Tribuna
Los “ayuntamientos del cambio”: el final de una excepción
Lo que queda del municipalismo no parece que pueda poner freno a lo que se apunta como una completa restauración de lo viejo. Queda por ver si eso ‘viejo’ es tan sólido como para aguantar todo lo que de terroríficamente nuevo viene de Europa y EE.UU
Emmanuel Rodríguez 27/05/2019
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En mayo de 2015 se produjo una anomalía, de esas que modifican los campos gravitatorios. Algo más de mil candidaturas surgidas de la nada (al menos de una nada absoluta para los estamentos oficiales) obtuvieron representación en otras tantas poblaciones españolas. Sus nombres eran variopintos: Ganemos, Ganar, Ahora, Sí Se Puede, En Común, Participa, Somos, etc. Fue un impulso genuino, que tomó el nombre de una vieja tradición, “municipalismo”: propuesta de reinvención de la democracia local, y a su vez de la base local de la democracia.
Entre esas mil y pico candidaturas, algunas obtuvieron la mayoría electoral y por medio de pactos, casi siempre complejos, el gobierno municipal. No se trató de un fenómeno marginal. Los “ayuntamientos del cambio”, se decía entonces, tenían nombres importantes: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Coruña, Cádiz. Aquel 25 de mayo, el segundo impulso electoral del 15M dio el relevo a un Podemos que mostraba los primeros síntomas de agotamiento, empeñado ya entonces en sus luchas internas.
Tras la noche de este domingo 26, de aquel impulso se puede decir que quedan los restos. Se han perdido todas las grandes ciudades a excepción de Cádiz. En Barcelona, Colau ha quedado medio punto por detrás de Maragall. Carmena ha mantenido la primera posición, pero no ha superado al bloque de las derechas que suma más del 50% de los votos. Zaragoza en Común, que gobernará la ciudad hasta la sustitución del consistorio, se ha visto reducido a tres concejales. En A Coruña, Marea Atlántica ha sido sustituido por el PSOE, tradicional feudatario de la ciudad. Solo Kichi, el más impensable, mantiene una holgada mayoría, que de todas formas requerirá del apoyo del PSOE.
En aquellas ciudades en las que en 2015 las candidaturas municipalistas se quedaron a medio camino, los resultados han sido todavía más devastadores. En este domingo, no hemos visto ni Imagina Burgos, ni Aranzadi (Pamplona), ni Ahora Málaga, ni Ganemos Córdoba, ni Terrassa en Comú. Algunas de estas candidaturas fueron desplazadas por Podemos, otras han concurrido en competencia con los morados y a veces con IU. Muy pocas han conseguido representación. De hecho, solo un puñado de estas experiencias han obtenido concejales. ¿Qué ha pasado, por tanto, para que el que seguramente fuera el movimiento electoral más original de la historia reciente de la democracia española se haya aguado en solo cuatro años? ¿Qué ha ocurrido para que esta miríada de experiencias locales y autónomas hayan sido sustituidas por viejos o nuevos partidos, pero todos de matriz tradicional y centralizada?
Es difícil hacer generalizaciones, y la casuística tendrá que ser ajustada a cada caso concreto. Por ejemplo, es complejo, sin conocer bien Cádiz, explicar la repetición de Kichi (quizás el único arropado por un partido de al menos escala andaluza) y qué podría ser extrapolable a otras ciudades. Sea como sea, conviene reconocer que allí donde estas candidaturas han gobernado, lo han hecho con evidente moderación, e incluso en el caso de Madrid con un claro sesgo conservador. Al considerar los ciclos largos de sustitución de gobierno de distintos signos, los ayuntamientos del cambio han destacado por mantenerse en los parámetros de un reformismo tibio, y por hacer políticas que bien podrían haber sido propias de gobiernos socialistas. No ha sido por tanto por exceso, por aventurismo, por izquierdismo, por lo que se han perdido estos ayuntamientos. Pero quizás tampoco por lo contrario. En donde se ha tratado de hacer estallar los límites políticos con radicalismo verbal (hay algún ejemplo en este sentido) tampoco se han obtenido grandes resultados.
La lectura del cierre de la excepción municipalista debe ir así por otro lado. Seguramente, estas experiencias han sufrido demasiado pronto los efectos de la crisis de representación, que afecta a casi todas las democracias maduras, y que en nuestro caso, Podemos ejemplifica mejor que nadie. En cierto modo, la práctica liquidación de estas candidaturas se puede leer en la misma clave que la progresiva aminoración de los morados como partido “de la izquierda”, pero también en su asimilación al “podemismo”, esto es, a aquella doctrina, variante del marketing, que entiende la política únicamente desde los parámetros institucionales y de su representación mediática.
