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Geert Lovink / Director del Institute of Network Cultures

“Las recomendaciones de los algoritmos nos están machacando”

Marta Cambronero 18/12/2019

<p>Geert Lovink.</p>

Geert Lovink.

Guido van Nispen (CC BY 2.0)

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Quien tiene una librera –o un librero, claro– tiene un tesoro. La mía me recomendó leer una de las novedades que le había llegado este otoño, convencida de que su contenido me cautivaría. Y no se equivocaba. En la era de la inmediatez y el consenso general de que todo se puede –y, casi, se debe– hacer por Internet, es poco frecuente encontrar un análisis crítico, y al mismo tiempo emancipador, de los efectos sociales que tienen sobre nosotros las plataformas y las redes sociales por las que vehiculamos toda nuestra experiencia cotidiana –de amistad, profesional, amorosa, familiar...

El libro del que hablo es Tristes por diseño (Consonni, 2019) y su autor es Geert Lovink, investigador y teórico neerlandés que ha dedicado su vida a comprender el desarrollo de Internet desde un enfoque crítico y multidisciplinar –desde el arte, el activismo, el diseño, la teoría política o los estudios urbanos, entre otros campos. Es fundador y director del Institute of Network Cultures (Instituto de Culturas de Red), creado en 2004 dentro de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam, que se dedica a la investigación, divulgación y creación de redes sobre temas relacionados con la comunicación dirigida por el usuario.

Charlamos con Lovink por correo electrónico, sin otro objetivo que concedernos un tiempo a la reflexión sobre el lugar que ocupan y la función que tienen las infraestructuras tecnológicas en nuestras pantallas y, en última instancia, en nuestras vidas.

Los gurús de Internet decían que las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea conectarían a las personas y abrirían nuevos espacios para la colaboración ciudadana. Hay infinidad de casos en los que ha sido así. Sin embargo, también vemos otros efectos no esperados, como el nacimiento de una ‘tristeza preprogramada’ por la arquitectura de las redes sociales, como usted la nombra en su libro. ¿En qué consiste? ¿Cómo podemos detectarla y reconfigurar los espacios digitales para neutralizarla?

Distingamos entre herramientas y totalidad. Las redes sociales pueden ser herramientas para alcanzar objetivos comunes, fomentar el debate y coordinar tareas. Deberíamos recibir actualizaciones con un propósito. Contra este punto de vista pragmático –si se quiere, instrumentalista—, la pregunta es cómo podemos comunicarnos en nuestra vida cotidiana. Existe esta realidad de molestas plataformas en las que nos vemos obligados a ver anuncios personalizados, que nos inundan con noticias con las que ya no nos identificamos y recibimos actualizaciones de ‘amigos’ con los que ya no tenemos ninguna conexión.

Quieres enfadarte, pero no puedes: ¿con quién, por qué motivo? La depresión portable resulta patética

Hay ruido en todos los canales. Empezamos a evitar los grupos de Whatsapp del trabajo. ¿Por qué no podemos desuscribirnos de la basura inútil que se comparte en el grupo familiar? Tus amigos se enfadan cuando los bloqueas. Así es como imagino la totalidad hegeliana de hoy. Es digital e inevitable. 86.584 mensajes no leídos, como una droga. Las aplicaciones nos rodean y nos capturan. Hay varias formas de responder a esta presión llamada ‘sobrecarga de información’. En mi libro, investigué sobre ese sentimiento: tristeza. Esta respuesta tan común que surge cuando dejamos el teléfono a un lado porque ya es demasiado. Estamos deprimidos, exhaustos.

Las recomendaciones de los algoritmos nos están machacando. Estamos atrapados en la madriguera del conejo, pero nos negamos a salir. Quieres enfadarte, pero no puedes: ¿con quién, por qué motivo? La depresión portable resulta patética, ya que no podemos identificar la fuente de nuestro descontento digital. Por eso buscamos nuevamente nuestro teléfono y contestamos un mensaje de texto.

Otra de las consecuencias no esperadas de esta inclusión de las redes sociales en la vida cotidiana tiene que ver con la ‘economía de la reputación’ y el ‘nuevo petróleo’ de los datos. Por un lado, somos más cautos en lo que decimos públicamente por si acaba afectando a nuestras oportunidades de futuro. Por otro, todo lo que compartimos –conscientemente o no– en nuestra actividad en línea se convierte en material con el que los algoritmos intentan predecir lo que queremos, incluso antes de que nos hayamos dado cuenta. ¿Cree que se está dañando el medio ambiente social, como afirma Tijmen Schep, uno de los autores que cita en su libro?

