Análisis
Salvini resucita (sin querer) al PD
La formación italiana vuelve a primer plano de la escena política tras el anuncio de un acuerdo de gobierno con los 5 Estrellas
Steven Forti 30/08/2019
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No estaba muerto, estaba de parranda. O quizás no. Más bien estaba viviendo al día, según algunos, o agonizando, según otros. De la serie It’s an Uphill Climb to the Bottom, como cantaba Walter Jackson. Sea como fuere, ha vuelto. O eso parece. Me refiero al Partido Democrático (PD), fruto de la unificación, allá por 2007, de los post-comunistas (los Demócratas de Izquierdas, DS) y los post-democristianos progresistas (la Margarita), por aquel entonces columnas portantes del frágil y heterogéneo gobierno liderado por Romano Prodi. El PD fue la apuesta de Walter Veltroni (secretario general entre 2007 y 2009 y exalcalde de Roma) y supuso el matrimonio entre las dos familias principales de la política italiana, comunistas y católicos, tras la larga travesía posterior al final de la Guerra Fría y el derrumbe de la Primera República con el escándalo de Tangentópolis. Fue el intento de convertir la mal llamada Segunda República en un sistema mayoritario, con un centro-izquierda y un centro-derecha –por aquel entonces liderado por un aún incombustible Berlusconi– al estilo anglosajón. Fue una apuesta perdida, más allá de las simpatía que podía despertar el proyecto. No tanto porque Veltroni –que con la creación del PD le hizo una OPA interna a Prodi– perdiera las elecciones de 2008 frente al Cavaliere, sino porque el sistema mayoritario, de por sí ya bastante sui generis, debido también a las leyes electorales, se vino abajo al cabo de nada. O, mejor dicho, demostró ser un sueño húmedo que poco tenía que ver con la realidad política transalpina.
El PD supuso el matrimonio entre las dos familias principales de la política italiana, comunistas y católicos, tras la larga travesía posterior al final de la Guerra Fría y el derrumbe de la Primera República
En las elecciones de febrero de 2013, de hecho, tras el paréntesis del gobierno técnico de Mario Monti, entró en escena con fuerza el Movimiento Cinco Estrellas (M5E). Se empezó a hablar de tripolarismo: por un lado, la derecha aún liderada por Berlusconi, aunque cada vez más en declive físico y político; por el otro, el centro-izquierda del PD y, en medio, un objeto político no identificado, la creación populista del excómico Beppe Grillo. ¿Qué pintaba pues en esa nueva situación el PD? ¿Qué proyecto tenía para esa nueva fase? Se vio enseguida. Primero, con el intento frustrado de Pierluigi Bersani (secretario del partido y candidato a la presidencia del Gobierno) de llegar a un pacto con el M5E, y luego mediante el acuerdo con el archienemigo Berlusconi para salir del bloqueo: el gobierno de gran coalición de Enrico Letta, patrocinado por el presidente de la República Giorgio Napolitano. En la oposición se quedaron solo los grillini, una Liga Norte a punto de desaparecer, la derecha de Hermanos de Italia y la izquierda de Sinistra Ecologia Libertà (SEL) de Nichi Vendola.
El partido de Renzi
La experiencia del Ejecutivo de Letta duró menos de un año. Por un lado, Berlusconi, acosado por los escándalos de corrupción y relativas condenas, abandonó el Gobierno haciendo trizas el Pueblo de la Libertad (PdL), la respuesta de la derecha al PD, que se disolvió a finales de 2013. Renacía así Forza Italia, de la mano del magnate televisivo, y un sector moderado –el Nuevo Centro-Derecha de Angelino Alfano– rompía con il Cavaliere y se quedaba en el Gobierno. Por el otro, el joven desguazador Matteo Renzi se hacía con la secretaria del PD y, al cabo de pocos meses –febrero de 2014–, destronaba a Letta y se convertía en presidente del gobierno, abriendo el juego hacia Berlusconi (en la oposición), con el que acordó una serie de reformas constitucionales (el llamado pacto del Nazareno). La infinita transformación del sistema de partidos italianos puesta en marcha tras Tangentópolis continuaba entre episodios de resurrección, escisiones, new entries y transformismos. Sin embargo, el PD, artefacto hijo de una coyuntura superada, logró mantenerse a flote.
