Testigo de cargo (VI)
17 años con un cadáver y medio sospechoso
La joven gallega Déborah Fernández desapareció el 30 de abril de 2002. Fue hallada muerta 10 días después. El misterio rodea un caso que sigue abierto
Xosé Manuel Pereiro A Coruña , 4/09/2019
Un cartel reclama justicia para Déborah. Imagen obtenida de Facebook.
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En El simple arte de matar, Raymond Chandler consideraba la obra de Dashiell Hammett como un buen ejemplo de novela negra porque “devolvió el asesinato a la clase de personas que lo cometen por algún motivo, no solo para proporcionar un cadáver”. También describía ahí las diez reglas que deberían regir el género. La novena era que se debe castigar al criminal de alguna manera, aunque no sea con el ejercicio de la ley. Es de suponer que no son directamente trasladables a la crónica de sucesos, pero como la décima norma era la obligación de ser honesto con el lector, les adelanto que en el caso que nos ocupa hay en efecto un cadáver, pero ni castigo ni resolución del enigma. El cadáver es el de una joven de 22 años, Déborah Fernández-Cervera Neira, que se encontró diez días después de desaparecer en Vigo, hace 17 años. Murió por motivos que se ignoran y por causas no establecidas. Ni siquiera está demostrado que fuese asesinada, y después de varias pesquisas, como mucho hay un sospechoso, que ni siquiera fue acusado. Pero hay también y, sobre todo, la voluntad de hierro de una familia dispuesta a que el caso no se olvide, y que el asesinato, de serlo, se resuelva antes de que prescriba, en el año 2022.
Marta Fontán (Vilalonga, Sanxenxo, 1977) lleva alrededor de 15 años como periodista de sucesos de Faro de Vigo, pero en aquel 2002 acababa como quien dice de entrar en el periódico, y era redactora de tribunales. “De forma que el suceso en sí no lo cubrí directamente, pero en 2004 me incorporé a la sección, y era habitual que me tocase a mí recordar los hechos en los aniversarios y hablar con la familia, aunque todos los periodistas de la ciudad conocíamos el caso porque en Vigo fue de los que más marcaron. Por las circunstancias en las que se produjo, porque era una chica joven y por el misterio que lo rodea”. Los hechos, por reiterados, los podría narrar cualquier lector de periódicos de los últimos años. El martes 30 de abril, Déborah había salido a correr, pasadas las siete de tarde, por la playa de Samil, cerca de su casa, un trayecto que hacía habitualmente. Siguió por la línea de costa y a unos cuatro kilómetros, a la altura de la playa de A Fontaíña, se encontró con una prima. Se pararon a hablar y emprendieron juntas el regreso durante menos de un kilómetro. Su prima le propuso acompañarla si esperaba a que se cambiase, pero Déborah prefirió volver ya porque, dijo, le apetecía coger la película Amélie en el videoclub que tenía al lado de casa. La última persona que la vio, sobre las 20:45, declaró que iba andando tranquilamente, sola, enfilando la Avenida da Atlántida, a unos 500 metros de su casa. No llegó nunca.
Al día siguiente, 1 de mayo, los padres presentaron denuncia en la Comisaría de Policía, a pesar de la recomendación de esperar 48 horas. Llenaron también Vigo de carteles con su foto. “Recibieron, como suele pasar en estos casos, una serie de pistas falsas y llamadas de desalmados tipo ‘yo la tengo, ven a por ella’”, recuerda Marta Fontán. El cuerpo apareció diez días después a unos 50 kilómetros de su casa, en una cuneta de O Rosal, cerca del río Miño que allí hace frontera con Portugal. Estaba desnudo, pero con el pecho y el pubis velados por hojas, y estaba absolutamente limpio, como lavado. Su hermana mayor, Rosa, manifestó su extrañeza, ya que Déborah se había depilado a la cera aquel mismo día “y cualquier mujer sabe que siempre queda algún resto”. Los restos que sí se encontraron fueron trazas de semen en su vagina, y cerca un preservativo usado (que resultaron ser de personas distintas). “La autopsia –las autopsias, porque hubo tres: la oficial, otra a instancias de la familia y el análisis forense policial– lo que reveló fue que no había habido agresión sexual, que la chica había muerto el mismo día o al día siguiente de la desaparición, y que en el momento de la muerte estaba vestida y así permaneció al menos 12 horas. Sin embargo, no pudo establecer las causas del fallecimiento, que pudo deberse tanto a causas naturales como a asfixia por sofocación con un objeto blando”.
Después de las pesquisas iniciales, el caso quedó años aletargado. En 2009, un equipo de la Unidad Central de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de Madrid retomó el caso. “Empezaron un poco desde cero, y sin descartar ninguna hipótesis. Manejaron en principio cuatro escenarios. El A era el de una agresión sexual ‘normal’, cometida por un desconocido que tuvo una ventana de oportunidad. Se descartó porque no había señales de agresión y porque aquel día a aquella hora era imposible que un acto así pasase desapercibido. El B era un novio secreto, fuera de su entorno, que no hubiese despertado sus recelos. No tenía muchos visos de realidad, porque ninguna amiga o familiar sabía de su existencia y en su móvil no había ninguna llamada a desconocidos. El escenario C era muy similar, solo que, en este caso, el novio fuese de su entorno. Tampoco lo veían probable. La hipótesis que consideraban clave era la D: alguien muy próximo a ella, tanto como para subirse a su coche sin problemas”, resume Fontán, que tuvo acceso al atestado, que muy propiamente, se denominó Operación Arcano.
