Gran Reportaje
“Dios se ha olvidado de nosotros”
El precio de una guerra en Líbano es demasiado elevado, pero esto puede cambiar. En el país confluyen todos los problemas de Oriente Medio
Arnon Grunberg Beirut , 28/08/2019
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En abril de 2007, aterricé en el aeropuerto de Beirut casi un año después del último conflicto importante entre Hezbolá e Israel: la guerra que tuvo lugar durante el verano de 2006 y que acabó en tablas. Al mismo tiempo llegaba un despliegue de soldados italianos de la Fuerza Interina de Naciones Unidas en el Líbano (FINUL) en una misión destinada al mantenimiento de la paz; se dirigían hacia el sur del Líbano y prácticamente nadie esperaba que fuera a tener éxito. La mayoría de los libaneses con los que hablé estaban convencidos de que en un año estallaría otra guerra con Israel, unos cuantos incluso temían que hubiera otra guerra civil. En 2007, Nafal Daou, por entonces director del periódico Naharnet además de representante de Fuerzas Libanesas, un movimiento nacionalista maronita, hizo la predicción más acertada. En aquel momento me dijo que la siguiente guerra importante en Oriente Medio se libraría entre sunitas y chiitas; añadió que no esperaba una resolución pacífica ni a corto ni a largo plazo.
Setenta años después de su nacimiento, Israel continúa siendo un “problema” que Europa ha exportado a Oriente Medio
Llegó la primavera árabe, seguida de la guerra de Siria, que precisamente parecía ser una guerra importante entre sunitas y chiitas, y que resultaría ser el catalizador del flujo de refugiados en toda la zona. Algunos políticos europeos la utilizaron para avivar las llamas de la inquietud entre sus ciudadanos con el fin de obtener escaños parlamentarios. A pesar de varias escaramuzas entre Hezbolá e Israel en suelo sirio, la frontera entre el Líbano e Israel se mantuvo extraordinariamente estable. Un pequeño milagro. Y pese a la llegada de aproximadamente un millón y medio de refugiados sirios que se desplazaban hacia el Líbano, el país permaneció relativamente tranquilo. Otro pequeño milagro. Quería observar de cerca estos pequeños milagros, de modo que regresé a finales de 2018.
Puede que, en Occidente, el conflicto entre Palestina e Israel sea un tema menos candente que hace unas décadas, y puede que la de Siria sea una de las guerras olvidadas –la gente tiende a olvidar a una velocidad alarmante– que Oriente Medio soporta en mucha mayor medida por el mero hecho de ser la periferia de Europa. Setenta años después de su nacimiento, Israel continúa siendo un “problema” que Europa ha exportado a Oriente Medio. Y este no se ha atenuado con la idea de que la impotencia judía durante la primera mitad del siglo XX se ha convertido, desde entonces, en dominación israelí. El hecho de que el discurso de la extrema derecha identifique al Estado Islámico con el islam –la extrema derecha no es la única que lo hace– no solo demuestra que Europa exporta problemas a Oriente Medio, sino también que, comprensiblemente, Oriente Medio exporta sus problemas de vuelta a Europa. Previsiblemente, la población autóctona tiende a malinterpretar los problemas exportados.
La relativa paz del Líbano
El Líbano es uno de los pocos países de Oriente Medio en el que cristianos, chiitas y suníes pueden seguir –o más bien: una vez más siguen– coexistiendo en una situación de paz relativa. Sin embargo, el país también recibe todos los problemas de Oriente Medio en general: el conflicto con Israel, refugiados palestinos, a menudo ya de tercera generación, refugiados sirios, el “conflicto” con Irán. Puesto que Trump puso fin a un acuerdo unilateral con Irán, una vez más, el país se ha convertido en el foco de atención de los temas de actualidad. Y a causa de Hezbolá no está descartado que este conflicto se libre en territorio libanés.
