“Incluso cuando murió, tenía que seguir protegiendo su honor”
Mientras Tel Aviv celebra el Orgullo Gay, la comunidad LGTBQ de Gaza, atrapada por el bloqueo israelí, está obligada a esconderse, en una sociedad conservadora que rechaza la homosexualidad
Mark Lemant 19/06/2019
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Franja de Gaza, Territorios Palestinos. Anochece. Sami (no es su verdadero nombre) está sentado en uno de los restaurantes situados a orillas del mar. El lugar está prácticamente vacío. Solo cuando se va el camarero, empieza a hablar: “Tuve que casarme para no deshonrar a mi familia”, murmura este cuadragenario. “Mi madre me presionó, me dijo que quería nietos. Antes de casarme con mi primera mujer, le dije: “Mamá, soy gay.” Ella se echó a reír. Yo insistí. Entonces ella me miró fijamente a los ojos y me pidió que no volviera a decir eso nunca más. Cuando me divorcié, volví a la carga. “Muestra a la gente que eres heterosexual”, me respondió. “Haré todo lo que pueda”, me dije a mí mismo.
Sami supo que era homosexual cuando tenía siete años. Desde entonces, ha vivido una vida llena de secretos, llegando incluso a consumir viagra para fingir ser heterosexual. Casado dos veces, a menudo sueña con una vida fuera del enclave palestino. “Ser gay en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo”, dice, “es una lucha constante”. Mientras que los palestinos LGTBQ que viven en Israel o Cisjordania tienen la posibilidad de irse de sus ciudades o pueblos conservadores para encontrar espacios de libertad en Haifa, Tel Aviv, Jaffa o incluso Ramala, los gazatíes se encuentran encerrados en una sociedad homófoba, bajo un estricto bloqueo israelí.
Arriesgándose a ser acosados, torturados, o peor aún, amenazados por Hamás o por sus familias, los habitantes queer de Gaza se esconden en el miedo. “Hacerse pasar” por heterosexual es una cuestión de supervivencia. “Pero yo, quiero ser gay. Quiero tener una pareja y estar enamorado”, suplica Sami, intentando retener las lágrimas.
Respira hondo y añade: “En esta comunidad, es imposible. He conocido a muchos homosexuales en Gaza por internet. Todo el mundo tiene miedo de todo el mundo. Algunos han sido castigados, otros, asesinados, y otros han acabado suicidándose. Uno de mis mejores amigos era gay. Saltó de un edificio de seis pisos. Su padre me llamó día y noche durante una semana para preguntarme por qué su hijo había podido hacer algo así, pero yo no podía decirle la verdad. Incluso estando muerto, tenía que proteger su honor. Un día, poco antes de que se suicidara, me preguntó: “Si me mato, ¿Dios me perdonará por ser gay?”.
Arriesgándose a ser acosados, torturados, o peor aún, amenazados por Hamás o por sus familias, los habitantes queer de Gaza se esconden en el miedo
Los activistas LGBTQ palestinos destacan hasta qué punto la situación es aún más complicada para las lesbianas. En una sociedad tan conservadora como es la de Gaza, las mujeres no suelen estar autorizadas a salir de sus hogares sin estar acompañadas, lo que limita aún más las pocas oportunidades de tener relaciones con personas de su mismo sexo. “Para las mujeres, es más duro estar en el espacio público. Los hombres pueden desplazarse de manera más libre y suelen encontrar lugares alternativos”, explica Hanan Wakeem, de 35 años, líder del proyecto Aswat, que se define como un movimiento feminista queerpor la libertad sexual y de género de las mujeres palestinas. “Hace un tiempo trabajé con una pareja de lesbianas gazatíes, madres y casadas con hombres. Querían estar juntas y salir de Gaza. Contactamos a varias organizaciones internacionales y nos dijeron que podían irse, pero sin sus hijos. Así que finalmente decidieron quedarse”.
Tel Aviv acogió el 14 de junio a miles de personas en su anual marcha del Orgullo Gay, la más importante de la región. En raras ocasiones un puñado de gazatíes afortunados puede salir del enclave para experimentar su identidad sexual al otro lado de la alambrada.
