Una demanda por discriminación de género institucionalizada
Las jugadoras de fútbol de EE.UU. reclaman daños y perjuicios a su Federación tras sufrir discriminación salarial y peores condiciones de trabajo que sus homólogos masculinos pese a obtener mejores resultados y generar importantes ingresos económicos
Ricardo Uribarri 3/04/2019
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“Siempre cree en ti mismo. Lucha por lo que vales. Y nunca aceptes menos. Nunca”. La frase, pronunciada por Megan Rapinoe, una de las mejores futbolistas estadounidenses, puede resumir el espíritu de la lucha emprendida por las componentes de la selección femenina de ese país, que han presentado una denuncia contra su Federación por “discriminación de género institucionalizada”. Un dato sería suficiente para justificar su iniciativa. Ellas, que tienen el triple de títulos que sus homónimos masculinos, ganan tres veces menos. Pero siendo importante esa cuestión, no se trata sólo de un problema económico. Hay mucho más detrás.
La reclamación contra la Federación de Fútbol de EE. UU. está basada en dos causas: violación de la Ley sobre igualdad de retribución y violación del Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964: discriminación por razón de sexo
Las 28 jugadoras que firman la demanda decidieron presentarla ante un Tribunal Federal de Los Ángeles el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, como gesto simbólico de su reivindicación. Es el paso que han decidido dar después de que la queja presentada por cinco de ellas hace tres años ante la Comisión de Igualdad de Oportunidades en el Trabajo (una agencia federal que vela por la no discriminación laboral) no haya tenido una resolución a día de hoy. Una vía que ahora queda anulada al recurrir a la senda judicial. La reclamación contra la Federación de Fútbol de Estados Unidos (USSF) está basada en dos causas: violación de la Ley sobre igualdad de retribución (conocida como Equal Pay Act) y violación del Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964: discriminación por razón de sexo. Las demandantes han solicitado un estatus de acción de clase para poder representar a cualquier jugadora que forme o haya formado parte de la selección desde el 4 de febrero de 2015. Reclaman una compensación por daños y perjuicios que en caso de una sentencia favorable podría ser de varios millones de dólares.
Cuando algún colectivo femenino vinculado al deporte protagoniza una reclamación para mejorar sus condiciones laborales siempre aparecen los mismos argumentos en contra: “las mujeres no tienen nivel; ofrecen menos espectáculo; tienen menos audiencias; generan menos dinero…”. Unas justificaciones que no se cumplen en este caso. ¿Menos nivel? Las estadounidenses pueden presumir de haber ganado tres veces el Mundial y cuatro veces los Juegos Olímpicos. El resultado más destacado en esos torneos de la selección masculina estadounidense es un tercer puesto en el Mundial de 1930. ¿Audiencias? La final del Mundial de 2015 que disputó y ganó la selección femenina fue el partido de fútbol más visto en la historia de Estados Unidos, con una audiencia de 23 millones. ¿Menos dinero? La Federación aduce que “las realidades del mercado son tales que las mujeres no merecen ser pagadas por igual que los hombres”. Sin embargo, las jugadoras explican que ni siquiera en los momentos en los que ellas han generado más dinero del previsto se ha corregido la enorme desigualdad. Y ponen como ejemplo que en 2016 excedieron hasta en 16 millones de dólares la previsión de ganancias de la Selección.
EN EL MEJOR DE LOS CASOS, ELLAS GANARÁN 99.000 DÓLARES, QUE SERÍA EL 38% DE LA MEDIA QUE INGRESAN LOS HOMBRES
El enfado de las internacionales estadounidenses se entiende mejor al comprobar que la USSF pagó a los componentes de la Selección masculina 5.375.000 dólares tras ser eliminados en octavos del Mundial de 2014 mientras que un año después abonó 1.725.000 dólares a las mujeres que ganaron el Mundial. Los dirigentes se defienden diciendo que los premios provienen de lo que paga la FIFA a las federaciones. Una cantidad mucho mayor en el torneo masculino, 400 millones de dólares, que en el femenino, apenas 30 millones de dólares. Pero las peticiones de las jugadoras se centran también en las condiciones de base que tienen estipuladas unas y otros a la hora de disputar partidos. Las jugadoras reciben la cantidad de 72.000 dólares al año por jugar un mínimo de 20 partidos amistosos y aparte tienen un bono de 1.350 dólares por victoria siempre y cuando sea a una de las 10 primeras selecciones del ranking. Es decir, pueden ingresar, como máximo, 99.000 dólares en el caso de que ganen todo. Por su parte, los hombres no tienen un salario fijo pero reciben una cifra que va de los 5.000 a los 17.000 dólares dependiendo del rival y sin que se tenga en cuenta el resultado. Con lo cual pueden lograr un mínimo de 100.000 dólares aunque pierdan todos los encuentros. La media real de sus ingresos es de 263.000 dólares. De esa forma las jugadoras sólo lograrán, en un supuesto optimista, el 38% en relación a lo que ganen ellos.
