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Los políticos están cambiando las leyes que regulan a las personas refugiadas siempre que tienen ocasión, haciendo cada vez más complicado para ellas entrar en Europa. En cada debate político o votación, refugiados y migrantes adquieren un rol principal. La mayoría de políticos y líderes europeos acusan a las personas refugiadas de todos los problemas. Las personas refugiadas no son el problema, lo son las políticas de exclusión, aislamiento y deportación.
Las fronteras se han desplegado hacia el interior del continente africano con el fin de evitar que las personas refugiadas abandonen sus países de origen. Los Estados de la UE están cooperando y firmando todo tipo de tratados con líderes africanos: la peor de estas cooperaciones es la que se está produciendo entre Libia y la UE. En este país, muchos refugiados son abandonados en condiciones inhumanas, después de haber sufrido auténticas cacerías; otros son esclavizados o vendidos como esclavos. La mayoría han sido cazados en tierra o traídos de vuelta desde el mar por parte de agencias que trabajan para la UE. Nos enfrentamos a una política neocolonial impulsada por una avaricia sustentada en promesas de contratos de defensa y ayuda humanitaria por parte de la UE. Al mismo tiempo, los países europeos están intentando deportar al mayor número posible de las personas, aunque esto suponga su exposición a posibles lesiones, o incluso a su muerte.
Mujeres, niñas y niños son las personas más afectadas por estas políticas, tal y como han puesto de manifiesto diversos informes sobre Libia. Mujeres, niñas y niños no solo están siendo subastadas como esclavas, también están siendo violadas y agredidas física y sexualmente. Los informes en los que las mujeres relatan su sufrimiento nos hacen preguntarnos por qué la comunidad internacional mira para otro lado y solo reacciona cuando se se produce un gran clamor popular.
Entre tanto, los líderes europeos siguen acudiendo a misiones en países africanos para estudiar la manera de construir la fortaleza europea, que acabará provocando un número aún mayor de muertes porque refugiados y migrantes tendrán que optar por rutas más peligrosas. Esos mismos líderes no dudan en aparentar simpatía por estas personas –cuando les reporta algún beneficio–, cuando, en realidad, están dispuestos a mover montañas para contener la situación. Son tácticas para presentarse ante la opinión pública como buenas personas, humanitarias, pero no debemos olvidar que son ellos mismos quienes han propiciado estas situaciones y quienes, además, son capaces de manipularlas.
En las peligrosas rutas hacia Europa, las mujeres nos enfrentamos no solo a las fronteras entre países, sino también al sexismo y al racismo, que nos deja completamente expuestas a todos los prejuicios. Incluso cuando crees haber superado alguna de estas fronteras, muchas mujeres tienen que enfrentarse a la hostilidad de muchos políticos y de una parte de la sociedad cuando solicitan asilo en algún Estado europeo. Algunas mujeres refugiadas y sus hijos acaban durmiendo en las calles, expuestas a todo tipo de peligros.
Además, vivimos amenazadas con deportaciones inmediatas porque algunas de nosotras no encajamos en el concepto migratorio de “refugiado legítimo”. Las autoridades tienden siempre a omitir las razones sociales y económicas que empujan a huir a Europa a muchas personas. Razones como las crisis climáticas y económicas, las cuestiones de género o el activismo político comunitario no son reconocidas por los responsables de políticas públicas europeos. Según nuestra experiencia, toda mujer que solicita asilo en Europa tiene una llamada “razón legítima”. La doble discriminación de las mujeres refugiadas hace nuestras vidas todavía más difíciles y desemboca en depresiones, estrés, traumas y, en ocasiones, medidas desesperadas, suicidios incluidos.
En Alemania las mujeres refugiadas, solicitantes de asilo y las llamadas “Geduldete” (“Toleradas”) y sus hijas e hijos viven durante años en alojamientos colectivos en los que:
– La violencia y los ataques se dan de forma frecuente.
– Las mujeres solicitantes de asilo están expuestas a represión de origen racista y sexista.
– Además, estas condiciones de vida intolerables desembocan en enfermedades de mujeres y niños.
– Los empleados de los alojamientos colectivos pasan por alto nuestra privacidad y entran en nuestras habitaciones durante nuestra ausencia o mediante una llave maestra. Consideramos que este menosprecio de nuestra limitada privacidad en los alojamientos colectivos son ataques. El caso extremo lo encontramos en los llamados “Ankerzentrum” (“Centros ancla”), nuevos campos de alojamiento establecidos en Alemania que no cuentan siquiera con pestillos en las puertas. Quedan abiertas día y noche y las mujeres refugiadas no duermen a causa del miedo.
– Nos sentimos discriminadas y apartadas de la sociedad. La decisión de poner a las mujeres refugiadas en alojamientos colectivos nos convierte en diana de estereotipos.
– Nos enfrentamos al hecho de que los hombres piensan que las mujeres refugiadas en estos lugares aislados estamos a su disposición. Nos discriminan y nos agreden con sus proposiciones irrespetuosas.
– No existe la posibilidad de aprender alemán. Muchas no pueden encontrar trabajo, ni siquiera aquellos trabajos que nadie más quiere desempeñar, ni tampoco los trabajos a 1 euro que se ofrecen en los alojamientos colectivos. Son trabajos que en circunstancias normales merecerían ser pagados al menos con el salario mínimo.
– Algunas están obligadas a usar cupones para realizar sus compras, lo que significa que no son libres para decidir qué y dónde comprar.
– Cuando alguna se pone enferma debe informar a las autoridades de si necesita tratamiento médico y justificarlo.
– En las deportaciones se viven situaciones de brutalidad policial .
– Diariamente se viven discriminaciones por perfiles raciales en las calles y dentro y fuera de las estaciones de tren.
Estas y muchas más son las vivencias cotidianas de mujeres refugiadas que viven en Alemania. Es una lástima que aquellas leyes que protegen a mujeres europeas de crímenes como las agresiones sexuales, violencia sistemática y cuestiones específicas relativas al género, no se apliquen a las mujeres refugiadas. Por eso, en nuestra lucha diaria, solicitamos ser consideradas como mujeres que vivimos en esta sociedad. Los derechos de las mujeres no deberían discriminar a ningún colectivo de mujeres. Las mujeres refugiadas deben sentirse seguras para construir una nueva vida en esta sociedad.
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Bethi Ngari es refugiada de Kenia y co-fundadora de Women in Exile.
Traducción de Andrea Sancho Torrico.
Los políticos están cambiando las leyes que regulan a las personas refugiadas siempre que tienen ocasión, haciendo cada vez más complicado para ellas entrar en Europa. En cada debate político o votación, refugiados y migrantes adquieren un rol principal. La mayoría de políticos y líderes europeos acusan a las...
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Bethi Ngari
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