En el coche suena música tecno israelí. Mientras bebe una cerveza, Ahmed (seudónimo), aparca frente a la playa. El joven saca de su bolsillo una botella minúscula de nitrito de amilo, más conocido como popper, una droga que puede servir de relajante muscular para que el sexo anal sea más cómodo.“Siempre la llevo conmigo. Si la gente me pregunta qué es, puedo decirles que es para dar sabor a la cachimba”, dice, riéndose.
Ahmed, de veintitantos años, consiguió un permiso para salir de Gaza y viajar al extranjero, gracias a una visita a un lugar que prefiere no mencionar, donde el hecho de ser homosexual está, sorprendentemente, aceptado. “Siendo alguien que nunca ha tenido la oportunidad de tener contacto físico con otra persona, estar en un lugar donde sí era posible, fue surrealista”, recuerda. Por primera vez fuera de Gaza y solo de manera temporal, aprovechó la ocasión para ir de fiesta a un club gay. “Fue una de las experiencias más increíbles de mi vida”, explica, sonriendo. “Hasta ese momento solo había visto esas cosas en el cine. Los occidentales viven este tipo de experiencias cuando son adolescentes, pero yo ya era adulto. Por una noche pude ser otra persona, o más bien ser, al fin, yo mismo”.
Al día siguiente Ahmed se despierta con una resaca literal y metafórica. Es hora de volver a Gaza, un lugar donde los únicos gais que ha visto durante su adolescencia son los de las películas pornográficas que veía en el ordenador de la familia, siempre con ese miedo paralizador de que le descubran o de olvidar suprimir el historial de búsqueda en el navegador. También estaban los hombres gais que a veces veía en las películas de Hollywood, junto a sus padres. Entonces se daba cuenta de hasta qué punto se sentían incómodos cuando aparecían en la pantalla personajes LGBTQ.
“No voy a salir del armario. Mi familia nunca lo aceptaría. Pensarían que soy un egoísta. Me odiarían y pensaría que soy un monstruo. Soy alguien a quien le gusta planificar su futuro, pero este futuro, no lo puedo prever”, dice, en un suspiro. “La presión de la sociedad es enorme. En otro lugar podría ser diferente, pero aquí en Gaza, las cosas son mucho más complicadas…”.
En Jerusalén un judío ultraortodoxo apuñaló en 2005 a tres personas que participaban en la marcha del Orgullo Gay
Tanto en Israel como en los Territorios Palestinos, los miembros de la comunidad afirman estar confrontados a las presiones del conservadurismo religioso, ya sea de origen cristiano, musulmán o judío. Tel Aviv, a menudo calificada como “paraíso” para los homosexuales, es la excepción que confirma la regla. En Jerusalén, por ejemplo, un judío ultraortodoxo apuñaló en 2005 a tres personas que participaban en la marcha del Orgullo Gay. Fue declarado culpable de tentativa de homicidio y condenado a diez años de prisión. Cuando salió de la cárcel, volvió de nuevo a la marcha de Jerusalén y apuñaló a otras seis personas, esta vez matando a uno de ellos. Este año, durante el desfile del pasado 6 de junio, la policía detuvo a un hombre armado con un cuchillo mientras miles de personas marchaban en las calles bajo altas medidas de seguridad. En total, 49 personas han sido arrestadas y varias decenas de manifestantes se reunieron en los alrededores para protestar contra el evento.
Fuera de la Franja de Gaza, activistas palestinos queer han ido abriendo el camino (a menudo poniendo en peligro su propia seguridad) a la creación de lo que hoy son reconocidos como auténticos espacios LGTBQ árabes, diferentes de los que han sido creados por los israelíes. En Haifa, una de las ciudades árabes más importante del país, (un 20% de la población israelí es, en realidad, palestina), se organizan regularmente fiestas LGBTQ en los bares palestinos. En una de ellas, decenas de personas asisten al espectáculo de ‘Madam Tayoush’, drag queen palestino. Labios rojo escarlata bajo un oscuro bigote, vestido largo transparente de color violeta…el artista se contonea en el ambiente cálido de la sala. Los pasos de baile, las risas y la música tradicional son marca de un discurso político comprometido. Algunas personas del público han venido desde la Cisjordania ocupada, logrando desafiar los controles. Sin embargo, no hay ningún gazatí.
