– Se habla de que ojalá hubiera una alternativa…

– ¿Qué alternativa?

– Pu…pues…– balbuceo.

– Primero dámela y después lo vemos. Lo que pasa es que, mientras llega la alternativa, mi familia tiene que comer, dice Antonio, trabajador de Navantia durante más de 20 años, mientras se pasa entre los dedos las llaves de su coche.

El 12 de abril de este año, Arabia Saudí firmó la compra de cinco corbetas construidas por Navantia en la Bahía de Cádiz. Según Antonio Sanz, entonces delegado del Gobierno en Andalucía, el acuerdo garantiza siete millones de horas de trabajo durante los próximos cuatro años y medio y una inversión de 2.000 millones de euros. Pronto saltó la polémica. En pleno año electoral, la disyuntiva  –perder un contrato que rebajaría el agua del cuello a miles de trabajadores en una provincia con un 27% de paro o vender buques de guerra– se convirtió en un arma arrojadiza entre PSOE y Podemos. Mientras Pablo Iglesias pedía la suspensión del contrato, José María González, Kichi, alcalde de Cádiz, lamentaba tener que elegir “entre defender el pan o la paz” y culpaba a PP y PSOE de no haber sido capaces de desarrollar una alternativa en décadas de administración. A Susana Díaz le faltó tiempo para meter cizaña.

El eco de la lucha obrera llega al parking del astillero de San Fernando. Los muros están repletos de consignas reivindicativas. Una puerta giratoria de metal separa el aparcamiento de la nave. En unos minutos, a las dos y media, el goteo de trabajadores se intensificará.

– Mira, continúa Antonio, si no hacemos nosotros los barcos, los van a hacer los franceses, que tienen cuatro o cinco veces menos paro del que tenemos aquí. Es muy fácil hablar desde fuera, pero no hacer esa obra sería un desastre para toda la bahía de Cádiz.

– Yo lo que quiero es llevar a mi casa un sueldo decente, aquí estamos todos locos por agarrar el poco trabajo que hay, cuenta Alberto, que trabaja a través de una subcontrata. Dice que hay muchos como él: trabajadores contratados por obra y servicio que van a la calle cuando baja la producción.

Jesús Serrano, secretario de Industria de Comisiones Obreras Cádiz, repite una idea como un mantra: “Las obras las contrata el Gobierno central. Nosotros construimos barcos”. Según él, es básica la ampliación de miras: “Navantia tiene que ir planteando ya una diversificación, que no haya solo carga de trabajo militar. Quieras o no, una vez que modernices toda la Armada Española y que todas las armadas estén actualizadas, te vas a quedar sin trabajo”.

Hace 20 días, el portavoz del comité de empresa de Navantia, Javier Peralta, anunció que la construcción de las corbetas comenzará en enero de 2019.  En octubre de 2021 se entregará la primera unidad. Las otras cuatro se irán terminando en plazos de cuatro meses. Aunque en los astilleros de Cartagena y Ferrol se construirán los motores y las cajas reductoras, respectivamente, será en el gaditano donde aterrice la mayor carga de trabajo. Un trabajo para el que, según Serrano, sería una pena “no tener mano de obra preparada”. Apunta a la Junta: “Aunque las competencias de contratación las tiene el SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), la Junta de Andalucía puede ayudar mucho en la formación, ahí nos estamos jugando entre ocho y diez mil puestos de trabajo”.

– Yo tengo 24 años, y aquí no hay otra cosa que el astillero o la hostelería en verano–, cuenta Alejandro, que lleva tres meses como becario.

Serrano apunta que son tres los asuntos en los que trabajan desde CCOO: la gestión de las inversiones, la unificación de convenios (que incluyen el rejuvenecimiento de la plantilla) y la carga de trabajo. Después, repite el mantra: “Nosotros no contratamos la obra, nosotros construimos. Si hay que tomar una decisión, que no tenga carácter retroactivo. Si tú cierras un acuerdo con alguien y después no lo cumples, no solo pierdes ese cliente, sino que, a nivel de mercado, creas unas expectativas que luego con cumples y cualquier contrato queda en entredicho. Es el momento de diversificar, de no depender de lo militar, pero no podemos prescindir de este contrato, supondría una gran pérdida de competitividad y volumen de trabajo a corto y medio plazo”.

– Desde que se confirmó que la obra se va a hacer, a la gente se la ve más tranquila–, cuenta Juan desde el volante de su Opel Corsa. Lleva 32 años trabajando en Navantia. “Yo tenía compañeros que estaban jodidos durante esos meses, pero ahora están más tranquilos. Es que son seis años de trabajo, ¿eh?”. A través de la ventana me muestra los cinco dedos de una mano y el pulgar de la otra.

“No se puede usar la carga de trabajo, el sustento de miles de trabajadores, como arma arrojadiza. Si nos ponemos así, esto no es solo con Arabia: nosotros trabajamos con Estados Unidos, que siempre está en guerra con cualquier país; habría que plantarse en la puerta de Airbus, que construye los A400M, aviones usados en misiones militares, o en la puerta de General Dynamics, en Granada, donde se hacen carros de combate”, dice Serrano.

– Yo no quiero matar a nadie, pero tengo que comer –continúa Juan–, a mí me quedan tres años para jubilarme y esto debería de darme igual –vuelve a enseñarme tres dedos de su mano derecha–, pero tengo a mis dos hijas trabajando aquí, y mira, con esta obra me quedo más tranquilo durante un tiempo.

Como el resto de sus compañeros, ni siquiera se plantea el debate: la moral parece un capricho cuando las condiciones materiales mínimas no están aseguradas. Juan dice que no crea, que también hay algunos jóvenes “radicales” que no quieren que se hagan las corbetas. Tras algo más de una hora en la puerta del astillero, no encuentro a nadie que muestre la más mínima duda: el pan es lo primero. Cuando se lo digo, chasquea. Cierra los ojos. Asiente.

– Es normal, estamos todos deseando trabajar en lo que sea. Ahí, en la Bazán, hay un montón de gente que está esperando que salga cualquier cosa–, cuenta, señalando con el índice al otro lado del caño de Sancti Petri.

A la entrada de la Bazán hay una pintada que dice “PSOE traidor”. Los niños vuelven del colegio en grupos de tres o cuatro. Docenas de tipos de mediana edad se arremolinan en la puerta de la bocatería Buena, Bonita y Barata. Cuando hago una foto del cartel, el dueño se me acerca con el ceño fruncido. Me pide explicaciones. En el interior del local, con todo arreglado, me cuenta que cierran a las tres para tener comida a partir de las siete, que es cuando vienen los trabajadores. En este barrio, la carga de trabajo determina el estado de los bolsillos y algo mucho más profundo: el ritmo de la vida.

–¿Conoces la historia del buque Escuela Esmeralda?– pregunta Jesús Serrano.

–No.

– En el verano del 77, el buque escuela Esmeralda, chileno, vino a hacer una reparación a San Fernando. Como era de Pinochet y había sido utilizado para torturar, los trabajadores del astillero se negaron a arreglarlo. Nadie puede darle lecciones de solidaridad a los trabajadores del astillero. Las han visto de todos los colores. Y han tomado nota.