Juliana González-Rivera / Escritora
‘‘Somos viajeros en tanto que somos distintos a quien está al lado’’
Nerea Balinot Madrid , 24/07/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
El primer viaje de los cielos a la tierra fue un castigo. Al caer desde el paraíso, Adán y Eva inauguraron el camino de los exiliados, de aquellos que habitan la diáspora anhelando regresar; una tradición que se extiende hasta nuestros días en las vidas de migrantes y refugiados. En cambio, el recorrido que trazó la perra Laika desde la estación espacial hasta el cielo fue un viaje de conquista. Como ocurrió con la llegada a América, el movimiento sirvió para expandir las fronteras más allá del mundo conocido.
Al viaje le debemos salir de África para poblar el mundo, descubrir que la tierra está achatada en los polos, crear el arte gótico, estudiar la teoría darwinista y, también, gran parte de nuestra alimentación: desde el arroz y el azúcar hasta la patata, el cacao y el maíz.
Por eso, ‘‘la historia de los desplazamientos es la historia del mundo’’, afirma Juliana González-Rivera (Medellín, 1984), escritora y periodista, en su libro La invención del viaje (Alianza editorial). Construida entre la literatura, la historia y el ensayo, esta obra híbrida ofrece al lector impulso, motor y aliento para salir al camino. También, una forma de mirar y entender aquello que nos rodea: el mundo, inventado por los viajeros y su relato.
El viaje existe cuando nos transforma
Hay muchos tipos de viaje –peregrinación, huida, extravío–, pero todos tienen algo en común: la búsqueda, ‘‘una especie de carencia que nos obliga al movimiento’’, explica la autora. Y, en ese tránsito, el viaje solo es viaje cuando nos transforma, ‘‘si no, es simplemente un cambio de lugar’’.
Quien va de resort en resort, acompañado por otros turistas como él, no se mueve. ‘‘Somos viajeros en tanto que somos distintos a quien está al lado’’, afirma. Esa diferencia es lo que nos confronta ‘‘con nuestro propio yo’’. Por eso sentencia que, para viajar, es indispensable alejarse de lo conocido, perder los referentes y olvidar todos los bastones que sirven como apoyo. Preferiblemente, hacerlo solos. Poner tierra de por medio, aunque no demasiada. Ni la distancia física ni la cantidad de kilómetros miden la lejanía, matiza. Irte de tu pueblo a una ciudad o, incluso, cambiar de barrio también son formas de viajar. Más allá del destino, lo que importa ‘‘es el periplo interior’’.
En ese camino el viajero se presenta como el héroe, pues se enfrenta a la caverna interior de la que hablan los mitos. Es quien experimenta la partida –‘‘con la dificultad que supone despedirse’’–, el tránsito permanente –‘‘la posibilidad de recrear tu casa en cualquier parte’’– y lo más difícil: el regreso. Porque todo retorno, escribe, es una derrota: no es posible volver a ser quienes éramos antes de marcharnos.
Para viajar, es indispensable alejarse de lo conocido, perder los referentes y olvidar todos los bastones que sirven como apoyo
Entre las formas de viaje más características de nuestro tiempo, destaca el turismo y la migración. Dos caras de la misma moneda. Recuerda a Marc Augé cuando plantea: ‘‘hoy los turistas van de vacaciones a lugares de donde otros emigran’’. Como quienes solamente visitan, de Cuba, las playas de Varadero y de Bali, los arrozales. No conocen realmente esos países, afirma González-Rivera. Se pierden el diálogo. ‘‘Hay que rozarse, escuchar y conocer a los otros’’, añade. El turista, por su parte, solo sabe mantener monólogos: con sus iguales o con sus fotografías. Se mueve realizando una ‘‘especie de checklist’’. En Rusia, el Palacio de Invierno –check–, la Catedral de la Sangre Derramada –check– y la casa de Dostoievski –check, check–. Puede regresar. Y, sin embargo, ‘‘viajar no es hacer la foto bonita que otro hizo antes que tú, sino entender’’. Bucear hasta las capas más profundas. Olvidar esa superabundancia de imágenes que convierten el mundo ‘‘en una revista de decoración donde todo es precioso’’.
Como todo viaje, el turismo también es la cosmovisión de una época. Encaja perfectamente con ‘‘las dinámicas de rapidez, consumo rápido, banalización y primacía de la experiencia’’ que caracterizan el mundo contemporáneo. Por eso todos somos un poco turistas. Aunque, afirma, sigue existiendo el viaje como aventura. ‘‘Siempre que tú quieras que lo sea’’, explica. Hay que estar dispuesto a que ocurra, ‘‘no en un tour organizado donde no hay espacio para el error y el tropiezo’’. Porque el obstáculo es, de hecho, ‘‘la sal del viaje’’. Y los desvíos e imprevistos pueden llevarte a lugares más interesantes que aquellos que habías planeado, añade. Todo ocurre en el tránsito: las experiencias, los conocimientos, los compañeros del camino…; por eso, ‘‘al viaje hay que dejarlo ser’’.