El único que tuvo un proyecto fue Renzi. Las cosas como son. Un proyecto que quería jubilar definitivamente –y de malas maneras– lo que quedaba de la antigua tradición del viejo PCI. Un macronismo a la italiana antes de Macron. Un partido de la Nación, ni de derecha ni de izquierda. Un blairismo 3.0, hijo de la fast politics y reforzado a golpe de tuits. El PD estaba a punto de pasar a ser el PdR, el Partido de Renzi, como lo tachó un lúcido analista político, Ilvo Diamanti. Al principio el desguazador, hijo predilecto del berlusconismo, tuvo el viento en popa: ganó con el 40% de los votos las elecciones europeas de 2014, los sondeos le sonreían. Fue durante un par de años el hombre fuerte de Italia. Y, craso error, se dejó llevar por su arrogancia entre reformas (laborales y educativas), que de izquierdas no tenían ni el nombre, y el proyecto de reforma constitucional, que se convirtió en su tumba en el referéndum de diciembre de 2016. Adiós Palazzo Chigi [sede de la presidencia de Gobierno].
Luego vino el Gobierno de transición de Gentiloni –con Renzi que, en vez de retirarse de la primera línea, reconquistaba la secretaría del partido, cuando ya era uno de los políticos menos queridos de Italia–; la escisión de D’Alema y Bersani, la reforma de la ley electoral –el oprobio del Rosatellum, una mezcla de sistema proporcional y sistema mayoritario con colegios uninominales– y las elecciones de marzo de 2018, un verdadero terremoto político. Tras el batacazo del PD (18,8%), Renzi tuvo que dejar una segunda vez la secretaría del partido, y quedó como simple senador, pero siguió controlando los grupos parlamentarios porque las listas se habían hecho a su antojo. En el largo impasse que siguió se negó a intentar seriamente un acuerdo con el M5E, definido como un partido de incapaces e incompetentes. Empezó a utilizarse el término de política pop corn (palomitas) a partir de un tuit de Renzi en el que decía que se ponía a comer palomitas mirando el espectáculo de los intentos de alianza entre los grillini y la Liga. De esos polvos nació el ejecutivo Di Maio-Salvini.
Los sapos de Zingaretti
Lo que vino después parecía la crónica de una agonía anunciada, con un partido que no conseguía ni recuperarse electoralmente en los diferentes comicios locales –la derecha, comandada ya por la Liga de Salvini, se hizo con casi todas las regiones– ni encontrar un nuevo líder, una línea política coherente o una cierta unidad interna. Sin entrar al fondo, su incapacidad para hacer oposición a un gobierno nacional-populista suficientemente incapaz y cutre, una situación en teoría excelente para recuperar a los votantes de izquierdas y hacer, al menos, una mínima autocrítica de las políticas aplicadas en el lustro anterior.
Reinos de Taifas
El PD daba la impresión de ser una ejemplificación plástica de los reinos de taifas, con un Renzi dispuesto a la escisión para crear su partido, un secretario provisional –Maurizio Martina– que parecía un maestro que no conseguía poner orden en el aula, y un sinfín de corrientes con dirigentes cada vez más desvinculados de los territorios. Sin ningún atisbo de una verdadera alternativa política, el gobierno liderado por Giuseppe Conte, que se definió “el abogado del pueblo”, podía seguir adelante sin grandes aspavientos. Tampoco la elección de Nicola Zingaretti para la secretaría del PD el pasado mes de marzo, más allá de un cierto entusiasmo inicial y las buenas intenciones del presidente regional de la región de Lacio para cerrar definitivamente la etapa del renzismo pareció cambiar mucho las cosas: en las pasadas elecciones europeas, aunque el PD recuperó algo, tuvo que conformarse con el 22,7%, superando a los grillini, pero quedando a años luz de la Liga (34,2%).
