Análisis
La trampa de la postideología ampara a los mediocres
El gobierno M5E-PD es un parche lleno de agujeros. Si sale adelante, será, por ambas partes, un gobierno de taparse la nariz, tragar sapos y quemar la hemeroteca
Alba Sidera Roma , 1/09/2019
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En la desencantada Italia de posguerra nació un efímero y peculiar movimiento: el qualunquismo, o teoría del hombre cualquiera. Iba dirigido a la clase media recelosa de los políticos, a los que quería sustituir por técnicos. Éstos, supuestamente sin ideología, tendrían que limitarse a administrar. Como proyecto político duró poco: se disolvió dentro de la poderosa Democracia Cristiana (DC), que a modo de agujero negro todo lo engullía. Aun así, el término qualunquista (cualquierista) hizo fortuna y es usado en el lenguaje político italiano para definir de forma despectiva a quien, demagógicamente, mete a todos los políticos en un mismo saco. Así es: desde los años cuarenta, en el inicio de la primera república –que terminó con el escándalo Tangentópolis y la aparición de Berlusconi en 1994–, los italianos ya tenían una palabra para definir lo que ahora llamamos cuñadismo. El Movimiento 5 Estrellas (M5E) no puede entenderse sin este poso histórico de tramposa antipolítica. Giuseppe Conte, el premier del M5E, ha definido así su cargo: “Soy el técnico que prepara los dosieres”.
Una de las muchas ventajas de definirse como un partido “postideológico, ni de derechas ni de izquierdas” y “ni fascista ni antifascista”, como hace el M5E, es que se puede reemplazar un socio de gobierno al que hasta ahora se profesaba fidelidad por su eterno rival sin tan siquiera cambiar de premier. Conte sirve para un roto y un descosido. Tan pronto abraza y alaba a su vicepremier de extrema derecha como a Trump, a Putin, a Merkel o a Macron. Puede pasar de defender un programa de recortes de derechos y libertades, de corte neoliberal, nacional-identitario, contrario a la progresividad fiscal para favorecer a los más ricos, a proclamarse salvador de la patria, la justicia y el europeísmo al frente de un gobierno con socialdemócratas. Vendría a ser la última pantalla de los cambios de chaqueta: ir directamente sin chaqueta para dejarse vestir según el tiempo. En italiano hay una expresión que parece hecha para él: un uomo per tutte le stagioni (un hombre para todas las estaciones).
La sensación que flota en el aire estos días en Italia es que se ha vuelto a los tiempos de la primera república –el imperio democristiano–, pero sin la altura de los políticos de la primera república. Con dos protagonistas como el anquilosado grillino Luigi di Maio, conocido por su poca agilidad captando ironías y por sus patadas al diccionario, y Salvini, adalid de la cultura del eructo, tampoco era de esperar una gran raffinatezza intelectual.
Beppe Grillo y Matteo Salvini (y, por ende, sus discípulos) han supuesto la apoteosis de lo soez, del a ver quién la dice más gorda, del todo vale para desacreditar el otro, del calumnia que algo queda. En un escenario así, Conte, que habla no sólo como si se estuviera escuchando a sí mismo y degustando cada palabra, sino también como si se mirara complacido ante el espejo, destaca inevitablemente. Podría parecer incluso elegante, si no fuese porque le gusta demasiado gustar. Pero que sepa hablar inglés, comunicarse sin insultar, adaptar sus discursos en función de sus oyentes y haya hecho carrera en la universidad no le convierte en un estadista. Ni la clase se mide por los trajes, ni la inteligencia por los títulos. Conte se autodefine como “sin ideología” y “muy ambicioso”. Estas dos características, unidas a la voluntad de servicio a quien le pague el sueldo, convierten al mediocre profesor universitario en el premier ideal para ser dirigido a distancia: un contenedor vacío a rellenar con las órdenes que sean. ¿Cómo no va a gustar a los poderosos, que hasta hace poco lo ninguneaban? Ha habido presiones para conservar a Conte desde Bruselas, Alemania, el Vaticano, los grandes empresarios y los mercados. Incluso le llegó el endorsement de Trump. Y algunos aún se empeñarán en definir al M5E de Conte como un movimiento antisistema.