Hay otra razón para hacer esta visita. La visión multilateral del mundo es un tanto aburrida y a menudo genera una burocracia particularmente inefectiva, pero creo que cualquier otra alternativa supone ir un paso por detrás de esta realidad. Quiero ver el trabajo de dicha visión multilateral del mundo, y para hacerlo visitaré una de las misiones destinadas al mantenimiento de la paz más duraderas de Naciones Unidas, FINUL, encargada de mantener la estabilidad en la frontera de Israel y el Líbano.
Durante mi estancia con el ejército holandés en Afganistán, en 2006 y 2007, me escoltaba la capitana Cynthia. Cuando en esta ocasión visito el Líbano, era la única ciudadana holandesa de FINUL desplegada como asesora militar en cuestiones de género y me invita a que la acompañe para que conozca FINUL y además para que vea lo que hace una asesora de género en el día a día. Si he aprendido algo de la época en que estuve en Afganistán e Iraq es que la guerra, incluidos los preludios y las secuelas, es una forma trágica del absurdo con los interludios cómicos necesarios –aquellos que esperen una forma trágica del absurdo se sorprenderán gratamente–. No obstante, es necesario hacerse esta pregunta: ¿una misión para el mantenimiento de la paz es algo más que una forma trágica del absurdo, algo provocado por la ONU, como la acusan con tanto ahínco los que están en contra de una visión multilateral del mundo? Y la pregunta consiguiente: si Oriente Medio realmente se rinde, ¿la vida en Europa continuará con normalidad? Obtener el permiso para visitar FINUL resulta ser bastante complicado. Como muchas instituciones, si no todas, la ONU le teme a la posibilidad de la publicidad negativa, y tal vez la preocupación de la ONU en este asunto es más palpable que en otras instituciones, dado que la visión multilateral del mundo está siendo objeto de múltiples críticas.
Una visita a la FINUL
La tercera semana del pasado mes de octubre aterricé en Beirut. En esta ocasión, sin embargo, no hay soldados de FINUL a la vista, al fin y al cabo ya han llegado todos. Mi ahijado, de catorce años, y su madre me acompañan. Nos pareció oportuno darle al adolescente la oportunidad de que viera la región por sí mismo.
Puesto que Trump puso fin a un acuerdo unilateral con Irán, una vez más, el país se ha convertido en el foco de atención. Y a causa de Hezbolá no está descartado que este conflicto se libre en territorio libanés
Puesto que el proceso de solicitud para obtener el permiso para visitar FINUL y la oficial holandesa encargada de cuestiones de género llegó hasta el ministro holandés de Defensa, el embajador de Holanda en el Líbano, Jan Waltmans, se enteró de mi llegada y tuvo la amabilidad de invitarme a café. A pesar del hecho de que los diplomáticos no necesariamente pueden hablar abiertamente –aunque parece que incluso los diplomáticos hablan más libremente ahora que antes–, no debería descartarse la posibilidad de que el diplomático tuviera algo interesante que decir. Por este motivo decido empezar mi visita al Líbano con él.
Waltmans, un hombre alto, de unos cincuenta años vestido con una camisa blanca con el botón de arriba desabrochado, me recibe en la embajada con un vaso de agua y me lleva a una librería y/o cafetería donde bebemos café y comemos tarta.
“El Líbano es un país magnífico”, dice Waltmans, “no necesitan nada de mí, pero a veces acabas discutiendo porque la gente quiere pagártelo todo”. En un momento dado tuve que decirles: ‘Si quieres que sigamos siendo amigos, tienes que dejar de adelantarte siempre para coger la cuenta’”.
El embajador y yo saboreamos nuestras porciones de tarta.
“El sistema sectario del Líbano no favorece la búsqueda de soluciones de una forma eficiente”, continúa diciendo. “Se desperdician más de 1.500 millones de dólares en electricidad. La calidad del agua potable del Líbano se encuentra entre las peores del planeta”.
El poder político del Líbano está dividido entre los sunitas, que proponen al primer ministro, los chiitas, que eligen al presidente del Parlamento, y los cristianos, que escogen al presidente. El Líbano sufre muchos cortes de suministro eléctrico, y con frecuencia. Los ricos tienen sus propios generadores, pero otros libaneses dependen del propietario de un generador en su calle o distrito. Por todo el país se rumorea que los propietarios de los generadores son responsables, en parte, de la mala electricidad del país.
