Los robots y las prácticas del cuidado
Diseñados para interactuar y comunicarse con las personas, estos artefactos, con voz, movimiento o aspecto humano, prometen asistir y acompañar
Cristina Bernabeu 15/05/2019
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Desde una perspectiva industrial de la tecnología (hoy todavía predominante), es poco discutible el hecho de que la esfera productiva se ha visto modificada por la incorporación de la robótica a las fábricas y oficinas. Sin embargo, y a pesar de atraer menos atención en general, las transformaciones de la robótica en la esfera de la reproducción social no son menores, al incidir directamente sobre las prácticas que rigen la realización de las funciones de aseguramiento de las necesidades básicas y de cuidado y mantenimiento de los vínculos emocionales y afectivos.
Por un lado, la emergencia de los robots de asistencia (en su mayoría bajo la forma de asistente personal) actualmente diseñados para la ejecución de distintas tareas, como limpiar suelos y ventanas, ordenar, planchar, desinfectar o vigilar, suscita debates semejantes a los planteados por las feministas en las décadas 70 y 80 del siglo pasado, a quienes preocupaba si el reemplazo de algunas funciones por toda una serie de artefactos domésticos como la aspiradora, la plancha, la lavadora, el horno o el microondas, estaba realmente liberando a las mujeres del yugo patriarcal o, por el contrario, se estaba produciendo una redistribución de tareas en la que la carga de trabajo doméstico y asistencial –respecto al marido y los hijos– se mantenía equivalente mientras aumentaban los niveles de exigencia, tal y como ocurrió, por ejemplo, con el estándar de limpieza. Esto, dentro de un contexto en el que el objetivo principal del feminismo era la reivindicación de la inserción de las mujeres en la esfera de la producción y del mercado, pero también del cambio y la transformación social. Convertirse en sujetos de pleno derecho pasaba por la necesidad de deshacerse de los quehaceres engorrosos, repetitivos y cotidianos de la rutina familiar.
Por otro lado, sin embargo, más allá de la función asistencial, el surgimiento de los robots cuidadores parece estar planteando un interrogante ético y social de mayor calado. En un momento de envejecimiento poblacional, en el que crece el número de personas que necesitan ser cuidadas a la vez que decrece el número de personas disponibles para cuidar, estos robots se presentan como una posible solución. Diseñados para interactuar y comunicarse con personas (a diferencia de los robots industriales, destinados a la manipulación técnica de funciones diversas), estos artefactos tienen muchas características similares a los seres humanos, como la voz, el movimiento o el aspecto, y prometen asistir, acompañar, entretener y cuidar. Son ya conocidos algunos casos como Pepper, el robot humanoide interactivo diseñado para convivir con seres humanos (si bien limitado al ámbito de asistencia comercial). Es capaz de reconocer emociones (gestos, sonidos, expresiones, tacto) y adaptar su comportamiento al estado de ánimo de su interlocutor. Sin embargo, es en el campo de la medicina donde los robots cuidadores tienen (por el momento) una labor de atención más explícita al pretender, mediante funciones como la rehabilitación o el acompañamiento, mejorar la calidad de vida de los pacientes, en especial, las condiciones de las personas mayores, tratando de proporcionar formas de envejecimiento más saludables, independientes y autónomas, así como prevenir el aislamiento social. Es el caso de Paro, el robot terapéutico destinado a trabajar con personas con alzhéimer; o el proyecto DOMEO, una plataforma de robótica abierta que ofrece servicios de cuidado en casa y asistencia física y cognitiva para ayudar a mejorar la autogestión de enfermedades crónicas.
Al atravesar plenamente la dimensión afectiva del cuidado, la del sostenimiento de vínculos y relaciones emocionales, con la introducción de los robots cuidadores emerge una cuestión que va más allá del debate acerca de si las tecnologías domésticas liberan o no a las mujeres dentro del hogar; una que incide en ese aspecto de lo reproductivo que no se reduce a los términos de una conciliación familiar-laboral y manifiesta una crisis del sistema productivo-reproductivo en general. La crisis de cuidados es reconocida por el feminismo actual y, en particular, por la economía feminista, en las cadenas globales de cuidado que, dado su carácter trasnacional, reproducen relaciones de desigualdad y explotación de mujeres a escala global. La denuncia de la progresiva privatización de la reproducción social y la exigencia de su socialización ha sido, precisamente, uno de los ejes centrales de las dos últimas huelgas feministas que han tenido lugar en nuestro país. De hecho, gran parte de su éxito ha tenido que ver con saber politizar lo que antes era un mero asunto doméstico (la misma noción de huelga de cuidados se ha desvelado en ocasiones como discordante).
En esta línea, y más allá de la relevancia que puedan tener cuestiones relativas a la generización de los robots (si han de tener caracteres femeninos, masculinos o neutros), se está abriendo de nuevo un marco en el que el aseguramiento de las necesidades materiales y afectivas (en su mayoría realizado por mujeres) se ve amenazado por la sustitución de las máquinas. No obstante, y a diferencia de las tecnologías domésticas, existen enormes resistencias éticas a dejar en manos de robots el sostenimiento de los lazos emocionales, al menos en lo relativo al cuidado de personas dependientes como los menores, los mayores, o las personas con diversidad funcional. Pero ¿son estas resistencias legítimas?
Parte del feminismo contemporáneo las avala bajo la idea de que todos los humanos somos vulnerables e interdependientes. En esta línea, es enormemente interesante poner el punto de mira en las éticas del cuidado, desde las que (dentro y fuera del feminismo) se están tratando de construir alternativas a la hora de afrontar la complejidad de las relaciones entre humanos y artefactos. Se trata de poner el énfasis en la naturaleza relacional y vincular de las prácticas de interacción entre los humanos y las máquinas, en lugar de hacerlo sobre las consecuencias de nuestras acciones o sobre una ley moral universal. Estos enfoques nos sirven para salir del esquema disyuntivo de las tecnologías, o nos oprimen o nos liberan, y nos ayudan a centrar el interrogante cuál es el rol de los actores no-humanos en las prácticas del cuidado en la calidad y la fortaleza de los vínculos que sostienen la red de relaciones en la que estamos inmersos: ¿Cómo pueden, por tanto, contribuir los artefactos tecnológicos a construir y fortalecer los vínculos emocionales que sostienen la vida?
Es evidente que existe un riesgo esencialista a la hora de afrontarla. El hecho de que histórica y culturalmente hayamos sido las mujeres las que hemos estado a cargo de los cuidados puede invitarnos a conservar ciertos roles que reproducen prácticas de desigualdad, en lugar de apuntar hacia la transformación social. Por este motivo, el feminismo y la pluralidad han de ser dos ejes nucleares desde los que abordar esta oportunidad de cambio estructural.
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Cristina Bernabeu es filósofa e investigadora de la Universidad Autónoma de Madrid.
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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos.
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