Crónica Gonzas
Que lo arregle nuestro ‘yo’ del futuro
Inauguración del aeropuerto de Juan de la Cierva (Murcia)
Santini Rose 23/01/2019
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Mientras atravieso el bancal de lechugas, Finca Lo Manresa ponía en el cartel de madera, y subo la música para no oír el motor del Corsa plateado de Dani, pienso en que ser murciano es una forma exagerada de ser español. Miro a la izquierda, orgulloso, y la barbilla me llega al esternón. Doy un volantazo. Levanto el freno de mano. Y no derrapo, no, pero monto una buena polvareda. Hace rato que pasé la torre de control. El GPS, de nuevo. Doy la vuelta. Me he vuelto a dejar llevar: ¿ser murciano es una forma exagerada de ser español? Con la que está cayendo. ¿Qué es ser español? Calla, cenutrio. Llega, acredítate, apunta, vuelve a casa y cuéntalo. En un rato se inaugura el aeropuerto de Corvera. 18 años después de su anuncio oficial. A la altura de la torre de control me pongo melancólico. Los de mi generación hemos aprendido a conducir –a follar, a (hacer como que sabemos) beber, a pronunciar bildungsroman– con esta columna de fondo. Ahí íbamos a rodar la peli definitiva sobre lo que nos pasa. ¿Aquel gran reportaje sobre el estado de las cosas por aquí abajo? Ahí, ahí era. Vuelvo a la autovía. Dos kilómetros. Ahora sí.
En 1999, Murcia tenía un presidente que se solía venir arriba. Ramón Luis Valcárcel se pasó el año hablando de un aeropuerto internacional en Corvera. Los antiguos aún lo recuerdan. Dicen que el tío se ponía a largar y a largar sobre el aeródromo y acababa con una mascarilla de oxígeno en la cara y las piernas en alto, extasiado. Derrengado, pero iluminado. Es entendible: Era Su Plan. Dos años después, el consejero Ruiz Abellán presentó la ruta. Las obras comenzarían en 2002 y el aeropuerto se inauguraría en 2005. Pero aquello era ir con mucha prisa. La primera piedra se colocó en 2008.
Se preguntarán ustedes qué ha pasado en estos 11 años. Pues la vida, amigos, ha pasado la vida. Valcárcel se puso romántico un atardecer y vio que a su trayectoria vital le faltaba un capítulo exótico. Era oír las palabras ‘Estrasburgo’ y ‘Bruselas’ y el vello del pescuezo se le erizaba. Conocimos tres presidentes más. A uno, Alberto Garre, se le observa como la-derecha-con-dos-dedos-de-frente y aspira a racanearle algún asiento al PP en las elecciones de este año. Del siguiente, Pedro Antonio Sánchez, procesado en el caso Púnica, nadie se acuerda. Unos dicen que está viviendo el sueño americano en Puerto Lumbreras. Del último supimos el mismísimo día que fue nombrado. Dicen las malas lenguas que al PP le costó tanto encontrar a un presidente sin mochila corrupta que tuvo que nombrar a Fernando López Miras, un tipo sin apenas peso político.
Salgo de la última rotonda, guardada por la guardia civil, y llego al parking. Pero la cago: es el de los autobuses. Vuelvo, ya sudando. Bajo la ventanilla. Le pregunto a un guardia. Al principio no me entiende, porque no he hablado en toda la mañana y tengo la garganta hecha un barranco. Me clava los ojos, se rasca la calva y me dice que es tan fácil…como seguir las indicaciones. Un compañero suyo viene de atrás con una metralleta a modo de acordeón.
– Oye, un momento, ábreme el maletero.
– Voy…-le contesto, pensando en la posible doble vida (rutilante campeón en el NBA 2K19 y traficante de cocaína) de mi compañero de piso.
– ¡No, no, he dicho que me lo abras, no que te bajes a abrírmelo!
– Entiendo.
