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CÉSAR DE VICENTE / DRAMATURGO Y ENSAYISTA

“La República de Weimar se levantó sobre el asesinato de miles y miles de revolucionarios”

Hedoi Etxarte 20/04/2019

<p>César de Vicente.</p>

César de Vicente.

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César de Vicente Hernando es coordinador del Centro de Documentación Crítica (CdDC). Es autor de unos cuantos libros: Günther Anders, fragmentos de mundo (Catarata, 2011), del monumental ensayo La escena constituyente. Teoría y práctica del teatro político (CdDC, 2013), del manual La dramaturgia política. Poéticas del teatro político (CdDC, 2018). Y, pese a haber editado a un sinfín de filósofos y dramaturgos (Peter Weiss, Herbert Marcuse, Erwin Piscator, Marc Blitzstein), carece, para mi sorpresa, de artículo en la Wikipedia. En agosto de 2018 publicó La revolución de 1918-1919. Alemania y el socialismo radical (Catarata): una síntesis para el centenario de aquel acontecimiento, un texto para comprender el Estado de Bismarck, el de la República de Weimar y las especificidades de aquella revuelta obviada, por lo incómoda que resulta, para tantas tradiciones políticas e historiográficas un siglo después. Pudimos charlar con él en su reciente visita a Pamplona invitado por el Instituto Gerónimo de Ustariz. Antes de escuchar su voz leímos sus textos, y para la ocasión, teníamos en mente las líneas que escribió en el epílogo de la Obra inacabada de Bertolt Brecht (La Uña Rota, 2011): “Las ‘falsas ilusiones’ que vivimos parecen habernos convencido de que explotaciónpropiedad privada control del poder no son ya asuntos contemporáneos, temas que afecten a nuestras vidas. Las ‘falsas ilusiones’ que vivimos han llegado también a cautivar las palabras […] hasta hacerlas trabajar en la trivialidad y el engaño. Convencidos de que la riqueza la producen las empresas, de que se nos paga lo justo en nuestro trabajo, o de que podemos participar en la toma de las decisiones políticas que nos importan mediante las elecciones, Brecht, entonces, parecería innecesario. De hecho él mismo declaró que no le importaría que sus obras no se representaran más porque eso querría decir que el asunto del que tratan, la explotación del ser humano por el ser humano, ya no existiría. Sin embargo, el tema central de su teatro conforma nuestro tiempo y nuestras vidas, aún” (p. 225). Recordamos aquí el centenario de la Revolución alemana por sus conexiones con el presente. Y, al final de la conversación, hablamos sobre el arte y la transformación.

¿Por qué no se ha querido celebrar el centenario de la Revolución alemana?

Bueno, quizá haya que matizar: es fuera de Alemania donde no se ha celebrado. Pero en Alemania sí que ha habido centenario. En Berlín, por ejemplo, se ha organizado, por toda la ciudad, una exposición a través de decenas de paneles informativos y vagones de trenes, debates y conferencias organizadas por más de cincuenta organismos. Más de media docena de medios están informando casi a diario sobre cuestiones relacionadas con del centenario.

¿Cual es el problema de esta revolución? 

El primero, creo que obvio, es que no fue una revolución que triunfó. Además, inmediatamente después vino el ascenso del nazismo y, por tanto, la alemana se quedó entre la soviética de 1917 y el auge del nazismo. Quedó eclipsada. Y es que, además, prácticamente no hubo tiempo para “tocar” las instituciones. Y claro, una revolución que sólo puede restituir el normal funcionamiento de la vida, aunque saquen banderas rojas por los balcones, parece que no es digna de ser estudiada.