Como suele pasar en política, sobre todo en una Italia donde soplan vientos levantinos, los cambios son imprevistos. A veces se trata de terremotos devastadores, otras veces de regalos inesperados. Regalos que pueden ser caramelos envenenados. Un Salvini demasiado confiado en sí mismo y en los sondeos, que le daban casi al 40% –il Capitano, como le llaman sus partidarios, también es uno de los hijos predilectos del berlusconismo–, se pegó un tiro en el pie pinchando música en una playa adriática mientras se tomaba un mojito: pidió “plenos poderes” y abrió una crisis de gobierno, convencido de que habría elecciones en octubre. Elecciones donde arrasaría, quitándose así de encima el peso de un M5E en franco declive.
Pero el líder liguista no hizo las cuentas con las reglas de una democracia parlamentaria, la larga tradición de transformismo italiana, los cambios en el contexto internacional –lean el análisis al respecto de Enric Juliana –, la preocupación por un giro iliberal en parte de la sociedad y la clase política italianas, además del miedo atávico de los grillini y los renzianos a unas nuevas elecciones. En los cálculos de Salvini, los primeros acabarían diezmados y sin influencia en comparación con los resultados conseguidos un año y medio antes (32,7%), sin contar que por la limitación de los dos mandatos la mayoría de diputados y senadores no podrían volver a presentarse. Los segundos desaparecerían del mapa, ya que sería Zingaretti, que controla el partido, el que haría las listas.
Un Salvini demasiado confiado en sí mismo y en los sondeos, que le daban casi al 40%, se pegó un tiro en el pie pinchando música en una playa adriática mientras se tomaba un mojito: pidió “plenos poderes”
Y ahí, en esas horas de incertidumbre con medio país ya de vacaciones, Renzi, el desguazador desguazado, que llevaba meses poniendo los cimientos para una escisión y la creación de un nuevo partido centrista, dio un giro inesperado de 180 grados que lo cambió todo: se abrió a un gobierno con el odiado M5E, tras haber atacado durante meses a cualquier dirigente del PD que plantease una tímida apertura futura hacia los grillini. Un gobierno de “salud pública” para defender la democracia y evitar que Salvini se hiciese con “plenos poderes”. El desaparecido Renzi reconquistaba el centro de la escena y ponía así en un aprieto a Zingaretti, de por sí más posibilista sobre el diálogo con el M5E, que había conseguido tan solo a finales de julio salvar la unidad del partido con una moción de la dirección en la que se remachaba que el objetivo del PD jamás sería una alianza con los de Di Maio.
A partir de ahí las cosas empezaron a moverse, también dentro de la jaula de grillos que es el M5E, que hasta el día anterior no había parado de insultar de forma grosera al PD por el “escándalo” de Bibbiano –una investigación que ha destapado una serie de adopciones de niños a familias en un ayuntamiento gobernado por el centro-izquierda. Consciente de que los grupos parlamentarios están controlados por Renzi y de las presiones existentes, Zingaretti tuvo que abandonar la idea de ir a nuevas elecciones y tragarse unos cuantos sapos, incluida la permanencia de Conte en la presidencia del futuro ejecutivo. De ahí el acuerdo de última hora del miércoles 28 de agosto entre las delegaciones de los dos partidos y el encargo del presidente de la República Mattarella a Conte –reconvertido de un día para otro en estadista apreciado internacionalmente– para la formación de un nuevo ejecutivo.
¿Transformismo o nueva fase política?
