos –financiarización- a toda actividad económica, que vía esclavitud del dividendo conduce a la desertización económica por esquilmación vía desposesión. Estos nuevos paradigmas serían necesarios para devolver a la producción y su intercambio la preeminencia sobre el sistema financiero, en la generación de nuevos medios de valoración de la actividad humana hacia un modelo de transición. Para ello, los cambios, intervenciones y regulaciones a que habría de someterse y/o prestarse las instituciones del sistema financiero serían el día respecto a la noche. Pero, hemos de pensar seriamente que otras civilizaciones anteriores, como las de la Antigüedad subsistieron muchos más siglos, entre otras cosas gracias a los años sabáticos. En la Antigüedad estos años, eran el resultado de la presión social que desposeía a grandes capas de la población, llevándosla hasta la esclavitud y que generaban una gran tensión social. Su significado no era otro que el año, cuyo período creo recordar curiosamente coincidía con el período largo Kondratief -50años-, en que se perdonaban todas las deudas para que subsistiera el sistema. El nivel de los conflictos, y la reiniciación del orden social para reconfigurar las dinámicas sistémicas, probablemente requiriera no sólo de modificar las prácticas financieras actuales, sino también de un año sabático. Sólo con la superación de la Crisis social, podríamos afrontar con garantías la ecológica que estando íntimamente relacionada por dibujar límites físicos y por tanto la propia crisis social, explicativamente tiene mención aparte, pese a formar un todo. Superar la Crisis Social está vinculada a la ecológica, pues no sólo la contaminación del ganado vacuno que nos sirve de alimento es emisor de CO2, sino que la especie depredadora por antonomasia evidentemente es la humana. Y sólo un sistema social que no requiere de crecimiento demográfico como elemento de valorización o vinculación social, ni como transformador de más riqueza, puede permitirse el decrecimiento demográfico, motor real de decrecimiento depredador y regeneración ecológica. Un sistema social capaz de sostener su decrecimiento demográfico, estaría capacitado para afrontar los retos ecosistémicos regeneradores. Lo dicho es un modelo explicativo grosero, que pretende marcar algunas dinámicas, inercias y medios de valor sistémicos en Crisis que están sufriendo cambios. Señalándolos al tiempo que planteando algunos trazos de actuación que aportar al debate sobre la presente Crisis Ecosocial que cuestiona nuestro futuro como especie. Un cordial saludo.

    Hace 6 años

  2. Uno

    "En la península ibérica ya está emergiendo una sensibilidad cultural que ha dejado de alimentar miedos y fantasías para atreverse a imaginar y materializar otros mundos posibles. " Eso será en el antiguo departamento de la uni del autor. El resto están intentando resolver el trilema de Mongolick: ¿PP, C's o Vox? ¿A cuál de los tres hay que votar?

    Hace 6 años

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