Tribuna
Madrid no es Weimar, pero...
Las circunstancias políticas, sociales y culturales son notablemente distintas. Sin embargo, hay analogías entre ambas que, cuando menos, nos aconsejan, nos obligan a ponernos en guardia
Jesús Casquete 27/03/2019
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En 1956, Fritz René Allemann publicó un libro titulado Bonn ist nicht Weimar (“Bonn no es Weimar”). La metonimia hizo pronto fortuna y la aseveración del periodista suizo contribuyó a prefigurar una realidad: Bonn no iba a ser Weimar, Alemania no iba a incurrir en los mismos errores que habían conducido al país y al mundo a uno de los mayores desastres de la Historia, la II Guerra Mundial y el Holocausto. Bonn era un atajo que tomó Allemann para referirse a la Ley Fundamental de 1949; Weimar fue la capital de Turingia que acogió las deliberaciones de la Asamblea Nacional encargada de redactar el texto constitucional de la primera experiencia de democracia en el país, que fue sancionado oficialmente en agosto de 1919.
Nacida al calor de la derrota militar en la I Guerra Mundial, la primera democracia alemana nunca gozó de un decurso sosegado: nació de una revolución, y acabó en enero de 1933 con Adolf Hitler aupado a la cancillería. La República de Weimar fue muchas cosas: un laboratorio cultural en el que se desafió a las convenciones establecidas y se “bailó sobre las ruinas de la moral heredada” 1; un periodo de crisis en los órdenes económico y político. Crisis económica, manifestada en una hiperinflación como el mundo no ha vuelto a sufrir, y con unas tasas de paro como Alemania no ha vuelto a vivir; crisis política, marcada por una inestabilidad crónica (un total de veinte gobiernos en 14 años), fragmentación partidista y una “coalición negativa” de comunistas y nazis enemigos de la República que sumó la mitad de los sufragios en las dos últimas elecciones al Reichstag, celebradas en 1932.
La República de Weimar fue todo esto, y fue también la antesala del acceso nazi al poder. Weimar es el banco de aprendizaje sobre el que se sostiene, como contraejemplo (lo que no tiene que ser), el sistema político surgido de los rescoldos de la guerra y, varias décadas después, de la caída del muro de Berlín; porque Berlín tampoco es Weimar.
Algunos desarrollos recientes de la política española, y en particular la irrupción de la derecha ultranacionalista en la vida política, hacen pertinente y aconsejable echar la vista a Weimar por si pudiera guiarnos en la cuestión de si, y en qué medida, Madrid adquiere aires de Weimar. No creemos que con la comparativa incurramos en la conocida como “Ley de Godwin”, según la cual a medida que progresa una discusión las probabilidades de efectuar una comparación a Hitler o a los nazis se aproxima a uno, por una sencilla razón: ponemos a los nazis en el centro de nuestras reflexiones desde el principio.
A continuación aporto una serie de datos y constataciones históricas relativas al nacionalsocialismo durante la República de Weimar, con un ojo puesto en la política española desde el punto de vista del auge de la extrema derecha:
– El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) surgió formalmente en febrero de 1920 a partir del Partido Obrero Alemán (DAP), que había nacido en enero del año anterior. En sus primeras reuniones el DAP no consiguió reunir a más de media docena de personas 2. Hitler gustaba de insistir en sus mítines en el “triunfo de la voluntad”, cuando un reducido grupo de creyentes en la redención de Alemania según líneas raciales hicieron frente a toda suerte de adversidades hasta conquistar el corazón de los alemanes y hacerse con las riendas del país. La primera reunión de la formación paramilitar nazi (las Tropas de Asalto o SA) de que se conserva registro se celebró a finales de 1921. Los servicios de información bávaros registraron entonces 75 asistentes, todos varones, todos dispuestos llegado el caso a dar la vida por la “lucha por la calle” y por la palingenesia de Alemania; en enero de 1933 ya eran 430.000 camisas pardas. Quiero decir con ello: todo movimiento social y político en su statu nascenti (y los que defienden causas progresistas no son excepción) no pasa de contar con un puñado de adherentes. A día de hoy, y con las encuestas electorales en la mano, la ultraderecha española ya ha pasado ese umbral.
– En las elecciones al Reichstag de 1928, el NSDAP obtuvo el 2,6 por ciento de los sufragios; en 1930, con el 18,3 por ciento, se elevó a la condición de partido de masas. El salto ya lo habían dado en los comicios regionales de 1929 en varios Länder: 11 por ciento en Turingia, 7 por ciento en Baden. Primero tomaron diferentes Landtag, luego tomaron el Reichstag. Por traer el argumento a casa: la ultraderecha empezó en Andalucía, su irrupción en el Congreso de los Diputados se da por segura.
– Por último, y sobre todo: Hitler no habría sido nombrado canciller de Alemania sin la complicidad del espectro conservador alemán. Creyeron poder “domesticar” al “cabo austriaco”, y acabó haciéndose con el poder absoluto del país. ¿O acaso hace falta recordar que el primer gabinete que presidió cuando accedió al gobierno el 30 de enero de 1933 era de minoría de nazis –tres miembros, incluido Hitler, sobre un total de 13–, siendo el resto conservadores? Esta experiencia histórica ayuda a explicar la política de “cordón sanitario” practicada en Alemania ante expresiones ultranacionalistas y xenófobas como es Alternativa por Alemania (AfD). Desde que Bonn es Bonn y Berlín es Berlín –hace décadas, pues, se tome el punto que se tome–, ninguno de los partidos que han dominado y dominan el panorama partidista en el país (CDU-CSU, SPD, Verdes, Liberales, Die Linke) ha alcanzado acuerdo alguno a nivel nacional o regional con formaciones políticas de ribetes supremacistas y xenófobos, ayer Die Republikaner y hoy la AfD. La fragilidad de la memoria de las dos principales expresiones de la derecha española, por no hablar de su inconsistencia moral, se plasmó en cuestión de semanas en un gobierno con los votos (negociados) de los nostálgicos del franquismo.
Madrid no es Weimar, no. Las circunstancias políticas, sociales y culturales son notablemente distintas. Sin embargo, hay analogías entre ambos que, cuando menos, nos aconsejan, nos obligan a ponernos en guardia. Weimar no supo aplicar medidas profilácticas que hiciesen frente al auge del fascismo; ¿será capaz Madrid de aprender la lección?
1. Curt Moreck, Ein Führer durch das Lasterhafte Berlin, be.bra, Berlín, 2018 [1931], p. 92.
2. Sven Felix Kellerhoff, Die NSDAP. Eine Partei und ihre Mitglieder, Stuttgart, 2017, p. 23
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Jesús Casquete es profesor de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Fellow en el Zentrum für Antisemitismusforschung (ZfA) de Berlín.
En 1956, Fritz René Allemann publicó un libro titulado Bonn ist nicht Weimar (“Bonn no es Weimar”). La metonimia hizo pronto fortuna y la aseveración del periodista suizo contribuyó a prefigurar una realidad: Bonn no iba a ser Weimar, Alemania no iba a incurrir en los mismos errores que habían...
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