Tribuna
Elecciones o la izquierda como problema
Tal y como muestra la derecha fragmentada, el espacio político electoral se amplía cuando las opciones son variadas y distintas. ¿Sucederá lo mismo en Madrid? Muy bien lo tendrían que hacer y muy bien lo tendrían que haber hecho
Emmanuel Rodríguez 1/04/2019
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Los nervios de la campaña electoral deberían considerarse un síndrome de enfermedad profesional, en este caso de político profesional. El PSOE concurre cada vez más seguro de que la primera posición es suya, y que con suerte tendrá donde elegir: a su derecha con Ciudadanos, a su izquierda con Podemos. Por eso, para quienes por vocación o tradición son de izquierdas, y quieren a toda costa un gobierno con esta bandera, el problema es menos el PSOE, quien ha hecho de sobra lo que exigía su papel, que ese complicado conglomerado político que hasta hace dos días se llamaba el “bloque del cambio”. Conglomerado de geografía y composición variable, que en todas partes incluye a Podemos e Izquierda Unida, pero que en Catalunya añade a los Comuns de Ada Colau, en Valencia a Compromís, en Galicia al veterano BNG y otras fuerzas, en Navarra a Bildu e incluso a la franquicia del PNV (Geroa Bai), y en muchas ciudades a los llamados municipalistas, a la vez tan heterogéneos que no se sabría ni darles un rango común, más allá de la defensa de la democracia local.
El problema de este bloque, siempre desde una perspectiva electoral, es que hoy por hoy no garantiza una movilización electoral suficiente. La cuestión una vez más es la del principal sesgo del voto en este país, la de su principal partido, la abstención, que siempre cunde, y la vez espanta, más en el lado izquierdo y popular del espectro que en el derecho. Dos o tres puntos más de los esperados para el bloque del cambio y las elecciones tendrán el color rosado de la izquierda; dos o tres menos y vamos al “trifachito” con Casado como presidente y Rivera, como un Macron de parroquia, en Exteriores.
Dentro pues del bloque del cambio y de muchos de sus votantes: nervios, muchos nervios. Y el recurso a dos ficciones habituales en la tradición de la izquierda.
Primero: La ficción de la unidad. La preocupación se representa de forma paradigmática en la Comunidad de Madrid, en donde podría haber hasta tres candidaturas alrededor del PSOE (situarlas a su izquierda carece de sentido). Estas son la del Gramsci de Podemos, repentinamente envejecido y convertido en hombre de orden y Estado, Más Madrid: Errejón, “presente”; la candidatura del Podemos pata negra (esto es, del partido de Iglesias), a cuyo frente está la segunda hermana Serra, Isabel, tránsfuga a su vez de Anticapitalistas, en este vasto “corrimiento a la derecha” de la nueva política; y por último la candidatura con nombre desafortunado pero muy de izquierdas, “En pie”, liderada por IU y acompañada por Anticapitalistas, con cabeza en la figura de Sol Sánchez. Para el caso concreto de Madrid, que se repite en bastantes sitios, las razones de la fragmentación son fáciles de entender: Íñigo emprendió su camino en solitario tras su enfrentamiento con Pablo, camino de una nueva socialdemocracia nacional y patriota, bajo el ala de un PSOE renovado. Podemos quiso imponer a Izquierda Unida condiciones tan abusivas que esta ha amagado con concurrir por su cuenta, con otros expulsados, los Anticapitalistas. Y Podemos sigue siendo Podemos.
Y sin embargo, “Frente a la división, la izquierda grita unidad”. Este es el eslogan preferido por la izquierda (sobre todo de su parte oficial) contra sus críticos internos: así fue en Vistalegre II y así lo escuchamos de la mano de muchos de sus dirigentes. Los argumentos van desde el paternalismo hasta el pragmatismo; de la presunta confusión que produce entre los electores que existan dos o tres marcas casi iguales, hasta que la ley impone en Madrid un mínimo del 5% de votos para entrar en el Parlamento regional. Se podría hablar mucho de los presupuestos implícitos en el argumento (la defensa de las posiciones adquiridas, el ya mencionado paternalismo), así como de las ventajas de la fragmentación a la hora de repartir el poder y obligar a pactos entre élites distintas y enfrentadas.
No obstante, y por volver sobre Madrid, y siempre que no haya un acuerdo de última hora (todavía posible) entre Izquierda Unida y Podemos, las diferencias para el votante informado parecen claras, aunque seguramente no sean suficientes. Los centristas responsables pueden sentirse próximos a Errejón, los fan boys a Podemos, y la izquierda pata negra a En Pie. ¿Se trata de diferencias suficientes? Si fuéramos italianos, y si el suelo electoral no estuviera en el 5%, seguramente podríamos decir que estas diferencias son casi abismales. Pero la cuestión aquí es menos clara, cada una de ellas requiere del 5% de votos, y puede que todo el espacio se reparta menos del 20%. Tal y como muestra la derecha fragmentada, el espacio político electoral se amplía cuando las opciones son variadas y distintas. ¿Sucederá lo mismo en Madrid? Muy bien lo tendrían que hacer y muy bien lo tendrían que haber hecho. El problema en cualquier caso no parece que esté en la fragmentación o en la unidad, sino en otro lugar, que trato de investigar más abajo.