Una posible corroboración de esta lectura se reconoce rápidamente en los patrones sociales del voto. En el lugar en el que han perdido muchas de estas candidaturas ha sido justamente en el mismo en el que ganaron en 2015 y por donde debían haber vuelto a ganar en 2019. En Barcelona, por ejemplo, las grandes pérdidas de voto a Colau se han concentrado en los barrios de menor renta: el distrito de Nou Barris y en la línea del Besòs. Los casi 20.000 votos que ha perdido En Comú se reúnen en una decena de barrios. La pérdida corresponde además con la recuperación del PSC, que ha duplicado sus votos: de 67.000 en 2015 a casi 139.000 en 2019. Quizás algunos podrían entender la clave del voto de Barcelona en relación con los complicados retruécanos del procés, y menos como una incapacidad de mantener el voto popular. Valga por lo tanto otro ejemplo.
En Madrid, esta lectura resulta todavía menos discutible. En este caso no hay trasvase a los socialistas, sino más bien a la abstención. Este domingo, el Más Madrid de Carmena obtuvo 504.000 votos, 15.000 menos que en 2019, y el PSOE 223.000, 25.000 votos menos que en 2015. La única ganancia se produjo de la mano de Madrid en Pie, candidatura liderada por IU, y que sin representación obtuvo 42.800 votos, 15.000 más más que IU en 2015. Ni agregando, en cualquier caso, todos sus votos a MM-PSOE, hubiera vencido a las derechas, que han obtenido más del 50% de las papeletas, frente al poco más del 47% de las izquierdas. Al tiempo, la participación, respecto a 2015, en distritos como Villaverde, Usera o Vallecas cayó alrededor de un 4%, frente a las ligeras subidas de los distritos del norte de la ciudad. Las izquierdas en definitiva perdieron el domingo 25.000 votos de los barrios populares. Para ganar tendrían que haber mantenido esos 25.000 votos y haber sumado otros 60.000 más. No son cifras pequeñas.
La situación se repite, con algunas excepciones, en algunos municipios del sur de Madrid y en otras ciudades. Las candidaturas municipalistas, a veces convertidas en una simple marca de Podemos, ceden porcentajes enormes de voto al PSOE o a la abstención. La pregunta para muchos es: ¿qué hacer pues a partir de estos datos?, o de forma más precisa: ¿cómo recuperar el voto popular? Y seguramente, las respuestas vayan mucho menos por pensar en una nueva ronda de ingenios de retórica y marketing, que en preguntarse cómo se puede articular una política popular, una política ajustada a la composición de barrios y ciudades formados por poblaciones precarias, mestizas (muchos sin derecho al voto) y básicamente desafectas o indiferentes a la política convencional.
La excepción municipalista, para perdurar, habría requerido de algo también excepcional. Si el municipalismo defendía la originalidad de una política local capaz de sostenerse sobre fuerzas locales (y no tanto sobre la representación mediática), solo podría haberlo hecho sobre tramas densas de organización popular. La paradoja del municipalismo parece haber estado en poner a un lado la buena imagen y la jovialidad de los nuevos políticos, y al otro la crisis de largo recorrido de las viejas culturas políticas de los barrios populares, así como el bloqueo a los nuevos experimentos de organización de migrantes y precarios. Con palabras y promesas, con algunas políticas bien orientadas pero siempre limitadas, con un lenguaje inclusivo y ciudadano que hablaba de la “gente” y sus necesidades, se podía compensar poco de casi cuarenta años de ausencia de política propiamente popular.
Este domingo 26 de mayo nos ha devuelto a un paisaje que, salvando la nueva pluralidad de actores y algunos sustos, tiene bastantes parecidos a lo que conocíamos antes de 2014. El PSOE renacido de Sánchez sigue recuperando a sus viejos votantes. Podemos, convertido en algo más parecido a lo que siempre fue IU, parece condenado a una eterna minoría siempre subsidiaria de los socialistas. Y la derecha, tras el experimento de su fragmentación y de cosechar no pocos frutos, vuelve a construir su unidad. Lo que queda del municipalismo no parece pueda poner freno a lo que se apunta como una completa restauración de lo viejo. Sólo queda por ver si eso “viejo” es tan sólido como para aguantar todo lo que de terroríficamente nuevo viene de Europa y EE.UU.
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Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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