“Tenemos que reformarnos”, dice el embajador, “el sector público es muy rígido. Y el mercado laboral está agotado debido a la llegada de los sirios”. Con “tenemos” se refiere al Líbano.
“¿La región puede acogerlos?”, pregunto. Casi hemos acabado nuestras porciones de tarta.
“Es posible”, responde. “El 15% de los refugiados vive en los llamados asentamientos de tiendas de campaña porque lo han perdido todo, la mayoría proceden de áreas rurales de Siria. Pero si lo comparas con lo que me encontré en Sierra Leona, Afganistán y Liberia, aquí no están tan mal. Y fíjate en Iraq. Les preguntamos a los refugiados iraquís qué necesitaban para volver a sus casas. Respondieron: ‘Electricidad, no más minas terrestres, un sistema de salud, escuelas y después nosotros mismos nos ocuparemos de reconstruir nuestras casas’. Hemos destinado 100 millones para ello, una cuarta parte de los cuales es inversión holandesa. Y un millón de personas ha vuelto a casa. En el Líbano tratamos de apoyar al ejército libanés para concentrar el monopolio de la violencia en ellos. En Trípoli, que fue testigo de gente que se dispara desde los balcones, hemos instalado un campo de fútbol. Desde entonces han cesado los disparos desde los balcones. Veo mucha gente joven. Esto es importante para el ministro Kaag (ministro holandés para el Comercio Extranjero y la Cooperación al Desarrollo). Y me dicen de todo, no se acostumbran. La pregunta más frecuente es: ‘¿cómo salimos de aquí?’. Es angustioso”.
Acabamos nuestros cafés. Sí, hay pequeños milagros, pero ninguno es lo suficientemente grande como para atenuar la arraigada sospecha de que en cualquier parte las cosas están mejor.
Milicias en activo
De camino a la embajada, el embajador señala varios edificios que ilustran por qué a Beirut se la llamaba el París de Oriente Medio. Añade que los escaparates de lujo están vacíos porque los turistas de Arabia Saudita y los países del Golfo han dejado de visitarlos. A pesar de la valoración que el embajador ha hecho del país en el que está destinado, el esplendor pasado parece ser el único esplendor que queda.
El poder político del Líbano está dividido entre los sunitas, que proponen al primer ministro, los chiitas, que eligen al presidente del Parlamento, y los cristianos, que escogen al presidente
En 2007, el camino hacia el sur era una iniciativa relativamente audaz, las fuerzas aéreas de Israel habían bombardeado los puentes entre Beirut y el sur y todavía estaban pendientes de reparación. No obstante, entonces logramos llegar a nuestro destino, a las poblaciones libanesas cercanas a la frontera con Israel.
En esta ocasión, el mismo viaje solo supone un apacible trayecto en taxi, a pesar de habernos detenido en un control al sur de la ciudad de Ture. Aquí, las Fuerzas Armadas Libanesas (LAF, por sus siglas en inglés) siguen siendo un ejército bastante ineficaz porque la cantidad de milicias en activo en la zona sigue siendo abrumadora. Empezando por Hezbolá, con sus vínculos con Irán, sus armas y peso político. El poder político y las armas siguen guardando una estrecha relación en el Líbano, un vestigio de la guerra civil. El extremo más meridional del Líbano no es accesible para nadie, en un intento de suprimir el paso de armas y combatientes en una zona que oficialmente se supone que está desmilitarizada. Yo estoy acreditado, así que tengo permitida la entrada a dicha zona, no así mis compañeros de viaje. Después de varias llamadas al coronel de las LAF en la ciudad de Saida, les permiten acompañarme.
Naqoura es una población costera a unos kilómetros al norte de la frontera con Israel. Aquí es donde se encuentra el cuartel general de FINUL (la Fuerza Interina de Naciones Unidas en el Líbano). FINUL inició su andadura en 1978 para garantizar la paz entre el Líbano e Israel, pero no pudo evitar la invasión israelí de 1982 ni la guerra de 2006.