Segundo. La ficción del gobierno. O el gobierno como solución. Ejemplo paradigmático de esta ilusión es Podemos, en todas sus versiones y variantes, oficiales y escindidas. La paradoja de la ilusión de gobierno es que la izquierda en el gobierno decepciona siempre, o casi siempre. Un ejemplo, la alcaldía de Manuela Carmena, que en tiempo récord ha conseguido enfrentarse con casi todos los movimientos sociales de la ciudad, desde la vivienda hasta la defensa del patrimonio. Y que solo a mes y medio de las elecciones ensaya con algunas medidas estrella de dudosa credibilidad (como la suspensión de los alquileres turísticos según normativa) después de haberse saltado casi todos los puntos del programa. Ahora bien, si la izquierda en el gobierno decepciona ¿por qué seguir manteniendo la ficción del gobierno? ¿Por qué no combatir la desafección y la falta de credibilidad con algo más (o menos) que la promesa de gobierno? ¿Por qué no plantear la función de la izquierda en otros términos, más adecuados a hacer una oposición “en el gobierno” o fuera de éste contra los verdaderos poderes que operan en la sociedad?
Quizás resulte útil plantear el problema de la izquierda institucional desde otro lugar. Valga decir, si el bloque del cambio lo tiene tan difícil para movilizar el voto el 28A o el 26M es porque no tiene mucho crédito en la sociedad. O dicho de otro modo: el problema de la izquierda hoy es su separación de todo lo vivo que corretea en el subsuelo de esta sociedad.
La experiencia de la nueva política ha sido, ante todo y sobre todo, la de la formación de una nueva clase política, un cuerpo de líderes mediáticos, representantes, asesores, burócratas de partido, liberados que viven del presupuesto público. Si algo resulta escandaloso del chalet de Iglesias, no es que quiera vivir embutido de la “ideología de la clorofila” en los suburbios serranos de la capital, sino el estándar que representa el chalet: pareja de profesionales de éxito y con responsabilidades públicas por las que-merecen-todo, servicio doméstico y alto estatus social. Traduzcan: clase política. En efecto, lo más sorprendente de la nueva política es su rápida obsolescencia programada. No han aguantado ni 24 meses de responsabilidad pública. ¡Bendito asalto a los cielos!, pueden decir los conservadores de este país.
Otro ejemplo. Los sociogramas son un técnica sociológica. Básicamente tratan de encontrar las relaciones en un grupo humano, al tiempo que califican la calidad y naturaleza de estos vínculos. La misma disciplina tiende a considerar, de forma algo gruesa. la existencia de “grupos primarios”, organizados en torno a vínculos de intimidad, amistad o familia; y aquellos que llama “secundarios”, que se organizan por normas y reglas. Se podría pensar que la organización política o el partido es el grupo secundario por excelencia. Pues bien, lo que muestra un simple análisis es que Podemos y muchas otras experiencias del cambio se organizan antes como superposiciones de grupos primarios que como estructuras ideológicas con canales de decisión y de organización reglados.
El asunto adquiere perfiles escandalosos cuando pensamos en las direcciones políticas. El vínculo más potente en las cúpulas no es el de una suerte de meritocracia compartida basada en la militancia o en el saber, es sobre todo las relaciones íntimas. Ser amigo de la infancia de, haber sido amante de tal o cual figura, ser pareja de (con indistinción de género, pero con una enorme circulación de capital político y capital erótico) es sin duda el gran sello de fidelidad, y por lo tanto de promoción interna. Con estos mimbres, obviamente, resulta difícil esconder el carácter arbitrario y oportunista de la nueva clase política.
Recientemente la líder madrileña de Ciudadanos, Begoña Villacís, no sin mala baba, respondía a la fragmentación de la izquierda madrileña, “no es fragmentación, es descomposición”. No le falta razón. El problema del 28A, como el de las elecciones locales y autonómicas de mayo, reside en el rápido desgaste de la política del cambio, hoy convertida (no es casualidad) en nueva-vieja izquierda. Más allá de los resultados electorales, que no serán óptimos, la gran pregunta está en su capacidad o no de reinventarse a partir del verano. Entonces se convocará un Vistalegre III, se oirán las voces de quienes sucederán a Iglesias, se verá qué hace Izquierda Unida y el resto de pequeños actores.
Valga decir, que si todo esto se sigue produciendo con la total indiferencia hacia cualquier iniciativa social consistente y se sigue enredado en el actual juego de minorías, el resultado será más de lo mismo. Para las próximas elecciones un buen estímulo consistiría en empezar a reconocer el problema, elemento fundamental para ganar cualquier atisbo de credibilidad. Quizás con eso, se estaría en la senda de conquistar esos dos o tres puntos porcentuales que determinarán el resultado.
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
Autor >
Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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