CRÓNICAS DEL MARGEN
El Distrito Norte de Granada lucha por su luz
Cien familias de las barriadas más pobres de la ciudad sientan a Endesa en el banquillo por los continuos cortes en el suministro eléctrico
Helios F. Garcés 20/11/2019
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“Que vengan y graben. Hasta que no haya más muertos, no les interesará”, dice visiblemente irritada una vecina del bloque de nueve pisos donde vivía Ángeles Heredia Fajardo, Angelita, mientras entra en el portal de la mano de su pequeña hija. Al otro lado de la calle aparcan junto a la acera que da al parque dos furgonetas de medios de comunicación mayoritarios. Llueve leve y seguido. Es un día frío, de los últimos del otoño de este año, 2019. Poco a poco van llegando más vecinos que se saludan, besan y abrazan al mismo tiempo que se apiñan en torno a una pancarta, un ramo de flores y una vela frente a una escalera que nos conduce a la puerta del bloque. “¡Norte, no te cortes, ilumínate!”. Esas son las palabras que figuran en la pancarta. Tras ellas se arremolinan los rostros del Distrito Norte de Granada. Las cámaras comienzan a encenderse y los periodistas empuñan sus micrófonos dirigiéndose rápidamente hacia el grupo.
Desde atrás miro bien las caras de la gente que se reúne para conmemorar la vida de lucha de Ángeles Heredia Fajardo, una vida que como tantas otras iluminó el barrio hasta que, a sus 80 años, terminó por apagarse. Se apagó, como lo hacen cada día por los indiscriminados cortes de luz masivos de Endesa, las casas de decenas de miles de familias trabajadoras que intentan salir adelante en el olvidado Distrito de la Zona Norte, Granada. Miro bien, decía, y veo las caras curtidas de la gente humilde machacada por las oligarquías eléctricas y por la administración, personas cuyo sufrimiento –digámoslo abiertamente– vale menos que el de aquellos que viven en la zona privilegiada de la ciudad. Son las caras de la gente que sobrevive en los barrios vilipendiados que pueblan la periferia infinita de nuestro territorio. No es nuevo. La creación interesada de la periferia, su control, su olvido programado como estrategia para generar desigualdad, violencia y chivos expiatorios de carne y hueso es un hecho probado. Al igual que lo es el hecho de que en esos trasteros de nuestras ciudades donde se expulsa y agrupa a los prescindibles, no se cumplen los derechos fundamentales. Esta situación, especialmente en momentos de crispación social como el actual, se complementa con un discurso reaccionario promocionado por determinadas instituciones y entidades privadas que ha permeado con éxito el sentido común de una sociedad racista y clasista.
“Cada vez es peor. Ya no sabemos qué hacer”, dice otro vecino que acude una semana después a una reunión de urgencia con el defensor del pueblo andaluz. Lo hemos dicho: muchos de las 30.000 habitantes de familias se quedan sin luz a diario en el Distrito Norte de Granada. No es casual. Bajemos a tierra y observemos algunas de las consecuencias: familias que tienen que tirar la comida a la basura porque sus frigoríficos no funcionan, colegios que se quedan sin luz y no pueden encender las estufas para dar el calor mínimo a sus estudiantes, guarderías cuyos trabajadores han de cruzar la calle con los pequeños envueltos en mantas para llevarlos a otro centro en el que sí haya luz, personas dependientes que no pueden conectarse a sus bombonas de oxígeno y han de ser trasladadas urgentemente a otros lugares de la ciudad para poder respirar. Sigamos: personas mayores que han de subir a pie hasta un octavo o noveno piso porque el ascensor no funciona, ciudadanos de un barrio que tiene que participar en las elecciones generales de 2019 literalmente a oscuras, trabajadoras que llegan a sus casas y no pueden cocinar su comida, no pueden calentar sus casas, no pueden ni bajar a la calle a tirar la basura por miedo a tropezarse y hacerse daño; ancianos cuya vida termina a las seis de la tarde, momento en el que lo único que pueden hacer es tapar bien sus cuerpos con mantas y sentarse en el sofá totalmente a oscuras hasta que se van a dormir ayudados de sus precarias linternas; una generación de niñas y niños que han nacido y crecido durante los últimos diez años aprendiendo a naturalizar que no merecen el mínimo exigible, que son prescindibles.
“Esa generación pedirá cuentas a la sociedad que los ha olvidado”
Aproximadamente un mes antes de morir, Angelita volvía del hospital. Había sido intervenida y tenía las piernas vendadas. No había luz. Angelita vivía en el noveno piso. Esperó a que se arreglara el problema, sentada en el portal. No llegó respuesta alguna. Endesa abandona todos los días a decenas de miles de personas a su suerte mientras construye un discurso interesado y traicionero que justifica su inacción. A Endesa no le importó Angelita, como no le importan las decenas de miles de Angelitas que viven en el Distrito Norte. El Ayuntamiento de Granada promete, se fotografía con los vecinos y vuelve a desaparecer. La Junta de Andalucía, actualmente presidida por PP, Ciudadanos y Vox, mira hacia otro lado, más ocupada en intentar reunir los datos de las familias migrantes y perseguirlas para poder expulsarlas violentamente de sus barrios. El gobierno central los ignora con la arrogancia del gigante que mira desde arriba al común de los mortales. Todo esto ocurre –y no es una metáfora– mientras Angelita esperaba. Después de cinco horas de insultante silencio, un vecino y su hijo enfermo la subieron a cuestas, escalón tras escalón, hasta el noveno. Ahora imaginemos qué realidad se abre paso a través de cada uno de estos miles de seres humanos. Preguntémonos las razones –porque las hay– por las cuales estas familias son maltratadas. Esa anciana gitana luchadora llamada Ángeles Heredia Fajardo ya no puede responder.
El Distrito Norte de Granada: historia de la periferia
En el año 1963, la ciudad de Granada sufrió un gran y desastroso diluvio. A causa de ello, muchas cuevas del Sacromonte, ese hermoso parque temático creado para la diversión de los adinerados turistas del norte global que algún día fue un barrio habitado mayoritariamente por familias gitanas trabajadoras, se derrumbaron. A causa de ello y movidos por intereses urbanísticos y racistas que prepararon la creación del gueto y la expulsión de los indeseables cual ganado, cientos de familias fueron sacadas a la fuerza de sus cuevas y resituadas en precarios alojamientos, barracones, albergues; incluso en el salón de plenos del Ayuntamiento de la ciudad. La situación era aparentemente provisional. Pero la inmensa mayoría de aquellas familias nunca pudieron volver a su barrio. Tan solo algunas de ellas lo consiguieron.
Durante una década, los expulsados fueron realojados y desahuciados de suburbio en suburbio a tenor de los intereses urbanísticos y los planes del Ayuntamiento. Al mismo tiempo, se creaba el actual Distrito Norte. En la periferia de la ciudad y a través de sucesivas promociones de las denominadas viviendas de protección oficial, se iba fraguando el conjunto de barrios que hoy conforman esta zona marginada de la turistificada ciudad de la Alhambra. Fue allí, tras un largo éxodo, donde cientos de familias recalaron, fatigadas de buscar su lugar bajo el asedio institucional racista y clasista que todavía hoy define la actitud de los gobiernos de turno y la realidad de la zona. A lo largo de las décadas, el barrio ha seguido siendo destino de los más humildes. Hay quienes todavía creen que las ciudades modernas se estructuran en función de casualidades anodinas y no en base a criterios medidos de ingeniería social. Desde el centro de la ciudad se ha asumido con vehemencia el discurso institucional mediático sobre la zona y su gente, lo cual es un triunfo de los de arriba. Ya nada de lo que les ocurra merece la indignación popular. Pero esto es todo menos un problema local. Aquellos que en la actualidad representan el rostro multiforme del Distrito Norte granadino: familias pobres, migrantes, gitanas, condensan a la perfección los fantasmas de la adoctrinada clase media europea. Si miran bien, descubrirán exactamente el mismo rostro definiendo la dignidad trabajadora de toda la periferia olvidada del estado español.
El 22 de noviembre es el día de los gitanos andaluces. Un día de gala en el que los gobiernos cuelgan banderas gitanas en sus balcones, se hacen fotos con los líderes de las asociaciones y regalan discursos complacientes al unísono. Un día en el que se repite machaconamente la mentira central de una propaganda hipócrita para calmar la mala conciencia de las instituciones: en Andalucía no hay racismo, es mestiza, es diferente. El 22 de noviembre de 2019, los vecinos y vecinas del barrio Distrito Norte de Granada sientan a la oligarquía eléctrica de Endesa en los tribunales con la ayuda de cuatro organizaciones de derechos humanos.
La lucha de estas familias no se agota en las urgentes exigencias en torno a la luz de sus casas. Los barrios que conforman la zona se expresan con meridiana claridad al respecto: los acuciantes problemas a los que se enfrentan son múltiples, graves y complejos, por lo que requieren de perspectivas integrales lideradas por los propios vecinos y vecinas. El elevado porcentaje de desempleo, los problemas de vivienda, infraestructuras y educación. Todo ello hace que, desde hace décadas, se prepare, como en tantos otros barrios ignorados del territorio, el caldo de cultivo perfecto para el desastre: la destrucción definitiva de la fibra social de determinadas comunidades humanas. Estemos atentos, no solo a lo que ocurrirá el próximo 22 de noviembre, sino a lo que acontece cotidianamente en los barrios ignorados, ya que nos va el derecho a una vida digna en ello.
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Helios F. Garcés es aprendiz de escribidor. Es autor del poemario Mi abuela no ha leído a Marx (Amargord, 2019).
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Helios F. Garcés
Nacido en Cádiz (1984), es aprendiz de escribano.
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