1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

#Acción1

Capitulo primero del libro #Acción, #Contradicción, #Revolución

@CervantesFAQs FEM 28/11/2018

<p>Imagen de la portada del libro <em>#Acción#Contradicción#Revolución</em>.</p>

Imagen de la portada del libro #Acción#Contradicción#Revolución.

CRISTINA REINA

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT es un medio pequeño pero sus luchas son grandes. Necesitamos tu ayuda para seguir avanzando. Puedes suscribirte en agora.ctxt.es o hacer una donación aquí:

"Deja en paz a las chicas, 

Deja en paz a las chicas

Un día de estos

lo pagarás".

France Gall, Laisse Tomber Les Filles

 

Años tienen que pasar para que nos decidamos a escribir las palabras más duras de nuestra vida como mujeres. Yo voy a dar el paso: cuando tenía dieciocho años sufrí un intento de violación. 

No fue mientras caminaba por la calle a manos de un violador “profesional”, tal y como las películas, los estereotipos o los mentideros suelen describir. Fue en el piso de estudiantes que compartía y fue a manos de un simpático muchacho que conocí en un bar de Malasaña. 

Llevaba pocos meses en Madrid, en un piso junto a otros dos jóvenes, una chica y un chico. Estaba lejos de mi familia y de mis amistades habituales, pero la ciudad se abría de forma inigualable, dando la oportunidad de conocer nuevas caras y nuevos ambientes. Así que una noche fui a cenar con un grupo de amig#s y terminamos en un garito jugando al billar, bebiendo tequila y bailando al ritmo de U2 o Red Hot Chili Peppers. 

Los pocos recuerdos que aún me quedan de las horas que pasé antes de volver al piso acompañada son buenos. Nos lo pasamos bien y conocimos gente. El tópico vendría ahora en forma de frase injusta: “Ojalá no lo hubiera hecho”. Pero yo no pienso así, porque no concibo la vida como el encierro dentro de un cascarón y, como mujer, la concibo mucho menos teniendo que renunciar a conocer gente solo porque exista la posibilidad de que entre ella se halle alguien como el sujeto del que os voy a hablar. 

Una amiga me quiso invitar a un chupito en la barra y allí fue donde se nos acercaron dos chicos. Altos, guapos, graciosos, que también bebían chupitos y que también disfrutaban con U2 o Red Hot Chili Peppers. Hablamos, reímos, nos enseñaron sus tatuajes, nos entretuvimos con las típicas técnicas de ligoteo que vienen de serie cuando tienes dieciocho años y el tequila te marea algo más de la cuenta. El más alto, el más guapo, el más gracioso, no paró de lanzarme indirectas. Y lo siguiente que recuerdo es estar besándonos en la puerta del bar.  

Así estuvimos un rato. El bar ya cerrado. Mis amigas y amigos desaparecidos. Solo quedábamos el chico alto, guapo, gracioso y yo, que no soy tan alta ni tan guapa y ni siquiera soy tan graciosa como para tomarme con humor nada de lo que sucedió a continuación. 

Con la ciudad y su transporte público despertando, pensamos que sería buena idea sustituir los besos a la intemperie por otros a cubierto y decidimos ir en metro hasta mi piso de estudiantes. Una vez allí, en mi habitación, en mi cama, y sin prácticamente nada de ropa, el efecto del alcohol comenzó a desaparecer de mi organismo y me di cuenta de que tal vez no era muy buena idea lo que estaba a punto de suceder.

Lo pensé porque, como fogonazos, sentí detalles en el chico alto, guapo y gracioso, que no me resultaron nada agradables o dignos de confianza. Ha pasado mucho tiempo y no soy capaz de describirlos con claridad, pero puedo recordar que se trataba de ciertas actitudes gestuales y corporales en cierto modo agresivas.

Así que se lo dije. Lo hice de forma natural y espontánea, sin pensarlo ni meditarlo. Unas cervezas y unos tequilas pueden provocar que se te nublen un poco los sentidos pero, en cuanto los recuperé, volví a ser la yo natural, que más que sincera es transparente. Se lo dije: “Creo que no quiero seguir”. Me miró y se rio, o quizá dijo algo, no puedo acordarme bien.

