SEÑALES DE HUMO
Durante siglos Canarias padeció su propio Juego de Tronos
Ana Sharife 22/05/2019
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Canarias no fue monopolio exclusivo para la Corona. Durante siglos padeció su propio Juego de Tronos. Las islas se convirtieron en “uno de los principales centros de contrabando del Atlántico medio, y ello, de por sí, ejerció un efecto llamada para muchos de los corsarios europeos”, señala el historiador Germán Santana Pérez.
“Desde las islas se podía traficar libremente con cualquier lugar de Europa y muchos de sus mercaderes lograron afincarse en las islas, tejiendo redes familiares a lo largo del océano. Ofrecían información sobre las riquezas que circulaban por el Archipiélago, las deficiencias de su capacidad de defensa o las principales rutas que se seguían".
Así lo explica el historiador en su ensayo Documentos y estudios sobre corsarismo en Canarias (2012). Un trabajo que pertenece al Archivo Histórico de Las Palmas y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), y que ahora recobra protagonismo tras la propuesta del Ministerio de Defensa de establecer una ruta por sus castillos y fuertes.
Lo cierto es que prácticamente todos los años, desde el segundo cuarto del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII se efectúan ataques corsarios con tal regularidad que estas acciones se convierten en “los riesgos recurrentes a los que se debían enfrentar tanto los marineros como el resto de la población de las islas, sobre todo la asentada en la costa”, destaca el profesor titular de Historia Moderna de la ULPGC. La presencia de estos ataques fue, por tanto, común, por lo que dejaron “una huella importante en la mentalidad isleña”.
Asimismo, el historiador advierte de que el corsarismo respondía más a una actitud propia de “hombres de negocios”, lo que explica que persistiese esta empresa a largo del tiempo. “Se trataba de una actividad beneficiosa, que interesaba a los Estados que la auspiciaban y, por tanto, respetable, al estilo del comercio de armas en el mundo actual. Contaba con una contabilidad, con sus ingresos y gastos, con su rentabilidad y productividad”, con lo cual casi ningún Estado renunció a este tipo de actividad. “Considerados héroes en sus lugares de origen sembraban el terror entre sus víctimas”, añade.
Aunque realmente la acción corsaria, “de rapiña”, se inicia con los mismos viajes de descubrimiento, antes de la conquista. “Los asaltos peninsulares en busca de presas, entre los que se incluía la captura de población guanche para venderla luego como esclava, junto con la devastación de cosechas, ganado y otros aprovechamientos, tenían todas las características de estas actuaciones”.
El profesor titular de la ULPGC señala que estos ataques no eran considerados como corsarismo por los europeos “ya que afectaban a pueblos indígenas paganos, en muchos casos sin instituciones paralelas estatales reconocibles por los recién llegados”.
Por tanto, no era sólo el botín lo que las islas ofrecían. Fue fundamental “la pertenencia de estas aguas a España y los numerosos conflictos políticos, de manera regular, en los que se vio envuelta durante toda la etapa Moderna y el siglo XIX”, señala el profesor, quien afirma que fue tan intensa la actividad corsaria, que “condicionó para siempre la vida cotidiana de los canarios”.
La población norteafricana “contaba con una nutrida representación en las islas, puesto que habían sido traídos a su vez como esclavos”. Para ellos los corsarios berberiscos eran su única esperanza de regresar a sus hogares. “El único territorio de la Corona española en el que no se aplicó la expulsión de los moriscos de 1609 fue Canarias”, destaca el historiador.
Santana Pérez apunta también hacia “el fanatismo religioso por parte de los enemigos de la Corona española, como explicación parcial de los saqueos y, en algunos casos, de su ensañamiento”. A su juicio “muchos calvinistas europeos ven casi como una misión divina poder socavar las bases de suministro del principal opositor católico, representado por el Papado y España”, como también procedían del Norte de África, “muchos de ellos recientemente asentados como moriscos y judíos expulsados de la Península Ibérica que veían en el poder hispano el principal objetivo a derribar”.
A pesar de que Canarias no ofrecía demasiadas riquezas de botín en comparación con América, "aquí no circulaba, en teoría, grandes cantidades de oro, plata, piedras preciosas o grana", apunta. Sin embargo, "el Archipiélago era un lugar estratégico de primer orden en la navegación atlántica. Prácticamente todas las naves que se dirigían hacia América, África o Asia pasaban por sus aguas.