El M5E, que se vendió como el freno contra los inciuci di palazzo (las maniobras de despacho), ha terminado por comportarse como todo partido italiano que se precie: democristianamente. No importa con quien pactes, lo importante es conservar el poder. Y además, siempre con un pie en cada orilla, por si acaso. Hasta el último minuto el M5E mantiene la puerta abierta a la Liga de Salvini por si el acuerdo con el PD saltase. Sobre Italia pesan muchos, demasiados tópicos. La mayoría son forzados, romantizados y algunos tan fuera de lugar como los sombreros mejicanos en los negocios de souvenirs de la Rambla de Barcelona. Éste, en cambio, se ha demostrado certero: tarde o temprano todo político italiano en el poder ha querido emular las estrategias de la vieja DC.
Este canicular agosto italiano se recordará como el mes en que Salvini se disparó un tiro en el pie
El gobierno M5E-PD es un parche lleno de agujeros. Si sale adelante, será por ambas partes el gobierno de taparse la nariz, tragar sapos y quemar la hemeroteca. Nos deparará situaciones de vergüenza ajena. La justicia italiana acusa a Salvini de retener ilegalmente a los náufragos rescatados por el Open Arms. El pasado agosto, cuando los jueces intentaron procesarle por el mismo delito pero con la nave Diciotti, el M5E votó a favor de que utilizase su inmunidad parlamentaria para evitar ser procesado, y el propio Conte salió en defensa de Salvini. Dijo que él hubiera hecho lo mismo, y que impedirles el desembarco no fue una decisión del leghista, sino de todo el ejecutivo. Ahora que gobernará con los socialdemócratas, ¿cambiará de opinión?
Este canicular agosto italiano se recordará como el mes en que Salvini se disparó un tiro en el pie. Lo tenía todo de cara. Controlaba el gobierno de coalición con un M5E que le reía las gracias y le cubría los escándalos. Los grillini acababan de aprobar sonriendo el decreto de seguridad bis, que, además de criminalizar la solidaridad y la protesta, otorgaba a Salvini, como ministro del Interior, poderes inauditos en democracia. La Liga había arrasado en las europeas y todos los sondeos le pronosticaban también la victoria en unas generales.
Demasiado tentador para alguien que, como Mussolini, aspira a tener “plenos poderes”. Así que lo hizo: desde un chiringuito de playa y con toda la chulería que puede caber dentro de un bañador, anunció a sus socios que daba el gobierno por finiquitado y que quería ir a elecciones. De paso, se ahorraba aprobar los presupuestos y los recortes impuestos por Bruselas previstos para el otoño. Le salió mal: no contaba con que el M5E, para mantenerse en el poder, llegaría a pactar con su enemigo número uno (como todo lo que huela un poco a izquierda), el Partido Demócrata. Ni que éste, traicionando sus promesas, aceptaría.
“Lo digo delante de todos, y lo diré siempre. Me parece ya humillante tener que repetirlo tantas veces: no haré ningún acuerdo con los 5 Estrellas. ¡No gobernaré jamás con ellos!”. Son las palabras, hace pocos meses, de Nicola Zingaretti en la última convención del partido del que es secretario general, el Democrático. Cuando Salvini rompió con los grillini, Zingaretti lo repitió: nada de pactar con la marca blanca de la Liga, los que han promovido el racismo desde las instituciones, los que han blanqueado el fascismo; ni hablar: se iría a elecciones. Pero empezaron las presiones. Todos los grandes poderes empujaban al acuerdo, era la oportunidad para moderar el ejecutivo de la tercera economía de la zona euro.
Y entonces irrumpió Matteo Renzi, siempre dispuesto a hacer de portavoz de esos poderes. Aunque todavía está dentro del PD (periódicamente amenaza con montar su propio partido), sus referentes son más a la derecha: en España es Albert Rivera, de Ciudadanos, y en Francia, Emmanuel Macron. En Italia no hay un centroderecha liberal: es un espacio secuestrado por Berlusconi desde hace tiempo. Esto obliga a todo aquél que quiera hacer carrera política fuera del berlusconismo (y se sitúe dentro de ese amplio cajón de sastre denominado “centro”) a entrar en el PD, nieto de la unión entre socialistas, comunistas y la democracia cristiana.
