Testigo de cargo (IX)
Fuego cruzado en la comisaría de Ourense
Una serie de anónimos, dos bandos policiales, y una muerte que no se sabe si es un suicidio o un asesinato
Xosé Manuel Pereiro A Coruña , 9/10/2019
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Tómense anónimos que aparecen para agitar las aguas y hacer avanzar la acción de la misma forma que Chandler recomendaba hacer aparecer a alguien con una pistola cuando la narración se atascaba. Tómese un edificio de arquitectura casi alienígena en cuyo interior se desarrolla una guerra sorda por el poder con acusaciones cruzadas de corrupción entre dos bandos. Súmense dos juzgados y dos unidades policiales que, respectivamente, consideran “organización criminal” a un bando y exoneran al otro. Y unos recursos manidos, pero siempre eficaces: una muerte que no se sabe si es suicidio o asesinato y dos gemelos de esos tan idénticos que es difícil distinguirlos, porque además visten igual y llevan las mismas gafas. Todo eso pasa en la comisaría de Ourense, una de las ciudades de España con menor índice de delitos, así que debe ser cierto eso de que, cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo.
“A mí no me llegó el anónimo, pero, de todas formas, aterrizar, aterrizamos en el tema todos los medios a la vez. Aquella tarde llamé al gabinete de prensa de la comisaría, hablé con Bernardo y me lo hizo llegar sin problemas”. Javier Fraiz (Ourense, 1986), periodista en Ourense de Faro de Vigo cuenta como algo normal que un gabinete de prensa policial facilite un anónimo. Es, desde luego, un loable ejercicio de transparencia, sobre todo teniendo en cuenta que el documento había salido de la propia comisaría, y acusaba a varios policías de estar conchabados con grupos locales de narcotraficantes y de tráfico de armas. Aquel anónimo fue uno de los varios que provocaron y fueron manteniendo viva una crisis que derivó en guerra abierta entre la plantilla de la institución, y en varias causas judiciales. En las dos principales están imputados la anterior cúpula de la brigada antidrogas en una, y en otra los hermanos gemelos, Roi y Bernardo D.L. –sí, el Bernardo del gabinete–, nacidos en la emigración alemana hace 45 años. En ambos casos por organización criminal.
La denuncia de una mafia de drogas y armas había sido enviado en noviembre de 2014 al departamento de Asuntos Internos, en Madrid
El texto anónimo incriminaba a policías en un supuesto tráfico de armas robadas en comisaría, que habrían acabado en Portugal, e incluso una de ellas había sido usada en un atraco en Vigo en el que murió una policía nacional, algo que resultó ser falso”, señala Javier Fraiz. Eso fue en febrero de 2015, pero esa no era la primera acusación sin remitente que había salido de los ordenadores de las oficinas policiales. La denuncia de una mafia de drogas y armas había sido enviado en noviembre de 2014 al departamento de Asuntos Internos, en Madrid. Como no hubo una reacción aparente del departamento de control de los propios policías, los denunciantes recurrieron a la prensa.
Uno de los agentes señalados a Asuntos Internos por el trapicheo de armamento era Antonio R.F., jefe de la lucha contra el narcotráfico. A él y a varios de su departamento los acusaban además de tener con dos grupos locales a los que debería perseguir esa relación simbiótica clásica, al menos en la ficción: yo no te persigo y tú me facilitas información sobre tus clientes y sobre otros narcotraficantes. Yo engordo mi porcentaje de éxitos y tú te deshaces de la competencia. La cantidad de incautaciones era desde luego muy superior a la que obtenía el anterior responsable del grupo, precisamente Roi D.L.. Miembros de la brigada habían obtenido recientemente la medalla al mérito por su eficacia.
Asuntos Internos, sin embargo, investigaba en silencio. “Estuvieron trabajando meses, y llegaron a tener pinchados los teléfonos de 13 policías. Finalmente, un año después de que se enviase el primer anónimo, la víspera de la fiesta local, el día de San Martiño, un equipo de 15 o 20 agentes del Grupo VI de la Unidad de Asuntos Internos llegaron a Ourense y pusieron patas arriba la comisaría y media ciudad”, recuerda Fraiz. Detuvieron al responsable de la brigada antidroga, Antonio R.F. y a otro de sus miembros, y a una decena de integrantes de pymes de la venta de estupefacientes. Aquello se llamó Operación Zamburiña, y corría a cargo del juzgado de instrucción número 1 de Ourense, que también se ocupó del robo de las armas, mientras que la denuncia por injurias y calumnias que presentaron los citados en los anónimos recaía en el número 2.
La instrucción de la Zamburiña duró más de cuatro años. Los imputados alegaron que se habían “prefabricado y elaborado intencionalmente pruebas falsas” para incriminarlos, y solicitaron que se estableciese la autoría del anónimo que dio origen a todo. Por si no quedaban claras sus sospechas, Antonio R.F. se querelló contra los gemelos Roi y Bernardo D.L. culpándolos de acceder a los sistemas informáticos con sus claves para montar el anónimo y la conspiración. El caso está pendiente de señalamiento, y los cuatro policías y diez miembros de las bandas de A Pucha y Tronquito se enfrentan a penas conjuntas de 102 años, y a 15 de inhabilitación cada funcionario. “Hace 30 años se usaba ese método así, pero ahora no se puede, porque hay un registro de confidentes. Lo que sí, que se sepa, es que no hubo ningún enriquecimiento ilícito”.