Consecuentemente, el mandato de FINUL se extendió después de 2006.
Frente al cuartel general, mis compañeros de viaje y yo nos hospedamos en el hotel Rêve de la Mer, bastante lujoso aunque prácticamente vacío. La piscina es ostentosa pero no está en funcionamiento. Parece justificado sospechar que este hotel no se habría construido sin la presencia de las tropas de la ONU y su cuartel general. La amplia presencia de tropas extranjeras, independientemente de que se trate de fuerzas pacificadoras o de otro tipo, siempre repercute en las actividades económicas de la zona. El ejército genera su propia economía, nos guste o no.
Mi primer día en FINUL coincide con el día de la ONU; hay una jornada de celebración casi por cada cosa que existe en el mundo, así que también la hay por las Naciones Unidas. El jefe de misión en FINUL, el general mayor italiano Stefano del Col, ofrece un breve discurso y condecora a los empleados que han trabajado para la ONU durante veinte, veinticinco y treinta años. Una misión para el mantenimiento de la paz no solo funciona gracias al personal militar, sino también a la gente que lleva a cabo labores de apoyo. Del Col dedica un momento a aquellos caídos al servicio de FINUL, más de 250 personas a lo largo de los años. Después cita al anterior secretario general Hammarskjöld, que afirmó que con la ONU no se pretendía crear el cielo en la tierra pero sí proteger a la humanidad de su propio infierno.
A continuación ofrecen comida y bebidas sin alcohol. Aquí conocemos a George, un soldado de Ghana. Cynthia enseñó a nadar a George, razón por la cual este le expresa su agradecimiento. Cynthia menciona que hubo una época en que los sábados podían ir a nadar al mar, pero esto se prohibió desde que un empleado de FINUL casi se ahoga. Cynthia también dice que se han esforzado para que la piscina de FINUL sea más adecuada para las mujeres. Como mujer podías sentirte observada por los hombres. Cynthia hizo una encuesta entre las empleadas de FINUL y la mayoría compartían su postura; únicamente a las francesas y austríacas les parecía que tal afirmación carecía de sentido.
Por ahora, el precio de la guerra es demasiado elevado, y es una buena noticia, pero esto puede cambiar a la primera de cambio. Los precios fluctúan
42 países suministran tropas a FINUL (la última confirmación es de mayo de 2019). Indonesia es el que más soldados aporta (1.310), pero también Nepal (871), Malasia (825), India (780) y España (630) envían una cantidad considerable de tropas. La jurisdicción de FINUL está dividida en una zona con dos sectores, uno oriental y otro occidental.
Comemos en el cuartel general, en el restaurante franco-libanés La Terrace, al que informalmente también llaman ‘Chez Joseph et Marcelle’, con Renaud, un belga que lleva destinado aquí desde 2009 y que dirige el Centro de Análisis de Misiones Conjuntas. Marcelle recibe cordialmente a Renaud diciéndole: “Comme d’habitude?” Aquí saben que a Renaud le gusta su steak au poivre con patatas fritas.
Una vez acomodados, dice: “Aunque mi nombre es francés, en realidad soy flamenco, fui oficial del ejército belga”.
Cuando llega el bistec habla de su trabajo analizando las evoluciones geopolíticas que pueden influir en su misión.
“Si les hubieras dicho a los libaneses en 2010 lo que ocurriría en la zona en los últimos ocho años, habrían pensado que se habría liado una buena. Eso no ha sucedido. Aquí tenemos lo que yo llamo un equilibrio del terror. Hay que tener en cuenta que las cosas pequeñas pueden descontrolarse rápidamente, que es lo que ocurrió en julio de 2006. El precio del conflicto es demasiado alto para cualquiera de las partes. Israel nos dice que si surgiera un conflicto con Hezbolá, ellos evacuarán a la población cercana a la frontera. Pero, ¿cómo lo hacen durante un ataque enemigo? Y si desalojan antes de que se produzca el conflicto, ya pueden olvidarse del elemento sorpresa”.