La masacre fue tal que la socialdemocracia no ha querido ni que se hablara del tema. El SPD no podía pasar a la historia como la responsable de aquella masacre que explica tantas cosas que después pasarán en la historia de Alemania

La otra razón es que quien acaba con la revolución es la propia socialdemocracia. De manera violenta, sistemática y terrible. Es decir, allí donde hubo espartaquistas, manu militari se les hace desaparecer. Y como para ello no tenían suficiente con los efectivos del ejército formaron los Freikorps: fuerzas de asalto de voluntarios, milicias. La masacre fue tal que la socialdemocracia no ha querido ni que se hablara del tema. El SPD no podía pasar a la historia como la responsable de aquella masacre que explica tantas cosas que después pasarán en la historia de Alemania. Y eso le ha resultado bastante sencillo, porque es la socialdemocracia quien ha dominado la historiografía alemana y su relato nacional en el Oeste y tras la absorción del Este. En algunos casos se afirma incluso que no hubo revolución. Por eso es difícil que un centenario vuelva a traer a primera línea este acontecimiento histórico. Y, desde luego, si Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no hubieran sido asesinados y no se reconociera este acto terrible, probablemente ni siquiera estaríamos hablando de la revolución. Porque el relato posterior habría podido borrar aquellos meses del mapa.

En el libro La revolución de 1918-1919. Alemania y el socialismo radical explicas qué forma de estado piensa Otto von Bismarck, cómo, para participar en él, el SPD se amolda, y cómo amoldándose ese partido jamás pondría en duda las instituciones que le permitían tener representación pública.

Sí. En el momento en el que pactas reforma, que es lo que pactaron Bismarck y el SPD, dejas de querer organizar la revolución. Es cierto que el SPD fue perseguido y prohibido en alguna ocasión. Aunque hubo una dinámica de lucha y desgaste, en el fondo, había un acuerdo. Bismarck dice: “Puedo seguir en el poder con el SPD en las instituciones si cedo en ciertos puntos”. Y cede en ciertas cuestiones. Y el SPD dice: “Mirad, ha cedido en algunas cosas. Si ha cedido sin confrontación violenta más allá de arengas o huelgas, quiere decir que sin revolución se puede llegar a cambiar las cosas”. Claro, tu puedes negociar demandas reformistas si tu programa es reformista. El problema es que se suele confundir revolución y reforma pensando que revolución es una cosa violenta y reforma es una forma suave de cambio de sociedad. Pero no, en la reforma no se pretende cambiar la sociedad. Lo que hay es pacto. El discurso es que mediante el pacto yo cedo, tú cedes y todos contentos. Pero no, con el pacto de Bismarck y el SPD no todo el mundo podía estar contento porque las demandas del movimiento obrero, el movimiento comunista o el movimiento anarquista no se realizan dentro del estado de Bismarck. Y claro, una vez el SPD lleva décadas de pacto con el estado a la Bismarck, una vez que ves que la negociación permite demandas reformistas, ¿para qué vas a querer hacer una revolución? No la quieres. Y, además, sostienes al sistema. Cambias ciertas estructuras en sus formas: cambias de monarquía a república, por ejemplo. Pero ya está, no resuelves ninguna cuestión social.  

Antes de la Revolución, cuando el SPD aprueba los créditos de guerra, comienza la ruptura entre quienes serán los espartaquistas, los comunistas y quienes después seguirán siendo del SPD. Sé que esto es historia ficción, pero me da la sensación de que la Gran Guerra es una excusa para que la parte que quería una transformación profunda de la sociedad, una revolución, se marchara del SPD. Es decir, que apoyar los créditos es ya una línea roja que no se puede pasar y dicen: se acabó, nos vamos. La pregunta es, ¿si esa guerra no se hubiera dado, hasta cuándo y cómo habrían convivido esos dos proyectos antagónicos dentro del SPD? Porque, desde 1905, desde que Rosa Luxemburg observa la revolución rusa y escribe Huelga de masas, partido y sindicatos (1906), ese divorcio es explícito dentro del partido.

la Primera Guerra Mundial rompió el sistema social imperante en Europa. Por mucho que uno no quisiera mirar la cuestión de clase en la colonización, la guerra mostró que el sistema burgués había fracasado

Esto que comentas es importante. Si no hubiese habido guerra habría habido, de igual modo, una escisión entre el SPD y los revolucionarios. Lo que ocurre es que, si nos vamos un poco antes, vemos que, en general, los partidos socialdemócratas más importantes de Europa habían pactado el “No a la guerra“ antes de la guerra. Así que lo pactan pero luego el SPD le da la espalda al acuerdo y apoya la guerra. ¿Resultado? Los socialdemócratas alemanes fueron a matarse con el socialdemócrata francés, el belga, el ruso. Además, hay otra cuestión todavía más grave: el SPD admitía el colonialismo. Porque entendía que beneficiaba a los obreros alemanes. Ahí sí que había una contradicción fuerte. La lectura del SPD es que los africanos merecen ser esclavizados si eso reporta mejores condiciones sociales a los trabajadores alemanes. Era la misma lectura que hacía la socialdemocracia belga que apoyaba la colonización del Congo, por ejemplo. Esta lectura era posible si obviabas la lectura de que en África lo que había era lo mismo que en Europa: trabajadores. Se pasaba por encima de esto. Rosa Luxemburg hace una crítica de la acumulación del capital diciendo que la acumulación, en esa fase, se basa en el imperialismo. Y por eso, creo que, si la tensión interna a la socialdemocracia no hubiera estallado por la Primera Guerra Mundial, lo habría hecho por el imperialismo. No se podía sostener durante mucho tiempo esa contradicción. Se habría ido pudriendo el modelo social.

Pero es que, además, la Primera Guerra Mundial rompió el sistema social imperante en Europa. Por mucho que uno no quisiera mirar la cuestión de clase en la colonización (como pasa hoy en día), la guerra mostró que el sistema burgués había fracasado. Es decir, que había más progreso, que se generaba más riqueza, pero que no se repartía, que la gente no vivía mejor. Se progresaba, se progresaba, pero no llegaba la sociedad de pleno empleo, los derechos sociales, etc. Según se progresaba más se hundía la gente, más miseria había para la mayoría. Eso mostró la falla del liberalismo. No había tu tía. Estalló el sistema social. Y la cuestión no era que el SPD apoyara los créditos de guerra. La cuestión fue que la guerra mostraba, con toda su crudeza, que el proyecto burgués, para la mayoría, era la miseria y que había que buscar otro orden del mundo. No se podía seguir así.

Hay un hecho bonito en el teatro. Stefan Zweig escribió una pieza, Geremías, que no es muy conocida, que se estrenó en Suiza porque en Alemania o en Austria no podía ser. En la obra se dice: la guerra es un horror, dejemos entrar al invasor, no nos confrontemos porque si no nos destruirán. Eso era en 1916. Estaba claro que hacer y mantener la guerra era profundizar en aquella crisis. Y eso lo vieron claramente todos. Sobre todo Liebknecht, que entendió que el fin de la sociedad burguesa había llegado: millones de muertos, mutilados, locos. Eso es lo que el frente devolvía a la sociedad. Ese frente al que fueron con la promesa de que el Kaiser y la monarquía alemana sería la gran triunfadora.

Hay dos cuestiones que resaltas en el libro que me intrigan. Una es la velocidad en la que todo se desarrolla: cómo puede suceder tan rápido la salida de prisión de Luxemburg y Liebknecht, el estallido de la revolución, la masacre contra sus dirigentes, la represión contra los revolucionarios y la paz sobre la revolución derrotada. La otra es la capilaridad geográfica: no describes el clásico relato nacional-estatal que sólo cuenta la historia de las grandes ciudades o las capitales. Vas territorio a territorio. Y eso nos muestra una gran diferencia con la Revolución soviética, que, fundamentalmente, sucede en el frente de guerra y en dos ciudades: Petrogrado y Moscú.

Por un lado, la forma consejo no garantiza el apoyo a la revolución. Eso es una diferencia grande con la revolución soviética. Por otro, la Revolución alemana se desarrolla en la Alemania que unificó Bismarck. Por eso se entiende que cada estado, nación, ciudad-estado… tuvo un desarrollo diferente, sus conflictos propios, sus tradiciones, tuvo sus alianzas, se vengó de cuerpos sociales distintos. En algunos casos, incluso, hubo anhelos de independencia con respecto a Prusia, como fue el caso de Baviera. Por eso, la revolución se adapta a la razón histórica de cada uno de los territorios. Mientras que en algunos la revolución toma forma de exigencia de demandas concretas, en otros casos se hace más radical, o más derechista, o busca afirmaciones más industriales (como en la zona del Ruhr). En el libro había que comprender, de un vistazo, la complejidad del fenómeno histórico. Hacer entender que cuando alguien grita “¡Revolución!” en Halle no está queriendo decir lo mismo que cuando se grita en Berlín. Por eso quise mencionar los lugares que aportaban algo novedoso, aunque no menciono todos los lugares que se sumaron a la revolución. La aportación de Baviera, por ejemplo, es que además de los trabajadores y soldados hay campesinos. Cuando en otras zonas no se sumaron. Sin embargo en Baviera los campesinos los dominaban los Junkers, por eso Eisner se empeñó en que el campesinado también debía tomar parte de la revolución. La unificación del Estado se hizo con el dominio de Prusia pero, en realidad, cada zona, cada municipio, siguió manteniendo características propias. Y, por eso, se podría detallar más: quiénes toman las decisiones en cada lugar, por ejemplo.

