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¿Qué se ve a los pies de la torre más alta de Toronto? ¡A un montón de gente jugando a Pokémon GO! El último grito de la aplicación para móviles es un modo de juego que necesita de grandes grupos de personas para capturar Pokémon especiales. Así que, si alguna vez vas por la calle y te encuentras a un abultado número de gente reunida mirando su móvil y deslizando el dedo sin parar por la pantalla, no lo dudes: están capturando Pokémon.
En fin, Toronto. Ya no estás en mitad de ninguna parte. Viajar desde Nueva Escocia a Toronto es como cambiar de novia. Estabas cansado, ya. La rutina, estar estancado, esas cosas. Así que le echas la culpa a tu novia. Y te vas a Toronto. Allí esperas encontrar una novia mejor. Más guapa, más lista, más lo que sea; estás tan aburrido de ti mismo que te vale cualquier idea que ocupe más espacio.
En Nueva Escocia hiciste grandes amigos, viste ballenas y alces salvajes, te comiste varios lobster rolls mirando al mar. Estabas bien, para qué negarlo. En Toronto los edificios son altísimos, la gente va más deprisa, los del Airbnb son un poco raros, los helados saben peor. No tardas en darte cuenta de que tu novia estaba bien; el problema –joder, claro– eras tú.
Mientras escribes a tu exnovia para pedirle perdón, visitas los restaurantes de la ciudad. Toronto no tendrá gran cosa, pero es la meca de la interculturalidad. Por tanto, las opciones gastronómicas de calidad se multiplican. Comes pizza napolitana, fideos japoneses, arroz tailandés, tacos mexicanos, comida china vegetariana y otras tantas cosas. Te has comido torontontero y, sin embargo, no puedes dejar de pensar en ella.
“No puedo vivir sin ti”, le escribes de camino a las cataratas del Niágara. Allí, te dan un chubasquero rojo y te montan en un barco que te mete debajo de las cataratas. Como montarte en una atracción de Disneyland, pero con colas más fluidas, perfectamente preparado para dar respuesta a las necesidades del turista: llegas, haces la foto, comes y te vas. Al otro lado del río, Estados Unidos. Una frontera compartida por el bien del capitalismo. Eso sí, sus chubasqueros son azules. Todos perfectamente identificados, no sea que algún indocumentado salte al agua y se cuele donde no debe.
A tu vuelta de la excursión a las cataratas, y harto de deambular sin rumbo, coges un tren a Ottawa. La capital de Canadá. Nadie lo diría, la verdad. Es una ciudad administrativa, con unos cuantos edificios gubernamentales, un canal que en invierno se convierte en una pista de patinaje, unos pocos parques y un puente que cruza a la parte francófona de Canadá. Es una ciudad puesta ahí para hacer de parapeto entre los egos franceses e ingleses.
Ottawa es tan poco convincente como tus intentonas para volver con tu ex. “Siempre te querré”, le sueltas a la desesperada. Ella lo lee y te responde con el emoji que se ríe a carcajadas. Desprovisto de esperanza, abandonas la región de Ontario. Si no has logrado volverte a enamorar allí, quizá sea el momento de cruzar el puente. Con la mirada perdida, abandonas ese trozo de Canadá que se parece a cualquier otra parte. Próxima parada, Québec.
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La siguiente entrega de In the middle of nowhere se publicará el 28 de agosto.
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Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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