Renaud habla tanto que apenas ha tocado su bistec a la pimienta. “La élite libanesa quiere mantener al ejército oficial libanés a raya, les beneficia”, dice. “No tenemos ninguna orden de registrar las casas de forma individual, pero teniendo en cuenta todos los países involucrados, como Italia, España, Francia, Irlanda, Alemania, Austria, China, etc., se mantiene cierto ambiente de paz. En estos momentos hay 10.000 soldados de FINUL de más en servicio activo. Incluso aunque no fueran los soldados más brillantes, sería muy difícil ocultar armas ante sus narices dado lo relativamente pequeña que es la zona de operaciones bajo responsabilidad de FINUL y LAF. Asimismo, los misiles que no se han guardado en las condiciones adecuadas acabarán deteriorándose”.
Por ahora, el precio de la guerra es demasiado elevado, y es una buena noticia, pero esto puede cambiar a la primera de cambio. Los precios fluctúan.
La perspectiva de género en el ejército
Durante mi segundo día en FINUL asistí a un taller que había organizado Cynthia para que los soldados de FINUL reflexionaran sobre los roles de género. Este está acompañado de un ejercicio que imparte el teniente coronel del ejército turco Akif, que él mismo califica de conferencia. En la sala hay aproximadamente cuarenta soldados de varios países.
Akif es un hombre amable y encantador que habla de diferencias culturales, liderazgo y género en las operaciones militares. Basa esta afirmación en seis dimensiones culturales según lo establecido por el psicólogo holandés organizacional Geert Hofstede, es decir, masculinidad versus feminidad, individualismo versus colectivismo, evitar la imprevisibilidad y la distancia de poder. Sobre la base de estas dimensiones, la cultura de un país puede compararse con muchos otros países.
Akif sugiere que la cultura finlandesa es menos jerárquica que la malasia. “Sí, en la sauna todos somos iguales”, añade un soldado finlandés.
Akif explica: “La igualdad de género se da cuando las mujeres pueden funcionar fuera de los parámetros atribuidos a su sexo”. Afirma que hay un modo femenino y masculino de ejercer el liderazgo. Una oficial croata que dirige un pelotón protesta: “Yo tengo veinticinco personas a mi cargo, todos hombres, ejerzo un liderazgo masculino”.
Akif profundiza en el tema y dice: “Pero tú deliberas con tus subordinados, lo cual es femenino, ejerces el liderazgo de un modo femenino, pero no eres consciente de ello”. Es un cliché bastante irónico en este contexto: el liderazgo masculino es simplemente dar órdenes.
No todos los asistentes dominan el idioma inglés, lo que dificulta el seguimiento del debate. Akif concluye diciendo: “Si te he confundido, es bueno”.
Los soldados agradecen a Cynthia que haya impartido el taller, los soldados indonesios quieren hacerse una foto con ella y Akif.
Al mediodía Akif me entrega un llavero. También una hoja con mi nombre escrito con una hermosa caligrafía, tan perfecto que al principio creo que está hecho con ordenador. Me entrega el papel.
Únicamente las mujeres palestinas casadas con un nacional libanés puede comprar un inmueble. Obstaculizar activamente la integración natural, de una forma más o menos agresiva, siempre causará problemas
Le pregunto si su modo de ejercer el liderazgo es femenino, y sin dudarlo contesta: “Sí”.
Quería tantearle sobre Turquía, pero constato lo delicado que es el tema. Lo único que dice es: “El golpe nos costó muchos oficiales, al día siguiente fui a la oficina y prácticamente no había nadie”.
Esa noche el Líbano soporta intensos episodios de lluvia y granizo. Ceno con Cynthia y mis compañeros de viaje en Chez Joseph et Marcelle, que está prácticamente vacío. Hay un solitario soldado colombiano devorando una pizza. Mi ahijado disfruta plenamente de la estancia en el cuartel general de FINUL por la cantidad de perros que hay. “Sí”, comenta Cynthia, “muchos libaneses dejan en FINUL los perros que no quieren”.
Una misión destinada al mantenimiento de la paz puede utilizarse para muchísimas cosas.
