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Tribuna

‘Normalizar’ a Vox

Si su principal debilidad es la inconsistencia de los fundamentos políticos de sus protestas, ¿por qué no traerlos a la conversación? ¿Es que tenemos miedo de que ganen el debate?

Miguel Pasquau Liaño 5/12/2018

<p>Manifestación españolista en Madrid, el 7 de octubre de 2017.</p>

Manifestación españolista en Madrid, el 7 de octubre de 2017.

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Los cordones sanitarios frente a la llamada ultraderecha (es decir, frente a los que critican a la derecha tradicional o liberal por ser tibia y complaciente con determinados consensos sociales que detestan) han demostrado empíricamente su ineficacia en Europa y ultramar: el odio, la estigmatización y el acorralamiento les ayuda a crecer, convirtiéndose en un inmenso “camión escoba” político apto para recoger a pasajeros con asientos de primera, segunda y tercera clase. Tampoco ha funcionado la estrategia de los partidos de centro derecha europeos asediados por estos movimientos emergentes, consistente en buscar la confusión, intentando parecerse a ellos e incorporando algunos de sus elementos y rasgos en su discurso. Me sorprende que con años de retraso, y en vista de la experiencia acumulada de otros países, aquí estemos dispuestos a caer en los mismos errores. Si las arengas del tipo “a por los de a por ellos” y la derechización patriotera de la derecha han salido mal fuera, ¿por qué habríamos de creer que aquí sí va a ser eficaz? Todo indica que no, y eso creo que se debe a que sitúa el enfrentamiento en un terreno en el que tienen fuerza (el de las emociones). ¿Por qué no ensayar otra estrategia? Si su principal debilidad es la inconsistencia de los fundamentos políticos de sus protestas, ¿por qué no traerlos a la conversación? ¿Es que tenemos miedo de que ganen el debate?

Vox suscita un rechazo fácil por su estilo, por cierta estética, y por no pocas de sus propuestas. Suscita rechazo porque ha recuperado de la papelera de reciclaje (e incluso del basurero) ciertos debates que ya teníamos resueltos desde hace tiempo. Han ido creciendo en sus “nidos calientes” y autocomplacientes, y finalmente han parasitado las plantaciones sembradas por PP y Ciudadanos, en su estrategia calculada (y rentable) de provocar en la gente más el ansia de la vindicación patriotera que de la dignidad compartida, expulsando del “nosotros” a casi la mitad de España: los nacionalistas, Podemos y medio PSOE: magnífico escenario para quienes construyen discursos políticos que se caracterizan por el negacionismo de la complejidad social, ideológica y cultural. Sobre ese trampolín, Vox ha elegido diez o doce asuntos con el que coser un sincomplejismo de reconquista que, más que fascismo (aunque albergue a grupos fascistas, el partido en sí no lo es), es una derecha liberada de sus complejos centristas. Y ante esto no hay que hacer aspavientos. La derecha moderada deberá pensar en si no es imprudente seguir exacerbando la lógica de la excomunión de la España diferente, y la izquierda deberá pensar si tiene alguna utilidad (los riesgos son evidentes) la épica “antifascista” que enarboló Iglesias en la noche electoral. Porque esa épica podría ser interpretada como un síntoma de debilidad discursiva, como si estuviese buscando un revulsivo que no acaba de encontrar en propuestas limpias, claras, atractivas y creíbles. Mejor que repetir la etiqueta de “fascista”, sería armarse de datos y de razones para emprender sin rehúses y con solvencia una batalla intelectual y política punto por punto, con esa hidra de tres cabezas en que de momento se ha convertido la derecha, sin necesidad alguna de agitar el miedo al miedo, porque en ese bucle quienes pierden son los derechos.

Los votantes de Vox son ciudadanos con derecho a voto. De los 400.000 votos que Vox ha recibido en los comicios andaluces (uno de cada diez) podrán hacerse todas las radiografías que se quieran, y confirmarán más o menos las intuiciones que ya van llenando columnas y tertulias, pero lo cierto es que expresan (quizás de forma espumosa, ya lo veremos) una parte de la voluntad popular que está aquí, entre nosotros, que comparte nuestras calles y nuestros centros de trabajo. Conozco, como casi cualquiera, a votantes de Vox, alguno es amigo, y no les atribuyo por principio menos calidad moral o intelectual que a mí: simplemente, eso sí, me asombra que piensen ciertas cosas y detesto algunas de sus prioridades, respecto de las que siento una lejanía sideral. Algunos son nostálgicos del franquismo, otros son nostálgicos de un catolicismo sociológico, otros han bebido en dosis venenosas (ya saben que el veneno no es la sustancia, sino la dosis) de ciertos medios influyentes que desde hace más años de los que creemos han ido buscando audiencia a costa de generar un sentimiento de agravio que de pronto se ha convertido en orgullo lindante con el odio; algunos son alérgicos a la izquierda de moqueta o del énfasis feminista, y supongo también que otros han caído en esa pelea que lúcidamente ha denunciado Teresa Rodríguez de los penúltimos contra los últimos (es decir, creer que la pobreza, las listas de espera y el paro se deben a una exquisita atención a los inmigrantes, y no a la desnutrición presupuestaria de las políticas sociales). 

