2 comentario(s)

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1. Tom

   Me gusta esta editorial y su contenido pero… Me resulta llamativo que el alegato en contra del miedo y a favor de la responsabilidad vaya seguido de la frase “cada actor tiene que actuar con responsabilidad… Los medios de comunicación, con una cobertura de la campaña limpia, en la que no se normalicen propuestas fascistas”. Si la limpieza consiste en sospechar constantemente en el limpiado del fascismo (me recuerda a cuando se lanzaba desde la caverna mediática que decir que ETA tenía una explicación política equivalía a quitarle importancia a sus actos), eso es, precisamente, caer en y utilizar el miedo. En la actualidad, determinadas propuestas políticas presentes en los programas de los partidos de extrema derecha no pasan el más mínimo análisis riguroso sobre su encaje en el fascismo desde un punto de vista histórico o ideológico. Sin embargo, estas propuestas encajan mucho mejor y de manera más contemporánea con las agendas libertarias y de laissez-faire (compárense estas propuestas con lo defendido por los lobbies libertarios de EEUU), en las que también se encuentran presentes elementos nacionalistas, conservadores, y ciertos toques de autoritarismo. Poca gente desea vivir en una anarquía, ni siquiera si esta es una anarquía económica, y por eso son necesarios los otros elementos ideológicos que hacen más digerible un discurso, que hasta ahora, al menos en Europa, ha sido residual. Invocar la figura del fascismo (y de otras figuras indeseables cargadas de connotaciones negativas) constantemente es el síntoma de la desaparición de la ideología del debate público y político, y la progresiva introducción de la identidad como eje principal. Cuando Francis Fukuyama proclamó el fin de la historia, no se refería tanto a que ya no existirían cuestiones ideológicas para contrastar, sino que éstas desaparecerían del imaginario público. Y así parece haber sido. La ideología, salvo puntuales apariciones en forma de alusiones a la socialdemocracia o el neoliberalismo, ha abandonado el escenario. En su lugar, las identidades, sobre todo, una versión conflictual de ellas en lugar de una versión de proyecto, son las que vertebran gran parte de los discursos y propuestas de los diferentes actores. Esto no es algo esencialmente negativo, las identidades son fundamentales para conformación de grupos que trascienden al individualismo, y en la modernidad fueron vehículos para la formación de enormes movimientos sociales que desembocaron en cambios políticos sin precedentes. Pero también es cierto que esas identidades fueron la base sobre la que se desarrollaron las principales familias ideológicas que se colocaban por encima de las identidades porque eran capaces de integrar diferentes necesidades y componentes identitarios, sobre todo en el siglo XX. Hoy, las identidades son posmodernas y como tales son porosas, líquidas y basadas en elementos tan heterogéneos que pueden existir tantas identidades como personas. Nuevamente, no es algo malo, pero que los árboles no impidan ver el bosque. La defensa a ultranza de un escenario de enfrentamiento identitario trasladado a los parlamentos nos lleva a un esquema de adversarios donde el oponente político se convierte en enemigo (con quien no existe negociación, sólo cabe aspirar a su derrota). Este enemigo está en las antípodas de nuestra identidad, y, por consiguiente, encarna lo opuesto a nuestros valores; hasta los más básicos: no respeta la vida, la dignidad, los derechos, la propiedad, etc. Es difícil, que, si nos creemos esto, no estemos experimentando temor a la hora de afrontar un periodo electoral. Desde esta perspectiva además, creo que es sencillo pensar, en referencia a lo que se dice en esta editorial, que cuando nos identificamos plenamente con una identidad y asignamos los valores opuestos a las demás, estarían a la misma distancia de nosotros y nosotras quienes voten a un partido de lado contrario en la escala ideológica, así como quienes votan a partidos similares a los que vayamos a votar pero que contengan en sus discursos y propuestas elementos ligeramente distintos a aquellos que encajan con nuestra identificación Por eso debe regresar la ideología al centro. Como votante progresista nunca considero votar a VOX, pero no porque piense que son fascistas (no lo creo porque esos movimientos ya no tienen encaje en nuestras democracias), sino porque sus políticas de corte libertario/consevador/autoritario/nacionalista no me convencen. Cuando los 5 partidos en pugna prometen “reparar” la desigualdad, el desempleo, la violencia y todo lo importante, lo que los diferencia han de ser sus modos. Esta es la información que contiene la ideología. Ciertamente, es un elemento más esquivo y complicado de entender, sobre todo, en partidos tipo atrapatodo (catch-all) que integran elementos de diferentes ideologías. Lleva tiempo explicar y entender todo ese embrollo, pero creo que la responsabilidad de los medios de comunicación es informar con rigor y no tratar de simples a los y las espectadoras. Tenemos por delante una serie de desafíos que van a tener mucho que ver con los planteamientos ideológicos y será más positivo traer ese debate de vuelta.

   Hace 5 años 7 meses

2. Carlos Ávila

   Mi propuesta de voto útil: Congreso, UP (es la manera de forzar al PSOE a hacer políticas más progresistas); Senado, PSOE (en un sistema mayoritario todo lo demás es tirar el voto) y, aunque no sean ahora, europeas, ERC (lo merecen y lo merece también Cataluña).

   Hace 5 años 7 meses