¿Qué conexión hay entre la Revolución Alemana y el arte?

El arte, como las palabras, las conversaciones, las manifestaciones… está constantemente modificando lo que entendemos por mundo. Está afectando a la realidad, la está moviendo

Pues, básicamente, lo que nos queda de la Revolución son las representaciones del arte. Aunque cuando alguien se pregunta qué quedó de la Gran Guerra, del antimilitarismo o de la Revolución de Noviembre, lo que le viene a la mente son obras de arte. Durante una década, hasta el triunfo fuerte del nazismo, lo que hubo fue la reflexión continua a través de representaciones gráficas, literarias o teatrales sobre la revolución: la tetralogía de Alfred Döblin (Noviembre de 1918, Edhasa, 2011-2014), Tambores en la noche de Bertolt Brecht (donde vemos a un Brecht no especialmente lúcido: mete en escena combates, gente que se cambia de frentes es una representación caótica)… esos son los materiales que han construido para nosotros las imágenes y los prejuicios políticos sobre la Revolución. Por eso, gran parte de la lectura que la gente ha hecho de aquella Revolución no procede ni de fuentes primarias, ni de lecturas de historiadores o de memorias de protagonistas. En este caso, eso de que “el arte no cambia el mundo” queda claro que no es así: el arte no sólo cambia constantemente nuestra percepción del presente, también zanja hechos históricos. El arte, como las palabras, las conversaciones, las manifestaciones… está constantemente modificando lo que entendemos por mundo. Está afectando a la realidad, la está moviendo. Pues bien, la realidad que plasman las obras de los años veinte en Alemania es la realidad de la Revolución. Cuando Toller, en una pieza de teatro, enfrenta al hombre con la masa está mostrando el problema que tenía el propio Toller con la Revolución alemana: quién se impone, ¿la masa (que no está claro si es lo informe o un ente con objetivos) o el individuo? Vemos los problemas de Toller con la República de Baviera: los cuenta él mismo. Se negó a disparar. Y sin embargo estuvo allí. Esas contradicciones las conocemos gracias a la obra artística de Toller. Desde luego que las memorias de Ebert no dicen nada sobre estas contradicciones. Las memorias de Bismarck tampoco. Ni las de Gustav Noske o las de Ludwig R. Maercker (otro de los impulsores de los Freikorps), o las de Hermann Müller-Franken, o las de Erich Ludendorff. Incluso las memorias de marineros que se levantan en favor de la revolución ni siquiera son capaces de mostrar con riqueza y complejidad lo que sí hacen las obras artísticas. De mostrar con distancia cuáles son las tensiones de todo tipo que se están desgarrando durante la Revolución y su posterior derrota.

El arte es tan central que, de no haber arte, prácticamente no habríamos tenido ningún asidero para interesarnos por la Revolución. Me da la sensación de que ese camino que yo he hecho para llegar a ella lo ha hecho más gente. 

Esa era la pregunta que yo te quería hacer, en realidad. ¿Por qué alguien que escribe prólogos a ensayos del pensamiento crítico, edita piezas de teoría del teatro o escribe sobre el teatro político, un buen día escribe un libro de historia?