De los viajeros y viajeras de antes, la autora echa de menos ‘‘el ir, simplemente ir; no ir y volver’’. También, la facilidad para transitar el mundo. Cuando se planteó seguir los pasos de Martha Gellhorn trazando una ruta desde Camerún hasta Zanzíbar, descubrió que era ‘‘infinitamente más difícil que en los años 60’’. Las fronteras, los pasaportes, los conflictos internos, la necesidad de conseguir un intérprete…: ‘‘Ahora los peligros son mayores y las barreras más altas’’, explica.
Por eso, el verdadero viaje –el ir a conocer a los otros para contarlo– sigue siendo un privilegio. También, una responsabilidad. Porque ‘‘nuestra es la verdad o la ficción’’ con la que se conoce a los demás.
Quien viaja y cuenta inventa el mundo
‘‘El viaje existe cuando se cuenta’’, afirma. Porque sin relato, no queda constancia de lo sucedido. Quizás chinos y vikingos llegaron antes a tierras americanas, pero son los europeos quienes, con sus relatos de viaje, se proclamaron ante la historia como descubridores, explica.
Para contarlo no bastan las descripciones, las enumeraciones o los inventarios. Ya no tiene sentido ese relato que expone, porque ‘‘a golpe de internet’’, todos podemos verlo. En cambio, sigue siendo imprescindible el viaje que explica. Aquellos viajeros y narradores que nos cuentan ‘‘los problemas cotidianos a través de sus desplazamientos’’. Quienes proponen con su viaje ‘‘una explicación del mundo y de los otros’’.
Como hace Martín Caparrós con el cambio climático o el hambre, Jorge Carrión con las librerías y Sergio del Molino en La España Vacía, menciona. Una mezcla de ‘‘relato de viajes, crítica literaria, ensayo y conocimiento puro’’. Un género híbrido en el que el viaje solo es una excusa. Un artefacto. Una metodología que busca ‘‘el entendimiento y la comprensión de los otros a través del contacto’’.
Eso, explica, no puede hacerse desde una cuenta de Instagram. Reconoce que le gustan, ‘‘porque son motor’’ para los viajeros. Pero, siguiendo a Pedro Sorela, afirma: ‘‘El viaje es lo que sucede detrás de los ojos, no delante’’. Es imposible fotografiarlo y difícil transmitirlo. Solo puede intentarse a través de un relato que, más allá de inspirar, proponga una explicación del mundo. Desde una subjetividad muy honrada: ‘‘esto es lo que yo vi, lo que yo entendí’’; sin que sea la única respuesta posible. Pero en las redes, añade, no está ese ánimo de comprensión. Al contrario: ‘‘Hay cierto preciosismo de los lugares’’.
Es imposible fotografiarlo y difícil transmitirlo. Solo puede intentarse a través de un relato que, más allá de inspirar, proponga una explicación del mundo
Esa subjetividad es lo que da nombre a su libro: La invención del viaje. Porque ningún relato es verdadero, explica, aunque todos informan –o desinforman–. ‘‘¿Era real esa España inquisitorial, de gitanos, y leyendas de moros que cuenta la Leyenda Negra?’’, plantea. Una parte sí, y otra no, pues ‘‘estaba arropada por los prejuicios extranjeros’’. Y, sin embargo, esas ficciones viajeras construyeron un imaginario que terminó por imponerse.
Mientras que en aquella época la ficción imitaba a la realidad, ‘‘ahora es la realidad la que intenta copiar a la ficción’’. Recuerda que Sergio del Molino, en La España Vacía, cuenta que algunos pueblos se inventan un pasado medieval para atraer a la industria turística. También su propia ciudad, Medellín, que se ha convertido en una ficción de sí misma tras el fenómeno Narcos.
Ante todo, el viajero debe evitar estos simulacros –‘‘parques temáticos donde no tienes nada que aprender’’–. Aún quedan miles de lugares por descubrir, afirma. Por ejemplo, el fondo del mar; pero también Mongolia, ‘‘que sigue estando hoy tan lejos –para un americano, para un europeo– como lo estaba en tiempos de Marco Polo’’.
Lo importante, insiste, no es el destino. ‘‘Más allá de la novedad, cada lugar merece volver a ser contado’’ por los intérpretes de su época, explica. Por aquellos que ordenan el caos de la realidad e intentan darle un sentido a través del desplazamiento. Tan interesante es una crónica de Venecia en el siglo XVIII como ‘‘la crónica sobre la Venecia actual inundada de turistas’’, afirma. Cada época exige sus propios mitos. Y el viajero, creador por excelencia, está llamado a construir ‘‘los mitos contemporáneos’’.
---------------------
Nerea Balinot (@NxBalinot)
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autora >
Nerea Balinot
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí