PP
Lo que está muerto no puede morir
Pablo Casado afronta el peor escenario posible al cosechar el resultado más bajo de la historia del partido con la pérdida de casi 4 millones de votantes
Miguel Ángel Ortega Lucas Madrid , 29/04/2019
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En torno a las seis de la tarde del domingo electoral –hora de convocatoria para los medios de comunicación en la sede popular de Génova, 13–, los periodistas esperaban para entrar en el edificio con una cola que más bien semejaba la de una discoteca en horario infantil. Se demoraba la entrada. Pero hubo un amago de sorpresa, o sorpasso estético: los técnicos de sonido, montando y probando los equipos de cara a la (improbable) parafernalia posterior frente al balcón –“Que bote Mariano”, etcétera: tiempos aquellos–, enchufaron el Highway to hell (Autopista al infierno) de AC/DC. Fueron apenas dos segundos de suspensión temporal, pero un ángel de la anunciación rasgó el aire y las soleadas banderas españolas de Chamberí.
Y porque todo ángel es terrible –dejó dicho el que sabía–, y la belleza el primer peldaño de lo terrible que aún podemos soportar, la sede de Génova es preciosa. Los peldaños que llevan a sus siete plantas –o círculos– también. Dijo el presidente del Gobierno, y triunfador de la noche, Pedro Sánchez, en el primer debate a cuatro en televisión, que la sede popular era “el gran bazar de la corrupción: en la primera planta, financiación irregular; en la segunda, enriquecimiento ilícito; en la tercera, reparto de dinero en sobres...” (Nosotros nos dimos una vuelta por si acaso, y nada). Pero el líder popular, Pablo Casado, ya había dejado claro todas las veces que un político puede dejar algo claro que “el único partido condenado por financiación ilegal es el PSOE”. Y así hasta aquel debate. Reinventando la historia. Hasta esta noche electoral.
“Ya he estado aquí en noches difíciles”, dijo el líder cuando al fin compareció ante los medios de comunicación que abarrotaban la sala de prensa de Génova –en el sótano de la torre–, hacia la medianoche y entre los escombros aún candentes. Para admitir, sonriendo siempre, pero no con los ojos, que los resultados habían sido “malos”, y que de un tiempo a esta parte su partido no obtiene el respaldo que quisieran. Era casi el único que se permitía u obligaba el gesto afable: el de su lugarteniente Teodoro García Egea era de funeral; el de Andrea Levy era de lágrimas recientes. Casado achacó el resultado a la “fragmentación” del electorado conservador con la irrupción de Ciudadanos y Vox, pero no quiso (no pudo) echar más balones fuera. Admitió la derrota, reiteró la felicitación a Pedro Sánchez, declaró su intención de “trabajar” de cara a recuperar el apoyo perdido, y se fue, sin contestar preguntas, abrazando y besando uno a uno a todos los que le acompañaban en la tarima. Seguía sonriendo al salir de la nube de cámaras y escabullirse de nuevo a su despacho.
Los sondeos arrojaban horas atrás para el PP un segundo puesto con en torno al 18,2% y entre 66 y 76 escaños: el peor resultado de su historia. Y sí: hecho el recuento, se quedaron en 66 asientos en el Congreso. (Aznar rascó 107 en 1989, cuando aún eran Alianza Popular; dos más que tres años antes, con Manuel Fraga. En 2016, ya con Ciudadanos en el Parlamento y con el último aliento de Rajoy, consiguieron 136). Han perdido más de la mitad.
La catástrofe se venía oliendo a distancia. Hacia el anochecer, la calle Génova era la zona 0 del colapso, con un reducido grupo en la acera frontal haciendo fotos, como de turismo de guerra. La exministra Pilar del Castillo fue –tras la breve aparición ante la prensa, neutra, del secretario general Teodoro García– quien dio el rostro ante los periodistas, en un corrillo informal, para declarar, en suma, que la “responsabilidad” de los votantes del “centroderecha” español venía a ser la causa (el culpable) de que el centro-derecha español no fuera ya –hace varios telediarios– patrimonio de quien siempre fue. A la pregunta de si Casado pensaba dimitir, exclamó que qué idea era esa: según ella, sigue siendo “el mejor líder posible” del partido que “mejor entiende España”. Por ejemplo: el aluvión electoral en Cataluña contrario al PP es consecuencia directa, respondió, del “separatismo” (y ya está).
De entre todo este ajedrez electoral, inédito en la actual democracia, salvaje en las formas (también en expectativas) y extremadamente incierto, algo fundamental debía dilucidarse: hasta qué punto se haría corpóreo y sin complejos, en forma de escaños, ese franquismo sociológico del que tanto se habla, pero que parecía siempre en desiertos remotos y montañas lejanas; es decir, oculto bajo el ala más dura del PP. Algo aún más difícil de esclarecer teniendo en cuenta lo que el electorado ha venido encontrando en los últimos tiempos: una derecha no fragmentada, sino dividida en tres cabezas de hidra en aparente competición por echar más espumarajos por la boca. Detalle: precisamente los más peligrosos a priori (Vox) han resultado los más astutos a la hora de contemporizar. Es sabido que se alegraron en la intimidad al ser excluido su líder de los dos debates televisivos entre candidatos: les convenía no escenificar lo que sí hicieron Casado y Rivera, en unas sesiones en que la cuestión de las dos Españas parecía dirimirse entre la de Sálvame y la de Sálvame Deluxe.
Es pronto para interpretaciones, pero si puede aventurarse que gran parte del electorado español salió a votar en tromba de nuevo para evitar una versión 3.0 de la CEDA, hechas las sumas y las restas puede decirse también que el PP no sólo se ha hundido y cavado su propio suelo electoral por la mencionada competencia, sino sobre todo por evidentes méritos propios. Y los méritos, en política, cuando sopla buen viento, pueden ser comunes, pero una derrota colosal (adjetivo tan del gusto del registrador de Santa Pola) tendrá sin duda responsables directos. Casado alcanzó la cúpula del PP tras un temporal de cuchillos largos que terminó forjando una tormenta perfecta a su favor. Cuando M. D. Cospedal entendió que no iba a ganar la presidencia, hizo que las naves internas del partido viraran a favor del joven delfín (por encima de su luto de manola iba a consentir que el poder acabara en manos de Santamaría). Ahora, la cuestión es qué sucederá en el partido, con una vieja guardia que pudo ver en Casado un digno heredero de las esencias aznaristas, opción joven y renovadora con sonrisa de broker de Wall Street y similar ausencia de complejos que el añorado líder: sonrisa helada del millón de dólares traducida ahora a cuatro millones de votantes perdidos y una crisis interna perfectamente equiparable a la del ‘29.
“La situación del PP –escribíamos hace menos de un año en torno a la guerra sucesoria– era ilustrada tras la salida de presidente Rajoy con términos como ‘incertidumbre’, ‘vértigo’, ‘conmoción’. Se diría que la palabra urna sonaba en Génova como mentar la guillotina en los aposentos de María Antonieta; las primarias, como aquella leyenda en los mapas medievales que advertía que más allá de la costa conocida sólo había dragones”.
Ahora, todos los dragones, hasta la fecha dormidos, vendrán a por la flota diezmada de Pablo Casado. Pero quién dijo miedo. Alguien que puede sonreír de esa forma en su propia degollina es capaz de no hundirse del todo. Y lo que está muerto –y sonríe– no puede morir.
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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