EL KIOSKERO (II)
También es hermoso el olvido
A propósito de Lobo Antunes y cómo el escritor se relaciona con su extensa obra
Álvaro Colomer 11/12/2019
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Hay un escritor en Portugal que puede leer su propia obra como si fuera de otro autor. António Lobo Antunes no recuerda sus propias novelas y, cuando alguien le habla de su último trabajo, levanta una ceja sorprendido. Le asombra lo que escucha, le gusta el argumento, le parece que la cosa no está nada mal. Él es el creador de aquello que le cuentan, pero no siempre le alcanza la memoria. En verdad es hermoso que un narrador pueda regresar de un modo virginal a los textos que compuso. Hermoso, aunque a lo mejor también un poco triste.
El martes 26 de noviembre, dentro del ciclo ‘Conversaciones en La Pedrera’ (Barcelona), Lobo Antunes se sentó junto a Xavi Ayén para charlar sobre su última novela, De la naturaleza de los dioses (Literatura Random House), y cuando el periodista le preguntó cuál era el germen de la historia, el escritor se encogió de hombros y dijo: “Ya no me acuerdo muy bien del libro”. Después, cuando su interlocutor le habló de la anciana que lo protagoniza y de la librera que le suministra lecturas, el portugués le miró algo extrañado y preguntó: “¿Sale eso en el libro?”. Sí, señor Antunes, sí que sale. De hecho, es el arranque de la historia. Algunos asistentes rieron, otros agacharon la cabeza.
Aprovechó su sordera para hacer algo que todos los escritores quisieran hacer durante las entrevistas: contestar lo que les viene en gana
A los escritores jóvenes les resulta inconcebible que un escritor pueda olvidar el argumento de una novela que publicó originariamente hace tan solo cuatro años, pero en realidad lo que debería sorprenderles es que una persona tan olvidadiza sea capaz de escribir novelas de quinientas páginas y, además, hacerlo de un modo extraordinario. Porque ahí está el auténtico misterio. El misterio del hombre que contiene tanta literatura que puede crear una ficción con la misma facilidad con la que después la relega al silencio.
António Lobo Antunes no respondió a ninguna de las preguntas que le formuló Xavi Ayén. No lo hizo porque no está bien del oído, pero aprovechó su sordera para hacer algo que todos los escritores quisieran hacer durante las entrevistas: contestar lo que les viene en gana. El periodista le interrogó sobre los vericuetos de la novela y el portugués contó el viaje que su abuelo emprendió a Brasil para hacer fortuna, la decisión que su padre tomó el día en que se negó a mover un dedo para que no enviaran a su hijo a la guerra, los comentarios que le soltaban los enfermos mentales a los que atendió durante su época de psiquiatra. Aseguró que aprendió mucho de sus pacientes. Tanto que fueron ellos quienes acabaron configurando algunos aspectos de su narrativa. Por ejemplo, en cierta ocasión uno le dijo que el mundo había sido construido desde atrás y el escritor –entonces encerrado en el cuerpo de un médico– comprendió que la literatura hacía exactamente lo mismo: observar la realidad por la espalda. Este recuerdo estremeció al público, era una de esas imágenes por las que uno acude a una presentación de Lobo Antunes, hubo incluso quien la convirtió en el lema de sus aspiraciones literarias. Después el portugués levantó la cabeza, observó la platea y dijo: “Pero todo eso se acabó. Se acabó y se fue…”.
Xavi Ayén soltó las riendas de la conversación desde el principio. Se dio cuenta de que el autor era como cualquiera de sus libros: un flujo de conciencia. Y no hizo preguntas. Se limitó a mirar al portugués mientras éste le regalaba todo lo que pasaba por su cabeza, a menudo saltando del pasado al presente y sin conceder ni un solo segundo al futuro, algo así como una constante mirada al pasado que contenía todas y cada una de las letras de la palabra nostalgia. Contó muchas cosas Lobo Antunes. Algunas incluso las repitió, como eso de que, cuando su padre yacía en el lecho mortuorio, alguien le preguntó: “¿Qué te gustaría legar a tus hijos”. Y el moribundo respondió: “El amor a las cosas bellas”. Quizá fue en aquel momento cuando nació el escritor que hoy se olvida de sus libros.
Pero olvidar las cosas no significa no poder volver a hacerlas. Lobo Antunes está escribiendo una nueva novela, la trigésimo segunda, y ha corregido trece veces el primer capítulo. Sigue escribiendo textos de una enorme belleza, se ha convertido en su propio estilo, la gente continúa diciendo que ya tendría el Premio Nobel de Literatura si José Saramago no se hubiera cruzado en su carrera. Dentro de un año, tal vez de dos, olvidará lo que ahora corrige con tanto denuedo y alguien le contará de qué va su último libro. Y será hermoso ver el modo en que el portugués arquea la ceja mientras piensa que no está mal, nada mal, eso que le están narrando.
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Álvaro Colomer
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