Renzi, que causó estragos en el partido queriendo “desizquierdizarlo” (aprobó una reforma laboral que competía con la de Rajoy) y lo llevó al mínimo histórico actual, convocó una rueda de prensa para proclamar la necesidad del acuerdo con los grillini. Aunque ya no es secretario general y no es muy popular, aún le son fieles muchos parlamentarios. Así que Zingaretti tuvo que cambiar progresivamente de opinión, tragarse el orgullo y asumir el ingrato papel de negociar con Di Maio, títere de Beppe Grillo, quien le ha insultado reiteradamente. Renzi contempla el escenario desde segunda fila. Si el gobierno funciona, él podrá reivindicar su paternidad. Si no, podrá aprovechar para montar finalmente su partido de centro liberal.
Qué bonito sería, de ser cierto, el relato triunfalista y autocomplaciente de una parte del progresismo a raíz de la repentina caída de Salvini del gobierno. Pero no: nadie ni nada ha echado a Salvini. Se ha tirado él solo por la ventana. Sus socios de gobierno han defendido, en campaña y una vez en el gobierno, sus mismas ideas sobre las cuestiones estrella del salvinismo, como la cruzada en contra de las ONG y la inmigración. De hecho, el M5E ha puesto como condición al PD que acepte mantener el decreto de seguridad bis (el llamado decreto Salvini, que criminaliza a las ONG y la disidencia). Los grillini no se han despertado de golpe antifascistas y han decidido hacer un cordón sanitario con el socio que ellos mismos habían elegido. Hay que recordar que la coalición no era circunstancial: se fraguó antes de las elecciones, y fue arropada por Steve Bannon. Tampoco ha habido ninguna caída de popularidad por los escándalos sobre la supuesta financiación irregular de la Liga por empresarios rusos. Estas cosas indignan a los que leen prensa progresista y nunca votarían a Salvini, pero no a los que ya lo han votado. De hecho, su popularidad creció durante los escándalos, porque le permitió reforzar el victimismo.
A Salvini, como a toda la extrema derecha, no se le derrota explicando a sus votantes cuan malo es. No son estúpidos: sabían bien a quien votaban. A la extrema derecha se la puede vencer desmontando sus mentiras y falsos relatos y no comprando ni su agenda ni su marco mental. Cuando Renzi dijo que a los africanos habría que ayudarles, pero en su casa, copiando un famoso eslogan de la Liga, en realidad estaba normalizando ese discurso, y a quien daba legitimidad y votos era a Salvini, que llevaba el discurso hasta sus últimas consecuencias. De la misma manera, cuando el ministro José Luis Ábalos afirmó en El País, sobre Open Arms, que “me molestan los abanderados de la humanidad que no tienen que tomar nunca una decisión, los que creen que solo ellos salvan vidas”, a quien echó un cable no fue al PSOE, sino a Vox.
La izquierda italiana ha pasado de ser antiberlusconiana a ser antisalviniana. No funciona en ninguno de los casos: con una política “contra” sólo se legitima al adversario. La realidad es que en Italia no existe ningún partido que a día de hoy pueda ganar a Salvini. Si hubiera elecciones ahora, Salvini obtendría la mayoría absoluta aliándose con el partido postfascista Hermanos de Italia. En Italia, se sabe, los gobiernos duran poco. Así que las probabilidades de que el ejecutivo M5E-PD no termine la legislatura son muy altas. El gran misterio es si Salvini logrará mantener su altísima popularidad sin el megáfono gubernamental. El 19 de octubre será la ocasión para medir su fuerza: ha convocado una manifestación en Roma contra el gobierno M5E-PD y para pedir elecciones.
En el parlamento italiano la izquierda es minoritaria, el centroizquierda aún debate si la palabra izquierda molesta, y el centroderecha liberal ni tan siquiera existe, con la derecha rehén de Berlusconi. Si se quiere vencer a Salvini (y a los que se convirtieron en su copia), más allá de impedir los comicios, tendrá que existir algún proyecto político sólido. Porque no siempre se podrá contar con la providencial torpeza política de un aspirante a tirano demasiado impaciente.
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Alba Sidera
Periodista especializada en la extrema derecha y el análisis político. Vive en Roma desde el 2008, donde trabaja como corresponsal. Autora del libro 'Feixisme Persistent'.
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