Hacia el sur de Líbano
Durante mi último día en FINUL, me uno a una patrulla con un batallón de soldados nepalíes totalmente integrado por mujeres. (Conseguir una patrulla fronteriza fue imposible. La subdivisión de enlace de FINUL es la única unidad que habla con todas las partes implicadas –a menudo se sientan frente a los oficiales israelíes y libaneses en la misma sala– y también está presente en la línea azul, la zona de la frontera que lidia con las mayores tensiones. Junto con FINUL, otra misión de la ONU, UNTSO, opera en la misma zona y dirige patrullas fronterizas. UNTSO también está presente en Israel, Siria, Jordania y Egipto.)
Con la capitana Cynthia y Tilak Pokharel de Nepal, cuyo cargo es el de portavoz adjunto oficial de información pública, conducimos a través del sur del Líbano. Igual que durante mi visita anterior en 2007, ocasionalmente nos topamos con fotografías de mártires. No se ve a Hezbolá, pero sin duda está ahí. Como me dijo alguien de FINUL: “Por supuesto que no irán de uniforme, no son tan estúpidos”.
Cynthia dice que enseguida se sabe si una población es cristiana o musulmana. Los pueblos cristianos, dice, están más limpios y obviamente no tienen minaretes.
Hay un número incontable de casas nuevas; Tilak sostiene que son casas de vacaciones de libaneses adinerados que viven en el extranjero.
Llegamos, en algún lugar del sudeste del Líbano, a NEPBATT, el cuartel general de los soldados nepalíes de FINUL.
La capitana Ishwori hace una presentación. Nos explica que hay 23 mujeres soldado nepalíes desplegadas en FINUL y que tienen tres días de permiso durante la menstruación. Vemos fotografías de mujeres soldado nepalíes en poblaciones libanesas. “para una mujer es más fácil establecer contacto con otras mujeres”, comenta la capitana.
“¿Qué hacen exactamente durante una patrulla?”, pregunto.
“Redactamos informes sobre incidentes”, responde la capitana. “Por ejemplo, en una ocasión nos encontramos con un soldado libanés que estaba filmando un bunker e informamos de ello. Nuestros informes se envían primero al mando del sector oriental y, si es necesario, al cuartel general”.
El patrullaje comienza, diez mujeres soldado nepalíes armadas están listas para el despliegue. El mando también es una mujer.
Las instrucciones, en nepalí, duran poco más de diez minutos. Después nos ponemos en camino. Atravesamos con el vehículo un valle a unos 30 kilómetros por hora.
Un acompañante me comenta que se trata de una probable zona de lanzamiento de misiles; en otras palabras, que desde este valle se han lanzado misiles hacia Israel.
Ahora no se ve nada; hay colinas, piedras, un pastor con un gran rebaño de cabras y varios perros. Media hora después damos la vuelta y regresamos. Mi acompañante dice: “No podemos avanzar más, tal y como acordamos con el ejército libanés”.
A nuestro regreso nos reciben con un copioso y delicioso almuerzo nepalí. La subcomandante Dizip, que es extraordinariamente amable, dice: “Por la tarde hay karaoke y bailamos”.
Las fuerzas destinadas al mantenimiento de la paz no disparan, sino que cantan y
bailan. Quizás es la mejor forma de garantizar algo que se parezca a la paz.
Sabra y Chatila
Mi visita al Líbano concluye en Beirut con una visita a los campos de refugiados de Sabra y Chatila, tristemente célebres por la masacre de 1982, cuando unos falangistas asesinaron a cientos de chiitas palestinos y libaneses en un acto de venganza por el asesinato del presidente Gemayel. Esto se llevó a cabo bajo la vigilancia de soldados israelíes.
Hwaida Saad, que fue mi fixer en 2007 y que desde entonces ha estado trabajando a tiempo completo para The New York Times, está lista para llevarme a los campos de refugiados. Conserva los mismos impresionantes rizos y la energía de una veinteañera.
Los campos resultan ser barrios de chabolas, anteriormente repletos de refugiados palestinos, a los que ahora se han añadido innumerables refugiados sirios. Recuerdan a las favelas de Sudamérica.
En última instancia, todo es economía, también los refugiados y la ayuda; no hay prácticamente ningún aspecto del sufrimiento humano que, de un modo otro, esté exento de ser rentable
Hwaida me lleva a dar una vuelta. Las angostas calles de Sabra y Chatila están abarrotadas, muy de vez en cuando un coche, o incluso una furgoneta pequeña, tratará de maniobrar en ellas. Las tiendas, las casas y el espacio público apenas se distinguen; la basura y la tierra están totalmente integradas.
Nos detenemos delante de una tienda, quizá la palabra le queda muy grande, donde venden pan ácimo y tomillo. Al pan le llaman “saj”.
Saad, un muchacho sirio de 17 años que lleva una camiseta gris de Adidas y una gorra, hornea y vende; me dice que huyó del Estado Islámico. Abas, de 12 años, también de Siria, le ayuda. Ambos proceden de la misma provincia siria.
“Los niños jugaban con las cabezas decapitadas, pero yo no”, me comenta Abas. “Mi padre me lo prohibió”.
“Hemos visto muchas ejecuciones”, dice Saad.
“¿Por qué veíais las ejecuciones?”, pregunto.
“Nos las encontrábamos. Todo ocurría en medio de la calle”.
Abas trabaja de 7 a 7, llegó de contrabando pagando los 1.000 dólares que abonó su padre.
“Aquí el negocio no funciona”, dice Saad. “Tengo poca fe en el futuro del Líbano. El futuro parece más prometedor en Siria, es mi país”. Puesto que regresar a Siria aún es imposible, quiere vender “saj” en el barrio chiita del sur de Beirut.
Compramos tres panes. Saad y Abas no quieren que los paguemos, pero insistimos.
Un poco más adelante está Abdallah vendiendo la típica repostería siria, tiene 22 años. Estudió Economía en Siria, de donde se marchó en 2012. Lleva un suéter negro con rayas naranjas. Su familia era propietaria de cuatro establecimientos de dulces en Siria. Me lo explica con tono seco, como diciendo: ¿qué le vamos a hacer?
“El alquiler me cuesta 650 dólares”, dice, “a veces llega el final de mes y no hemos cubierto ni el alquiler. Los sábados y domingos son los mejores días”.
“No veo ningún cliente”, comento.
“Vendrán más tarde”, replica Abdallah, “el 70% de los libaneses no trata muy bien a los sirios, pero muchos sirios tampoco entienden a los libaneses. Alquilan las casas y cuando recogen sus cosas y se marchan no se lo notifican al propietario. Sí, consigues que te den una paliza, pero también hay libaneses que atacan a los sirios sin razón”.
El padre, con su pelo canoso peinado hacia atrás, se une a nosotros. Compramos unas galletas. Cuando nos marchamos nos dicen adiós con la mano. Algunas personas cargan con su miseria con una aparente, o no tan aparente, alegría.
Al adentrarnos un poco más en el campo, nos encontramos con Khaled, que tiene 28 años, es de Aleppo y palestino. Sirvió para el ejército sirio y ahora trabaja con puertas y aluminio.
“¿Qué tal por aquí?”, pregunto.
“Date una vuelta por Sabra y Chatila”, comenta con sarcasmo. “Júzgalo por ti mismo”.
Los hombres en particular temen que cuando vuelvan a Siria les consideren desertores. Khaled añade que su mujer logró llegar a Alemania, pero no consigue papeles, motivo por el cual no le permiten dejar Alemania. Por el contrario, él no consigue los papeles necesarios para entrar en Alemania. Llevan ya dos años intentando volverse a ver.
Samir, un hombre de cuarenta y tantos años y nacido aquí, me dice: “No podemos comprar una casa porque se supone que tenemos que regresar a Palestina. Es la típica excusa absurda que pone el gobierno. Ganan dinero gracias a nosotros, porque por cada refugiado inscrito reciben una paga de la ONU. Esa es la razón por la que quieren que sigamos como refugiados. Los sirios han hecho cosas buenas, gracias a ellos la economía vuelve a recuperarse. El gobierno también gana dinero gracias a ellos; sin embargo, el agua y la electricidad escasean. El único modo de salir de aquí es subirse a una patera y remar hasta Europa”. Esta reflexión le hace soltar una risita.