Bienvenida a la era cibernética del feedback permanente. Mi tesis en Tristes por diseño es que no podemos hacer distinción entre social media y sociedad. Son una misma cosa. Sí, estoy diciendo que la vida social está dañada. Las relaciones se vuelven más cautelosas a medida que las personas se dan cuenta de que todo puede y será registrado —y finalmente compartido. Esto conduce a una atmósfera potencialmente paranoica que se calma,  que ya no es salvaje (a menos que visite una zona dedicada especialmente diseñada para ese fin). Tijmen Schep usó el término ‘enfriamiento social’ para esto, lo que significa que si estás siendo observado cambias tu comportamiento. También lo podemos llamar, siguiendo a Adam Curtis, hiper-normalization.

Uno podría objetar y decir “éste siempre ha sido el caso con los medios y la tecnología; las normas sociales no son nuevas”. Sin embargo, lo que lo hace diferente es la forma íntima y personalizada en la que estamos (in)formados. Los teléfonos inteligentes e Internet dan forma a los sujetos como ‘usuarios’. No nos sentimos sujetos al poder. Al contrario, se nos anima a empoderarnos a nosotros mismos. Digámoslo con Deleuze: la disciplina viene de adentro. Esto, a su vez, está relacionado con la ‘crisis de lo social’. Los viejos lazos se han desmoronado (los de la tribu, la familia, la iglesia y el vecindario) y las redes sociales no los están reemplazando. Facebook decepciona pero no por ser una versión dañada de lo social, sino porque es una versión banal del simulacro que Jean Baudrillard describió una vez.

Hay una consecuencia de la tecnificación de la que no siempre se habla: la aceleración. Una de las consecuencias de la hiperconectividad y la automatización de  los procesos es que cada vez podemos hacer más cosas en menos tiempo. Este ‘ganarle tiempo al tiempo’ que logramos gracias a la ayuda de las máquinas, debería permitirnos relajarnos, pero, sin embargo, nos está llevando a una intensificación de los ritmos de vida que tiene consecuencias nefastas sobre las emociones y las salud mental. ¿Qué podemos hacer para romper esta dinámica sin tener que renunciar a formar parte del sistema?

Me considero alumno del filósofo francés de la velocidad, Paul Virilio; particularmente de la conjunción de su trabajo con el de Jean Baudrillard. Virilio era planificador urbano y escribió toda su vida sobre el colapso del espacio después del establecimiento del régimen global en tiempo real. Su principal preocupación era el futuro del espacio. Ya en la década de 1990, mi interés se alejó de la metáfora del espacio (pensemos en el proyecto Digital City, nuestro gran proyecto de acceso comunitario a Internet, aquí en Ámsterdam) para acercarme a los efectos que el ‘tiempo real’ tiene sobre los usuarios en términos de disminución de la posibilidad de reflexión y pensamiento en entornos tan técnicos y automatizados.

La velocidad también afecta las formaciones sociales. Los ‘aceleracionistas’ tienen razón en que debemos ajustarnos y hacer un mejor uso estratégico de esta nueva condición. Podemos unirnos más rápidamente y descubrir qué piensan y hacen otros, en cualquier parte del mundo. Las acciones actuales ante el cambio climático son un buen ejemplo de esto. Pero también tenemos que pensar ‘el accidente’ (como lo llamó Virilio) y comprender las implicaciones de lo que significa elevarnos rápido pero, también, desaparecer de la misma manera. La apariencia y la desaparición pueden ser parte de nuestro juego. Por tanto, tenemos que conocer las reglas del juego y cambiarlas —si podemos.

Acelerar puede ser mortal, es arriesgado. ¿Qué sucede cuando acelerar se ha convertido en el valor predeterminado? ¿Cuál es la estrategia fatal aquí, hablando en términos de Baudrillard? ¿Podemos desarrollar teoría en tiempo real? Según Virilio, esto no es posible. En el caso de Internet, he tratado de discrepar en esto con él, pero no tengo mucho que añadir, especialmente desde una perspectiva europea.

Hemos visto entrar a las nuevas tecnologías en las aulas españolas, acompañadas de un consenso sobre la necesidad de aprender a través de nuevas interfaces como las de una tablet o una pizarra digital. Se asume cualquier coste para lograrlo, hasta el punto de que los centros educativos están gestionando su infraestructura TIC con herramientas como Google Suite, que no protegen la privacidad de sus jovencísimos usuarios. ¿Qué ha pasado con la perspectiva crítica de la tecnología? ¿En qué momento del camino la perdimos hasta llegar al punto de que las aulas sean dependientes de Google?

La perspectiva tecnológica crítica a la que te refieres todavía estaba viva en la década de los 80 pero, en general, desapareció en la era neoliberal. Bajo la sombra de los traumas de la Segunda Guerra Mundial y la generación 68, muchos estaban abiertamente en contra de las tecnologías biológicas y genéticas, la energía nuclear y las armas nucleares; y del control de la población por parte del Gran Hermano y sus computadoras centrales. La actitud cambió con la adopción masiva del ordenador personal. Mientras las experiencias colectivas disminuían, el ‘yo neoliberal’ (también llamado ‘usuario’) se hizo más prominente. Ya no podemos usar los servicios en línea sin pasar por la puerta del ‘perfil’.

todavía no han surgido movimientos sociales que se organicen explícitamente para derribar el capitalismo de plataforma

Si bien Internet ha empoderado a las personas, también sabemos que no podemos escapar de la ‘jaula dorada’. Esto significa que todavía no han surgido movimientos sociales que se organicen explícitamente para derribar el ‘capitalismo de plataforma’. La falta de acción colectiva ha facilitado que Google tome el control del aula. Y como son monopolios, no existe un ‘mercado’ en el que ‘los mejores’ productos puedan competir con estos gigantes. Además, estas plataformas se presentan como servicios públicos y benefactoras.

Como ves, hay mucho más en juego en todo esto que solo la privacidad. Si queremos poner fin a la economía de extracción de datos o al ‘robo de datos’ que perpetran a nuestras espaldas, necesitamos no solo desmantelar los centros de datos y prohibir las plataformas, sino sobre todo entender que depende de nosotros, en España, en Europa, construir nuestras propias soluciones de software educativo basadas en los valores de lo público. Necesitamos herramientas que nos ayuden, no plataformas centralizadas.

Sabemos que las tecnologías preconfiguran la realidad. Usted lo explica en su libro, especialmente en relación a la arquitectura de las redes sociales. Sin embargo, en la sociedad actual se ha generalizado el hábito de acogerlas como algo que simplemente sucede. Los estados están impulsando la transformación digital de la economía, asumiendo el modelo de Sillicon Valley y sin aparente interés real por desarrollar otros modelos políticos que pongan en el centro de la transformación tecnológica la mejora de la vidas de las personas. ¿Le conviene a Europa desplegar el modelo de Sillicon Valley? ¿Qué alternativas a este modelo de desarrollo tecnológico existen o se podrían crear?

Las élites europeas han hecho una excepción con Estados Unidos permitiendo que despliegue en el mercado común su supremacía en lo relacionado con Internet, incluso en Francia. Pero este no es el caso en todos los sectores. Pensemos en Airbus, la industria del automóvil o el sector de las telecomunicaciones (Telefónica es la octava empresa más grande del mundo).

Entonces, ¿qué ha hecho de Internet una excepción? Para explicarlo, debemos remontarnos a la década de los 90, cuando la política nacional (no la de la UE) estaba preocupada por la privatización, incluidos los servicios postales y telefónicos nacionales. La mayoría de los expertos y consultores de gobierno no vieron venir el auge de Internet y la clase dominante conservadora despreciaba la estupidez, el ‘no funciona’ del Internet más primitivo. Además, no existía la ‘cultura start up’ como la conocemos ahora y no había alternativas europeas al modelo despiadado de hipercrecimiento de capital de riesgo a cualquier coste. Es por eso que tenemos tan pocos ‘unicornios’ made in Europe. Solo hay unos pocos focos de resistencia.

¿Por qué un correo electrónico que va de Madrid a Valencia tiene que pasar por la Bahía de San Francisco?

Barcelona es nuestra aldea de Astérix y Obélix que se resiste al Imperio Romano, donde una extraña mezcla de burócratas, políticos, geeks y activistas están poniendo en agenda la ‘soberanía digital’. Esta iniciativa es una inspiración para muchos. Sin embargo, aún no ha llegado a socializar la infraestructura. Todavía está por llegar el lanzamiento de una Internet pública de ‘próxima generación’.  Con un cambio en la geopolítica global, esto podría suceder casi de la noche a la mañana. Después de todo, los sistemas se ejecutan en código y el código puede reescribirse.

