“Oí unos siseos: ‘¡Chis, chis! ¡Oselito! ¡Oselito!’ Miré pa arriba. Era Stalin. ‘¡Hola!’, le dije. Me enteré por los periódico que estabas aquí. Perdóname, Osé de mi arma, que no pueda resibirte en esto momento. Estamo atareadísimo con esto der desfile der día 7, y...”. Stalin hablando en andalú. La cosa prometía. 

Esto de aquí encima es Andrés Martínez de León, sevillano y dibujante, regateando con sorna las piedras del camino a través de Oselito, el personaje que fabricó para hacer cabriolas sobre las caras largas. Aunque, por artista, una mitad de De León fueron Zuloaga y Gonzalo Bilbao, lo cierto es que la balanza talentosa cayó más fuerte sobre sus crónicas de viaje, de guerra y de cultura popular. Y fue punteando con una ironía que dominaba a la perfección, y que tanta falta hace hoy a las almas, con la que Martínez de León se paseó por la prensa desde casi principios del XX. Lo hizo quitando importancia a los rugidos y manteando en un trapo de sintonía hasta el más grande de los zarpazos. ¿Cómo tiene que ser? Como tiene que ser. 

Por eso Martínez de León podía resumir el primer empate de la liga del 35, por ejemplo, con un “vean ahí al tío del bigote y al noy de Barcelona haciendo tabla”. Y dibujaba un tío con bigote y un noy sentados cada uno en un extremo de una tabla, en perfecto equilibrio, con su paraguas, su pato y su txapela el uno, el del Athletic, y con su barretina el otro, el del Barça. Aquella libertad de Martínez de León no desvelaba a ningún ofendidito. Dormitaban todos en la almohada del barrio, como mucho; y descansaban. Roncaban su malestar detrás de una puerta hasta la escampada, sin tomar nada en la barra libre de los juzgados. Por cierto que aquel año, el 1935, la liga sería “der ¡Viva er Beti, manque pierda!”, que decía Oselito mientras brincaba entre las viñetas del Smith's Weckly o de la Passing Show; y entre las de Ferrer, el rey de las descripciones arquetípicas. Magistrales. 

Y Oselito se fue a la URSS

Oselito, que solucionaba la invasión de Mussolini en Etiopía con unas tachuelas y el Athletic, es un trianero espigado que guarda media vida en su sombrero de ala ancha y que se sujeta el cuello con una pajarita. La nariz larga y los ojos negros de este “chaval del pueblo con picardías del arroyo”, que diría Ferragut, lo convirtieron, hace ya, en la alegoría de aquello de quitarle paja al asunto. Oselito es Andrés Martínez de León y Andrés Martínez de León era Oselito. El dibujante, bético perdido, entusiasta de los toros, antifascista y redactor deportivo, al principio, extranjero en su tierra, después. El personaje, allanador fresco de la tragedia y aficionado aventajado de la revolución, vista, eso sí, desde una rendija trianera en la Sevilla Roja: “Er ‘tó pa tó’ le llamaban la gente der campo ar comunismo. ‘Todo para todo’, querían desí. Era famoso Vallina, er médico anarquista. Plasa Roja se llamaba la de la Macarena, y er Kremlin, la taberna de Cornelio. Un día sartó ‘er Kremlin’ roto a cañonazo, volaron los jamone, corrió er vino y rodaron los queso”. Hoy, en el lugar donde estuviese aquella taberna se levanta la basílica en la que reposa Queipo del Llano, que siguió a pies juntillas la premisa de Mola de “crear una atmósfera de terror. Hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros”.

O Martínez de León se fue a la URSS, que vale lo mismo. Había que cubrir el XVIII aniversario de la revolución rusa y La voz envió a su flamante reportero: “¿Tú sabe lo lejo que han puesto Rusia? Tú, más friolero que un perrillo resién nasío, ¿podrá resistí treinta grado bajo sero? ¿Sabe lo que cuesta trae un cadáver desde allí?". El éxito de Oselito por Rusia era previsible, y no solamente por la más que afianzada carrera de Martínez de León. El triunfo salió de una mistura de humorismo, talento y sencillez, que comienza a publicarse por capítulos en La voz el lunes 13 enero del 36: “La primera gran impresión que resibí fue er vé a tantos comunista reunió sin que aparesiera la polisía”. 

Triana, París, Varsovia, Leningrado, Moscú. Stalin. Por todo y por todos fue Oselito dejando un reguero andaluz. O su mordisco trianero, más bien, que no es dar un bocao, sino, dice él, “penetrá en las cosa o persona, comprenderla, darse cuenta”. Así es que será la tradición popular la que hará que se marque una charla en andalú con Stalin, que lo llama desde el ‘Palasio der Sovie’ como comienza este artículo: “¿Es pa eso de los toros en Rusia?”. Porque Oselito se afana en convencer a los rusos de lo bueno que sería el toro para la revolución mientras los rusos le contestan que muy bien, sí, pero que se haga a su modo, es decir, que “aquí se trabaja sinco día seguio a rasón de siete horas diarias. Pues bien; er banderillero, siete hora banderilleando durante sinco día seguio; er picaó, lo mismo, y er mataó, iguá”. Y así todo en un momento en el que España tenía pocas ganas de juerga y miraba de reojo la Guerra Civil, que iba ya pisándole los talones. 

Por esas prisas que la guerra mete al estómago, Martínez de León abandonará Madrid. Se dejará caer por el Frente sur de Jabalcuz, en Jaén, donde despachará con Garfias y Pasionaria. De allí a Castuera, Badajoz, para arrancar en Frente extremeño la carcajada a Miguel Hernández. Finalmente, huirá a Valencia sin soltar la mano de Oselito, que aparecerá en las páginas de Frente rojo, en algunos carteles republicanos y en otra de sus obras maestras, Oselito, extranjero en su tierra. Para interés general, estas crónicas de guerra y sus disparates han sido recopiladas hace pocos días por Rafael Alarcón Sierra. 

A pesar de todo, Martínez de León no dejó jamás de poner su acento a la vida, aunque pendiese de un hilo muy fino. Tampoco se resignó su alma de artista a quitar sal al momento utilizando la burla como puñal y la risa como ametralladora: “‘¡Oselito e un borcheviqui! Tampoco. A mí me separa de los bolcheviqui lo mismo que a ellos les unen: la hos y er martillo, broncos instrumentos de trabajo”. Precisamente este sentido y más sentido del humor será su pena de muerte, según el franquismo, por haberse adherido a la rebelión, un castigo conmutado por 20 años y un día y, finalmente, indultado por intercesión, se cuenta, de Sancho Dávila, el primísimo.

Llorar, pero de risa y a moco tendido. El betunero y la gitana, el vendedor de cuchillas de afeitar para que no te pises la barba, el revisor; las viejas, los guías turísticos, el gallego y el catalán cojo; Stalin. Oselito y Martínez de León, un alivio.