Tribuna
La reforma educativa pendiente
El cambio en el modelo de enseñanza no va a llegar solo con un acuerdo político: destinar más medios será efectivo si corregimos la esencia del sistema
Francisco Rebollo 16/04/2019
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2018, otro año más. Con la periodicidad de una medicina, cada 3 años toca examinarse del PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes) y la publicación de los resultados del año pasado coincidirá con las elecciones. Por ambos hechos (uno más que otro) tiembla la esfera política y en el suelo se hace notar. No hace falta ser sioux y pegar la oreja, porque como en todo fenómeno sociológico importante la crispación individual pasa a ser colectiva. Pero al coincidir en fechas este año es muy probable que, entre tanta reconquista sobre la identidad, la bandera y el ser nacional, volverán a pasar cuatro años más sin que nadie meta mano a la educación.
El discurso educativo en España es tan viejo que casi sale como las tablas de multiplicar: llevamos desde el 75 conviviendo con una ristra de leyes de sobra conocidas, desde la Reforma Universitaria del 83 pasando por la LODE, la LOGSE, la del 95 para evaluación de centros docentes y la LOE hasta la actual LOMCE. Más que un proyecto común, parece ya una manta de patchwork, por la sencilla (e increíble) razón de que ninguna anula ni deroga la anterior. Seguimos siendo el país líder de la UE en abandono escolar (21,9% de los alumnos, el doble que la media) y en los resultados PISA vamos avanzando poco a poco; habrá que ver si también este año. Pero podemos asumir que entre la politi-casta tampoco va a haber propuestas sobre la mesa para este año (no cuento a Rivera gritando en sueños “¡Pacto por la educación!”). En este 2019 se tienen que apagar muchos fuegos y parece un año muy complicado para conseguir compromisos.
¿Podrán los políticos de España y la OCDE defender un sistema que se centra en el aprendizaje y no en los resultados de ese aprendizaje?
Es obvio que el mantra que define la política de nuestros días es que “lo urgente nunca deja tiempo a lo importante”. Frase de Quino en boca de Mafalda que pone los problemas de mañana, para mañana. Pero con lo rápido que se mueve la modernidad han pasado prácticamente a ser de hoy: paradigmas como la robotización y la inteligencia artificial han llegado, y la única manera de enfrentarse a ellos parece ser a través de la educación. Según un estudio de la Fundación Internacional de Robótica, España es uno de los países del mundo con mayor densidad de robots en el trabajo: 160 por cada 10.000 empleados, superando así a Canadá, Francia, Suiza, Australia, Reino Unido y a la media global que está en 74. Se ha hablado en varias ocasiones de que la sustitución ocurrirá en los trabajos poco cualificados (el ejemplo de McDonalds está bastante extendido) pero el deep learning o aprendizaje profundo que hace que los robots aprendan solos afecta también a profesiones que podríamos considerar liberales. En otras palabras: que el desempleo afecte cada vez a un mayor número de trabajadores es cuestión de tiempo, pudiendo alcanzar, según el profesor Moshe Varde de la Universidad Rice de Houston, el 50% a nivel global. Aunque la cota parece exagerada, si en el caso de España le sumamos a esta creación destructiva el desempleo de larga duración de aquellos que no han podido adaptarse a las nuevas necesidades del mercado, podríamos ver niveles similares. Al fin y al cabo, la robotización afecta especialmente a los empleos de baja formación (que en España representan en torno al 40%) e incluso requiere cualidades que muy pocos sistemas educativos se centran en enseñar, teniendo quizás la honrosa excepción de Finlandia.