Pienso en las veces que he abierto ese maletero. Mondosonoro reconvertidas en aislante, bolsas del Lidl…no hay de qué preocuparse. Lo único, que la puerta no se sostiene sola. Meto primera y preparo el acelerador por si al guardia se le cae la puerta en la frente y tengo que ponerle a esto un poco de épica y salir, al fin, en las portadas. Pero al final, nada.
En estos 11 años han pasado más cosas: a principios de 2013, con el aeropuerto ya construido, la concesionaria Aeromur (perteneciente a Sacyr) le pidió más dinero a la Comunidad. Apelaban a “causas sobrevenidas que habían alterado el equilibrio de la concesión”, es decir, la crisis económica. Pedían alargar 39 meses el periodo de concesión, un préstamo de 160 millones de euros, el pago del aval de 182 millones y unos ingresos mínimos que garantizaran el pago de los gastos operativos. El Gobierno murciano se negó y rescindió el contrato. La Justicia le dio la razón. Aena ganó el concurso público posterior y se hizo con la gestión –25 años– del aeródromo Juan de la Cierva.
El primer avión llega a las diez y cuarto desde East Midlands. Es de Ryanair y lo conduce un murciano. Todo en su sitio: sus guiris intentando descifrar con un ojo guiñado qué es eso que les abrasa la piel, su piloto pronunciando las palabras emotivo, orgulloso e histórico. El plato fuerte llega 45 minutos después. Un avión blanco con rayas rojas y la leyenda REINO DE ESPAÑA aparece en escena. Sí, Felipe VI está aquí y no se va a ir sin su placa descubierta. Los redactores graban con el móvil. Un tipo con pinganillo me escruta y saco el móvil yo también, no me vaya a tener que exiliar por esta tontería. Y entonces empieza el espectáculo. Felipe entra en la terminal escoltado por López Miras y varios consejeros. Un tipo con gafas de malo le explica la distribución sobre una maqueta. No puedo dejar de mirar a López Miras. Sonríe, inocente. No se separa del rey. Parece que se está mordiendo la lengua. Después de todo, quién no tiene un impulso interior, una voz. Me gusta pensar que la de nuestro presidente berrea ¡CORVERA – MANCHESTER UNITED!, quizá consciente de que ni un Borbón en pleno apogeo –qué porte, ni un mal tropezón– le podría arrancar el protagonismo ante semejante proclama.
Hay quien saca pecho: según el Gobierno, la infraestructura generará 900 millones de euros a Murcia en los próximos 15 años, además de 19.000 puestos de trabajo. De ellos, 270 millones y 5.500 empleos verán la luz este año. El aeropuerto tiene capacidad para 16 operaciones de aterrizaje y despegue por hora y para recibir 23.000 visitantes al día hasta unos cinco millones al año. Sin embargo, en Aena son más cautos. Aspiran a llegar a los cuatro millones, ojo, cuando termine su concesión: dentro de 25 años. Los críticos apuntan a un fiasco descomunal. El proyecto ha costado a los murcianos 200 millones de euros –en los seis años que ha estado inutilizado, el gasto de mantenimiento ha ascendido a 22.000 al día– y el aeropuerto de San Javier, a escasa media hora de Corvera, funcionaba: cerró 2018 con más de 1,2 millones de pasajeros –un 6,4% más que en 2017– y fue premiado en 2014 y 2016 como mejor aeropuerto europeo de su categoría. El futuro incierto del brexit –La Gran Esperanza es el guiri inglés– tampoco parece alentador. Las alternativas no están demasiado desarrolladas: fuera de Reino Unido, los únicos destinos ofrecidos a corto plazo son Bélgica, Noruega, Irlanda y República Checa. Tampoco está conectado con Madrid y Barcelona, por cierto. Que lo arregle nuestro yo del futuro, parece pensar un radiante López Miras. Los antiguos dueños del terreno, por su parte, tampoco han recibido la indemnización. “Hemos tenido que sortear la crisis sin poder cultivar las tierras que nos quitaron y que eran nuestro medio de vida, le aseguro que ser padre de familia numerosa y ver la capaza vacía durante mucho tiempo es de lo más ingrato e injusto que me ha podido pasar”, escribe Nicasio Castillejo, uno de los afectados, en La Opinión. Castillejo le pide al presidente lealtad para con ellos y que le explique al rey que “muchas de las indemnizaciones (…) aún están dando vueltas en el limbo de las Administraciones, que los tres jueces a los que les ha tocado dictaminar sobre los recursos interpuestos han resuelto de manera distinta, obligando en algunos casos a pagar las costas a los propios afectados”. Pero López Miras está en otra. Mira, ahí va.