¿Cómo crear espacios LGTBQ cuando la propia comunidad está fragmentada por barreras inquebrantables?
“Intento crear un espacio queer para todos los palestinos, aunque es imposible”, lamenta Madam Tayoush (su verdadero nombre es Elias Wakeem). ¿Cómo crear espacios LGTBQ cuando la propia comunidad está fragmentada por barreras inquebrantables? “Uno de mis fans es un médico de Gaza que conocí por internet hace ocho años. Me dice que está orgulloso de ver a palestinos abiertamente homosexuales, como yo. Cuando recibo mensajes de amigos diciéndome que no pueden venir a mis espectáculos por culpa de la ocupación, me siento muy mal”, explica este activista, drag queen desde hace una década. “A veces pienso: si no puedo incluir a todo el mundo, ¿debería continuar haciendo esto? Pero al mismo tiempo pienso que algún día derribaremos esos muros”, añade.
A falta de acceso a este tipo de eventos, conocer a otros queer en Gaza se convierte en tarea difícil. Antes, Ahmad intercambiaba miradas con algunos hombres en los cafés, y a veces incluso se atrevía a flirtear sutilmente con los que creía que eran como él. Sin embargo, nunca se atrevió a dar el primer paso. Es demasiado peligroso. Después, llegaron las redes sociales. “Las normas del juego han cambiado. Hace poco conocí a un chico por internet, que se convirtió en un amigo íntimo. Con él me siento bien y puedo ser yo mismo. Solemos ir a la playa juntos para mirar a otros chicos. Si no hubiera hablado con él antes de conocerlo en la vida real, nunca hubiéramos tenido el valor de admitirnos el uno al otro que somos gais”, explica.
Sin embargo, hablar con una pantalla de por medio no es nada seguro. Tanto para Sami como para Ahmad es impensable intercambiar fotos o nombres auténticos, por miedo a que la persona con la que hablan sea en realidad un agente de Hamás o de los Servicios de Inteligencia israelíes. “Casi nunca nos vemos. Si nos pilla Hamás, nos enviaría directamente a la cárcel. Aunque peor que ir a prisión es que se lo digan a nuestros padres. Ya he oído varias historias de hombres gais casados con mujeres a la fuerza por sus familias, después de haber sido denunciados”, explica.
Como muchos otros gazatíes LGBTQ, Ahmad se enfrenta a un dilema interno: intentar escapar para poder ser él mismo, pero dejando atrás a sus amigos y a su familia, o quedarse, y acabar casándose con una mujer. “Nunca haré mi coming out. O me voy de Gaza, o me caso. Aún no sé lo que voy a hacer…”, dice entre dientes. “Aunque me vaya, mi familia acabaría descubriendo que nunca he estado con mujeres”.
Habiéndose casado en dos ocasiones, Sami reconoce que ha perdido toda la esperanza de tener algún día una vida normal. Cuando estudiaba en la universidad tuvo un novio del que estuvo enamorado, pero eso fue hace veinte años. “Desde entonces, he tenido una vida de soledad. La mayoría de los gais de Gaza solo buscan sexo, pero yo busco el amor. Y mi sueño es encontrar al hombre de mi vida”.
Sami mira al suelo, reflexivo. “Menos mal que algunos encuentros han sido divertidos”, recuerda: “Hace poco tuve una cita con un hombre. Estaba en su habitación y… ¿puedo hablar sin tapujos?”, pregunta. “Pues…cuando me estaba haciendo una felación, alguien abrió la puerta, y acto seguido la volvió a cerrar. Yo estaba paralizado, creía que nos iban a matar... Nos levantamos para ver quién era. ¡Era su abuela, ciega, que se equivocó de puerta!”, cuenta, a carcajadas. “Pese a todo”, sonríe tímidamente, “no me gustaría ser heterosexual. Me gusto tal y como soy”.
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Mark Lemant
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