La discusión aún no ha llegado hasta el punto que mencionas. ¿Debería mantenerse o desmantelarse la infraestructura centralizada de los datacenters? Estamos recomendando la descentralización en todas partes pero, ¿qué significa esto en la práctica? La realidad es que, literalmente, miles de millones de personas están utilizando esta infraestructura. Lo que podemos hacer es, por ejemplo, detener el absurdo enrutamiento del tráfico de Internet a través de grandes nodos (de control) de los Estados Unidos. ¿Por qué un correo electrónico que va de Madrid a Valencia tiene que pasar por la Bahía de San Francisco? Podemos redirigir el tráfico, pero puede que sea solo una medida simbólica.

Da la impresión de que hay un vacío importante en la izquierda en cuanto al análisis crítico ante la hipermediación impuesta por las pantallas y la dependencia de personas, empresas sociales e instituciones hacia las grandes plataformas tecnológicas. ¿Qué margen existe para abrir posiciones propositivas, transformadoras y de alcance amplio que reafirmen nuestra agencia sobre la tecnología?

La izquierda tradicional ha estado preocupada por la demolición del Estado de bienestar y por la desaparición de la clase trabajadora de la vieja escuela. La gente está protestando por la austeridad, pero la izquierda todavía no ha logrado enfrentarse a las nuevas formas de trabajo precario (observemos su actitud ambivalente hacia Amazon, Airbnb, Uber, etc). Enfrentarse a las condiciones de vida actuales parece que es demasiado: cambio climático, geopolítica global en lugar de imperialismo estadounidense, un gran ejército de jóvenes que no tienen trabajo o encaran contratos temporales, el surgimiento de las ‘políticas de la identidad’… Luego, además de todo eso, está Internet, gobernado por técnicos invisibles, desconocidos, y grandes empresas de California.

la agenda libertaria de derechas de Sillicon Valley se mantiene oculta en su código, sus filtros, sus protocolos y sus estrategias de inversión

El problema es la desconexión con los medios que habíamos conocido hasta hace poco como periódicos, revistas, radio y televisión. Internet no encaja ahí. Lo que hace todo más confuso es que Google y Facebook no producen ningún contenido y niegan abiertamente tener algo que ver con el periodismo o las noticias. Esta táctica, pensada para esconderse entre la infraestructura, está confundiendo a la izquierda hasta el día de hoy. Al mismo tiempo, esta táctica está haciendo imposible identificar la agenda libertaria de derechas de Sillicon Valley, que se mantiene oculta en su código, sus filtros, sus protocolos y sus estrategias de inversión —incluida la evasión fiscal sistemática mediante el uso de paraísos offshore.

Se han publicado este año varios libros críticos con los efectos inesperados de este nuevo entramado de infraestructuras tecnológicas. En la mayoría, las soluciones que se plantean apuntan al individuo como origen y fin de la capacidad de oponerse a los mecanismos de participación cerrada que nos brindan las grandes plataformas digitales. Esto se ve muy claro, por ejemplo, en las luchas por la privacidad, en las que se descarga la responsabilidad de tomar las debidas precauciones sobre cada usuario. Desde su punto de vista y según sus investigaciones, ¿cómo cree que se podrían llevar estas preocupaciones a un plano más colectivo?

Lleva su tiempo ver el lado problemático de este énfasis constante de vernos a nosotros mismos como ‘usuarios’. La plataforma se da por sentada y nunca se cuestiona. Es completamente posible reimaginar nuevas formas de interacción social que incluyen un componente tecnológico. Deberíamos asegurarnos de que nuestros diálogos, debates y esfuerzos de coordinación no se los puede apropiar un tercero. Para llegar allí, tenemos que comenzar a construir un ‘común digital’ abierto, seguro y político, pero también divertido.

Debemos confiar más en la imaginación social de los jóvenes en este sentido. No podemos verlos solo como víctimas pasivas de las crueles plataformas. Al mismo tiempo, necesitamos tomar medidas para salir de la realidad virtual y hacer también cambios en el mundo real. En algún momento, necesitamos expropiar lo que pertenece a todos y devolverlo a los comunes. Esto no va a suceder sin demandas claras, formas de organización y una vanguardia tecnológica que esté dispuesta a actuar.

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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos.

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Autora >

Marta Cambronero

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