Siguió, por supuesto. Cómo vamos a parar ahora. Mira las ganas que tengo. Yo se lo volví a decir y, como vi que no le estaba quedando lo suficientemente claro, cerré las piernas. Y él hizo lo que nunca pensé que alguien me haría solo para que prevaleciera su voluntad y su deseo antes que mi legítimo derecho a no tener una relación sexual si no la quiero: abrió mis piernas con fuerza hasta el punto de hacerme mucho daño en el muslo. Un movimiento que me sorprendió y del que intenté zafarme, primero con “buenos modales”, pero al no surtir efecto, reaccioné dándole un empujón.  

No tengo ni idea de dónde saqué las fuerzas, porque mi cuerpo no es muy grande. Pero lo logré. De lo que tampoco tengo ni idea es de si grité o si le dije algo, un simple “No”, un insulto, cualquier cosa. Porque por más que me sumerjo y salgo a coger aire una y otra vez, no puedo acordarme. Todo lo que aparece en mi mente es aquel empujón que le di, logrando que se apartara y que yo pudiera incorporarme.

No sé si hubo posterior conversación, cruce de frases –de miradas supongo que sí, yo suelo mirar a los ojos y a veces hasta suelo expresarme más con ellos que con las palabras– pero conseguí, desde mi rincón y mis piernas por fin cerradas, que se vistiera y se fuera. Y esto, que sí que no he olvidado porque me ha perseguido a rachas durante los siguientes dieciséis años de mi vida, fue lo que me dijo antes de marcharse por la puerta: “Hoy no te pago”.

Nunca había escuchado cuatro palabras que encerraran más desprecio. No es porque que yo niegue la dignidad que pueda tener una prostituta y que sé que, si renuncia a ella, no es en ningún caso su culpa, ya que hablan por ella crueldades sistémicas como la necesidad y la desesperación. Remarco que aquella frase rezumaba desprecio por la connotación patriarcal y profundamente machista que escondía. 

Ese chico, que con toda probabilidad era querido por su familia, su madre, sus amig#s y sus compañer#s, a mí me llamó puta, que es el calificativo que se usa sin descanso en esta sociedad cuando algo o alguien no hace lo que esperamos. Puta vida, qué hijo de puta, qué hija de puta, tu puta madre, te lo puto dije, me putean, putas feminazis, puta loca, puto gilipollas. Mierda, si hasta hay canciones llamadas Puto Puta y las hemos cantado, a pleno pulmón, en bares como ese en el que yo conocí a quien horas después me intentó violar.  

Sentí un alivio tremendo cuando escuché que se marchaba, bajaba las escaleras, abría la puerta de la calle y caminaba para perderse hacia el metro. Pensé que ya no lo vería más, pero me equivocaba. Lo volví a ver, fugazmente, en otro bar de Malasaña, manteniéndome alejada de él pero no de su mirada sarcástica en la distancia: los sacos de mierda no cambian, ni siquiera tras un empujón. 

Tras sentir ese alivio tremendo he de reconocer que afloró parte del miedo que se me había quedado en el cuerpo y lloré un poco, pero solo un poco, porque sabía que yo no era culpable de lo que había pasado. Lo sabía porque soy feminista. Y, aun así, la educación patriarcal tiene tanto poder que lo impregna todo y hasta nos hace dudar de nosotras mismas.

Así de poderosa es. Tanto como para esconder en un recoveco de nuestra conciencia esa pequeña piedra donde se tallan todas las acusaciones injustas que sufrimos las mujeres ante episodios como el que yo viví: tú lo provocaste, tú te fuiste con alguien que no conocías, tú le calentaste, tú te hiciste la estrecha. 

Siempre tú, siempre la mujer, siempre nos culpan, siempre hay algo que nosotras, no ellos, hemos hecho mal. Y todo siendo ellos los que no entienden que no significa no, aun dentro de una habitación, aun en una cama, aun sin ropa.

No significa no, en cualquier momento, después de cualquier movimiento, porque las mujeres no estamos para complacer a los hombres y porque es nuestro derecho fundamental cambiar de opinión, incluso con la ropa interior quitada, incluso con el cuerpo de un hombre encima. Nadie puede arrebatarnos este derecho bajo ninguna circunstancia. Y quien no lo entienda necesita con urgencia una reeducación. 

De esto trata el feminismoEl feminismo tiene, entre todas sus funciones, una muy importante: reeducar. A todo el maldito mundo: desde niñ#s hasta abuel#s. Desde los consejos de administración del IBEX 35 y sus acólit#s, hasta el mundo obrero y tod#s l#s trabajador#s. 

A lo largo de nuestra vida, transmitidos desde diferentes esferas, principalmente la familia, los amigos, la educación académica, las instituciones y los medios de comunicación de masas, aprendemos los elementos socioculturales (lenguaje, valores, cosmovisiones, estereotipos, etc.…) y el funcionamiento (valores, leyes, normas latentes o no regladas, tabúes, etc.…) de la sociedad de la que formamos parte y dentro de ella, especialmente, los que representan al grupo social dominante.

A través de ese bagaje que la sociología denomina proceso de socialización, aprendemos también a concebir la naturaleza de la realidad y a nosotr#s mism#s, a definir nuestra identidad y nuestras relaciones interpersonales.

Al heredar históricamente un modelo de organización patriarcal también heredemos y reproducimos los valores, las prácticas y normas que lo sustentan y que sirven al mantenimiento de su statu quo, invisibilizándose o anulándose en ese proceso aquellos otros elementos socioculturales que pongan en cuestión su hegemonía. 

Tod#s coincidimos en lo importante que es la educación en el proceso de socialización, desde la más tierna infancia, y por eso nos preocupamos por elegir las escuelas, l#s maestr#s y las lecciones que servirán para que cada niñ# crezca aprendiendo conocimientos y valores.

La pregunta es: ¿Se está haciendo bien? Porque, si nos guiamos por lo relativo a una cuestión básica de justicia social como es la perspectiva de género, tristemente tendremos que responder que no.  

A lo mejor por eso se explica, por ejemplo, que 26 países del mundo aún tengan reservas en aplicar la igualdad de derechos en el matrimonio o la familia, y que 17 tengan esos mismos reparos en eliminar la discriminación. 

La educación comienza de manera muy temprana, en todos los ámbitos de la vida, tanto a nivel individual como social, con carácter formal y no reglado o informal, y hasta en los detalles que pueden parecer más insignificantes. 

En todo momento, l#s niñ#s se están fijando en l#s adult#s e imitan sus comportamientos y los patrones seguidos. Y es un error muy frecuente restar importancia a este asunto, pensar solo que l#s pequeñ#s hacen determinadas cosas por llamar nuestra atención o porque “son cosas de niñ#s”. 

No: todo lo que hacen obedece al desarrollo de su personalidad, y lo que para alguien adult# puede parecer un simple comentario o una simple broma, para alguien más joven supone una pieza o herramienta más que, consciente o inconscientemente, está contribuyendo a la construcción de su pensamiento, sus creencias o su sistema de valores. 

Aquí es donde tenemos que detenernos y analizar qué se está haciendo mal para que el machismo, una de las manifestaciones que sostiene la ideología patriarcal, se haya perpetuado en nuestra sociedad, y que lo ha hecho a través de las rendijas de una educación con fisuras, caduca y abandonada a una pedagogía sin perspectiva de género. 

Si, a día de hoy, siguen proliferando visiones y conductas totalmente carentes de ella, tenemos un grave problema del que much#s no se quieren dar cuenta. 

Por eso, cuando entremos de lleno en nuestro debate, como iremos viendo, consideraremos como una contradicción inherente al mismo, que el patriarcado, como problemática social también se construye. Es decir, tras el consenso que cobija la consideración de cualquier realidad social como problema, por ejemplo, la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, operan muchos factores pero, entre ellos, el más destacado es el beneficio e interés que el grupo dominante obtiene al otorgar o no esa consideración.  

