El sol sobre la hierba salvaje
Palabras leídas en la presentación en Madrid de ‘Debut’ (Literatura Random House), el libro de ‘cuadernos y canciones’ que acaba de publicar la compositora y cantante Christina Rosenvinge
Belén Gopegui 16/04/2019
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Las siguientes palabras fueron leídas por su autora en el acto de presentación de “Debut” (Literatura Random House), que tuvo lugar en Madrid el pasado 3 de abril, con la participación también de Laura Fernández y de la misma Christina Rosenvinge.
Es imposible no comenzar esta presentación hablando de Claudio López Lamadrid, el editor de este libro, fallecido hace poco más de dos meses. Los muertos son muy vulnerables, sobre ellos recaen nuestros recuerdos y nuestras fantasías, el producto de toda nuestra orfandad. Pero hay cosas que son tan seguras como ciertas, y una de esas cosas es que el libro que hoy presentamos no habría existido sin Claudio. En su lugar habría habido un cancionero, lo cual, desde luego, no es poco. Claudio supo ver, además, que la autora de letras como las de Christina Rosenvinge y de otros textos diseminados por ahí, tendría seguro no sólo mucho que contar sino la capacidad de hacerlo con talento y fuerza. Siempre digo que la destinataria o el destinatario de un texto es decisivo en la construcción del tono, y en este caso la mirada de editor de Claudio está presente en el tono que une todas las partes del libro como si fueran una sola.
Christina Rosenvinge, igual que cada una de nosotras, es al mismo tiempo una persona y un personaje. La diferencia estriba en que su personaje es público y forma parte de nuestra historia común, de la historia compartida de quienes hemos ido a sus conciertos, hemos visto sus actuaciones y hemos escuchado su música. Somos millones. Por eso tiene tanto valor su manera de contarnos cómo se hace, y se deshace, y se rehace, una estrella. Porque en Debut Rosenvinge nos da la letra de sus canciones, los momentos en que surgieron y también un poco de su misterio.
Las entrevistas, sugiere, son ficción y selección, los recuerdos son ficción y selección, las emociones cantadas son ficción y selección, ¿dónde entonces queda la verdad? Escribe Christina: “Creedme si os digo que cada canción es tan solo la punta de un iceberg que se hunde en un océano de corazones hambrientos, el puño de una espada capaz de atravesar la roca y convertirla en azúcar. Y también creedme si os digo que los que escribimos canciones tenemos mucho cuento”. La verdad, me parece, está en ese “y también”: os narro mi historia en canciones y recuerdos y también me la invento y, además, os digo que una cosa no siempre vale más que la otra; la verdad descansa a menudo, me parece, en el telón de fondo, el resto no notado que atraviesa cada página, verso, rima y que es algo así como una voluntad de mantener el tipo incluso en el desmadejamiento, incluso cuando te han dejado KO y tu valor está en que no te da miedo contarlo.
Dice Christina hablando de las redes: “Ahora todo el mundo se ha metido en ese juego que las celebrities hemos tenido que aprender: exponer una imagen idealizada de uno mismo para atraer la atención hacia nuestro trabajo, convertirnos en nuestra propia mercancía, vaya, y proclamar a los cuatro vientos lo buena que es y lo bien que se vende”. Creo que su libro es un dispositivo no que se autodestruye sino que nos autodestruye, a todas, pero sin víctimas ni escombros. Canciones de divorcio donde una voz se atreve a decir que quizá no lo hizo del todo bien. Historias y canciones de desamor que hablan de cuando el rencor es solo miedo con disfraz de dignidad. Y, al mismo tiempo, historias y canciones que remontan y subliman vidas propias y ajenas y las hacen habitables, soñables.
Termino ya con un rasgo de la escritura de Christina que encontré descrito en la letra de una canción brasileña de Zeca Baleiro. Dice Rosenvinge: “Podemos echar los domingos entretenidos en analizar el verdadero significado de cada canción que escuchamos, pero pronunciarse dogmáticamente es un error”; afirmación esta –y sé que Christina me va permitir la broma– un poco dogmática a su vez. A mi modo de ver, su contundencia, su forma de trazar líneas y separar lo que le parece bien de lo que no, lo que le importa de lo que no, atraviesa sus letras y su prosa y es un acto de generosidad. Pues tras sus afirmaciones tajantes, surge a menudo la autoironía. Y es que no se trata de expulsar a nadie con ellas sino de saber que, como en el tema de Zeca Baleiro y Fagner: “No se mueve una montaña / Por un pálido pedido / De alguien que no se ama”.
No busquen una luz pálida en este Debut, busquen el cambio del sol sobre la hierba salvaje.
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