Tribuna
La invisibilidad e impunidad de los abusos sexuales en la familia y el caso de Infancia Libre
Dentro de algunos años, quizás nos preguntaremos cómo es posible que no se creyera a estos niños y niñas, igual que nos ocurre hoy con los abusos dentro de la Iglesia. Para muchos será demasiado tarde
Beatriz Gimeno 25/06/2019
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Desde hace unos meses hemos visto como el caso de Infancia Libre se convertía en una trama montada por ciertos medios de comunicación y, como tal trama, desmontada por periodistas como Ana Isabel Bernal Triviño o Marisa Kohan. Pasado el tiempo suficiente es evidente que esta asociación ha sido utilizada para fortalecer la idea de las denuncias falsas y de la maldad de las madres que pretenden negar los derechos de los padres. En Infancia Libre no hay ninguna trama y son casos diferentes que se irán resolviendo de maneras diferentes. Lo que caracteriza a estas madres es que sostienen que sus hijos e hijas han sido víctimas de abusos sexuales y que han decidido protegerles a toda costa y sintiendo que no encuentran amparo en los tribunales, incluso escondiéndose de la justicia. Los casos son muy diferentes unos de otros pero si yo tuviera esa sospecha respecto a mi hijo, o esa certeza, y ningún tribunal me amparara, es probable que tomara la misma decisión. Y esto es así porque hay cuestiones que no están apareciendo en los análisis:
1- Los abusos sexuales a menores son una realidad mucho más extendida de lo que parece y de lo que se quiere mostrar, como ha puesto de manifiesto Save the children en un reciente informe y como certifican todas las asociaciones de defensa de la infancia. Según el Consejo de Europa uno de cada cinco menores habrá sufrido algún tipo de abuso sexual durante su infancia. Esta realidad, sin embargo apenas sale en los medios ni es tomada en consideración por los tribunales.
2- La mayoría de estos abusos (un 85%) se producen dentro de la familia y son perpetrados por padres, tíos o abuelos. Sin embargo, existe una conspiración de silencio para ocultarlo. Porque sacarlo a la luz supondría asumir que la familia puede no ser un lugar seguro para los niños y las niñas y que, por el contrario, demasiado a menudo es un infierno. Asumir que los varones abusan de sus familiares menores en una cifra muy alta no es algo a lo que los conservadores y sus medios afines estén dispuestos a dar crédito. Por el contrario, hay un empeño ideológico antifeminista en negarlo y minimizarlo. La izquierda, por su parte, muchas veces calla por miedo. Estamos haciendo referencia a un enorme tabú social y destaparlo tiene un precio.
3- Los abusos sexuales en general y los abusos sexuales a menores son y han sido un privilegio patriarcal y este resulta especialmente complicado de denunciar al darse dentro de un ámbito, el de la familia, en el que el poder del padre, a pesar de todos los cambios, sigue estando especialmente protegido. El privilegio del acceso sexual a los cuerpos de las mujeres está en el centro del sistema patriarcal y resulta complicado de desmontar, como lo vemos en las dificultades de las mujeres para probar agresiones o violaciones y que su testimonio sea creído. Si el testimonio de las mujeres es puesto en duda, el de los niños y niñas es muy raramente creído.
4- Aunque ya no se llame así, siguen utilizándose todo tipo de variantes del SAP. El Síndrome de Alienación Parental, inventado por un pederasta para protegerse a sí mismo, se ha extendido entre jueces y trabajadores judiciales y con él la idea de que los niños y las niñas que denuncian abusos sexuales mienten siempre influidos por sus madres. La consecuencia de esto es que en la práctica sólo el 30% de los casos de abuso sexual a menores acaba en sentencia según Save the Children, lo que no quiere decir que no se hayan producido dichos abusos. Ahora mismo, si se produce un abuso de verdad lo más probable es que si no hay evidentes daños físicos nadie crea a la menor o al menor. Al menor o a la menor no se le cree por principio y, en todo caso, se le trata casi siempre como un mentiroso potencial al que se le hace pasar por un calvario judicial; y hablamos de niños y niñas.
5- Incluso aun cuando algún experto (las menos de las veces) asegure que dichos abusos se han producido, los tribunales siguen entregando la custodia a los padres. Lo cierto es que se prefiere correr el riesgo de entregar un menor a un abusador que vulnerar el sagrado derecho de un padre. Hay casos de sobra que demuestran esto último. Siempre que una madre lucha por demostrar la realidad de los abusos es considerada una bruja que pretende limitar el derecho del padre. La posibilidad de que sean madres que buscan proteger a sus hijos e hijas frente a los agresores y frente al sistema no se contempla.
6- Muchas mujeres denuncian a sus exparejas por abusos sexuales porque dan crédito a sus hijos e hijas y se encuentran con descrédito social y mediático e infinitos impedimentos judiciales. Cuando el progenitor presenta una contrademanda contra la madre, nos encontramos con que él, por el contrario, sí es creído. Comienza un calvario judicial de la madre por proteger a su hijo o hija en el que va a estar muy sola: véase, el caso de Susana Guerrero. En este momento pesa más en los medios la imagen de la mala madre conspirando por medio de denuncias falsas que la idea, que sigue sin admitirse, de que hay padres que abusan sexualmente de sus hijos e hijas.
7- En muchas ocasiones, después de años, las denuncias de los progenitores contra las madres que buscan proteger a sus hijos e hijas son sobreseídas; en otros casos, finalmente, se les da la razón, pero en este tiempo el menor ha sido entregado a su abusador o a un maltratador. En algunos casos esto ha terminado con el asesinato de una menor a la que el sistema –a pesar de tener multitud de alertas– no quiso proteger, véase el caso de Ángeles González entre otros. Si Ángeles González hubiera desobedecido a la justicia su hija estaría viva.
No estoy incitando a la desobediencia judicial, pero es evidente que el sistema judicial está lastrado por un sesgo patriarcal (tenemos ejemplos de sobra) que nos tiene que llevar a aplicar la hermenéutica de la sospecha sobre el mismo y, al mismo tiempo aplicar el “yo sí te creo” a los menores, aunque sea por una cuestión de probabilidad. Los abusos están ahí y están siendo sistemáticamente minimizados y ocultados. Dentro de algunos años, quizás nos preguntaremos cómo es posible que no se creyera a estos niños y niñas, igual que nos ocurre hoy con los abusos dentro de la Iglesia. Para muchos será demasiado tarde.
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Beatriz Gimeno
Escritora, activista y diputada de Unidos Podemos en la Asamblea de Madrid.
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