Siempre me resulta curioso, al mismo tiempo que me entristece, la existencia de tantas personas secuestradas por un sistema profundamente desigual e impuesto, nunca elegido y que, además, es aceptado bajo la infame premisa de ‘las cosas son así y nunca cambiarán.’ La afirmación es falsa y desalentadora, y juega el papel de cómplice de los grupos opresores.  

Este mensaje no puede calar en nuestra sociedad y es tarea de tod#s desmontarlo. La educación, por tanto, es imprescindible para ello, y si realmente queremos crecer, si queremos la plena igualdad y el cumplimiento de todos nuestros derechos, la educación tiene que ser feminista y darse, como explicaba hace unas líneas, en todos los ámbitos del proceso de socialización. 

Y, por supuesto, tiene que entrar en todos estos ambientes por medio de los instrumentos más potentes que poseemos en estos tiempos: la tecnología e Internet en general y los medios de comunicación y las redes sociales en particular.  

Es una tarea muy complicada, pero no es imposible. Porque luchar por lo que es justo no es un imposible. Que no nos líen.  

Nos enfrentaremos a expresiones contrarias como el machismo, normalizado durante siglos hasta el punto de materializarse en normas (escritas o no), conductas y expresiones verbales que manejamos sin ser conscientes de ellos muchas veces. 

El lenguaje, como rueda de transmisión de los elementos culturales plasma, no la visión de la sociedad que lo habla, sino la del grupo social dominante que lo habla, por lo que si una cultura es sexista en su lenguaje subyacerá esa misma ideología, cristalizando especialmente en las formas de expresión más coloquiales: refranes, dichos, frases hechas y chistes como veremos a continuación. 

Fijaos hasta qué punto el machismo está normalizado en la sociedad, que sus defensores, para justificar sus creencias, han conseguido apropiarse de una de las armas más poderosas que existen: el humor. 

Por medio de sus bromas, sus chistes y sus puyas han conseguido ponerle un disfraz inofensivo a todo un entramado patriarcal que, con cada palazo de arena, entierra más y más el movimiento feminista, lo ignora o lo deslegitima. Porque, claro, si rascamos la superficie de todas esas bromas, chistes y puyas, y señalamos lo que hay detrás, estamos siendo unas “exageradas” o unas “amargadas”, ¿verdad? 

Ya no se puede hacer humor de nada”, dirán los cuñados, siempre con sus argumentos nada demagogos. Afirmarán eso y se quedarán tan panchos, porque nadie les llamará “exagerados” o “amargados”, y eso que quienes están generalizando son ellos.  

Sí, sí que se puede hacer humor. Es más, se debe hacer. Una sociedad sin su risa y carcajada es oscura y fría, pero la cuestión radica en que estas personas no hacen humor, sino que utilizan un vehículo social, cultural y, aunque no lo parezca, educativo, para afianzar un discurso que oprime al 50% de la población y que reproduce esquemas de abuso y desigualdad.  

Y esto no es gracioso, se mire por donde se mire.  

No es gracioso porque es doloroso, porque los grupos opresores llevan mucho tiempo infligiendo dolor a los grupos oprimidos y todas nuestras denuncias necesarias como para que se tiren por tierra reforzando viejos estereotipos o patrones.

No hay quien entienda a las mujeres” es inadmisible: los justo es preguntar si alguna vez nos habéis escuchado. Y no, no hablo de oír, sino de escuchar, con todas las letras. Poniendo atención. Venga, que no es tan difícil.

Por cierto, que también las feministas sabemos hacer humor. ¿O qué os habíais pensado? Humor consciente de su labor social, cultural y educativa. Humor de verdad, que contrataca al opresor, que lo señala y lo ridiculiza. 

Humor que se pone de pie frente al machista que nos estigmatiza y le pone la cara roja de vergüenza. Humor desde abajo hacia arriba, mucho más valiente, transgresor y por qué no, educativo. 

