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Rugby entre rejas
Una experiencia deportiva en un centro penitenciario donde, como en la vida misma, hay que caer y volverse a levantar cada cinco minutos para poder seguir
Albert Solé 31/01/2020
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Las cárceles suelen estar en lugares aislados. Lejos de los núcleos urbanos. Son un nimby de manual. Not in my backyard. No en mi patio trasero. Desde hace dos años quizás [en Cataluña] nos fijamos más en ellas y en lo que pasa detrás de sus muros de tres metros y sus concertinas afiladas –sí, como las de Ceuta y Melilla–, pero en general todos apartamos la mirada y no nos suelen interesar las personas que hay dentro. Algo habrán hecho para estar ahí. Pero, en las prisiones pasan muchas cosas, porque el objetivo no es encerrar a las personas ‘malas’ y tirar la llave al fondo del mar. En España no tenemos pena de muerte ni cadena perpetua –bueno, ahora algunos duermen más tranquilos con la creación de la prisión permanente revisable–, y por lo tanto, los ‘malos’, o aquellos que han cometido un grave error en su vida, volverán tarde o temprano a la sociedad. El objetivo es que estas personas no vuelvan a tropezar en la misma piedra. Por ellos, y por nosotros.
Reinserción o reincidencia. Dos antónimos que no están tan lejos el uno del otro. La línea es muy fina. Las herramientas que se utilizan para que los presos no vuelvan nunca más son muy variadas, pero en los centros penitenciarios saben por experiencia que una de las más potentes es el deporte, y los deportes en equipo especialmente. “Para los jóvenes hacer deporte es a veces el único motivo para levantarse por las mañanas. La autoestima es muy importante para ellos, y con el deporte ven que mejoran con la constancia y el sacrificio, y que controlan la agresividad. El carecer de muchos de estos valores es lo que les ha llevado a estar aquí dentro. Por tanto, si los adquieren, esperamos que eso les ayude a no volver nunca más”, señala Ricard Hernáez, coordinador de deportes del CP Joves, un centro donde solo hay presos de entre 18 y 24 años. En octubre sumaron un nuevo deporte para que los internos puedan elegirlo: el rugby.
El rugby, que en Reino Unido o Francia está casi al mismo nivel que el fútbol, en España es todavía un gran desconocido. Y por ese desconocimiento general, más de un lector estará pensando ahora: “¿Rugby en prisión? Mala combinación”. Justo al contrario. “Los ayuda a controlar la agresividad”, reitera Hernáez.
Pocos días antes de Navidad este centro organizó el primer partido de rugby entre los dieciocho internos apuntados a la actividad y un combinado catalán formado por voluntarios de diferentes equipos federados inscritos en el proyecto Espartans Cataluña (la Santboiana, el Barça, el Gòtics, el BUC, el Poble Nou o el Badalona). Esta iniciativa busca llevar este deporte a las cárceles.
El tercer tiempo
El terreno no cuenta con las medidas reglamentarias y las porterías tienen travesaño, porque se juega en el campo de fútbol de tierra del patio de la prisión. Cuando termina el calentamiento, antes de empezar, primera lección: cómo posar para la foto oficial. En el fútbol se ha perdido la tradición y ahora cada uno posa como quiere, pero en el rugby no. Las tradiciones son muy importantes. Los ‘profesionales’ explican a los ‘novatos’ que los de la hilera de atrás deben estar erguidos, con los brazos cruzados, la cabeza recta y el cuerpo ligeramente ladeado; y en la de delante, una rodilla en el suelo y la otra en ángulo de 90 grados en diagonal.
La media de reincidencia entre los internos es del 65%. Entre aquellos que han jugado al rugby, sólo vuelve a delinquir un 5%
Juegan seis contra seis, no caben más en el campo, y por tanto, no hay melés ni transformaciones entre palos. Los voluntarios que han entrenado los últimos meses a estos dieciocho internos están dentro del campo, como si fueran jugadores, para ayudarles a colocarse en el campo e ir recordando las reglas, pero no tocan el balón. No es lo mismo entrenar que jugar. Ya en los primeros minutos los debutantes reciben un baño de realidad. El combinado catalán, a pesar de haberse reunido ese día por primera vez y jugar solo a medio gas, pasa por encima suya con mucha facilidad. Los presos caen como hobbits contra orcos en cada placaje.
Hay un centenar de espectadores, la mayoría compañeros de módulo de los dieciocho valientes, pero también trabajadores de la prisión, que no se han querido perder el estreno. Animados por la grada, los internos alcanzan la primera marca, se oyen gritos de alegría desde la grada y la autoestima sube hasta las nubes.
Al terminar las dos partes de diez minutos acordadas al principio, el combinado catalán, sorprendido por el espíritu guerrero de los presos, les proponen jugar una tercera parte con los equipos mezclados. Los internos responden que no, que quieren seguir jugando pero igual, y que les quieren ganar. Autoestima.
Termina el partido y todo son abrazos y apretones de mano de orgullo y reconocimiento bidireccional. Es la hora del famoso tercer tiempo, pero en esta ocasión sin cerveza, lógicamente. Agua, Aquarius, Coca-Cola y bocadillos de palmo y medio. Se lo han ganado. “Hoy he descubierto el rugby de verdad”, dice todavía jadeante Juanjo. Nacido en la Mina hace 22 años, ha terminado el partido entusiasmado pese a llevar el brazo en cabestrillo por un placaje. Se le nota la emoción en la voz. “Cada día espero que llegue el miércoles para entrenar a rugby”, admite. Y asegura que el Gòtics, un club de Barcelona, ya lo ha fichado para cuando salga. Descubrir este deporte, dice, le ha cambiado la vida. Igual que a Santiago, de Sabadell, uno de los líderes del equipo formado en el CP Joves y elegido por unanimidad como mejor jugador del partido. “Es un deporte de mucho contacto que te enseña qué es la lealtad, el honor y el respeto por los compañeros y por el otro equipo”, explica con los ojos brillantes.
Los valores que todo el mundo asocia a los deportes colectivos, como el trabajo en equipo y la solidaridad, en el rugby se multiplican, aseguran los que lo practican. Y esto lo convierte en una herramienta poderosa para la reinserción de los presos. “Disciplina, educación y compañerismo, pero sobre todo disciplina”. Así lo define Xavier Sánchez, jugador del Góticos y que ha disputado el partido con el combinado catalán. En el rugby “te caes y vuelves a levantarte cada cinco minutos, y esto hace que el esfuerzo y la superación sean superiores”, añade el presidente de la Federación Catalana de Rugby, Ignasi Planas.
Hace tiempo que se conocen los beneficios de la práctica del rugby entre las personas a las que la vida no ha tratado demasiado bien. Sobre todo, en Sudamérica. En Venezuela, la fundación creada por la marca de ron Santa Teresa impulsó en 2003 el proyecto Alcatraz en el que, gracias al deporte de la pelota ovalada, bandas de jóvenes delincuentes reconducen sus vidas. El éxito de la iniciativa hizo que en 2013 Santa Teresa lo introdujera también en las cárceles venezolanas. La Federación Catalana de Rugby se ha inspirado, sin embargo, en otra exitosa iniciativa similar: los Espartanos, nacida en 2009 en la Unidad Penal número 48 de San Martín, Buenos Aires. Así, en junio pasado firmaron un convenio con la Fundación Espartanos en la sede del Consulado de Argentina en Barcelona. El cónsul Alejandro Eugenio Alonso Sainz se implicó personalmente.
El proyecto, que copia el modelo desarrollado en Argentina, se basa en que jugadores voluntarios de clubes federados entren en prisión para dirigir los entrenamientos de los internos. En el país latinoamericano, diez años después de ponerlo en marcha, ya hay equipos de los Espartanos en 65 cárceles, unos 3.000 jugadores, 649 voluntarios. Además, algunos de ellos están federados y compiten, y se han construido campos de rugby en buena parte de estos centros penitenciarios. Pero lo más importante de todo es el dato del que presume con orgullo esta fundación: la media de reincidencia entre los internos es del 65%. Entre aquellos que han jugado al rugby, sólo vuelve a delinquir un 5%. Además, hay 74 empresas que colaboran con el proyecto, y 202 expresos ya están trabajando.
También hay rugby en la madrileña prisión de Estremera –Raúl Romeva se lo contó al presidente de la Federación Catalana cuando este lo visitó–, y en la tarraconense Mas d’Enric, desde 2017, gracias los Voltors, el club de rugby de Tarragona.
Con la creación en junio pasado de los Espartans Catalunya se puso la primera piedra del proyecto, que arrancó en otoño con los primeros entrenamientos en Mas d'Enric, donde la labor de los Voltors se integró en el proyecto, y en el CP Joves. Los miércoles hay entrenamiento con un par de voluntarios, y los sábados los internos practican por libre, pero, gracias al éxito de la iniciativa y al gran número de voluntarios apuntados, pronto también habrá técnicos experimentados para el fin de semana.
El partido del 23 de diciembre fue el primero, pero la idea es jugar dos al año, en Navidad y en verano, y ver cómo va creciendo la afición para decidir los siguientes pasos. Eso, hoy por hoy, pero el objetivo de los Espartans es muy claro, y lo resume así Ignasi Planas: “Cuando estos chicos recuperen la normalidad y vuelvan a la calle, gracias al rugby podrán controlar mejor sus sentimientos, canalizarán su fuerza en positivo, serán solidarios con los compañeros, confiarán en quien tengan al lado y se valdrán por sí mismos”.
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Este reportaje se publicó originalmente en catalán en CTXT.cat.
Las cárceles suelen estar en lugares aislados. Lejos de los núcleos urbanos. Son un nimby de manual. Not in my backyard. No en mi patio trasero. Desde hace dos años quizás [en Cataluña] nos fijamos más en ellas y en lo que pasa detrás de sus muros de tres metros y sus concertinas afiladas –sí,...
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Albert Solé
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