NOTA DE LOS T. (X)
La poza o la vida
¿Han oído hablar de la poza del traductor? ¿El sitio donde cae cuando el libro es malo, las tarifas no compensan y el reconocimiento no llega? Les ponemos al día con el mejor ánimo… posible
Julia Osuna 26/04/2019
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Hay en la vida de la traductora editorial una cosa que se llama poza. La poza no es un lugar físico, es un sentimiento: hueles mal, estás apestada, todo lo que tocas se convierte en mierda. En cuatro palabras: NO VALES PARA ESTO. No es tan difícil caer dentro; que te llegan unas correcciones que reescriben todas las frases para darle “vuelo literario” (aunque el original no tenga nada de eso): POZA; que no te llaman más de una editorial que lleva años encargándote libros porque dijiste que esa tarifa había que subirla: POZA; que de pronto hay un desierto de encargos en el calendario y no sabes cómo te las has apañado: POZA. ¿Cómo puede apoderarse de una traductora con años de experiencia una inseguridad así? ¿Pasa también en otros oficios o es algo intrínseco al creador autónomo que intenta vivir de su trabajo, al colaborador externo de una editorial? Me imagino de bajona al Dios de tebeo que todos tenemos en la cabeza como demiurgo supremo, en plan vaya mierda de mundo que he hecho, soy lo peor, no se puede dar más pena. Y es que con cada libro tenemos que crear un mundo, y es mucha responsabilidad, no se puede negar. Muchos de los casos de empozamiento que conozco han sido culpa del libro, ese que los editores han decidido comprar sin darse cuenta de que no hay por donde cogerlo, de que está mal escrito en su propia lengua, pero que hasta que no leen en español no se dan cuenta de que no tiene ni pies ni cabeza, y entonces, venga, hang the translator o a matar al pobre mensajero. Cuando estás escribiéndolo no entiendes por qué todas las frases suenan fatal, por qué, por muchas vueltas que le des a la sintaxis o mucho que afines en el léxico, te embarga un sentimiento irreparable de culpa. Y arrastras esa culpa hasta el último momento, hasta que adjuntas el archivo de la traducción en el mensaje de entrega y lo acompañas con todo tipo de excusationes non petitae porque sabes que serás juzgada y sentenciada por un delito que solo has cometido por ser fiel a tus principios traductores: poner lo que puso el escritor del original tal y como lo puso. Y luego llegan las correcciones, y el pobre corrector, al que seguramente le hayan exigido que le dé la vuelta a esa tortilla de vómito y la convierta en un delicioso plato de sesos refritos, se ve obligado a reescribir a destajo, a domar una sintaxis pobre, a introducir conectores como si no hubiera un mañana para conseguir el fin último de ciertos productos editoriales: una lectura fácil y amena. Meeecc, error, fallo de sistema, todas las alarmas activadas… Señores y señoras del jurado, ¡el libro no era ni fácil ni ameno, estaba escrito como el culo! Pero ahora es tarde, señora, por citar a la Jurado, ahora es tarde, ¡ya nadie puede apartar la poza de ti! Y te quedan por delante unas semanas de sinsabores y fustigamientos, unos meses de inseguridad ante el teclado, hasta que, entre un libro y otro, consigues recuperar tu karma interior y salir de la poza a fuerza de volver a trabajar como la hormiguita que eres. Tú misma te lames el fango de las heridas poceras y renaces de tu mierda, al principio renqueante, pero luego con más fuerza que nunca, cual Ave Fénix vengadora.
Sí, lo reconozco, se nos va la olla. La cabeza nos juega malas pasadas a los que trabajamos desde la soledad de un estudio, a los que entregamos encargos que nos han costado meses de trabajo y no recibimos palmaditas en la espalda, aumentos o ascensos, esperando como críos que llevan el dibujo de la guardería a sus papás que nos digan “qué bonito”. ¿Es una actitud infantil entonces esperar algo más que una retribución económica? ¿Por qué en el mundo de la creación esperamos algo más?
Lo curioso es que a veces, en el opuesto extremo de la poza, la cresta de la ola, la incredulidad y la insatisfacción son las mismas. Estoy trabajando con tal y tal súper editorial, me están leyendo en la Patagonia, seguramente estén hablando por ahí de mi gran trabajo con esas endiabladas rimas… Cri cri cri… Vamos, búsqueda “julia osuna” “traducción”… Amazon, Casa del Libro… Pero es que ¿todavía nadie ha escrito una tesis sobre la injerencia del andalú en mis traducciones? ¿En qué mierda están pensando los doctorandos? Un momento, depuremos la búsqueda: “julia osuna” “la traducción”… eso es… ahora fijo que sale algo elogioso… “la traducción es de Julia Osuna”. ¿Sí o qué? ¿Lo has pensado tú solo? Desgraciado…
Y es que ni todo el yoga del mundo te puede convencer de que con que los lectores disfruten con tus traducciones te vale. Hay algo ahí a lo que no logro ponerle el dedo encima, como dicen los anglosajones. Y, entre tanto, en este sube y baja montañarrusero median a veces periodos de absoluta indiferencia con el resultado de tu trabajo. Normal. Llegan los libros a casa y ahí se pueden quedar cogiendo polvo, nada de llevarlos con adoración a la estantería de TUS traducciones y buscarles un sitio en tu clasificación especial. ¿Lo pongo en Negra o en Contemporánea? (Pedante, que diría mi hermano…) Pasando. Nada de mirar los facebooks de las editoriales para ver si publican algo de TU traducción. A la mierda.
