EL SALÓN ELÉCTRICO
Love and hate: al cine con Greta
Las críticas a Greta Thunberg contrastan con el amor que se profesa a los personajes infantiles del cine y la televisión
Pilar Ruiz 17/12/2019
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“Ni con perros, ni con niños, ni con Charles Laughton.” Alfred Hitchcock
El viejo malvado Hitch no llegó a ver a perros actores sustituidos por imágenes digitales e incluso obligados a hablar con CGI, pero sí vio morir a su enemigo íntimo Laughton (1899-1962). Hoy en día solo nos quedan los niños y la también famosa frase de Maude Flanders:
Hay quien piensa mucho, no en los niños en general, sino en una niña concreta: Greta Thunberg. Sus palabras, viajes, situación familiar y escolar, incluso mental, preocupan enormemente a medio mundo. Tanto, que además de personaje del año según la revista Time, es también la persona más insultada de la década.
“Ridículo. ¡Greta debe trabajar en el control de su ira y luego ir a ver una buena película antigua con un amigo! ¡Relájate Greta, relájate!”. Donald Trump
“A todo lo que dice una mocosa, nuestra prensa –oh, nuestra prensa por amor de dios– le da una relevancia enorme. Ahora está haciendo su showcito en la COP25”. Jair Bolsonaro.
No solo estos prohombres, siempre respetuosos y preocupados por el bienestar general, se molestan en criticar a una adolescente sueca: al trasladarse la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de Santiago de Chile a Madrid por “inestabilidad social” –bonito eufemismo–, la activista medioambiental sueca se ha convertido en foco mediático y blanco de histéricas reacciones, no de fans sino de haters. El mundo conservador en su totalidad, del más ignoto hacedor de memes al más copetudo negacionista del cambio climático, se ha visto llamado a la Cruzada contra Greta.
“Estamos al principio de una extinción masiva y lo único de lo que habláis es de dinero y de cuentos de hadas de eterno crecimiento económico”, dice Greta y desde el otro lado contestan con epítetos: alarmista, profeta, fraude, marioneta, montapollos, histérica, majara y, por supuesto, el socorrido fondo de armario de estos adalides de la incorrección: puta.
Son lenguas largo tiempo musculadas en denunciar a los “ecolojetas” y sus “chiringuitos del chollo climático” dedicadas ahora a hacer invectivas, mofas y befas del mensaje de Greta Thunberg y de su visita a la capital de España. Sin reparar en gastos, los grandes activistas mediáticos del centro, derecha y Plus Ultra se han empleado a fondo, sudando la camiseta, para demostrar su poderío: llevaban tiempo entrenando en el ring de Madrid Central y el uppercut de la exalcaldesa Manuela Carmena. Estos plusmarquistas han logrado batir récords de cinismo, bullying, misoginia y negacionismo científico, llegando a instar públicamente a la Fiscalía de menores: “una vez que Greta cruce territorio nacional, pida a las autoridades suecas que retiren la custodia de esta niña”. Y, en una vuelta de tuerca locoide, culparla del aumento de los precios de la prostitución. Una tormenta perfecta entre la admiración y el odio. Love and hate.
¿Por qué tanta gente odia a Greta?, se preguntan varios titulares. La respuesta es fácil: una mujer habla, levanta la voz, se enfada, no sigue el discurso marcado para ella, y siente y quiere hacer lo que hace. La reacción también es la de siempre: hay que acallarla.
¿Puede una adolescente de 16 años convertirse en una figura relevante de la lucha por una causa justa? No. La juventud está reñida con el activismo según las normas no escritas de la niña buena, obediente, “femenina”, como la youtuber especialista en juguetes o maquillaje, la influencer de la moda o la reina de belleza, cantante de La Voz Kids, cocinera televisiva de Master Chef Junior o estrella de reality show. Las niñas pequeñas todavía sueñan con ser princesas Disney pero nunca Elsa de Frozen, demasiado ambigua en lo sexual al decir del “activismo” ultraderechista. Hay niños que necesitan mucha protección, no vayan a ser adoctrinados en exageraciones ecológicas o influencias LGTBI y otros ninguna, como los menores no acompañados acosados por partidos ultras: son “menas” privados de ser protegidos por la Declaración Universal de Derechos del Niño.
Curiosamente, los preocupados por la explotación infantil que sufre Thunberg nunca destacaron por denunciar las condiciones laborales de los 8 millones de niños esclavos entre los 5 y los 17 años que, según Save the Children, existen en el mundo, pero la acusan de falsaria por ser rica y privilegiada, tachan a sus papás de irresponsables por dejarla sin infancia y se indignan porque le escriban los discursos, cosas todas que demuestran su naturaleza de marioneta en manos de poderes fácticos que con el tiempo convertirán en juguete roto.
El público envidia y ama al niño prodigio desde la época en que Leopold Mozart paseara a su vástago por medio mundo, circunstancia que puede que le costara la vida, según estudios recientes de las enfermedades que llevaron a Wolfgang Amadeus Mozart a la fosa común. La leyenda romántica de su muerte a manos del “envidioso” Antonio Salieri –en la realidad fueron amigos– fue llevada al cine por Milos Forman en 1985 para confusión de miles de espectadores que siguen considerando Amadeus como un biopic y no ficción basada en la obra original del dramaturgo inglés Peter Shaffer.
Es el “síndrome de Leopold Mozart” y sus miles de niñas y niños lanzados al estrellato por padres ávidos de fama y para muestra, un Hollywood. Las estrellas infantiles forman parte de la historia de la meca del cine desde la primera vez que alguien dijo ¡Acción! Ya en 1939, una mujer intentó asesinar a Shirley Temple, convencida de que la estrella infantil había robado el alma a su hija de 10 años. En sus memorias (Child Star), Temple cuenta que un productor de la Metro, conocido por acosar a actrices a cambio de papeles –pero el #Metoo es una exageración de histéricas –, se le insinuó durante la firma de su contrato con gran sutileza: exhibiendo su miembro erecto. Ella tenía 12 años.
“Mi infancia fue terrible”, dijo Elizabeth Taylor, recordando cómo intentaba complacer a su madre, actriz fracasada y obsesionada con la fama. Igual que Jodie Foster, esta además con el estigma de “inspirar” al hombre que atentó contra Ronald Reagan y teniendo que esconder su lesbianismo. Lo menos sostenible que ha parido el arte es el sistema de estudios de Hollywood: lleva produciendo este tipo de residuos tóxicos desde El Chico de Chaplin (1921) hasta la película de terror ¿Qué fue de Baby Jane? (Aldrich, 1962), con una mítica Bette Davis envejecida y demente estrella infantil. En la realidad, Drew Barrymore es quizá el caso más famoso de precocidad en la adicción –aunque de casta le viniera al galgo– y Tatum O´Neal ha detallado recientemente cómo fue abusada sexualmente durante su niñez.
Al otro lado del charco, tampoco hay diferencia: el genial neorrealismo de Luchino Visconti lo demuestra en Bellísima (1951), la mamma que intenta salir de la miseria de una posguerra a través de su niña y de Cinecittà.
Y en España lo contó hace ya 40 años Marisol (Pepa Flores): “No saben nada de las putadas que nos han hecho a mí y a mi familia”. Abusos, explotación, dos intentos de suicidio: “Yo estaba como secuestrada. (…) Yo era su negocio.” A nuestras niñas prodigio, como Rocío Dúrcal (María de los Ángeles de las Heras) y Ana Belén (Pilar Cuesta), había que cambiarles el nombre y fabricarles una identidad nueva con la que presentarse ante sus fans; el precio de la fama era dejar de ser, además de olvidar la infancia. Luego están esos “otros” niños: Los olvidados (Buñuel, 1950) sigue siendo un doloroso aldabonazo contra los bienpensantes, como la Liga de la decencia, que intentó expulsarle de México tras el estreno.
Y, a pesar de todo, los niños son fuertes, los niños resisten, no en vano llevan dentro la semilla inevitable del futuro. Eso creía François Truffaut, niño rebelde y maltratado: los cuatrocientos golpes que le propinaron en su infancia –recibidos en el cine por su alter ego Jean Pierre Léaud– tiene en su filmografía algunas de las reflexiones más sentidas y profundas sobre ella y no solo en su ópera prima; ahí están La Piel Dura (1976) y El pequeño salvaje (1970). La capacidad de supervivencia infantil es el tema de obras maestras como La infancia de Iván (Andrei Tarkovski, 1962) y Viento en las velas(Alexander MacKendrick, 1965), injustamente olvidada, quizá por su inmisericorde retrato de la infancia cuando esta choca con la necesidad de supervivencia frente a los adultos, piel tan dura como para llevar a unos feroces piratas a la horca.
Cine con niños que no va dirigido a otros niños, sino a todos los públicos. Cambien cine por mensaje de concienciación sobre el riesgo de muerte que corre nuestro planeta en manos de grandes corporaciones, aliados político-mediáticos y un puñado de ignorantes obedientes y encontrarán el valor de Greta Thunberg, solo una adolescente que habla para niños pero también para mayores, para quien quiera escuchar.
La noche del cazador (1955), única película de Charles Laughton y una de las obras más bellas del cine, tuvo tan malas críticas que le apartaron para siempre de la dirección: el actor inglés fue víctima de un bullying mediático en toda regla. Sin embargo, este cuento de hadas y ogros reales sigue enseñando a distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira y el amor del odio. Recuerden: “Hay viento, lluvia y frío. Los niños son firmes.”
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Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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