Lo de las armas entra más en la categoría del misterio del cuarto cerrado. “Sin que se las echara de menos en ningún recuento, habían desaparecido seis pistolas, en dos tandas, tres reglamentarias y otras tres de policías jubilados. El búnker donde está la armería, con doble puerta, es el lugar más seguro del edificio probablemente más protegido de toda la ciudad, lo que indicaba que era un robo desde dentro”, dice Fraiz. “No es que puedan desaparecer armas así como así, lo que pasa es que las pistolas están en cajas, y se cuentan las cajas, que pueden estar vacías”, cree el periodista. Más curioso es que, cuando se emitió el anónimo mencionando la desaparición de cuatro pistolas y dos revólveres, en noviembre de 2014, la jefatura de la comisaría solo era consciente de que faltaban desde agosto tres armas. No se supo de la ausencia de las otras tres hasta febrero del año siguiente. No es muy difícil conjeturar que el autor del anónimo tenía información de primera mano, o que había participado en el robo.
Tres de las pistolas aparecieron en la misma comisaría el 9 de abril de 2016. Una había causado efectivamente la muerte de un policía, pero no de la agente tiroteada cuando intentaba detener un atraco, sino la del compañero de Bernardo en el gabinete de prensa, Celso Blanco. Su cadáver fue descubierto la noche de aquel día tumbado frente a su mesa, con un tiro en la sien. Una de las armas robadas estaba al alcance de su mano, debajo del cuerpo. Otra encima de su mesa y una tercera en el cajón de su escritorio. El cuerpo lo descubrieron dos policías, alertados por los emails que había enviado unas seis horas antes a distintas a cuentas policiales y por mensajes a grupos de Whatsapp. En ellos, Blanco se atribuía la culpa del robo de las armas y la autoría de los anónimos, exculpando expresamente a Bernardo. “Siento mucho todo lo sucedido. Siento haber sacado las armas del búnker y los anónimos que envié. Han hecho mucho daño a mucha gente, sobre todo a un gran amigo y exjefe. Lo siento, Celso”.
El cadáver de Celso Blanco fue descubierto la noche de aquel día tumbado frente a su mesa, con un tiro en la sien
El proyectil le había entrado por el lado izquierdo de la cabeza y salió por el derecho, algo lógico porque Blanco, de 48 años, era zurdo. “Enseguida llegó una nota de prensa oficial dando por hecho que había sido un suicidio”, recuerda el periodista.
Pero la titular del juzgado número 3 no lo vio tan claro desde un principio. Aunque tuviese que trabajar sobre el reportaje fotográfico, ya que el escenario fue limpiado al poco tiempo, había ciertos detalles que no casaban. El proyectil, que había atravesado una ventana, no fue localizado a pesar de rastrear los tejados donde presumiblemente debería estar, “pero eso es algo normal”, dice un veterano investigador. Lo que ya era más raro era como había quedado la corredera de la pistola (la parte superior, que esconde el cañón y se desplaza mediante unas guías), en posición normal, hacia delante.
La misión de la corredera es introducir los cartuchos en la recámara, la primera vez de forma manual (el “clac-clac” de las películas). Después es el retroceso de la explosión que impulsa la bala el que se encarga de llevarla hacia atrás de nuevo para introducir un nuevo cartucho. Cuando se acaban las balas, la corredera queda hacia atrás, como le suele pasar al protagonista de los filmes de acción en los momentos más inoportunos, porque la retiene el cargador. Si no hay cargador, la corredera vuelve hacia delante (si tienen paciencia o curiosidad, aquí se lo explican, con balacera incluida). La corredera de la pistola que mató a Celso Blanco estaba retenida, lo que parece indicar que fue disparada con cargador. Pero el cargador no estaba. Ni en la pistola ni en todo el despacho. Lo que sí había en el arma era una huella que no era la del muerto. En toda la tarde, las cámaras de seguridad no registraron más actividad en la solitaria comisaría que la llegada de Celso en su moto, y la de Bernardo en su coche. Bernardo se fue antes de que Celso empezase a enviar los mensajes autoinculpatorios.
Para ‘ayudar’ a despejar las dudas de la jueza Eva Armesto, aparecieron, como habrán supuesto, más anónimos. Alguno, denunciando las presiones que los hermanos gemelos habían hecho sobre su amigo, Celso Blanco, meses antes de la muerte. Otros, casi laudatorios sobre ellos. La jueza ordenó detenerlos en enero del año pasado, acusándolos del robo de las armas, de enviar los anónimos y del supuesto asesinato. Bernardo, que llevaba algún tiempo jubilado por incapacidad permanente, fue detenido en su casa. Roi en la Academia de Policía de Ávila, donde era instructor de tiro (los dos hermanos eran tiradores de alto nivel. Hacían una media de 30.000 disparos al año, ninguno nunca en acto de servicio). La jueza no fue la única destinataria de las misivas. Una le llegó a un hermano de Celso.
“Quería dar a entender que procedía de la propia Policía Nacional, a tenor de una frase: ‘Sabíamos todos en comisaría’”, informaba Fraiz en Faro de Vigo en julio del año pasado. “El escrito comienza: ‘Esta es la verdadera historia de un crimen que muchos han querido tapar’. Y termina:‘Los amigos de Celso queremos que todo se aclare’”. Los dos hermanos de Celso y su madre, a la que estaba muy unido, nunca creyeron que se hubiese suicidado. El día de su muerte, el policía le había dicho a su madre que iba un momento a comisaría, que lo habían llamado, y que volvería pronto para ir con ella al súper. “Celso era un tipo muy jovial, muy amable, siempre con una sonrisa, parecía una persona noble, con un carácter nada hermético”, recuerda el redactor de Faro. ¿Y Bernardo? “Bernardo era más reservado, más tímido, pero también agradable, era fácil tener una buena relación con él”.
La verdad, o al menos la verdad que darán por probada los tribunales, se sabrá antes de final de año o principios del próximo en el caso de la operación Zamburiña
Los periodistas, o al menos Fraiz, parecen tener una visión más neutral del asunto que las instancias judiciales y policiales. El juzgado número 1, el que instruyó la Zamburiña, mantiene también el caso del robo de armas, a petición de la Fiscalía, a pesar de que el número 3 pretendía que todo era la misma causa. El juez lo archivó, pero tuvo que reabrirlo a instancias de la Audiencia. En medio, el juzgado número 2 archivó por prescripción la denuncia de injurias y calumnias. Para la instrucción de la Zamburiña, el juez Leonardo Álvarez se había apoyado en el informe de Asuntos Internos. Esta unidad, a pesar de que la muerte de Celso no era objeto de la denuncia, realizó a posteriori otro en el que establecía que “no hay un solo rastro de homicidio”, al contrario de lo que concluía la investigación de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de Ourense, que estimaba la hipótesis de un homicidio, atribuible a los gemelos.
Ninguna de las unidades discute lo que muestran las cámaras de seguridad de aquel sábado. Roi llegó en su coche pasado el mediodía, y lo aparcó en un lugar del garaje ciego a la vigilancia. Después de un rato, se fue a pie. Sobre las 4 llegó Celso en su moto, y envió los mensajes autoinculpatorios cuarenta y cinco minutos después. Roi regresó un cuarto de hora después “tras hacer unas compras”, y se marchó en su vehículo a los cinco minutos. Para la UDEV, este desarrollo de los hechos posibilitaría que Bernardo hubiese entrado en el maletero del coche de su hermano, hubiese accedido a la quinta planta del desierto edificio mediante un túnel de ventilación no muy conocido al que se accede desde el garaje y haber salido por el mismo método después de enviar los mensajes y cometer el crimen. Asuntos internos “subraya que no constan rastros de sangre en los pasillos, ni en las puertas, ni en las cerraduras. Tampoco en la galería de tuberías, por donde la UDEV dice que pudo entrar Bernardo tras llegar oculto en el maletero del coche conducido por Roi”. En el coche sí aparecieron rastros de sangre, que los hermanos atribuyeron a haber ayudado en una matanza familiar, y que, en efecto, resultó no ser humana. Asuntos Internos ha tomado declaración a los gemelos como investigados en el caso de las armas robadas, pero el juez del número 1, todavía no ha imputado a nadie. Para la UDEV queda claro que fueron los gemelos –con o sin Celso– quienes robaron las armas del búnker. Y todavía más que fueron ellos –“hablando de Roi y Bernardo no tiene mucho sentido pararse a pensar si uno lo hizo u otro lo pensó”, dice un investigador– los autores de los anónimos que lo desencadenaron todo.
La verdad, o al menos la verdad que darán por probada los tribunales, se sabrá antes de final de año o principios del próximo en el caso de la operación Zamburiña, los agentes acusados de consentir a unos vendedores a cambio de información para detener a otros. En el del suicidio/homicidio del responsable de prensa de la comisaría, la Audiencia ha dado de plazo a la jueza Armesto hasta el próximo 21 de enero para que finalice su investigación. “No es fácil formarse una opinión sobre todo esto”, intenta resumir Javier Fraiz. “Cada poco tiempo hay sorpresas y giros de guion. Particularmente, a mí me cuesta creer que hayan podido pasar esas cosas en la comisaría, por la barbaridad que supondría”. Hay quien tiene una visión más descarnada. “Los hermanos eran como dioses en Ourense, disponían de la galería de tiro y llevaban allí a quien querían, miembros de la judicatura y otras fuerzas vivas, tenían una actividad deportiva, buenos cargos dentro de la comisaría… Allí hicieron toda su carrera y tenían una buena posición social y profesional”, reflexiona el veterano investigador. “De pronto, sustituyen a Roi al frente de antidroga, y de no decomisar ni una china se pasa a grandes incautaciones… A partir de ahí, cada uno reacciona como reacciona”.
Desde luego, a la hora de elaborar tramas negras, no hay como los profesionales.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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