Estas embarcaciones no transportaban artículos coloniales, ya que el tránsito era de ida, pero sí otras mercancías apetecibles de origen europeo (telas, herramientas, aceite, vino, cereales, carne, pescado)". Canarias actuaba como puerta de entrada atlántica y "ese papel lo conocían perfectamente los corsarios de todo el mundo", subraya.
A este flujo hay que sumar las propias producciones que se cargaban en Canarias, tanto para el transporte regional como para la exportación, "cuya captura suponía un valor considerable" (orchilla, azúcar, vino, cereal, ganado, pescado, etc.). A ellas habría que añadir otra "mercancía", añade, "nada desdeñable": "los esclavos, que se obtenían de las propias incursiones terrestres en las islas y de los asaltos a las tripulaciones mercantes y pesqueras", añade.
Por si fuera poco, "a partir de 1657 se permitía regresar a los navíos de permiso canarios directamente desde América, por lo que de forma oficial muchas mercancías americanas llegaban directamente a partir de esa fecha a las islas. Esta cantidad de artículos americanos que venían de forma legal era insignificante con la que llegaban a través del contrabando (ocultaciones, arribadas forzosas, etc.)".
Ataques corsarios
El ensayo documenta cómo los portugueses fueron los que desplegaron una mayor actividad durante el siglo XV, “cuando se pugna por alcanzar la hegemonía en la carrera por controlar las rutas en el África occidental”. Los franceses tomarían el relevo en los enfrentamientos con la Corona española durante los tres primeros cuartos del siglo XVI. Recordemos los ataques de Jean Fleury y Alphonse de Saintonge a embarcaciones en el puerto de La Luz (1522 y 1543), Jacques de Sores sobre Tenerife y La Palma (1554) y la de Tazacorte (1570), entre muchos otros. Aunque además de estas acciones corsarias, “hay que destacar también los ataques militares de armadas enemigas”, subraya el historiador.
“Todavía en la segunda mitad del siglo XVII seguían realizando correrías algunos corsarios franceses”, como la que afecta al puerto de La Luz en 1676. “A partir de la segunda mitad del siglo XVI, los ingleses constituyeron una amenaza permanente para la Corona española, al competir con ella por el control de los dominios coloniales”. La derrota de la Armada Invencible (1588) obligó a la creación de un plan defensivo en todo el Atlántico. Durante los siglos XVII y XVIII continuaron reproduciéndose episodios bélicos entre estas dos potencias marítimas. Francis Drake atacó La Palma y La Gomera en 1585 y repitió, junto con John Hawkins, en 1595, ante la ciudad de Las Palmas, entre muchos ejemplos.
Loa ataques de corsarios ingleses se sucedían, pero el hecho más relevante en el siglo XVII fue el ataque inglés, encabezado por Blake, a Santa Cruz de Tenerife en 1657, en busca de la plata de la flota de Nueva España. La rivalidad con los británicos continua y se manifiesta sobre todo en las continuas guerras que afectaron a Canarias, como el ataque de Horacio Nelson a Santa Cruz de Tenerife (1797), entre otros.
En el siglo XVIII, los corsarios ingleses interceptaban cuantos navíos mercantes se le ponían a su alcance en las rutas comerciales canarias, principalmente en la conexión entre la Península y Canarias y en la ruta interinsular canaria. Por su parte, “los ataques holandeses se concentraron a finales del siglo XVI y principios del XVII, coincidiendo con los primeros años de la independencia de Holanda de la Corona española”.
El mayor ataque a la ciudad de Las Palmas lo realizó una armada holandesa al mando de Pieter van der Does (1599), quien consiguió desembarcar y tomar la ciudad, saqueándola y quemándola. Tras el final de la Tegua de los Doce Años (1621), y hasta la finalización de la Guerra de los Treinta Años (1648), sus acciones continuaron siendo destacadas. Una de estas peripecias tiene lugar en 1634, cuando aparecen a la vista de Las Palmas cuatro navíos de hasta 500 toneladas que se suponían holandeses.
Las luchas contra los mercantes, la captura de prisioneros, los rescates, los enfrentamientos entre corsarios, los ataques individuales, de flotas, los intereses de diversas potencias, los refugios de piratas y hasta los tesoros enterrados formaron parte del miedo cotidiano del isleño, que se acostumbró a los garfios, los parches en el ojo y las patas de palo recorriendo durante siglos nuestra geografía. Un Juego de Tronos.
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Ana Sharife
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