Pero, se me ocurre ahora, esta insatisfacción puñetera… ¿se acallaría si me pagaran lo que me tendrían que pagar por un trabajo especializado? ¿Rellenaría la poza y aplastaría la cresta hasta una llanura de paz y satisfacción? No te digo yo que no ayudaría… A ver, porque la gran aspiración de todo ser traductor es hacer solo libros que le molen y trabajar menos, eso es así. Sí, vale, nos gusta nuestro trabajo, pero no tenemos la culpa, no tenemos que sufrir con el si te gusta toma dos tazas, y da las gracias por tener trabajo y hazte tropecientas páginas al día. Traducir no dignifica… Si acaso traducir de puta madre en su justa medida.
Porque de esto también se aprovechan nuestros clientes, o, por nuestra parte, caemos como moscas en la trampa de la miel del nuevo encargo: ¿y si no me vuelven a mandar libros? Bueno, cógelo, dice el diablillo interior, sí, la tarifa está justo por debajo de lo digno, justo por debajo del llegar a fin de mes, pero ¿qué vas a hacer si no? ¿Quedarte mirando las musarañas? Sabes que no te aguantas a ti misma si no tienes algo que traducir, que te subes por las paredes porque… sí, eres una yonki de la traducción, la necesitas como el comer, como ese yoga mental que te llena de calma en el día, pese a lo que pase a tu alrededor, porque ya puede estar arreciando una mala racha personal o noches de insomnio con el niño convertido en torturador malayo, que tú te pones delante del ordenador y se te olvida todo. Y esa condición de narcótico, estupefaciente o enteógeno que tiene la traducción para ti es lo que a veces te lleva a aceptar encargos-dosis cortados con malas tarifas, o, en otras palabras, picos de mierda barata para tus venas traductómanas. Es entonces cuando hay que plantearse el quitarse, dejarlo, elegir la vida, que diría Renton. Si no puedes drogarte de traducción y vivir bien, tal vez lo mejor sea cortar por lo sano.
Sin embargo, una vez que ya has aceptado dos veces, tres si me apuras, esa tarifa que sabes que no te sale a cuenta, hay que decir basta y pensar si no merece más la pena compatibilizarlo con otro trabajo y solo aceptar tarifas decentes. Y es que si ya somos conscientes de la trampa, ya se sabe, viceverseando: hecha la trampa, hecha la ley, y esta es mi Nueva Ley, los nuevos mandamientos, sampleando al Renton de la peli en traducción:
Elige la traducción decentemente pagada.*
Elige vivir de lo que sabes hacer.
Elige no hacer unas oposiciones para enseñar un idioma cuando no corre por tus venas el oficio de enseñar.
Elige ser tu propia jefa.
Elige un ordenador grande que te cagas.
Elige una silla con respaldo reclinable, reposabrazos acolchados y suspensión aerodinámica.
Elige una pantalla como un camión, una mesa con bandeja para el teclado, un reposapiés de última generación.
Elige una espalda sin contracturas, unas muñecas sin muñequeras y unas rodillas de jovenzuela.
Elige una habitación propia, con aire acondicionado y calefacción.
Elige tener tiempo para ver a tus amigos y tomarte una cerveza con ellos cada día de cada semana.
Elige viajes al extranjero y residencias de traducción.
Elige traducir y no tener qué preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana.
Elige poder comer decente en la mesa de la cocina, poder despejarte con una serie que no te embota la mente ni te aplasta el espíritu mientras llenas tu boca de puta gloria bendita.
Elige tener una pensión y no tener que trabajar, si no quieres, hasta los ochenta años, con dedos artríticos y visión defectuosa.
Elige tu futuro.
Elige la traducción decentemente pagada… pero ¿cómo no iba a querer yo algo así?
Yo elijo la traducción decentemente pagada: yo elijo vivir. ¿Y por qué? Porque es de cajón. ¿Quién necesita palmaditas cuando tienes traducciones decentemente pagadas?
* Nótese que digo “decentemente”, no ya bien o muy bien, así de mal está la cosa, que me conformo con pedir decencia y dignidad tarifaria.
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Julia Osuna Aguilar (1981) compagina la traducción de libros con la traducción de libros y aprovecha su tiempo libre para ir a residencias de traductores de libros (sí, es una enfermedad). Como traductora y culpable, desmiembra y vuelve a recomponer a autores de literatura negra anglosajones e italianos. Traductora y payasa, le gusta más un juego de palabras que a un tonto un lápiz, sobre todo si es en una comedia británica. Mirona como ella sola, vomita todo el cine que lleva dentro en bocadillos de cómics ajenos. En ocasiones, sin embargo, quién lo diría, puede incluso tener la delicadeza de traducir algún clásico del XIX o principios del XX. Es la costurera de Confecciones Literarias.
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