Responden, en general, a ese perfil de derecha que nunca ha creído “de verdad” en el liberalismo político (es decir, la radicalidad de los derechos y libertades en un espacio no confesional, plural, abierto donde cabe con normalidad el republicanismo, la izquierda y el nacionalismo no español) ni en la discriminación positiva (de gitanos, de inmigrantes, de mujeres), ni en los límites a la autoridad y a la policía en la represión del crimen y la delincuencia, porque se sienten en el lado buenoy creen que los derechos son burladeros de los malos. ¿Son culpables de pensar así? Si la pregunta es absurda, más aún lo es cualquier respuesta. Piensan así, y votan a quien les promete revertir lo que no les gusta. Antes votaban al PP o se abstenían, ahora han optado por Vox. No le veo ninguna ventaja a su invisibilidad: mucho mejor que ese marginal de la opinión pública, mientras exista, tenga su expresión en las instituciones.

Pueden lapidarme si quieren, pero yo creo que nada mejor se podría hacer que intentar normalizarpolíticamente a Vox. No son gente extraña que acabe de llegar: llevan aquí, dentro del PP, mucho tiempo, solo que ahora han encontrado la coyuntura perfecta para diferenciarse. Normalicémoslos, porque van a entrar en las instituciones por “mérito democrático”. Es posible que esa normalización sea lo más temible para Vox. Es posible que Vox prefiera, al menos en esta fase espumosa (más aire que agua), que le temamos, que creamos que son una amenaza, que los consideremos en fuera de juego, algo así como unos antisistema dentro del sistema. Creo que no tengo que aclarar que “normalizar” no significa darles la bienvenida con ramos y palmas, sino aceptar la premisa de que tienen derecho a proponer lo que proponen y a buscar el voto de la gente: las elecciones no mienten. Normalizar a Vox significa que mientras obtengan voto popular, hay que darles rango de interlocutores sin temer una extraña contaminación. Así, en vez de cuchichear entre ellos en espantosas cadenas de whatsapp (que de vez en cuando me llegan, por esa horrible tecla llamada “enviar a todos sus contactos”), deberán enfrentarse al reto de explicarse, de contestar a argumentos, de ir más allá de los dos eslabones en que se traban sus estribillos ideológicos, de defender sus propuestas frente a quien sepa decirles aquello que Aranguren le dijo una vez al autor de un libro: “Tus propuestas están llenas de cosas buenas, y tuyas; pero las buenas no son tuyas, y las tuyas no son buenas”.

Normalizar a Vox no es homologar la cultura política que quieren recuperar del vertedero, ni es indiferencia a sus proyectos sobre política migratoria, sobre impuestos, sobre la Unión Europea, sobre las estrategias en materia de violencia de género, de homosexualidad o de libertad religiosa. Ni es cerrar los ojos ante su inflamado énfasis nacionalista (tan parecido al nacionalismo patriotero francés, italiano, holandés, solo que cambiando los colores de la bandera), ni ante su desprecio al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (que consideran “interferencia extranjera en nuestra justicia”, porque parecen valorar más “lo español” que la radicalidad de los derechos). Si Vox propone algo que a usted le horroriza, dígalo. Pero ¡cuánto ganaríamos si en vez de limitarse a llamarlos “fascistas” se emplease a fondo en explicar por qué le horrorizan esas ideas! Inténtelo: quizás sería fácil. Y si no lo fuera, también merecería la pena. 