Únicamente las mujeres palestinas casadas con un nacional libanés puede comprar un inmueble. Obstaculizar activamente la integración natural, de una forma más o menos agresiva, siempre causará problemas.
Se podría afirmar que posiblemente la gente por fin se haya cansado de la guerra, pero la historia nos enseña que esa fatiga nunca dura mucho
El Plan de Respuesta a la Crisis del Líbano 2017-2020, organizado por la ONU y el Gobierno libanés, va dirigido a 2,8 millones de personas necesitadas, y la comunidad internacional ha designado 275.000 millones de dólares, cifra ajustada a 263.000 millones en 2019. De este dinero, un 43% se ha destinado al Líbano. Es difícil saber si esto significa que el Gobierno libanés gana dinero, o que ese dinero se ha malversado en algún lugar de la comunidad internacional pero, en última instancia, todo es economía, también los refugiados y la ayuda; no hay prácticamente ningún aspecto del sufrimiento humano que, de un modo otro, esté exento de ser rentable. Lamentablemente, pocas veces este dinero lo ganan las personas que soportan la carga.
‘”No los ves, pero Hezbolá tiene ojos en todas partes”, dice Hwaida.
Pregunto si hay un monumento que conmemore la matanza de 1982, que me gustaría verlo. Hwaida no lo sabe y, al igual que ella, muchos otros parecen desconocerlo. Primero nos envían a un cementerio con un hombre sentado en una silla de jardín y un tatuaje de una esvástica en la mano. Cuando se percata de que estoy mirando el tatuaje, lo oculta inmediatamente. “Aquí yacen los otros mártires”, dice Hwaida. Se refiere a los soldados de Hezbolá que murieron luchando contra Israel, o contra los enemigos de Al Assad en Siria.
Finalmente encontramos el monumento, que está situado detrás de un mercado. Para llegar hay que atravesar un puesto de ropa del mercado. Está erigido en un campo embarrado, y en la parte de atrás del campo encontramos un bloque de cemento con una inscripción, frente a la cual reposa una corona mustia. Está flanqueado por las banderas libanesa y palestina. En la pared de la derecha del pequeño campo, contra las casas, hay pósters con fotografías de cadáveres y un texto: “1982/9/17 Nunca lo olvidaremos”. Hay pollos correteando por el lugar.
Ocultar un monumento, otra forma de olvidar, un intento de enterrar la historia.
Dos hombres con barba parecen vigilar el monumento, uno lleva pantuflas y pantalones del ejército. Su madre también fue asesinada en 1982, afirma.
Le pregunto si vigila el monumento. Responde que vive aquí. Cuando regresamos a través del puesto de ropa, el vendedor asiente un tanto triste en nuestra dirección. Quizás le decepcione que hayamos visitado el monumento y no hayamos prestado atención a los vaqueros que vende, pero puedo estar equivocado.
Sabra y Chatila son depositarios de desechos humanos, y la práctica ha demostrado que los refugiados están considerados desechos humanos, un refugio que habrá que gestionar, pero que intenta evitar el proceso por sí mismo. Los campos están a punto de reventar, pero aún no han explotado. Esa misma tarde, Hwaida me dice en un restaurante: “Dios se ha olvidado de nosotros”. Y añade: “Lo que le ha ocurrido a Siria nos ha enseñado una lección. A las nuevas generaciones solo les interesa comer y salir. ¿Tengo yo que empezar una revolución por ellos? El statu quo es menos duro que la revolución”.
Con esas palabras dejo el Líbano. Y en mi mente queda el pequeño milagro de que, por el momento, no ha estallado una nueva guerra civil, ni una guerra con su vecino del sur, Israel. Se podría afirmar que posiblemente la gente por fin se haya cansado de la guerra, pero la historia nos enseña que esa fatiga nunca dura mucho.
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Traducción de Paloma Farré.
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