Me di cuenta que a mi alrededor nadie sabía qué era eso de la “Revolución de Noviembre”. Yo la mencionaba y la gente ni la ubicaba. Yo venía de trabajar durante muchos años en la puesta de escena de Erwin Piscator. Piscator introduce el documento dentro del teatro. En una de sus piezas introduce una revista que relata la Revolución alemana. Cuando analicé las películas que insertaba en su teatro y cómo construía las escenas me di cuenta de todo lo que desconocía. “¿Esto ocurrió de verdad?”, pensé. Los bombardeos, por ejemplo. La población alemana fue bombardeada por su propio ejército para aplastar la Revolución en Berlín. Insisto: con la guerra acabada el Estado bombardea a su propia población. Piscator, en sus esquemas de puesta en escena escribe: “reproduzcan el film sobre el bombardeo de Berlín”. Yo no daba crédito cuando vi que estaba fechado en 1919. Y, efectivamente, es un bombardeo que ordena el socialdemócrata Gustav Noske. En ese momento, el Vorwärts, el periódico de la socialdemocracia propone que se cambie el calibre de las bombas “porque están matando a demasiada gente”. Esa es la propuesta de la socialdemocracia: que se bombardee a la gente pero que mueran menos, que no sea escandaloso.

La población alemana fue bombardeada por su propio ejército para aplastar la Revolución en Berlín

Lo que te queda claro leyendo las obras es que están continuamente mencionando “la Revolución”. Y, claro, no hablan ni de la soviética ni de la mexicana, hablan de la alemana de 1918-1919. Pero es que, además, si quieres explicar históricamente el expresionismo, por ejemplo, no basta con entender la guerra, hay que analizar la Revolución. Sin ella no hay Toller, no hay Grosz, ni Brecht, ni Döblin. Otto Dix, Raoul Hausmann, Hannah Höch, Karl Krauss, Mühsam. Pero tampoco hay Käthe Kollwitz y sus grupos humanos expresionistas, o los mutilados de Rudolf Schlichter, o los trabajos de Conrad Felixmüller. Son crónicas de los sucesos posbélicos y revolucionarios. Quizá el ejemplo más conocido sea Heartfield y sus fotomontajes, que llegan a nuestros días.

Claro, cuando te acercas a la Revolución, te das cuenta de que hay cuestiones que la hacen completamente diferente. La soviética, por ejemplo, es un proceso que comienza a finales del XIX, estalla en 1905 y sigue a través de 1917 hasta el final de la guerra civil en 1921. Sin embargo la alemana no: sucede en poquísimo tiempo. Está condensadísima. Uno de los elementos que la hace singular es su concentración: ¿Cómo es posible que esto que sucedió en tan poco tiempo generar tantas cosas? Es decir, la Revolución Alemana comienza en 1915, en 1916, con las huelgas contra la guerra en los lugares de trabajo. Y en 1918 ya está en marcha.

Claro, es que era Alemania el lugar donde todo el mundo esperaba la Revolución del proletariado, no Rusia…

Claro.

Lo que ocurre es que, como en Rusia nadie la esperaba, nadie se preparó para combatirla como revolución. Sin embargo en Alemania se le esperaba.

Sí, claro, pero como el SPD tenía una estrategia reformista... En realidad, tampoco se la esperaba. Había cierto descanso. De hecho cuando el Kaiser cae en Alemania: el poder se le otorga automáticamente al SPD. Se da por hecho que es la continuación del proyecto de Bismarck. Nadie de la monarquía podía asumir ese lugar, porque lo liquidarían, estaban en horas bajas. El poder entendió que nadie mejor que el SPD frenaría la revolución. Y así fue.

Todo esto es muy intenso y brutal. Y hay cuestiones capitales que distinguen a la alemana de la soviética. Por ejemplo: los consejos se ponen a gestionar, mientras que los soviets lo que hacen es tomar el poder. Los consejos no sólo eran una estructura de confrontación mientras se tomaba del poder. Son productivos: discuten cuánto producir, qué, para dónde iban las manufacturas (en el Ruhr, por ejemplo), a manos de quién iría la mercancía. Pensaban en la revolución pensando en cómo transformar, con cada decisión, la sociedad. Mientras que la soviética tenía el planteamiento de empezar a transformar el mundo cuando se tomara el poder. Así se entiende el acelerón que dio la alemana. Por eso, si pretendes comprender a Piscator o Brecht, tienes que zambullirte en la historia de la Revolución. Y por eso me puse a escribir el libro. Porque vi que no se traduciría gran cosa para el centenario. Decidí escribir una introducción. 