“En la hipótesis D, la muerte pudo producirse tanto por causas naturales como por asfixia, pero el autor fue muy cuidadoso para desviar sospechas. Le quitó la ropa por si podía tener rastros suyos, lavó el cuerpo por la misma razón, y lo conservó en un lugar frío, quizá un arcón congelador, durante varios días, mientras él aparecía en público”. Probablemente también depositó en el cuerpo de la víctima semen cogido en cualquier condón desechado, porque cuando la encontraron todavía había espermatozoides vivos, algo altamente improbable en una eyaculación de diez días antes. La forma de posar el cuerpo, con vegetación cubriendo las zonas íntimas revela también una relación estrecha o afectiva. “Todas las características, proximidad, lugar de la vivienda, recorridos habituales del vehículo apuntaban a un sospechoso, al exnovio de Déborah. La policía solicitó a la juez intervenir el teléfono y registrar el coche, pero la juez denegó las escuchas por considerar que después de siete años era improbable que se obtuviese prueba alguna por ese método. Sí autorizó el registro”.
Lo del coche, además de que en alguno tuvo que ser trasladado el cuerpo hasta O Rosal, venía a cuento de que se descubrieron en el cadáver 21 fibras de colores, como si hubiese estado tapado por una manta o una alfombra. Y sobre todo porque aquellos días, el empleado de un parking de la ciudad le llamó la atención al sospechoso porque el coche que había aparcado olía particularmente mal. Argumentó que se le había descongelado en el maletero una caja de langostinos. En cualquier caso, la revisión del coche tampoco arrojó ningún resultado, ni el empleado del parking fue interrogado. El sospechoso fue llevado a Comisaría a declarar, pero no acusado. En 2010, el atestado de la Operación Arcano fue entregado a la titular del juzgado nº 2 de Tui. “La jueza observó muchas contradicciones en el sospechoso, pero no pruebas. ‘No puede atribuirse a nadie la autoría material ni se sabe si la muerte fue homicida’ decía en el auto en el que acordó archivar provisionalmente el caso. Solo se reabrió en 2014, para ampliar la búsqueda de coincidencia de ADN”.
Aunque la policía reitera que los casos nunca se cierran hasta que se resuelven, tuvieron que pasar otros siete años hasta que el misterio de la muerte de Déborah cobrara un nuevo impulso. “Hubo dos momentos clave”, analiza Marta Fontán. “Uno fue cuando en diciembre de 2017 se localiza el cuerpo de Diana Quer. La familia lanzó una hipótesis que sabían imposible, que era que el posible autor podía haber sido el Chicle, por lo parecido del modus operandi. El asunto estuvo vivo uno o dos meses, mientras se revisaban las desapariciones de jóvenes que podrían ser atribuibles al autor confeso de la muerte de Diana. El otro fue, en diciembre del año siguiente, el caso de Laura Luelmo, la profesora que fue asesinada en un pueblo de Huelva cuando había salido a pasear o a correr”. Las semejanzas estaban cogidas por los pelos (de entrada, porque el cuerpo de Déborah fue colocado en un sitio para que se viese, encima de la hierba apenas a un metro de una carretera), pero sirvió para que, al rebufo de esas dos tragedias, los medios recordasen la de la joven viguesa.
“Otro factor fue el uso masivo de las redes sociales, de la página Justicia para Déborah en Facebook, y de la petición en Change.org para que reabrieran el caso, que llegó a superar las 300.000 firmas. El pasado 30 de mayo organizaron un festival poético y musical en la calle que reunió a más de mil personas. Hubo momentos puntuales en que la familia, sus hermanos Rosa y Jose estaban en todos los matinales”. Visionando esos programas, sorprende la contención de la familia, sobre todo si tenemos en cuenta que ellos no tienen dudas sobre que aquello fue un asesinato, y tampoco tienen muchas dudas sobre su autoría, aunque lo más directo que dicen, sin dar en ningún momento ningún nombre, es “si alguien sale mencionado más de 400 veces en un sumario, por algo será”. De todas formas, no es éste el único caso en Galicia de una desaparición, desde hace años, en el que la autoría se atribuye a la pareja o expareja de la víctima. En un par de ellos, incluso con bastantes más indicios que en el de la joven viguesa, el sospechoso fue acusado, e incluso un juez expeditivo mantuvo a uno un tiempo en la cárcel, pero ambos están en libertad ante la falta de pruebas fehacientes.
La familia Fernández-Cervera Neira consiguió que la UDEV empezase realizando nuevas pesquisas el pasado mes de marzo, aunque sea únicamente una visita de uno o dos días al mes. Y algo más: la campaña en redes sociales promovida por la familia permitió localizar en enero a dos testigos que declararon que habían visto a Déborah sobre las nueve de la noche (apenas un cuarto de hora después de que se la viese ya cerca de casa) a unos kilómetros de allí. “Sí, habría que ver por qué en su momento no lo dijeron, con el revuelo que se armó”, reconoce Marta Fontán, “y hasta qué punto son sólidos unos recuerdos de hace 17 años, pero de todas formas la policía les ha tomado declaración y será ella quien establezca si lo que dicen es fiable o no”. A estas alturas, la familia está de nuevo entre la desconfianza en la investigación (han reclamado en vano a la policía poder prestar declaración tanto la madre como Rosa, a la que nunca, en estos 17 años, han pedido que testifique) y la esperanza de tener respuestas a las preguntas que se han hecho en todo este tiempo. La UDEV también está en la tesitura de decidir, este mes o el que viene, si eleva o no un nuevo atestado al juzgado, acusando a alguien, y de qué. “De algo que puede ser desde detención ilegal a homicidio, pasando por asesinato”.
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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