Tribuna
Soltera, no sola
Es vital construir otras posibilidades relacionales más allá de la pareja que sean reales y realizables
Maialen Lizarralde Altuna 16/10/2019
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Cuando hablamos sobre relaciones desde el feminismo, el concepto de pareja suele monopolizar el territorio: el peligro del amor romántico, cómo construir relaciones amorosas más sanas, el poliamor, el reconocimiento de las diversas orientaciones sexuales desde el marco de la pareja... Parejas, parejas, parejas. Se da por hecho que existe un impulso innato a emparejarse, que es lo natural, lo normal. Que la clave está en emparejarse “bien”.
Así, el espacio que le damos a la soltería es anecdótico. (Tampoco hay una definición aceptada de lo que significa la soltería: desde no estar casada a no tener pareja(s) estable(s) reconocidas, sea lo que sea que signifique ‘estable’. Soltera es quien así se considere, según su contexto.) Parece que queda cubierto con la apología de la naranja completa, de la autosuficiencia y el autoerotismo, la crítica al día de San Valentín, pero todo ello reivindicado desde nuestro nidito de amor, felizmente emparejadas. Las solteras son las otras. Las miramos con cierta pena, les diagnosticamos carencias emocionales, nos alivia no ser ellas.
Estar satisfecha siendo soltera cae en terrenos extraños apenas explorados. Se presupone como un estado temporal y/o indeseado donde una intenta dejar de estar soltera, como quien intenta salir de una depresión. A veces aparece como reacción a violencias o decepciones amorosas. En muy raras ocasiones aparece como una elección vital positiva, con sentido en sí mismo y con potenciales transformadores tan interesantes como para investigarlo y darle alas.
Abramos este melón.
Acabar sola y otros mitos
Cuenta la leyenda que la soltería significa aislamiento, desamparo, carencias a nivel individual o individualismo neoliberal a nivel social. Traigo noticias: las investigaciones apuntan todo lo contrario. La soltería no es como nos la contaron, amigas.
La investigadora Bella DePaulo, psicóloga social experta en soltería, cita un estudio de 2015 donde se constata que la soltería aumenta las conexiones sociales. Tal cual. El estudio concluye que “las políticas deberían dirigirse a reconocer las limitaciones sociales asociadas con el matrimonio y reconocer que las personas solteras se involucran más en sus comunidades en general.” DePaulo, tras haber estudiado la producción académica sobre el tema, concluye que las personas sin pareja encuentran en sus vidas sentido, plenitud, autonomía, dominio y relaciones personales ricas y variadas. Más específicamente, para las mujeres solteras-desde-siempre sin hijos, la respuesta a la pregunta de si están en el camino de “acabar solas” es un rotundo no. Es especialmente probable que tengan fuertes redes de apoyo locales o comunitarias. (Podéis ver aquí su charla TEDx subtitulada)
El experto en ciencia del comportamiento Paul Dolan apunta en la misma dirección cuando estudia las variables de la felicidad: el subgrupo de población más saludable y feliz son las mujeres que nunca se casaron ni tuvieron hijos. No es así en el caso de los hombres, al parecer, ya que su salud y bienestar mejora al casarse (no aporta distinciones entre orientaciones sexuales). “Tenemos buenos datos longitudinales que hacen un seguimiento a personas concretas a lo largo del tiempo, pero voy a hacer un flaco favor a la ciencia y decir únicamente esto: si eres hombre, probablemente deberías casarte; si eres mujer, ni te molestes”. Esta afirmación de Dolan en una charla el pasado mayo fue fuente de duras críticas y acusaciones variopintas en redes sociales.
Con estos datos, no es de extrañar que haga falta tanta propaganda romántica para convencer a las mujeres de que su mejor y única opción es emparejarse ¿verdad? Pero no seamos tan pesimistas. Emparejarse también aporta cosas buenas. ¿O por qué lo hacemos si no?