El análisis pretendía constatar lo que ya se sabe: hace falta una reforma. Pero, ¿puede marcar el camino para los resultados en PISA? Como sistema de evaluación, ofrece indicadores de desempeño en lengua, matemáticas y ciencia, pero no soluciones en caso de que se reciban peores resultados de los esperados. Funciona mejor para medir la legitimidad y el desempeño de las políticas educativas empleadas por un país comparándolas con las de otros de la misma manera que el PIB mide el crecimiento económico. En otras palabras, podemos saber si vamos bien o mal, pero no podemos saber hacia dónde. El objetivo actual de España es rescatar a los que se pierden en el sistema; un objetivo fundamental porque la educación tiene la capacidad de generar una igualdad de mínimos y de reducir la desigualdad de tal manera que lo que influya en gran medida no sea el nivel socioeconómico. En palabras de Confucio, “donde hay educación, no hay distinción de clases”. Pero una excesiva estandarización para comprobar si se cumplen los objetivos es contraproducente; tal es el caso de Estados Unidos con su política de ‘No Child Left Behind’ y sus resultados son mediocres para la cantidad de recursos destinados. Tal puede llegar a ser el caso de cualquier país en el que los medios se conviertan en el fin. El cumplimiento de objetivos viene muy bien para los políticos, pero no ayuda a conseguir que la educación sea una herramienta de aprendizaje. Tampoco evita que los factores socioeconómicos condicionen en gran medida el éxito del estudiante, lo que sumados a problemas como la segregación escolar limitan el progreso de los alumnos y destruyen el principio de meritocracia.
¿Conseguirán transmitir los profesores la importancia de los conocimientos en un mundo que se nos viene encima y enseñar a aprender?
Supongamos que, a falta de objetivos, necesitamos ideas para trazar un modelo que se ajuste al nuestro: lo natural sería fijarse en las mayores puntuaciones de PISA. De los países que encabezan el ranking, podemos distinguir que existen dos metodologías: la “tradicional”, basada en las horas de estudio, la disciplina y el rendimiento, que aplican países como Japón, Corea y Singapur; y la excepción de la regla que representa Finlandia. A pesar de los resultados, los tres primeros países acusan altos niveles de estrés entre sus estudiantes y en el caso de Corea se han llegado a desencadenar epidemias de suicidios. Incluso Singapur ha dicho este año que dejará de evaluar a los alumnos hasta 5º de primaria y que se prohibirá reflejar en los boletines el desempeño de unos alumnos frente a otros, dos medidas ya arraigadas en el modelo educativo de Finlandia. Finlandia, por su parte, se basa en la educación integral, en enseñar a aprender y en el conocimiento como fin; no necesariamente como medio para sacar mejor nota. Aunque es cierto que invierten más en educación que nosotros (12% de los presupuestos estatales) y le dan más autonomía a los centros, hacen menos horas lectivas que nosotros (608 frente a las 875 horas lectivas en primaria) y los profesores cobran menos, a pesar de que la cualificación obligatoria es mucho mayor. Habrá quien pueda decir que no deja de ser un problema de recursos, pero las diferencias metodológicas respecto a España son tan grandes que quizás nos convendría probarla antes de desecharla por falta de ellos.
La reforma de la educación no va a llegar solo con un acuerdo político: destinar más medios e implementar los mejores medios posibles (como el Waldorf) no será efectivo si no mejoramos la esencia del sistema. ¿Podrán los políticos de España y la OCDE defender un sistema que se centra en el aprendizaje y no en los resultados de ese aprendizaje? ¿Conseguirán transmitir los profesores la importancia de los conocimientos en un mundo que se nos viene encima y enseñar a aprender? Aunque la educación pública deba ser laica siempre debe quedar la fe en el alumno. Buscar réditos en una ley o en lo buena que ha sido una política forma parte de no entender. El tiempo toma tiempo. No se trata de que la política sea infalible y en conseguir pruebas de que así es, porque ni el mejor de los sistemas puede proteger a los alumnos de un mercado laboral incierto. Pero sí que puede centrarse en que para ellos sea un proceso para toda la vida: que donde todo es desigualdad, por lo menos les quede eso.
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Francisco Rebollo es graduado en relaciones internacionales y analista de políticas públicas.
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Francisco Rebollo
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