Hablemos con naturalidad, y sin regañar a nadie por pensar lo que piensa y sin una actitud irritante de superioridad moral. Hablemos de inmigración, del cupo de solidaridad que estamos dispuestos a sufragar con impuestos y de las reales posibilidades de acogida útil; de políticas sociales eficaces que recuperen a capas sociales que hoy se sienten con razón excluidas; de las ventajas de la libertad religiosa y la neutralidad confesional; de las ventajas de la distribución del poder territorial y de la autonomía política de los diferentes pueblos de España (la expresión, en plural, aparece en el preámbulo de la constitución, aunque en el texto se traduce por “nacionalidades y regiones”); de por qué merece la pena ceder soberanía a Europa pese a que Europa tenga tantos defectos;  hablemos de por qué es importante identificar al machismo como un problema actual, y no sólo pretérito, y hablemos de por qué es imprescindible someter a la policía (también a la de frontera) a límites y garantías, en previsión de un poder autoritario que en cualquier momento puede venir. Convenzamos a la gente de que la patria no se come, sino que más bien la comida y la solidaridad hacen patria. Hablemos en serio de república, de plurinacionalidad, de lo que haga falta para proponer una España que vuelva a ser apreciada como casa común por la gente que no busca en la política que le hagan feliz, o más alto, o más arropado, sino más libre y capaz para hacer de su vida lo que quiera. Pero por favor, hagámoslo sin quedarnos en el lema. Los lemas son todos igual de estúpidos, y están condenados al empate. Si se quiere ganar, hay que movilizar el enorme fondo de armario cultural que se acumula en nuestros sistemas constitucionales, mucho mejores que la reducción de la constitución a un manojo de emociones bien presentado. Quien está convencido de una idea está deseando hablar de ella: no eludamos el enfrentamiento intelectual, no nos conformemos con una displicente excomunión, porque la excomunión sólo provoca sectas aguerridas. Normalicemos a Vox: ellos son un ingrediente más del multiculturalismo y pluralismo que detestan.

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Miguel Pasquau Liaño

(Úbeda, 1959) Es magistrado, profesor de Derecho y novelista. Jurista de oficio y escritor por afición, ha firmado más de un centenar de artículos de prensa y es autor del blog 'Es peligroso asomarse'. http://www.migueldeesponera.blogspot.com/

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5 comentario(s)

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  1. paelo

    De normalizar nada, no se trata de elegir una sola de las estrategias, hay que discutirlos, obligarlos a dar razones y a que desarollen sus sloganes simplistas, si, pero tambien hay tener una actitud de autodefensa beligerante y activa, cuando esta gente saca la esvastica siempre hay alguien que recibe una paliza en un callejon o que muere. Esto no obedece unicamente a una coyuntura especial del estado español enfrentado a una crisis territotial, es tambien mandato de la globalización que se extiende apoyado por las elites globales. Estas elites - en concreto el señor Aznar y los intereses que representa- deben tener claro que si piensan hecharse al monte van a tener que enfrentar una reacción popular, que no les va a salir gratis.

    Hace 5 años 11 meses

  2. Aramis

    El arte de la retórica tiene un campo especial en la literatura judicial, que combinado con el arte de la fábula bien dosificada produce efectos portentosos no sólo en la jurisdicción, sino también en el mundo tertuliano de la erudición española. Focalizar lo anecdótico como principal para después distorsionar lo relevante hasta hacerlo desaparecer al mismo tiempo que se eleva lo banal a materia de análisis es todo un arte poco estudiado en la Universidad Española. En este sentido la trastienda de este artículo encierra más «valores» que los que refleja. Para empezar, existe una profunda relación íntima de tintes «dramáticos» entre el autor del artículo y el líder andaluz de VOX Francisco Serrano; ambos jueces, ambos de profundas convicciones religiosas y ambos entrelazados por una sentencia de 2011 en la que el TSJA condenaba a Francisco Serrano por prevaricación judicial por un asunto «cofrade» en el que Francisco Serrano favoreció injustamente al padre en un régimen de visitas para que el niño saliera como paje en la Semana Santa de Sevilla. La prevaricación judicial es un cuasi–no–delito que apenas se sentencia en España a pesar de que esté tasado en dos artículos del Código Penal, razón por la que resulta muy interesante esta sentencia a un «juez de familia» especialmente conocido por sus convicciones contra la llamada «ideología de género». En este sentido brilla en España la castidad judicial en los delitos económicos, razón por la que esta sentencia resulta «misteriosa» en territorio cofrade y familiar. Sin embargo, el mundo es redondo, y buena prueba de ello es que el juez prevaricador reaparece ahora en la escena pública conduciendo un «camión escoba» desde Almería hasta Sevilla, y nuestro pulcro juez articulista habla de «nidos calientes» que parasitan plantaciones centristas situando a VOX como una aparición zoombie de «reconquista» nacional más allá del fascismo pues Pasquau la define aquí y ahora como una fuerza que viene a liberar a la derecha de sus complejos centristas. «Y ante esto –dice Pasquau–, no hay que hacer aspavientos», puesto que a diferencia de los dos millones de catalanes que votaron el procés, «los votantes de VOX son ciudadanos con derecho a voto… que expresan… una parte de la voluntad popular que está aquí, entre nosotros, que comparte nuestras calles y nuestros centros de trabajo»… Luego tras una perorata repleta de banalidades, el mismo juez que condenó al líder de VOX se critica a sí mismo y a su propia banalidad calificando a todos los anti VOX de mostrar una «actitud irritante de superioridad moral». De esta forma tan peculiar Pasquau pretende ignorar ahora el significado histórico del concepto «fascista» haciendo un llamamiento claramente sorprendente hacia el acogimiento normalizado del “hijo pródigo y libertino prevaricador” … porque «la excomunión sólo provoca sectas aguerridas». Los propios términos religiosos que utiliza Pasquau son los que, en mi opinión hermenéutica, revelan la profunda impostura ideológica del autor en este artículo arrojando misterio en la trastienda de los hechos.