A la espera ahora de que el gobierno Conte bis no naufrague, el PD se encuentra en una situación extremadamente delicada. Por un lado, y no cabe duda de ello, vuelve a tener protagonismo, ocupará otra vez ministerios importantes (veremos cuáles) y probablemente nombrará al miembro italiano en la Comisión Europea. Saldrá así de la invisibilidad de los últimos quince meses. Por el otro, la experiencia de gobierno con los grillini puede acabar como el rosario de la aurora: un ejecutivo frágil y bloqueado llegaría a duras penas a comienzos de 2020. Este escenario supondría un gran desgaste para la formación de Zingaretti y regalaría, solo con unos meses de retraso, el Palazzo Chigi a Salvini que, mientras tanto, podría fortalecerse en la oposición. Significaría, en síntesis, la tumba del PD.
Zingaretti, que no entrará en el ejecutivo, ha pedido un “gobierno de cambio y discontinuidad”, consiguiendo de momento mantener unido el partido, más allá del abandono del eurodiputado y exministro Carlo Calenda. ¿Lo conseguirá también en los próximos meses? En un principio, Renzi defendía un ejecutivo de breve duración, mientras que Zingaretti y la mayoría de la dirección del PD abogan por un acuerdo de legislatura con el M5E que permita revertir las políticas del gobierno Salvini-Di Maio, a partir de la inmigración, la política exterior y la economía. Además, obviamente, de freír en la oposición al líder liguista, privado de su pedestal propagandístico en el ministerio de Interior y a la espera de las investigaciones sobre Moscopoli, el escándalo de la supuesta financiación rusa a la Liga.
Renzi defendía un ejecutivo de breve duración, mientras que Zingaretti y la mayoría de la dirección del PD abogan por un acuerdo de legislatura con el M5E que permita revertir las políticas del gobierno Salvini-Di Maio
En el fondo, en realidad, hay tres cuestiones cruciales: la elección del presidente de la República en 2022 –la legislatura acabaría a principios de 2023–, las posibles alianzas en ámbito regional –en otoño se vota en Campania, Umbría y Emilia Romaña, todas regiones gobernadas por el PD y que podrían caer en manos de la Liga– y la reforma de la ley electoral –previa aprobación de la reducción del número de parlamentarios, una de las banderas del M5E, que se estaba negociando en el Parlamento. El PD estaba en contra, pero se podría llegar a un acuerdo si se trabaja paralelamente en una nueva ley electoral de tipo proporcional que impediría a Salvini llegar a la mayoría absoluta.
Los obstáculos son muchos, es evidente, a partir de las diferencias y un lustro de insultos entre PD y M5E. Continuan con la elaboración de los presupuestos que se deben aprobar antes de diciembre. Ahí las instituciones europeas podrían echar una mano. Europa es una de las claves, no lo pierdan de vista: el voto del M5E a favor de Ursula von der Leyen en julio –la Liga votó en contra– abrió una primera grieta.
¿Los de Di Maio aceptarán cambiar de prioridades? ¿Hasta qué punto? ¿Y Renzi? ¿Cómo es de fiable? Muy poco teniendo en cuenta los antecedentes: puede hacer caer el gobierno cuando quiera y, mientras tanto, hacerle la guerra a Zingaretti con el objetivo de reconquistar la secretaría del partido. O si no, abandonar el PD y crear su propia formación. Para eso, sin embargo, necesita la nueva ley electoral de tipo proporcional. ¿Ciencia ficción? Todo puede pasar, más aún tras lo que hemos visto en este extraño mes de agosto. Todos son conscientes de una cosa: el gobierno Conte bis puede ser un simple ejercicio transformista y gatopardesco de corto aliento o bien el inicio de una nueva fase política. Eso dependerá tanto del M5E como del PD, que aún no ha explicado qué proyecto tiene para el país, más allá de algunas fórmulas vacías y de navegar sin rumbo ni brújula.
Hemos fundado la Asociación Cultural Amigas de Contexto para publicar Ctxt en todas las lenguas del Estado. La Asociación es una entidad sin ánimo de lucro que también tiene la meta de trabajar por el feminismo y la...
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Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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