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Inés Arrimadas
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Entre los muchos deterioros, fallas y filfas de la democracia parlamentaria, como sistema político, que de momento no tiene ninguna rueda de recambio, pues las actuales opciones alternativas son todavía peor y Dios nos coja confesados, uno, que estos días hemos experimentado en nuestras carnes, es el de la confección de las listas electorales, de obligada necesidad y que, como se ha puesto en evidencia, tiene más de burla y cachondeo, de oportunismo y de teatro que de seriedad efectiva (advirtamos, para no herir la sensibilidad nacional, que por ejemplo, esta mala costumbre no es exclusiva de nuestro país, pues en una república americana se llegó a oscurecer la piel de un candidato a la Presidencia de la nación, para congraciarse con el electorado indígena). Al parecer, todo vale, con vistas a las urnas. La fotogenia de las chicas guapas, como en el casting de una película, con la superficial cultura de la imagen, los apellidos históricos, con repercusiones emocionales y reconocido perfil, las profesiones con características propias, que son una garantía y una bandera. El demostrado talento, la fuerza de la personalidad, las dotes de persuasión, la honradez emblemática, la biografía impecable o, incluso, los títulos académicos (sin trucos) podrían ser los mejores avales para un aspirante a formar parte de una lista electoral. Pero nuestros gestores políticos han elegido otras vías, que prometen ser muy rentables, a la hora de votar. Lejos de la ortodoxia democrática, lejos de la consideración del ser humano como ser racional, lejos de pensar en lo que los elegidos pueden aportar en el juego político del futuro, los criterios de selección son cuanto menos sorprendentes. El PP ha optado por un apellido de la historia, de dudoso valor político, pues su gran mérito es el de haber traicionado al régimen al que sirvió toda su vida y que abandonó en cuanto hizo aguas (naturalmente, al primer tapón, zurrapa). Vox, como era de esperar, ha elegido a los representantes de un cuerpo profesional ajeno a la política, aunque contaminado de ideología, y de unas especiales características procesales, rígidas, monolíticas y tradicionales, sin vuelta de hoja, bastante ajenas a la esencia de la democracia. Ciudadanos ha unido el prestigio internacional de los ejecutivos multinacionales y su utilización de la rentabilidad económica del mercado al atractivo subliminal del encanto femenino. El PSOE, al loro, ha llenado sus listas de rostros de mujeres, después que unas imprudentes, aunque sinceras, declaraciones de VOX, sobre la conveniencia de cambiar la Ley de Defensa de Género, hayan convertido estas elecciones en un plebiscito feminista. La Caraba. Después de todo, son los Partidos extremos, los que se atreven a dar la cara y Podemos nutre su lista, con nombres de la cantera y VOX no oculta sus macabras intenciones. Y, como la guinda del pastel, no olvidemos que hasta se ha llegado a incluir un torero, con todos nuestros respetos, como aspirante al Parlamento.
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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