Señales de humo
Dionisio el Exiguo, el monje matemático que no contó bien
Ana Sharife 23/12/2019
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La mayoría de los historiadores modernos, laicos y cristianos, señalan que, al hablar de la Navidad, lo honrado sería admitir que Jesús no nació en Belén sino en Nazaret, que todo fue un empeño de Lucas y Mateo para hacer coincidir la profecía de Miqueas (Antiguo Testamento), y que para probarlo echaron mano del censo de Quirino (6 d.C.), una orden del emperador que no convence a ningún erudito, que habla de un viaje insostenible y de una genealogía que presenta graves defectos.
Lo cierto es que, sobre el nacimiento de Jesús, ni los exegetas católicos se ponen de acuerdo. “Los cambios, recortes y manipulaciones que sufrieron los Evangelios a lo largo de su formación, y, sobre todo en el siglo VI, lo convirtieron en un personaje poco creíble para los historiadores”, señala el ex sacerdote Manuel Porlán (Jaén, 1930) en su libro La otra historia de la Iglesia, “pero esto no quiere decir que haya que poner en duda su existencia. Jesús es un ser histórico”.
Lo correcto, dice Porlán, habría sido admitir que su madre María tenía otros seis hijos que la tradición cristiana eliminó “cuando se empezó a preparar el camino para declarar como dogma su virginidad”, que “Herodes no ordenó ninguna matanza de niños, y que los ángeles no entonaron cántico alguno ni hubo pastores que vinieran a adorarlo”.
Incluso, lo correcto sería admitir que hemos perpetuado un error cometido en el siglo VI por un monje escita encargado de elaborar el nuevo calendario. Por entonces, el Papa Juan I encomendó al matemático Dionisio el Exiguo (miembro de la Curia romana) que calculara el nacimiento de Jesús, “pero los cálculos modernos indican que el erudito no contó bien”, apunta Porlán, al señalar el 753 de la fundación de Roma como año cero de la Era cristiana.
Manuel Porlán, afincado en Las Palmas de Gran Canaria, ha escrito varios libros revisionistas sobre la Biblia, la Iglesia y Jesús de Nazaret. Su objetivo como docente e historiador ha sido “facilitar el trabajo a cuantos buscan respuestas coherentes a sus dudas razonables”, explica, así como “tratar de rescatar la imagen digna y original de un Jesús desfigurado y secuestrado”. Si queremos conocer algo sobre su figura, advierte, “no nos queda más remedio que recurrir a los evangelios canónicos, la gestación de unos textos, entre los siglos II al IV, fruto de muchos compromisos y negociaciones”.
Es la misma línea que defiende Fernando Conde en su libro Año 303. Se inventa el cristianismo. “Toda la historia del cristianismo se fraguó y se redactó entre ese año y el 313”. Un trabajo ejecutado entre el panegirista cristiano Lactancio y el historiador Eusebio de Cesarea. Ambos “crearon el Nuevo Testamento en complicidad con el emperador Constantino”, incluso “se inventaron la figura de San Pablo, el llamado apóstol de los gentiles, un personaje fundamental en la historiografía y la teología cristiana”. Lo cierto es que, hasta el año 367, los evangelios canónicos no pasan a formar parte del Nuevo Testamento. Como el historiador aclara, “si Lactancio fue el creador de la nueva religión, Eusebio se opuso a la falsificación y preparó los textos para dejar huellas de que todo era un invento”.
Palabra de Papa
En los últimos treinta años, los Papas han intentado enderezar el Belén sin obtener éxito alguno. Juan Pablo II nos aclaró que “no existe el cielo ni el infierno”, Benedicto XVI que “el escenario del nacimiento de Jesús no fue tal y como lo conocemos”, que “no había estrella ni mula ni buey”, sino que fue idea del amigo de los animales Francisco de Asís, y que “Jesús nació en el año 6 antes de nuestra era”.
“La estrella debió de ser una supernova”, declaró el propio Ratzinger. “Una esfera luminosa, decenas de veces más grande que el sol, que iluminaría los cielos durante algo más de dos meses”. Los Reyes persas, magos doctos, versados en el vertiginoso alfabeto de los astros, interpretarían este hecho como la llegada del Mesías y se dirigieron al Este tras la estrella, y cuando llegaron a Jerusalén, Herodes El Grande (que reinó en Palestina del 37 al 4 a. C.) los recibió. Su luz brillaba encima de Belén. Es decir, unos años antes de lo que supone la datación oficial hecha por Dionisio el Exiguo.
Dicho acontecimiento queda registrado. En 1925 se encontró una tablilla de arcilla babilónica con caracteres cuneiformes que describía esta misma conjunción triple entre Júpiter y Saturno, lo que significa que debió ser un fenómeno lumínico especialmente visible. Y en 1603, Kepler, el astrónomo que descubrió las órbitas de los planetas, ya había señalado que dicho fenómeno se repetía cada 805 años y, que, por tanto, había sucedido entre los años 7 y 6 a.C. Así se entiende que los magos de Oriente siguieran durante meses a estos planetas.
Por tanto, según los escritos romanos, los magos, el monje, Kepler y Ratzinger estamos contando mal y Jesús nace el 6 a. C. Lo curioso es que el pontífice reescribe sin impugnar los textos de los Evangelios de Mateo, Lucas, Marcos y Juan, elaborados entre los 70 y 100 años d.C.
El propio Papa Francisco admitió que “no conocemos apenas nada de la infancia de Jesús. No sabemos prácticamente nada de los 30 primero años de su vida”. Incluso “la fecha del nacimiento es simbólica”, confirma Benedicto. Hacia el siglo IV, la Iglesia de Roma fija el 25 de diciembre, sustituyéndola por la fiesta oficial de Mitra, un dios solar que nació de una virgen, en un pesebre, fue adorado por unos pastores, prometió la paz, fue crucificado, resucitó y subió a los cielos. “No hay que olvidar que en la antigüedad estaba muy extendida la idea de que un hombre excepcional no podía nacer de unas relaciones sexuales”, explica el ex sacerdote. De ahí que el listado de dioses nacidos en el solsticio de invierno, todos ellos un 25 de diciembre, sea tan extenso.
Judas el Galileo, padre biológico de Jesucristo
Lo cierto es que entre todos han convertido el nacimiento de Jesús en un misterio, como lo es cada uno de los miembros de su familia. La veneración de María “nace de una jerarquía eclesiástica que no deja de engrandecerla con títulos y más títulos, que han acabado separándola de la gente y convirtiéndola en una diosa”, describe Porlán. “Ya cuando empezó a ser venerada, se dieron agrias polémicas sobre su virginidad con doctores de la iglesia como Tertuliano y Ambrosio. Al final, se impondría la teoría de que María nunca dejó de ser virgen y esto fue llevado a la categoría de dogma en el concilio Lateranense del año 645”. Desde entonces el resto de sus hijos desaparecerían de la escena.
Para Antonio Piñero no hay duda. El filólogo bíblico e historiador defiende en la Verdadera historia de la Pasión la tesis de que Judas el Galileo es el padre biológico de Jesucristo, el marido de María y padre de sus hermanos, “el héroe de la revolución del censo, que en el año 6 de nuestra Era levantó el estandarte de la primera revolución apoderándose de Séforis, del palacio de Herodes, de su arsenal y su tesoro”. Una idea que también sostiene Porlán. Si Pilatos mandó a Jesús ante Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, de quien dependía Jesús por su nacimiento, “eso implica que no nació en Belén de Judea sino en Belén de Galilea, próxima a Séforis, patria de su madre María y de Judas de Galilea” (refugio de los zelotes). Un personaje interesantísimo al que los evangelios eliminan del escenario “para presentarnos de forma tajante a José, al que Jesús nunca menciona”, subraya.
En realidad “la finalidad de los redactores del Nuevo Testamento fue extender la fe, atraer, convencer, convertir. No se puede tomar como registro de nada”, explica el ex sacerdote. “Hoy, gracias al descubrimiento de Nag-Hammadi en los años 40 del siglo XX, tenemos una imagen de Jesús más seria y rigurosa, ajena al infantilismo de los evangelios”, señala.
La ingente labor investigadora llevada cado tanto por Albert Schweitzer como por R. Bultman acabó con esta desconsoladora conclusión: “Nada definitivo puede saberse de Jesús ni de su vida ni de su forma de ser. No hay rastro de él en la literatura antigua”.
“Los evangelios dicen que fue crucificado por los romanos, pero resulta incomprensible que unos hombres tan meticulosos en anotar los detalles de cada proceso judicial descuidaran todo lo referente a este caso. No dicen nada de su juicio, condena y ejecución”, advierte Manuel Porlán. “Ochenta y cinco años después de su muerte, Tácito, el más grande de los historiadores romanos, apenas tienen nada que decir sobre la vida y actividades del nazareno; tampoco dijeron nada los autores paganos coetáneos o muy cercanos al período en que se desarrolló su vida como Petronio, Plinio el Viejo, Marcial, Séneca, Quintiliano, Lucano o Juvenal. El mismo Pablo, para el que conocer constituía una obsesión, solo pudo decir de Jesús que era judío de origen davídico, que fue traicionado, juzgado, crucificado y que resucitó a los tres días. ¿Es que no encontró más material?”.
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Ana Sharife
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