Piketty: la ‘reforma agraria’ del siglo XXI
El influyente economista francés propone en ‘Capital e ideología’ sobrepasar el capitalismo a través de una revolución fiscal progresiva y una mayor repartición de la propiedad
Enric Bonet 16/10/2019
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Superar el capitalismo a través de la democracia. Puede parecer osado en una coyuntura en que escasean las utopías y abundan los relatos apocalípticos. Pero este es el objetivo de Capital et idéologie (Capital e ideología), el último libro de Thomas Piketty, publicado en septiembre en francés y que saldrá la venta a finales de noviembre en castellano.
Seis años después de su célebre El capital en el siglo XXI –un estudio sobre las desigualdades que arrasó en las librerías con 2,5 millones de ejemplares vendidos–, el economista francés radicaliza su pensamiento y propone los medios para sobrepasar el modelo capitalista. A partir de un extenso análisis histórico de las estructuras de poder e ideológicas de los regímenes desiguales, desemboca en una ambiciosa propuesta de “socialismo participativo”. Un modelo alternativo fundamentado en una fiscalidad progresiva de la renta, pero sobre todo del patrimonio, y en un refuerzo de la democracia en las empresas.
En sus 1.200 páginas, Piketty describe “las evoluciones político-ideológicas en torno a las desigualdades y la redistribución” en países occidentales, pero también en India, China o Brasil, desde la Edad Media hasta el presente. Un viaje por la historia con el que pretende hacerse “una idea más precisa de lo que podría parecerse a una mejor organización política, económica y social para las distintas sociedades del mundo en el siglo XXI”. En concreto, se adentra en la búsqueda de una “propiedad justa, una educación justa y una frontera justa”.
“Uno de los méritos de Piketty es poner el foco en la cuestión de la propiedad, un elemento central en la tradición socialista que había desaparecido en los últimos años”, explica el economista Frédéric Farah, profesor en La Sorbona de París. El economista francés pone sobre la mesa una medida con la que no se atrevieron los modelos sociales de la postguerra: confrontarse con la repartición desigual del patrimonio, epicentro de las injusticias económicas. Según Farah, “estas tesis forman parte de la corriente reformista del socialismo”, que emergió a finales del siglo XIX y reivindicaba la posibilidad de superar el capitalismo a partir de reformas, “antes de que esta palabra se viera pervertida y convertida en sinónima de medidas neoliberales”.
Un modelo de propiedad social y temporal
A través de su análisis histórico, Piketty subraya la sacralización de la propiedad durante el siglo XIX. Entonces, “se produce una concentración de la propiedad y del poder económico y financiero que se situaba a principios del siglo XX en unos niveles más elevados que durante el Antiguo Régimen”. La crisis del liberalismo en el periodo de entreguerras y la consolidación de la hegemonía socialdemócrata durante la posguerra permitieron una significativa reducción de las desigualdades entre 1920 y 1980. De hecho, el prestigioso economista insiste en que entonces la tasación de las mayores fortunas se situó en una media del 81% en Estados Unidos o del 88% en Reino Unido y esto coincidió con el momento de mayor rentabilidad y crecimiento económico.
Las desigualdades regresaron, sin embargo, con la ofensiva neoliberal de los ochenta. Entre 1987 y 2017 las grandes fortunas mundiales crecieron entre un 6% o un 7% cada año. Es decir, cinco veces más rápido que los niveles de ingresos medios. Según Piketty, este crecimiento desigual se ve reflejado en que el 10% más rico en Estados Unidos poseía en 2018 el 74% total de las propiedades y el 55% en Europa, mientras que el 50% más modesto solo disponía del 1% y el 5% respectivamente. Estas desigualdades no resultan tan alejadas del 89% de las propiedades de que disponían el 10% de los más ricos en 1913 en Europa. Un abismo social entre clases que abocó el modelo burgués decimonónico a la insostenibilidad.
Ante este modelo “hipercapitalista”, Piketty apuesta por una medida discutida antes de la Primera Guerra Mundial en Europa, pero que al final no se aplicó: la creación de un impuesto progresivo sobre el patrimonio global (inmuebles, activos financieros y profesionales). En concreto, consistiría en adoptar una nueva tasación progresiva sobre el patrimonio que tendría en cuenta el endeudamiento de las familias y no afectaría a aquellos que poseen un nivel de propiedades en la media del país. Tributarían con el 1% aquellos cuyo patrimonio doblara la media nacional, con un 20% los que dispusieran de una fortuna 100 veces superior y con un máximo del 90% aquellos cuyo patrimonio fuera 10.000 veces superior a la media.
No podemos esperar a que Mark Zuckerberg o Jeff Bezos lleguen a los 90 años y transmitan su fortuna para empezar a hacerles pagar impuestos
“No podemos esperar a que Mark Zuckerberg o Jeff Bezos lleguen a los 90 años y transmitan su fortuna para empezar a hacerles pagar impuestos”, asegura Piketty. Con este impuesto anual sobre el patrimonio, pretende establecer un modelo de “propiedad social y temporal”. A partir de los recursos recaudados, establecería una dotación universal, en torno a 120.000 euros, para cada ciudadano que cumpliera 25 años. De esta forma, se crearía una herencia para todos, mientras que en la actualidad “el 50% de los más pobres no heredan casi nada”, recuerda el prestigioso economista.
Democracia en las empresas e igualdad educativa
La revolución fiscal pikettiana se ve completada por un impuesto progresivo sobre la renta, que incluiría las cotizaciones sociales y la tasa por emisiones de CO2. Esta medida dispondría de una franja inferior del 10% para aquellos ciudadanos con unos ingresos más bajos y se incrementaría hasta el 70% para los que ganen cien veces más que la media y un máximo del 90% para los que ingresen 10.000 veces más. En cambio, suprimiría prácticamente todos los impuestos indirectos, como el IVA. Piketty no solo considera que estas medidas resultarían suficientes para financiar un avanzado estado del bienestar, sino también una renta básica garantizada. Esta equivaldría al 60% del ingreso medio y beneficiaría al 30% de los habitantes.
Además, propone favorecer la democracia en las empresas. Inspirada en la cogestión presente en países como Alemania o Suecia, su propuesta consiste en dar la mitad de los votos de los consejos de administración a los representantes de los trabajadores. Así se terminaría con el control hegemónico de los grandes accionistas. “Muchas empresas funcionan con un modelo casi monárquico. A menudo estas fracasan porque no escucharon el mensaje de alerta de sus trabajadores”, explica Romaric Godin, periodista en el diario digital Mediapart. Según este analista económico, “la apuesta de Piketty consiste en que, si se da más poder a los asalariados, cambiará el funcionamiento del capital”. Dejará de ser tan depredador. No obstante, “esta cogestión no ha impedido en Suecia o Alemania que los representantes de los asalariados tomaran decisiones contrarias a los intereses de los trabajadores”, recuerda Godin.
El “socialismo participativo” se fundamenta, asimismo, en un modelo educativo más equitativo. Como señala el autor de Capital e ideología, los hijos de las familias más acomodadas suelen beneficiarse de un gasto educativo muy superior al de los descendientes de las clases trabajadoras. Una situación evidente en países como Estados Unidos por el fuerte peso de la educación privada. Pero también se reproduce en sistemas donde lo público es mayoritario; por ejemplo, en Francia, dado que los profesores más experimentados y mejor pagados imparten clases en los barrios más ricos y los hijos de las clases superiores tienen trayectorias académicas más longevas.
Para frenar la deriva oligárquica de las democracias parlamentarias, el prestigioso economista reivindica una original reforma del sistema de financiación de partidos. Consistiría en un sistema de bonos con el que cada ciudadano dispondría de 5 euros anuales que daría a su formación política preferida. Una donación que se efectuaría en el momento de la declaración de la renta. En lugar de dar a la iglesia, hacerlo a un partido político.
¿Superar el capitalismo? ¿O salvarlo?
Restablecer un impuesto progresivo con el que se frene el aumento explosivo de las desigualdades. Reformular el concepto de propiedad para que todo el mundo disponga de una herencia socializada. O combatir las desigualdades educativas para garantizar las mismas oportunidades para todos. Piketty dice querer sobrepasar el capitalismo, pero en realidad lo hace devolviendo en forma de explosivos ideológicos buena parte de las promesas incumplidas por las democracias liberales.
De hecho, resulta significativo que apenas cite a Karl Marx. Su modelo de propiedad social y temporal se inspira en la reforma agraria reivindicada por el radical británico Thomas Paine, uno de los referentes ideológicos de la Revolución Americana. En concreto, cita la obra de Paine Justicia agraria (1795), en que defendía el establecimiento de un impuesto de sucesiones para financiar una renta básica. Un liberalismo igualitario también defendido en Francia por Maximilien de Robespierre, pero que quedó abortado a finales del siglo XVIII en beneficio de la sacralización decimonónica de la propiedad.
toda la historia de los regímenes desiguales muestra que son sobre todo las movilizaciones sociales y políticas y las experimentaciones concretas las que permiten cambiar la historia
“Más que terminar con el capitalismo, parece querer salvarlo”, asegura Godin, quien considera que Piketty propone “un modelo de un capitalismo democrático y social”. “Su posición resulta parecida a la de John Maynard Keynes, que quería salvar el capitalismo de la profunda crisis del periodo de entreguerras”, explica Farah, comparando el economista francés con el liberal británico que desarrolló una de las doctrinas económicas más influyentes en el pensamiento socialdemócrata. Según el periodista de Mediapart, Capital e ideología resulta una aportación de gran valía en la lucha contra las desigualdades, “pero no cuestiona el actual modelo de producción, en un momento en que cada vez hay más dudas de que el planeta pueda asumir un crecimiento económico permanente”.
También se echa en falta una mayor concreción en la manera en que la izquierda podría llegar al poder para impulsar el “socialismo participativo”. Respecto a la estrategia política, se conforma con reivindicar una “coalición igualitaria” que permita superar la “trampa social-nativista” (ultraderecha). Piketty no es ningún spin doctor –todo un alivio para algunos–, pero es una lástima que no profundice en el desafío de cómo construir una izquierda popular. Sobre todo, teniendo en cuenta que se trata de un fino analista político que a través de un amplio trabajo estadístico muestra una evolución del electorado de las formaciones de izquierdas, que dejaron de ser los “partidos de los trabajadores” para convertirse en el “de los más diplomados”.
Esta evolución, según el economista francés, contribuyó a la crisis del eje derecha-izquierda y consolidó un sistema de élites múltiples. En él se confrontan la “derecha comerciante” con la “izquierda brahmana”, cuyos electorados comparten el hecho de ser ganadores de la globalización neoliberal. Todo ello favoreció la renuncia de las clases trabajadoras, que apuestan masivamente por la abstención y, en menor medida, por el populismo de derechas.
Un divorcio entre la izquierda y las clases populares que lastra su capacidad de transformar el sistema. Como señala Piketty, “toda la historia de los regímenes desiguales muestra que son sobre todo las movilizaciones sociales y políticas y las experimentaciones concretas las que permiten cambiar la historia”.
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