    Hace 5 años 11 meses

  3. Carlos Ávila

    Decir que estoy de acuerdo prácticamente con cada línea es poco. Es lo mejor que he leído con mucha diferencia sobre el tema. Ojalá seamos capaces de rectificar a tiempo. A base de manifestaciones, aunque sean pacíficas, no se acaba con el fenómeno ni resulta la mejor forma de combatirlo. Hay que hacer política y para ello hay que analizar bien las causas y no proponer como hizo Iglesias echarse al monte. Errejón le está dando, una vez más, una buena lección.

    Hace 5 años 11 meses

  4. chorrojumo

    Mire, Vox es fascista, aunque usted tenga amigos que lo hayan votado y no lleven rabo. Y los nazis eran bestias inhumanas aunque Hitler fuera vegetariano y aunque sus generales tocaran Beethoven después de gasear judíos. Al menos eso deberíamos haber aprendido ya. El mal absoluto se encuentra entre nosotros, por lo que tiene cara humana y actúa como los humanos de su entorno. En cuanto a normalizar, sigo dándole vueltas a qué c… quiere usted decir. Supongo que no es ni hacer habitual el discurso fascista, ni mostrar su lado amable para hacer que se quede entre nosotros confortablemente. Pareciera que quiere decirnos que el frentismo radical muestra falta de argumentos, y que con razones se le va a ganar porque es razonable. Es precisamente al revés, señor. La posmodernidad se caracteriza por la primacía de la forma sobre el contenido, por la muerte de las utopías y de la ideología en favor de la imagen. Razones las ha habido durante décadas pero no sirven cuando el entorno-el poder, por supuesto- usa la razón como un kleenex. No van a ganar los argumentos. Van a ganar hoy las imágenes poderosas, porque la mayoría no entiende de otra cosa. Por eso más nos valdría fomentar este rechazo radical, mostrarlo, hacerlo presente siempre que el liberalismo vuelva a coquetear con el fascismo. En todo y cada lugar. Con argumentos, sí. Concisos y pocos a poder ser. Simplones si me apura. Pero sobre todo sin tibieza y mostrándose dispuesto a arriesgar. El cordón sanitario no funciona porque no existe. Con otras ideologías si existe y sí funciona. Día a día los mantras fascistas son repetidos por los medios-fomentados por sus dueños. Los actos fascistas son tolerados, cuando no jaleados. ¿De qué cordón sanitario habla? Ojalá existiera. Es lo que hay que hacer. Crearlo. Crear a los que están fuera y los que están dentro de ese cordón, sin ambages. Y enfrentarse a ellos frontalmente. Yo no voy a normalizar a ningún fascista, ni entrar a su discurso. Es entonces cuando uno está perdido. A los fascistas no se les discute, se les destruye, como dijera alguien por ahí.

    Hace 5 años 11 meses

  5. Mark

    El liberalismo político nunca ha sido "la radicalidad de los derechos y libertades en un espacio no confesional, plural, abierto donde cabe con normalidad el republicanismo, la izquierda y el nacionalismo no español". La derecha liberal no es lo mismo que el fascismo (al menos fuera de España) pero sólo ha sido democrática cuanto a la fuerza ahorcaban y de boquilla. Y en España no existe apenas, por cierto. Y Vox es lo mismo que Ciudadanos y el PP (y no pocos del PSOE) sin careta y con doble ración de franquismo y nacionalcatolicismo. Ignorancia supina de la progresía española, hasta de la inteligente. Por lo demás la reacción tanto de Sánchez como de Iglesias es patética, por diferentes razones, eso es cierto.

    Hace 5 años 11 meses

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