Hay una paradoja, si me permites: que la recepción mediática del centenario sea, fundamentalmente alemana, incluso más berlinesa que federal. En Berlín incluso la extrema derecha ha tenido que hablar sobre ella, para tomar posición, para llamar “sangrientos asesinos (sic) a Luxemburg y Liebknecht. Pero, al mismo tiempo, a nivel internacional se ha hablado poquito de la Revolución y, sin embargo, Rosa Luxemburg, a través de 1968, me imagino, es un icono revolucionario. Me parece asombroso, porque su aportación teórica no es muy extensa. Y, sin embargo, sin Luxemburg no hay Facción del Ejército Rojo, por ejemplo.

Se trata de la Rosa Luxemburg de 1905 o de 1906, en general. La que critica el reformismo de la socialdemocracia. La que alimenta la crítica del reformismo y del colonialismo. Esa es la que triunfa. Se la ve como una marxista, y no se la sitúa en el ámbito de la Revolución. Y los grandes artículos de ella en la Rote Fahne, sus textos espartaquistas son, sin embargo, muy lúcidos.

¿Qué es la República de Weimar?

Lo que nosotros llamamos la República de Weimar es la restitución del orden burgués cuando la burguesía había perdido completamente su poder. Porque antes de la guerra no pudo institucionalizarse. Y la guerra había aniquilado cualquier legitimidad que la monarquía podía conservar.

La burguesía tenía la amenaza de la revolución. Y más después de 1917. Entonces… hay sectores del movimiento obrero que ven que limitarse al orden burgués y al parlamentarismo no es suficiente. De hecho el KPD decide no presentarse a las primeras elecciones. Aunque en otros lugares el movimiento revolucionario participara en las elecciones.

en realidad, la ambición de la burguesía era homologar Alemania al resto de países europeos donde existía el parlamentarismo

¿Qué le sale bien a la burguesía y al SPD? Acaban con la monarquía, aniquilan la revolución pero… no habían contado con sus amigos: tenían una deuda económica tremenda, sin revolución el gran capital mandaba y explotaba a los trabajadores, la moneda se va al garete… Pero, en realidad, la ambición de la burguesía era homologar Alemania al resto de países europeos donde existía el parlamentarismo. Con una peculiaridad: se hizo a través de un crimen con miles de espartaquistas aniquilados, el asesinato de Luxemburg, Liebknecht, Landauer y del resto de la revolución. Sobre ese crimen se levanta República de Weimar.

Me surge una pregunta: ¿cómo se cuenta el SPD, los fundadores de Weimar, la revolución? Qué son para ellos los revolucionarios ¿traidores? ¿maximalistas? ¿incontrolados? 

Con la Revolución Húngara sucede algo muy similar: la represión posterior es para establecer el orden burgués. Y para eso se cuenta con la invención de atrocidades que los revolucionarios no cometieron

Lo que Ebert decía en todos sus discursos era que la revolución traería “el bolchevismo”: una dictadura. Y como, encima, en los primeros años tras la Revolución soviética, económicamente no hay esplendor, por la guerra civil... Lo que Ebert dice es: con el bolchevismo nos espera el hambre, otra guerra, etc. Y la gente estaba harta en Alemania tras cuatro años de hambre. Lo que se esgrime es el fantasma del bolchevismo. Y luego hay un documento polémico, del que Luxemburg no tiene noticias, y es un texto de Liebknecht donde dice que tomará el poder. Este texto lo utiliza Ebert para desacreditar a la revolución y poder reprimirla.

Con la Revolución Húngara de 1918-1920 sucede algo muy similar: la represión posterior es para establecer el orden burgués. Y para eso se cuenta con la invención de atrocidades que los revolucionarios no cometieron. El caso de Weimar es paradigmático: se habla de despertar de la democracia. Cuando  sencillamente fue la ensoñación de la democracia. La derecha da un golpe de estado enseguida en los años veinte. Hubo otro intento en 1923 que lo frenó la revolución hamburguesa. Luego vino el ridículo de Hitler en la cervecería. Los asesinatos de la extrema derecha eran habituales. Weimar tiene la imagen de lo que no fue.

Y en todo esto, ¿dónde están los artistas?

Algunos de ellos, el hermano de Thomas Mann, por ejemplo, Heinrich Mann, formaron consejos de artistas. Porque el modo de organización de la revolución afectó tanto a la vida que las artes consideraron, también, imitar los modelos de la política. Los consejos debatían sobre el arte que había que hacer, cómo, para quién. Quizá los resultados no hayan sido relevantes. Pero que incluso los artistas adoptaran estos modos de organización muestra el calado que tuvo la revolución. Porque hasta ese momento los artistas eran la crème de la crème de la independencia, el elitismo y el individualismo. Ellos sólo se debían a su público. Max Pechstein es uno de esos artistas. Que, de repente, se convierte en otra cosa a través del Novembergruppe, donde hubo figuras como Kandinski, Paul Klee, Käthe Kollwitz, Mies van der Rohe, Kurt Weill, Alban Berg, Otto Dix, Hannah Höch o Brecht. Y es que la revolución hace que se cuestione la producción artística. Este grupo encarnó tanto la política, que vivió, como el SPD, una escisión. El grupo de Grosz interpreta que Novembergruppe mimetiza con la política porque está de moda. Pero que no va lo suficientemente lejos. Grosz y compañía se marcharon, precisamente, porque interpretaron que el grupo mimetizó demasiado con la política, que la reutilizaba a su favor, para revalorizarse. Grosz decía querer un arte “verdaderamente” político, crítico. Y montan el Grupo Rojo.

Hubo hecho insólitos. Cuando se iban a publicar cuentos, revistas, piezas de teatro, ilustraciones… no sólo discutían quién lo había hecho, la estética, se debatía si había que publicarlo y por qué. Esto fue influencia directa de los consejos.

Todos los artistas que nos llegan de aquella Alemania están con la revolución: Heartfield, Brecht, Grosz, Dix, los expresionistas… ¿qué hacían los artistas que no están con la Revolución?

Bueno, si bien nos llegan los artistas revolucionarios, muy a menudo se matizan con relecturas de los artistas que se alejaron del horizonte revolucionario con el paso de los años: el ejemplo clásico es Grosz, que quitó, décadas después, toda la importancia a la revolución. O se eligen obras que no hablen sobre esa época. Ahora, en Madrid y en Barcelona, se ha hecho una exposición de Max Beckmann y han elegido las obras del periodo del exilio: son las menos significativas, el Beckmann al que le gustan los payasos. Ese no es el Beckmann que la gente conoce, ni es el más interesante ni el más potente, el de Berlín, el de la violencia de las casas y las calles, pero ese es el que se quiere mostrar, con el que se quiere marcar pauta, construir memoria. El propio Beckmann se retractó de su pasado. Por eso se le exhibe. A John Heartfield no se le enseña si no es dentro del dadaísmo. Porque sus posters pueden leerse hoy en día también. Y, claro, jamás se muestran las obras que hizo en la RDA.

Te quiero hacer una pregunta, quizá, demasiado general: ¿puede haber gran arte sin gran política? ¿Puede haber arte tras la modernidad?

No hay arte sin conmoción social. Así lo creo. Aunque las historias del arte dicen que primero es el artista y que luego le sigue la sociedad. Creo que es exactamente al revés.

Pero de eso tiene la culpa Marx, ¿no? Que dice que la mercancía genera, como el artista, a un público nuevo, que el artista es “un creador”.

Sí. Pero mira, hay un ejemplo muy claro: Hanns Eisler era discípulo de Schoenberg. Era uno de sus predilectos, el niño mimado, y el tipo, en cierto momento, debido a su pasión política por lo que está sucediendo en Alemania, piensa: “Nuestra música tiene que dar cuenta de esto. Y abandona a Schoenberg, su vida académica maravillosa, abandona su propia vida para crear coros de obreros. A menudo, no nos damos cuenta de las elecciones que hace la gente con su vida. Kurt Weill siguió con su vida independientemente de los acontecimientos que le rodearon, y su entorno no modifica ni el fin ni el fondo de su obra. En Eisler, en cambio, hay un corte en la propia obra, y pasa lo mismo con Paul Dessau.

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