Las internacionales también hacen hincapié en otros aspectos importantes en los que, a su juicio, notan un trato desigual al que reciben los jugadores. En la demanda señalan que “la Federación no ha logrado promover la igualdad de género, se ha negado obstinadamente a tratar a sus empleadas que son miembros del equipo nacional por igual que a sus empleados que son miembros de la Selección masculina”. Ellas reclaman una mayor promoción de su actividad, mejor programación de partidos, mejoras en tratamientos médicos y desplazamientos y no tener que volver a disputar partidos en campos de césped artificial, donde se corre más riesgo de lesiones. En los últimos años han jugado hasta un 21% de sus encuentros en esa superficie por tan sólo un 2% de los hombres. La Federación afirma haber corregido ese aspecto ya que desde 2018 la Selección femenina no ha vuelto a disputar un partido en césped artificial.
El sindicato que representa a las jugadoras no ha formado parte de la demanda pero ha mostrado su total apoyo a las futbolistas, lo mismo que ha hecho el sindicato de jugadores masculinos, que ha señalado que “esperamos que el fútbol estadounidense responda a las demandas de asociaciones de jugadores para poder avanzar con una compensación justa y equitativa para todos los jugadores de Estados Unidos”.
Ya en mayo de 2016 el Senado de Estados Unidos aprobó una resolución no vinculante en la que instaba a la Federación “a eliminar inmediatamente la desigualdad salarial de género y tratar a todos los deportistas con el mismo respeto y dignidad”. La institución deportiva contestó alegando que la selección masculina puede recibir en ocasiones mayor compensación económica por su trabajo en virtud de que generan más dinero, pero que cualquier diferencia de salario no estaría nunca motivada por discriminación de género.
Tras la presentación de la demanda, la USSF ha explicado también que en la dura negociación llevada a cabo en 2017 para firmar un nuevo convenio colectivo, se llegó a un acuerdo por el cual las jugadoras cedían en su pretensión de obtener una remuneración absolutamente igual a cambio de una mejora en los salarios y en las condiciones de trabajo, así como la concesión de buscar oportunidades comerciales a través de su sindicato. Un pacto que, sin embargo, dos años después ya no satisface a las jugadoras porque entienden que muchas de esas medidas no se han cumplido de la manera correcta y que las disparidades con sus homólogos masculinos siguen siendo importantes.
La final del Mundial de 2015 que disputó y ganó la selección femenina fue el partido de fútbol más visto en la historia de Estados Unidos, con una audiencia de 23 millones
Una desigualdad que choca con lo marcado en el Título IX de las Enmiendas de Educación de 1972, una Ley federal que dice que “ninguna persona en los Estados Unidos debe, con base en el sexo, ser excluida de la participación en, que se le nieguen los beneficios de, o ser sujeto a discriminación bajo cualquier programa o actividad educativa que reciba asistencia financiera federal”. La norma obliga a las escuelas a proporcionar a los deportistas de ambos sexos las mismas oportunidades de participar en deportes. También tiene que tratar de manera igualitaria a los equipos masculinos y femeninos en lo que se refiere al acceso a entrenadores, instalaciones y otros recursos. Gracias a esa legislación, muchas mujeres han podido competir al más alto nivel en su disciplina en Estados Unidos, incluidas varias de las que integran la selección de fútbol. Una filosofía que, sin embargo, se rompe en casos como este.
En 1972 Billie Jean King creó la Asociación de Mujeres Tenistas para reivindicar sueldos dignos para las jugadoras, llegando a boicotear el Abierto de Estados Unidos y creando un torneo paralelo. Las saltadoras de esquí libraron una batalla legal de un año para poder competir en los Juegos Olímpicos de Invierno a partir de 2014. El equipo de hockey femenino llegó a amenazar a su federación con no acudir al Mundial de 2017 para lograr unos salarios justos. Ahora le llega el turno al fútbol femenino. Jugadoras como Carli Lloyd, Megan Rapinoe, Alex Morgan o Crystal Dunn, que son referentes y han apoyado la lucha por los derechos LGBT o la igualdad racial, entienden que es el momento de perseverar en una lucha que sirva de ejemplo para el futuro. Morgan lo dejó claro en una entrevista en el Wall Street Journal. “Cada una de nosotras está extremadamente orgullosa de vestir la equipación de Estados Unidos y nos tomamos seriamente la responsabilidad que eso conlleva. Creemos que la lucha por la igualdad de género en el deporte es parte de esa responsabilidad".
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Ricardo Uribarri
Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.
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