Bueno, ahí van. Todos.
La planta baja de la terminal se ha convertido en un auditorio. Los consejeros se hacen selfies. Bromean. Al fondo, los camareros preparan el vino español. La megafonía recalca que no se lo han traído de East Midlands. En segunda fila, junto a altos y condecoradísimos militares, un cardenal aguanta un rictus severo. Entre tanto desmelene, él encarna la mínima esperanza del perdón divino. Y, eh, ahí llega Francisco Bernabé, el antiguo delegado del gobierno que se encargó de militarizar las vías de Santiago el Mayor –y así echarle gasolina al fuego– cuando los vecinos protestaron por la llegada del AVE en superficie en lugar de soterrado, lo que separaba el barrio del resto de la ciudad. Mira cómo saluda a los militares. Observo la escena con la boca abierta. Bernabé me clava los ojos y la cierro, no sea que me quiera militarizar las encías. ¡Pero bueno! Es que también llega Teodoro García Egea, el Patrick Bateman de Cieza. Juro sobre esta página que intento echarle varias fotos, pero el tipo no para un segundo. Saluda, sonríe, habla. Saluda, sonríe, habla. Una antigua amiga le está contando lo de su bebé y Teodoro aguanta la sonrisa de hielo, pero saluda a cuatro personas más. Con una extremidad a cada una. ¡Recuerden su nombre! Un par de azafatos pasan a mi lado con cuatro bandejas de pasteles de carne de la pastelería Consuegra. Mr. Marshall se sienta, el ministro Ábalos termina y le toca a López Miras. Me froto las manos. Agarra el micro y dice los murcianos estamos orgullosos de ser españoles. Justo esta semana nos enteramos de que el gobierno regional lidera una campaña de donaciones para conseguir la bandera de España más grande de España. También dice que el aeropuerto es un deseo de cada murciano, que la Región vuela –redoble y platillo aquí– y que desde Murcia se hace más España. Mr. Marshall descubre su placa y se frota las manos. El vino español ya vuela.
Antes de salir, escucho una conversación entre dos engominados castizos.
– ¿Es que no ha venido Pablo Casado?
– Pues parece que no.
– Joder, quería yo presentarme a Pablo Casado…
– Bueno, está el rey.
– ¡A mí el rey me da igual, yo quería presentarme a Pablo Casado!
Y bueno, así están las cosas por aquí. En la puerta saludo a la multitud. Es un viejo chiste. El guardia del maletero me cala. Entonces hago el gesto de Sito Miñanco. Creo que no lo pilla.
Mientras atravieso el bancal de lechugas, Finca Lo Manresa ponía en el cartel de madera, y subo la música para no oír el motor del Corsa plateado de Dani, pienso en que ser murciano es una forma exagerada de ser español. Miro a la izquierda, orgulloso, y la barbilla me llega al esternón. Doy un volantazo. Levanto...
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Santini Rose
Santini Rose, seudónimo bajo el que escribe Santos Martínez (Fuente Librilla, 1992), es periodista. Hubo un tiempo en que las abuelas de su pueblo pensaban que tenía en sus manos el futuro, pero eso ya no lo piensa nadie. Autor del libro de relatos Mañana me largo de aquí (La marca negra ediciones).
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