ANÁLISIS
¿Corbyn contra Corbyn?
El líder laborista se enfrenta a Boris Johnson pero quizás también a sí mismo en las elecciones británicas. Por un lado, es la esperanza del socialismo europeo. Por el otro, un político incapaz de afrontar con coraje el Brexit
Walter Oppenheimer Londres , 8/12/2019
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Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista británico, se enfrenta al dicharachero y populista conservador Boris Johnson pero también parece hacerlo consigo mismo en las elecciones generales del Reino Unido del 12 de diciembre. Porque hay dos Corbyn contrapuestos.
Uno es el Corbyn que enamora a los jóvenes, el que se ha convertido en la esperanza del socialismo europeo porque se atreve a romper con el mantra socialdemócrata de que no hay más política económica posible que la que ya se hace. Un político capaz de ir a unas elecciones generales con un programa radical que propone la nacionalización de cinco grandes sectores económicos, que quiere incrementar con cifras mareantes el gasto público, que quiere transferir a los empleados el 10% de la propiedad de las empresas de más de 250 empleados, implementar la negociación colectiva, garantizar el acceso de los sindicatos a los centros de trabajo para defender los derechos de los trabajadores.
Un Corbyn que quiere acabar con los contratos precarios de cero horas, otorgar seguro a los trabajadores auto-empleados que en realidad ocupan puestos fijos, que quiere subir los impuestos a las empresas y a los contribuyentes que ganan más de 80.000 libras al año (95.000 euros), que quiere implantar la jornada de 32 horas semanales, defender el derecho al ocio y la vida familiar frente al imperio de el-beneficio-por-encima-de-todo, otorgar el derecho de voto a los mayores de 16 años y también, ¡atrevido!, a todos los ciudadanos que residen legalmente en el Reino Unido con independencia de su nacionalidad, que quiere acabar con la política de persecución y hostilidad a los inmigrantes.
Johnson es el político más popular del país a pesar de que todos conocemos su oportunismo, su demagogia, su falta de escrúpulos, su narcisismo
Pero hay otro Corbyn. El Corbyn que ha sido incapaz de afrontar con coraje el problema del Brexit y que ha acabado imponiendo una más que dudosa posición de neutralidad entre irse o quedarse que confunde a los votantes y a los propios militantes laboristas. El Corbyn del que hasta un 62% de los británicos creen que no está preparado para gobernar, que tiene unos índices de impopularidad tan grandes que le sitúan por detrás incluso de Theresa May (y, aunque es cierto que siempre ha tenido mala prensa, es difícil sostener que May la tuviera mucho mejor…). Un Corbyn que ha sido incapaz de atajar de forma eficaz el problema de antisemitismo que está carcomiendo al Partido Laborista. Un Corbyn, en definitiva, que después de tres años de caos en el Partido Conservador, está claramente por detrás de Boris Johnson en los sondeos y que a lo más que puede aspirar (que no sería poco, por cierto) es a evitar una mayoría absoluta ‘tory’.
Es cierto que el Partido Laborista ha mejorado bastante su posición desde que empezó la campaña electoral. Y es cierto que hace dos años, cuando Theresa May esperaba arrasar y mejorar su mayoría absoluta, la vigorosa campaña del líder laborista frustró las aspiraciones de la entonces primera ministra conservadora. Pero las cosas son distintas esta vez. Su rival no es la adusta May sino el avispado Boris Johnson, el político más popular del país a pesar de que todos conocemos su oportunismo, su demagogia, su falta de escrúpulos, su narcisismo (o quizás por eso).
Hay otro factor diferenciador muy importante: el escenario del Brexit ha cambiado por completo respecto a las elecciones de 2017. Entonces, May buscaba una posición de fortaleza para afianzar su negociación con Bruselas y reforzar su autoridad dentro del partido. Ahora, Johnson ya tiene un acuerdo con la UE y tiene la seguridad de que, si obtiene la mayoría absoluta en los Comunes, ese acuerdo será aprobado sin enmiendas, porque ha purgado a todos los diputados conservadores disidentes que había en el anterior parlamento. Por eso, si obtiene la mayoría, el Brexit podrá entrar en la segunda fase: la de la negociación (o deliberada búsqueda de una ruptura, según lo mal pensado que uno sea) de una relación a largo plazo con la Unión Europea. Corbyn, en cambio, pretende renegociar ese acuerdo y (¡a buenas horas mangas verdes!) someter a referéndum un eventual nuevo pacto.
El Brexit es un tema muy complejo y la manera de manejarlo que han tenido los partidos británicos ha sido una vergüenza nacional e histórica
Esa es una posición que podría haber sido muy atractiva en los comicios de 2017, cuando ya se estaba empezando a evaporar el mantra de que el resultado del referéndum era sagrado y “Brexit es Brexit”, como repetía mecánicamente Theresa May. El Brexit es un tema muy complejo y la manera de manejarlo que han tenido los partidos británicos (todos ellos) ha sido una vergüenza nacional e histórica porque cada uno ha actuado en función de su propio interés a corto plazo, no en el interés del país y de sus ciudadanos. Pero ese pecado general no exime, y ni siquiera atenúa, el pecado inmenso que carga Jeremy Corbyn por sus posiciones ante el Brexit tanto antes como después del referéndum.
Antes, porque la tibieza (por decirlo con suavidad) de su campaña en contra del Brexit en el referéndum de 2016 fue a mi juicio un factor decisivo para que ganaran los partidarios de abandonar la Unión Europea. Y, después, porque su desesperante ambigüedad, su obstinada reticencia a apoyar un segundo referéndum, ha contribuido también de forma decisiva a que esa posibilidad se haya convertido si no en una utopía (podría ocurrir si los conservadores no obtuvieran mayoría y la aritmética parlamentaria permitiera a los laboristas formar Gobierno) sí en algo muy difícil, dado el clima tóxico que vive este país, completa y agriamente dividido en torno a la cuestión europea. Hoy por hoy, la opción de un nuevo referéndum le da pereza incluso a muchos de los que lo desean. Y eso es así porque los defensores del Brexit han sido capaces de hacer calar la obsesión de que es imprescindible consumar la ruptura cuanto antes y que Johnson lo puede hacer realidad en unos días.
Todo esto no diluye las esperanzas que Jeremy Corbyn suscita entre la izquierda europea y, más importante, entre los jóvenes británicos. Lo de la izquierda europea es comprensible, dado el conservadurismo que impregna a los partidos socialdemócratas continentales, empezando por el pragmático PSOE. Unidas Podemos, que representaría a esa izquierda radical que impulsa el Partido Laborista con Corbyn, ha desilusionado por otras razones, empezando por su tendencia a las guerras fratricidas y su miopía táctica a la hora de dar o negar respaldos.
No hay duda de que Jeremy Corbyn es el candidato de los jóvenes. Según la consultora YouGov, es el político más popular entre los llamados milennials, con un ratio del 33%, aunque Boris Johnson no está muy lejos: es cuarto, con el 27%. Pero Johnson es claramente más popular cuanta más edad tienen los votantes.
El 59% de los votantes desaprueba la gestión del Gobierno conservador. El 69% cree que ha gestionado mal la sanidad, la inmigración, la educación, la vivienda
Según YouGov, el 44% de los británicos cree que Johnson sería un buen primer ministro (solo el 22% se quedan con Corbyn). La gente tiene una opinión negativa de Johnson (-6) pero muchísimo peor de Corbyn (-42). El 62% opina que los laboristas no están preparados para gobernar y solo el 22% piensa que sí lo están.
Pero los laboristas tienen bazas. El 59% de los votantes desaprueba la gestión genérica del Gobierno conservador, el 69% cree que ha gestionado mal la sanidad pública (el famoso NHS), y que también ha gestionado mal la inmigración, la seguridad ciudadana, la educación, el terrorismo, el transporte y la vivienda. Sin embargo, las opiniones están divididas casi por igual respecto a la fiscalidad, el paro, la defensa y la economía.
¿Puede el radical programa del Partido Laborista aprovechar ese descontento tan importante con los conservadores? La campaña es lo que ha intentado, al centrarse en asuntos como la sanidad y esquivar el debate sobre el Brexit. Pero, en realidad, las propuestas de estas elecciones no son muy diferentes de las de las de 2017, cuando Corbyn rompió la mayoría absoluta conservadora pero no consiguió superar a la taciturna Theresa May.
En 2017 ya se planteaba la nacionalización del suministro de agua, de electricidad, del transporte ferroviario y de correos. O introducir un ratio máximo de 20 a 1 en los salario de las empresas públicas y de aquellas privadas que opten a contratos públicos. Ahora se añade la polémica propuesta de nacionalizar el servicio de banda ancha de Internet con el compromiso de que todos los ciudadanos tengan acceso gratuito a ella desde 2030, la todavía más polémica oferta de transferir a los empleados el 10% de la propiedad de las empresas de más de 250 trabajadores y el muy ambicioso plan de expansión del gasto público. Hay también una miríada de propuestas para impulsar una economía sostenible y respetuosa del medio ambiente, una preocupación cada vez más importante entre los ciudadanos y especialmente entre los jóvenes.
Los tres grandes partidos ofrecen expandir el gasto público, y todos proclaman que se ha acabado la austeridad presupuestaria. Las cifras de los ‘tories’, sin embargo, son muchísimo más modestas que las de sus rivales: un aumento de 3.000 millones de libras adicionales en gasto corriente que se suman al ya previsto aumento de 34.000 millones de libras. Los liberales-demócratas proponen un aumento adicional de 33.000 millones y, los laboristas, de 73.000 millones de libras. Todo eso a lo largo de la legislatura, es decir, hasta el año fiscal 2023-24.
El independiente Instituto de Estudios Fiscales (IFS en sus siglas en inglés) cree que los conservadores acabarán gastando más de lo que sostiene su programa electoral y que los laboristas no podrán cumplir sus promesas de incremento del gasto porque “el sector público no es capaz de absorber tanto en tan poco tiempo”.
Los laboristas quieren incrementar el Impuesto de Sociedades del actual 20% al 27% (estaba al 28% en 2010), subir el IRPF a los ingresos superiores a 80.000 libras anuales y subir también los impuestos a los dividendos y a las transacciones financieras. En total, esperan recaudar 80.000 millones en incrementos fiscales.
Según el IFS “gran parte del programa laborista debería seguramente contemplarse como una perspectiva de cambio a largo plazo más que un plan que se pueda realistamente cumplir en cinco años”.
Los laboristas quieren incrementar el Impuesto de Sociedades y subir el IRPF a los ingresos superiores a 80.000 libras anuales
Esa es quizá la mayor virtud del programa de Jeremy Corbyn y de su amigo, lugarteniente y canciller del Exchequer en la sombra, John McDonnell: un primer paso para cambiar un modelo capitalista cada vez más deshumanizado. Un cambio que también piden, ¡sorpresa!, comentaristas nada sospechosos de socialismo como el respetado Martin Wolff en Financial Times. O que insinúan también instituciones ultra-capitalistas como la estadounidense Business Roundtable, que en agosto publicó un manifiesto avalado por 180 grandes jefes de empresa que invocaba por generar “valor a largo plazo” para los accionistas, tratar de forma justa y ética a los proveedores, apoyar a las comunidades locales y proteger el medio ambiente. Y un punto crucial: “Invertir en nuestros empleados. Eso empieza con compensarles de manera justa y proporcionarles beneficios importantes. También incluye apoyarles a través de capacitación y educación para ayudarles a desarrollar nuevas habilidades en un mundo que cambia rápidamente. Fomentamos la diversidad y la inclusión, la dignidad y el respeto”.
A lo mejor, las ideas de un socialista convencido como Jeremy Corbyn no están tan lejos de unos empresarios que se han dado cuenta de que el capitalismo se ha de humanizar para no perecer.
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Walter Oppenheimer
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