Ese alguien especial, diferente al resto
¿Por qué se elige tener pareja? Al preguntar a personas emparejadas o que buscan emparejarse suele ser común que las respuestas sean abstractas, poéticas, con cierta carga transcendental: tener a un/a compañero/a de vida, alguien que te entiende de verdad, con el que compartir un “proyecto de vida”, que te hace sentir “más tú”, alguien “especial”... Cuesta mucho traer a tierra todas estas respuestas y vincularlas con necesidades concretas o deseos terrenales que son bastante menos sexys: compañía, descendencia, intimidad, seguridad, complicidad, sustento material… Sin la purpurina mágica, como que la cosa pierde y podemos darnos de bruces con esta realidad: todo lo que aporta la pareja se puede conseguir a través de muchos tipos de vínculos. Así es: no necesitamos pareja. Lo que necesitamos son vínculos valiosos, seguros y recíprocos, relaciones de cuidado, empatía, reciprocidad. Personas especiales, si queréis. Y estas pueden ser amistades, amantes, familiares, vecinas, compis de curro, de aventuras (escuchad a Mari Luz Esteban).
La fetichización de “ese algo” que atribuimos a la pareja no es ni universal, ni innata: es una ficción cultural (bastante reciente, por cierto), como otras tantas. Y como cualquier institución humana tiene su función, sus luces y sus sombras, sus precursores y su disidencia. Es importante ubicarla en lo profano y terrenal para ser capaces de diseccionarla y evolucionar hacia formas de organización que estamos queriendo hacer emerger.
A nivel social, es paradójico el aislamiento que genera algo que está pensado para unir. La sociedad es una especie de archipiélago de parejas. Estas tienden a aislarse en su república íntima y sus vínculos sociales se reducen. Según se avanza en la treintena, los rituales de mantenimiento de redes sociales van disminuyendo, sea porque socializamos en y para la pareja, sea porque con los años (y esta economía) vamos necesitando socializar con otra intensidad. No tenemos tiempo ni ganas de estar echando birras cada tarde, visitarnos, hacer planes, ir a saraos político-lúdicos. La amenaza de soledad como aislamiento acecha, y si quieres una tribu que esté contigo 24/7, parece que la única opción es emparejarse y reproducirse, como dice Miguel Espigado.
Lo vemos, lo reconocemos y buscamos fórmulas alternativas: nombramos la interdependencia, el apoyo mutuo, la importancia de la amistad, las redes de cuidado. Pero las practicamos como podemos (en el caso de las payas, bastante regular). Las parejas absorben mucho tiempo y energía, y el resto de vínculos son eso, el resto. La Vasallo lo explica muy bien.
Ante este panorama, da un poco de miedo imaginarse sin pareja(s) para toda la vida. Estar sin pareja(s), sin embargo, no da ningún miedo. La ansiedad anticipatoria es a menudo el cupido verdadero.
Proteged a vuestras solteras
Ocurre que, ante ese panorama de aislamiento, las solteras se buscan la vida, y como hemos visto, todo apunta a que la encuentran con éxito, de formas además que alimentan y refuerzan las redes de apoyo y comunitarias.
La soltería tiene mucho que aportar a la emancipación y bienestar de las mujeres y también a la construcción de relaciones sociales más equilibradas, de redes de apoyo y cuidado, en la exploración de una sexualidad elegida y gozosa. En este sentido, la soltería femenina carga con varios estigmas, entre ellos el referente a la dimensión sexual (daría para un artículo propio). La pareja es el espacio social preferente para acoger el sexo, y fuera de este espacio, se vuelve cuestionable, monitoreable, opinable. Se fiscaliza y se critica la sexualidad de las solteras bien porque follan demasiado, bien porque follan poco o porque están “mal folladas”. Los mensajes mainstream en cuanto al sexo y su circunscripción a la pareja tienen tufo a sexo reproductivo de manual católico y a sospechar de toda mujer que no canalice su sexualidad de forma “correcta”. No hay una forma correcta, no hay una frecuencia saludable: hay que tener el sexo que quieras y puedas. No el que deseas, ojo. El que puedas, quieras y decidas tener.
Sin embargo, apenas hay referentes, biografías, relatos de solteras con las que identificarnos: personas con vidas plenas y conectadas, de clases sociales variadas (el estereotipo de soltera rica a lo Coco Chanel está algo más visto), que no tienen pareja ni la están buscando. Es vital construir otras posibilidades relacionales más allá de la pareja que sean reales y realizables; expandir el amor y abrir toda la sabiduría y producción de herramientas y ficciones para mantener relaciones de pareja a otro tipo de vínculos.
La soltería, en estos tiempos de aislamiento, puede ser políticamente radical. Así que, amigas, quered mucho a las solteras de vuestra vida. Dejad de intentar emparejarlas, de mirarlas con pena o de imaginaros una desolación oculta inexistente. Celebradlas, proteged su libertad, y contagiaros de ella.
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Maialen Lizarralde Altuna
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