Porque, en resumen, el feminismo tiene que reeducar a tod#s. A los hombres, para que revisen sus prácticas individuales y colectivas y se pregunten, con el corazón en la mano, qué es lo que quieren transmitir y a qué grupo, oprimido u opresor, están ayudando con ese falso humor, con ese lenguaje malintencionado, con ese patriarcado asomando su patita por debajo de la puerta una y otra vez. 

Tiene que reeducar a las mujeres alienadas, que existen en mayor número del que creemos.  

Mujer alienada es la que en algún momento perpetúa los patrones y modelos de pensamiento y conducta que sostienen un injusto sistema patriarcal. Lo puede hacer consciente o inconsciente, pero nunca será su culpa: simplemente se ha educado y socializado dentro del patriarcado, y ahora sufre el miedo, el desconocimiento o el interés que este le ha inculcado.  

Y tiene que reeducar también a las mujeres que, como yo, sientan un mínimo de vergüenza al sufrir su/s abuso/s y al contarlo después. Porque todas tenemos que aprender que es inmerecida, pues el único que tiene que sentir vergüenza de sus actos es el abusador. 

Es curioso que yo, como mujer y como escritora, haya sentido vergüenza al volcar estas líneas desde mis recuerdos hasta un lugar donde compartirlas. En todo el tiempo que me ha llevado exponerlas he percibido mi propia autocensura, pero ya no por creer que algo de lo que ocurrió aquel día fuera mi culpa, pues ahora que mi feminismo, a lo largo de los años, se ha desarrollado más, sé que no fui la culpable ni por un segundo. Es más: sé que fui completamente valiente.  

No, mi vergüenza no es de ese tipo, sino que viene a raíz de haber verbalizado los hechos que viví. Me siento mal por si las personas a las que más quiero leen las líneas y sufren por experimentar, aunque solo sea a través de un testimonio ajeno, un dolor que yo sentí aquella noche y que me ha acompañado otras veces en las que me acordaba de lo sucedido.  

Este agobio también lo necesitamos aniquilar, porque es necesario, y de forma imperiosa, que la vergüenza de contarlo se convierta en la valentía de contarlo. ¿Por qué? Porque del mismo modo que la humillación desaparece cuando aprendes y asumes tu inocencia, hay que erradicar la vergüenza de sacar lo ocurrido a la luz.  

El temor que nos impide contarlo ha de ser sustituido por un símbolo y un espacio compartido que sirva a otras mujeres para contar sus propios episodios y, con ello, visibilizar poniendo nombre a los abusos y sus culpables. Construir un marco de referencia experiencial y de horizontes compartidos.  

La acción de este primer capítulo me gusta especialmente, quizá porque soy escritora, pero estoy segura de que va a encantar y dar un soplo de vida a todas las demás mujeres. Se trata de exponer, de la manera que cada una mejor sepa, un episodio de abuso sufrido a manos de un hombre.  

Yo he actuado escribiendo, pero vosotras podéis expresaros a través del medio que queráis: la pintura, la escultura, el diseño, la canción, el baile, el manifiesto político o ideológico, la poesía, la ilustración, la fotografía…

En el anexo que encontraréis al final de este ensayo he recopilado las primeras: cinco mujeres (@vmm7773, @AnitaBotwin, @protestona1, @Zurine3 y @srtabebi) muy bravas han colaborado escribiendo sus testimonios y los de sus compañeras. Son una inspiración infinita y, como no debemos dejar que ninguna experiencia quede relegada, es momento de agruparlas todas y convertir el dolor y la injusticia en fortaleza y denuncia. 

Lancemos en redes la etiqueta #AcciónContraAgrasión y mostremos en ella cómo combatimos con nuestro arte, nuestro talento y nuestra voz a los hijos sanos del patriarcado que no han tenido reparos en atacarnos. 

Las mujeres, con nuestras acciones, contradicciones y revoluciones, vamos a empezar a cambiarlo todo, con la cabeza alta, nuestro arte en la cumbre y nuestra vida en el infinito.

CTXT es un medio pequeño pero sus luchas son grandes. Necesitamos tu ayuda para seguir avanzando. Puedes suscribirte en agora.ctxt.es o hacer una donación...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autora >

@CervantesFAQs FEM

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí