Las dos caras del siglo XXI (hasta ahora)
La guerra entre esa cosificación del rostro y la ética del encapuchado puede ser quizás la gran batalla que por las calles de casi todo el mundo estamos presenciando
Rafael Gumucio 29/12/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
No se puede explicar ni menos comprender las dos primeras décadas de este siglo sin hablar de Facebook. Casi todo lo que importa y sobre todo lo que no importa pasó por este invento en que un grupo de estudiantes notablemente esnobs de la Universidad de Harvard quisieron llevar a la red los libros de chismes que los identificaban entre sí. Facebook, es inútil repetirlo una vez más, cambió la publicidad, la política, el amor, la amistad, la soledad o, lo que es peor, la imposibilidad de ella.
Facebook, como su nombre indica, pide de ti, para entrar a su red, un rostro. Te convierte también, en el sentido televisivo del término, en un “rostro”. Tú eres el rostro de tu propio canal, donde haces publicidad a tus propias marcas y tienes tus propios programas, al que asiste una variedad inesperada de otros “rostros” deseosos de reconocerse o no en ti. No recibes un céntimo por tu trabajo; eso sí, entregas con tu rostro una cantidad infinita de información que constituyen algo parecido a tu “identidad”. Esa identidad, que recibe o no likes (que es la moneda con que esta empresa millonaria te paga), entra en contacto con otras identidades que están obligadas a chocar entre sí para distinguirse, aterradas de ser una más perdida en la multitud.
Ante la dictadura del rostro que somos, la capucha repite un solo y mismo cuerpo que nadie puede reconocer ni desconocer
Antes podías dar la cara, o no darla. Ahora que la regalaste no te queda otra que salvarla de perderse en una serie infinita de rostros indistinguibles entre sí. Para eso tienes que exagerar los rasgos que crees que la hacen distintas a otros rostros. Son, claro, los rasgos que la hacen más igual a los demás que intentan lo mismo. Extremas tus datos, exageras tus rasgos de tal manera que van a dar a un océano de datos extremados que hacen más fáciles a empresas encargadas de eso predecir tus gustos y disgustos, tu voto y tus causas. Es quizás esa metamorfosis una de las señales más impresionante de la época: tú das tu cara a una red, que prescinde de pronto de tu rostro y te convierte en un punto en un mapa lleno de otros puntos que se interrelacionan en galaxias de estrellas en que los astrólogos del big data adivinan el futuro de continentes y países.
Uno de sus más célebres atentados terroristas, el asesinato a sangre fría de los dibujantes de Charlie Hebdo, tuvo como justificación que los dibujantes cometieran la blasfemia de representar a quien no tiene rostro
No es así un azar que en el siglo en que tu rostro se hace multitud, en que tu rostro se hace negocio, sea también el siglo de los encapuchados: el siglo de Facebook es el siglo en el que los que se niegan a tener rostro han alcanzado un poder sin igual. Los terroristas de Al Qaeda, el 2001, tenían fotos en su pasaporte. El rostro más bien banal de su líder, Osama Bin Laden, circuló por todo el mundo sin problemas. El movimiento que lo siguió, ISIS (conocido como Daesh o Daish, aunque oficialmente se llame Califato Islámico), ya no se permitió esa distracción. La capucha con que decapitan a sus víctimas vestidas de naranja, la capucha que les quita la cabeza, que separa el cuerpo de la cara, se convirtió no sólo en el símbolo del movimiento, sino en la esencia de la ideología de este. Uno de sus más célebres atentados terroristas de los últimos años, el asesinato a sangre fría de los dibujantes de Charlie Hebdo, tuvo como justificación que los dibujantes cometieran la blasfemia de representar a quien no tiene rostro. De manera consciente y abierta ISIS fue un verdadero movimiento iconoclasta que se enfrentaba a un sociedad que había convertido ese término, “iconoclasta”, en una herramienta misma de marketing.
Ante la dictadura del rostro que somos, la capucha repite un solo y mismo cuerpo que nadie puede reconocer ni desconocer. Podemos morir como individuos, pero otro toma tu capucha y sigue viviendo por ti. Tu rostro detrás de la capucha es tuyo y solo tuyo: es lo que dicen las capuchas moradas y violetas del despertar feminista de Chile en el otoño del 2018. Los cuerpos desnudos sin cara le decían al macho violador hasta qué punto ese deseo que las cosifica, que las convierten en tetas y culo, no puede desear sin cara. Que necesita, para ejercer su poder, ejercerlo sobre un rostro, sobre una mujer de la que posees el cuerpo para consumir su cara.
Sin cara, ¿ves que no sabes quién soy? Sin cara ¿no ves qué poco miedo te tengo? ¿Ves qué poco poder tienes sobre mí cuando no soy yo, cuando soy todas? ¿Quién soy, quién no soy cuando me cubre, me esconde, me protege una capucha? Poco antes del estallido social chileno de octubre del 2019, que coronó estas dos décadas en que la cara ha sido nuestra peor cruz, supe de una huelga de hambre intentada por un grupo alumnas universitarias encapuchadas. Quizás no haya señal más clara de la época. Las huelgas de hambre de Martin Luther King, de Gandhi, Bobby Sands o los comuneros mapuches la ejercían hombres y mujeres a rostros descubiertos que hacían de su cara cada vez más demacrada una señal de rebeldía más. Una huelga de hambre encapuchada es un contrasentido porque no hay manera de verificar que el que no come hoy es el mismo que no come mañana. Quienes hacen una huelga de hambre encapuchada han incorporado su rostro a la capucha. Piensan que incluso el papel de víctima del hambre que hace ver en su cuerpo la injusticia del sistema es una forma de poder, de expropiación. Piensan que hasta para ayunar hay que ser anónimo. Sin contar, por cierto, con el elemento miedo que es quizás el motor de su capucha: rebelarse sin recibir castigo por su rebelión.
Demuestran con su actitud hasta qué punto la lógica de Facebook ha invertido los términos y ha convertido encapucharse en una forma de reconocerse, de identificarse. Sin edad, sin nombre, sin responsabilidad sobre los hechos cometidos o no por su cuerpo libres de todo control de identidad, el militante encapuchado se siente orgulloso de su falta de rostro. La capucha es libre de ser y no ser el mismo, de ser lo mismo, de escapar a la corrupción, simplemente de tener una cara en que los otros reconocen. Libertad extrema y extrema igualdad: se llamaba ‘los sin calzones’ (les sans culottes) al pueblo a la hora de la Revolución francesa. La Argentina de Perón los llamó ‘los descamisados’. La revolución, y su contrarrevolución inevitable de este interminable 2019, es la revolución de los “descarados”. Los encapuchados del estallido social de Chile, libre de la esclavitud de los espejos, quemando ese mundo que creía saber lo que ellos querían, lo que sabían, lo que buscaban, son la otra cara de Facebook y sus políticas del like.
Su rebeldía contra la cara es quizás también contra la identidad misma que reclaman. No son nadie y son odos, reclaman entonces derecho a ser juzgados en otra ley, en otro mundo, en otra lógica que esa que pide pasaportes y otros documentos de identidad. La guerra entre esa cosificación del rostro y la ética del encapuchado puede ser quizás la gran batalla que por la calles de casi todo el mundo estamos presenciando.
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Rafael Gumucio
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí