1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 1704 Conseguido 86335€ Objetivo 140000€

Mundo rural

El tiempo de los señoritos

Del ‘menosprecio de corte y alabanza de aldea’ al desprestigio del mundo campesino por ‘atrasado’ o ‘reaccionario’, los nacionalismos literarios no han desperdiciado ocasión de reírse del ‘paleto’ a la vez que desdeñan la democratización de la cultura

Xandru Fernández 28/02/2020

<p>Fotograma de la película <em>Los Santos Inocentes</em></p>

Fotograma de la película Los Santos Inocentes

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

1. Hubo una época en que también en el campo había señoritos. Eso dicen, al menos, ciertas crónicas confusas y tal vez apócrifas, porque enseguida los caballeros se las ingeniaron para distanciarse lo más posible de sus siervos y poner tienda en la vecindad de la corte. Pero, mientras la corte fue itinerante, el campo siguió siendo su paisaje y el castillo su hogar y fortaleza, no así la villa, que dio a luz al villano como némesis del caballero. Villanos y caballeros, señoritos de provincia y señoritos de corte, rivalizaron durante siglos en ver quién se distinguía más del campesino y frente al campesino.

2. La seña de identidad del señorito, la credencial que exhibe en su intercambio de favores con otros señoritos de cualquier lugar del mundo, no es solo el rechazo del campo y sus costumbres sino la imposibilidad, real o fingida, de adaptarse al mundo campesino. Esas fotos –quién no las ha visto– de Pablo Casado agarrando un arado, Santiago Abascal subido a un tractor o Rajoy emocionado en un campo de alcachofas no pretenden engañar a nadie fingiendo la ruralidad del personaje, al contrario: subrayan lo poco campesinos que son todos, lo ridículos que quedan haciéndose los rústicos.

3. Si el señorito es un inútil para los oficios del campo, si sus manos no están hechas de la misma materia que las del labriego que le mira con la superioridad moral del pobre (esa superioridad que se te pasa en cuanto miras un poco más lejos y ves el cochazo con chófer que le espera), ¿para qué sirve un señorito, cuál es su función? La pregunta no tiene respuesta porque el señorito no sirve, al señorito le sirven, y todo es función suya, él es la variable independiente. Por donde pasa él, no es que no vuelva a crecer la hierba, sino que crece elegante, crece moderna. El señorito tiñe de modernez y distinción todo lo que toca, siquiera fugazmente.

4. Lo moderno se opone a lo antiguo y parece que, con las mismas, lo urbano se opone a lo rural y lo cívico a lo rústico. Pero son paralelismos, concomitancias, yuxtaposiciones semánticas que fingen más que muestran una identidad que no existe. Los tiempos modernos son ni más ni menos los de ahora (modo): así aparece modernus, a las puertas del siglo VI, como un término aún exento de connotaciones valorativas (aunque las adquirirá muy pronto). Por esa misma época, Martín Dumio, obispo de Braga, escribe De correctione rusticorum con la intención explícita de enderezar las erradas costumbres de los campesinos de su diócesis. Costumbres erradas por antiguas, impermeables a la fe moderna (cristiana), cuyos protagonistas requieren la ayuda de alguien con más criterio que ellos para que los corrija, esto es, para que rija o gobierne junto a ellos sus propias vidas, que son incapaces de regir o gobernar solos.

5. “Señor, las necesidades de estos tiempos me han obligado a vivir aquí exiliado a mí, que soy castellano y cristiano viejo, a vegetar entre estos brutos asturianos y a depender del peor de ellos, que tiene menos conciencia y escrúpulos que un lobo”, dice un personaje de Joseph Conrad[1], centroeuropeo de origen, como San Martín de Braga, con un descaro que tiene toda la pinta de haber sido moneda corriente en el mercado de los odios y los desprecios de la Modernidad. Hay un momento en que el esforzado evangelizador heredero de Martín Dumio, el modernizador del campo y sus gentes, se rinde ante la mentalidad campesina y su obstinación inasequible a lo moderno. El rústico deviene paleto. Su inocencia se troca en malevolencia. Los campesinos no hablan poco por modestia o por falta de luces, sino porque están planeando engañarte, estafarte, robarte o asesinarte. De La Galatea a Deliverance. De la Diana de Montemayor a los Perros de paja de Sam Peckinpah.

6. Aprendimos de Freud que la exageración en las alabanzas es sospechosa, que suele encubrir un desprecio que aún no puede ser dicho. No hay alabanza más exagerada de la vida campesina y sus virtudes que la que perpetrarán a partir del siglo XVI todos esos Montemayores, Cervantes, Sannazaros y Gil Polos con sus novelas pastoriles. Ante sus ojos, que son ojos urbanos y a menudo lloran por deudas urbanas, muy urbanas, la rusticidad que ensalzan en sus obras es despreciable por lo mismo por lo que resulta, a veces, envidiable: con todas sus miserias, el campesino es inmune a la aceleración impuesta por los ritmos de producción y consumo que el capitalismo impone a la vida urbana (y muy pronto, es cierto, también al campo).

Lo moderno se confunde con lo urbano sin quererlo, se es moderno por estar a la moda, y vivir en la ciudad facilita llegar antes a las modas e incluso inventarlas

7. Es frecuente hablar de un “tiempo cíclico” típico de las mentalidades campesinas, sujetas a los ritmos naturales, atadas a la necesidad de realizar cada tarea en el momento justo, frente al tiempo lineal de la mentalidad urbana en que nace y se expande el capitalismo. Berger: “Los campesinos conviven cada hora, cada día, cada año, con el cambio, de generación en generación. En sus vidas apenas hay otra constante que la constante necesidad de trabajo. Crean sus propios rituales, rutinas y hábitos en torno al trabajo a fin de arrebatar cierto significado y continuidad al ciclo implacable del cambio; un ciclo que en parte es natural y en parte resultado del girar incesante de la piedra de molino que es la economía en la que viven”.[2] Pero el proceso de expansión del capitalismo es imparable: afectará a la industria, al comercio, a la reglamentación de la vida sexual y familiar, al ocio y a la religión, y llegará al campo, naturalmente, si bien tropezando una y otra vez con la reluctancia no solo del campesino sino de la propia tierra a dejarse regimentar en función de lógicas acumulativas. También topará, en España, con una mentalidad religiosa refractaria a la ética de la inversión y el interés y enemiga de la usura pero, sobre todo, enemiga de las posibilidades de ascenso social y confusión de clases que el dinero y el capitalismo traen consigo. Así, desde la época de Felipe II, y a lo largo de todo el siglo XVII, las llamadas “pragmáticas suntuarias” tendrán como finalidad impedir que los estratos sociales más bajos accedan a bienes de lujo a pesar de tener dinero para ello. Una ley de 1534, en vigor hasta 1691, prohibía que los sastres, carpinteros, zapateros, curtidores y por supuesto labradores usaran la seda en sus vestidos, excepto en gorras o bonetes. Antonio Domínguez Ortiz, de quien he tomado el dato,[3] subraya que el efecto inmediato de esas disposiciones era el contrario del que se perseguía: la seda, los coches de caballos y los signos distintivos de superioridad social se volvieron tanto más codiciados cuanto más los limitaban las leyes. Nadie quería parecer un zapatero o un campesino. Un paleto.

8. Lo moderno se confunde con lo urbano sin quererlo, se es moderno por estar a la moda, y vivir en la ciudad facilita llegar antes a las modas e incluso inventarlas. Así arranca la Modernidad, pero hay que esperar hasta que lo moderno se haga uno con lo adelantado, con lo avanzado o revolucionario o progresista, para que el campesino deje de ser un simple objeto de burla y menosprecio y empiece a transformarse en presencia, a la vez, incómoda y desasosegante. La mentalidad burguesa se apropia de la idea de Modernidad como marca de clase y certificado de universalidad: su identificación con lo moderno la convierte en clase universal y sujeto de la historia universal y del progreso. Una vuelta de tuerca más y lo mismo hará el marxismo con la clase trabajadora. 

9. Las culturas literarias contemporáneas se constituyen a la par que ese conglomerado conceptual que llamamos Modernidad. Crecen a la sombra de los proyectos nacionalistas de Estado que a lomos de la ciencia y el progreso colonizan el planeta y reparten urbi et orbi credenciales de ciudadanía, virtud moral, superioridad intelectual y prestigio cultural. Todo junto. El señorito se pasea con la misma pachorra y exhibe la misma impericia manual en la sierra de la Demanda que en la isla de Luzón, en los páramos de Yorkshire que en los bosques de Guyarat. No es de extrañar que la descolonización y los procesos democratizadores que se desarrollaron desde la década de 1960 acabaran poniendo en cuestión tanto la idea de progreso como su formalidad más evidente, la Modernidad. Lo posmoderno como clausura de una utopía historicista. Las intelectualidades nacionales se ven hundidas hasta las rodillas en los terrores que venían poblando sus pesadillas desde hacía décadas. Los señoritos se ven despellejados por sus clases subalternas y esos miedos rompen las reglas del decoro. Ortega y Gasset: “El jazz band con su negro antropoide es el castigo del arcángel wagneriano que quiso ser como Dios. La música vuelve a su lugar en el fondo del banquete y el rincón del sarao”.[4] Fuera caretas.

10. Ya no es tan urgente ser moderno cuando casi todo el mundo puede ser moderno. Alberto Olmos: “En Madrid puedes saber quién es de pueblo por los tatuajes y los piercings: siempre llevan uno de más. Los tatuajes son como los viejos sellos en las maletas, que acreditan lo viajado. Cada vez que te pones un tatuaje, viajas un poco más lejos del potaje con garbanzos de tu infancia”.[5] Y añade: “Cuánta energía perdida en querer ser moderno, estar en la onda, molar y acertar con el tatuaje. Ser moderno es una imbecilidad evitable, y por eso da tanta pena”. Conclusión inevitable cuando la hegemonía cultural de Madrid (o de Londres, o de París, o de donde sea) se ve amenazada aunque sea en efigie. Y lo de la amenaza no es una manera de hablar: el llamado mundo de la cultura es la quintaesencia del trabajo precario, ya desde los tiempos de La Galatea, y servil donde los haya, a tal punto depende de lo inclinado que se sienta el poder a exhibir modernez, distinción y elegancia vistiendo a los señoritos para que parezcan gentes exquisitas. Cuanto más al alcance de las masas el arte y la cultura, mayor la inquietud de las otrora clases cultivadas por retener su principal fuente de ingresos: el monopolio del gusto.

La descentralización cultural que supuso el Estado autonómico moderó o contrapesó la excesiva turra del madrileñismo en la construcción de la identidad tardomoderna española

11. Las clases cultivadas no brotan espontáneamente en las ciudades, en muchos casos se componen de elementos que provienen de los pueblos, de las provincias, del campo tan denostado: advenedizos tan hastiados de su propia condición provinciana que constituyen la encarnación modélica de ese cliché creado por las élites urbanas para filtrar a quien trata de hacerse pasar por señorito sin serlo. El que logra hacerse un hueco se muestra en seguida temeroso de que otro advenedizo cualquiera usurpe su condición, le desplace, le obligue a volverse al pueblo, a la villa, a la provincia. Pero tampoco se conforma con que el pueblo, la villa o la provincia generen sus propias lógicas culturales, al contrario: el advenedizo se convierte en el centralista más centralizador de todos, detesta cualquier forma de cultura periférica, ni que decir tiene que todo lo que empieza por multi- o por pluri- le ataca los nervios, le marea “la España vaivén, esa que quiso ser moderna y acabó autonómica, reconcentradamente regional, con una fe firme y conversa en las cosas del abuelo, que al final eran más de fiar que las cosas de McSweeneys, Vice, The New Yorker o Zizek” (Alberto Olmos otra vez).

12. En España lo moderno es un concepto especialmente estropajoso, porque la cultura literaria española se configura como una cultura de la crisis desde sus inicios y con una fuerte identificación con el trono y el altar, de modo que ser moderno no es tan necesario para ser español como para ser, qué sé yo, francés, que es lo moderno sin tapujos ni medias tintas. El señorito español se moderniza tarde y a regañadientes, inquieto por la competencia del capital extranjero pero también del capital periférico: la modernización de Madrid, su conversión súbita en capital del gusto, coge por sorpresa a los propios madrileños y mucho más a las elites provinciales y eclesiásticas, acostumbradas desde los tiempos de Napoleón a que los señoritos de la capital fueran modernos ma non troppo, escandalosos en la intimidad, vanguardistas en su fuero interno. La descentralización cultural que supuso el Estado autonómico moderó o contrapesó la excesiva turra del madrileñismo en la construcción de la identidad tardomoderna española, erigiendo aquí y allá élites culturales con su propia agenda y sus propios presupuestos. El pacto de no agresión entre señoritos que llamamos Cultura de la Transición nos estallará en los morros en 2020, justo ahora que, como cada vez que gobierna la izquierda posible, toca jacquerie.

13. De pronto vuelven a nuestras pantallas los problemas del campo, como si la democracia española llevara desde 1978 viviendo un Proceso Revolucionario en Curso y no la enésima confluencia de intereses de los señoritos de aquí con los de los de la patria global del capital. A la izquierda posible todo esto le pilla con el paso cambiado, porque ella sí que lleva desde 1978 viviendo una España soñada en blanco y negro, el blanco del centralismo democrático, tan comprensivo con los delirios imperiales y centrípetos del pasado reciente, y el negro de la España cuarteada en baronías no menos comprensivas con el caciquismo de otros pasados no demasiado lejanos.

14. Una perplejidad: Antonio Gamoneda, poeta leonés, escribe entre 1961 y 1965 Blues castellano, un libro que no se publicará hasta 1982. Es difícil creer que un poeta leonés, y Gamoneda menos que ninguno, se identifique tanto con Castilla. Su intención manifiesta, aunar los sufrimientos y las formas expresivas de las clases humildes, representadas en el blues como lamento coral, no pareció sentirse satisfecha con un hipotético “blues leonés” que quizá creyó, acertadamente, que no sería bien leído en la capital del reino, lo mismo que un “blues español” caería mal en una España demasiado dependiente del estereotipo flamenco-cañí entonces en boga. Castilla, en cambio, siempre estuvo a mano como tropo favorito de izquierdas y derechas, como esencia o alma española, cliché noventayochista que la generación de Gamoneda no supo o no quiso sacudirse y que experimentará un revival sorprendente en la segunda década del siglo XXI, cuando de pronto el proyecto cultural del 78 se enrede en sus propias contradicciones.

15. Hay una mirada airada y hostil hacia las realidades culturales peninsulares alejadas del cliché españolista de la ancha Castilla y sus cosas imperiales, y hay una mirada displicente e insultante hacia el mundo rural desde la presunta superioridad del señorito de ciudad con sus ínfulas modernas. Ambas miradas se complementan y es normal y habitual que compartan rostro, que sean los mismos ojos los que miran odiando al diferente y despreciando al inferior e identificando diferente con inferior. No es un modo de mirar exclusivo de la españolidad, ni de Madrid siquiera, pero cuando una sociedad experimenta una regimentación totalitaria durante cuarenta años sobre los moldes y las estructuras de esa mentalidad centrípeta, uniformizadora y aliada de los dejes señoriales de la Contrarreforma, no es de extrañar que ese modo de mirar sea particularmente asfixiante, casi una seña de identidad por su aire extemporáneo, fuera de lugar en una Europa que no es que no sepa nada precisamente de nacionalismos, totalitarismos, conflictos étnicos y pobreza rural.

Una cultura literaria cada vez más dependiente del hype y de la dictadura del algoritmo difícilmente podrá convivir con un mundo rural vivo y desprejuiciado, orgulloso de sí mismo y no del cliché carpetovetónico inventado para él por siglos de nostalgia imperial

16. En 2016, Sergio del Molino publicó un libro de reportajes, La España vacía, con el que aspiraba a bautizar el spleen neonoventayochista que se veía venir a la legua, a rebufo de la crisis de identidad que las nuevas izquierdas empezaban a exhibir sin tapujos y como sorprendidas de haber cogido un catarro o una adolescencia. Seguramente la bonhomía de Del Molino le hizo poner toda la carne en el asador del adjetivo, pero la fuerza icónica se desplazó a banderazos hacia el sustantivo, que era lo importante. La España de los balcones podía llegar a identificarse con el mapa mesetario que Del Molino dibujaba en sus páginas, pero no asumía la vaciedad como condición orográfica o cultural sino como maldición desatada por las furias del progreso y la Modernidad: de la España vacía a la España vaciada. Del Molino protestó públicamente por haber sido objeto de finta semántica, pero fue en vano: allí no estaban los campesinos de John Berger y María Sánchez, sino los pijos del chaleco acolchado con sus barbas de Iznogud y su nostalgia de la caza de montería. Un sucedáneo de patria para señoritos sin paisaje.

17. No hay nada que añorar en la miseria. No hay nada en la miseria de lo que quepa avergonzarse.

18. Una cultura literaria cada vez más dependiente del hype y de la dictadura del algoritmo difícilmente podrá convivir con un mundo rural vivo y desprejuiciado, orgulloso de sí mismo y no del cliché carpetovetónico inventado para él por siglos de nostalgia imperial. Lo que no quiere decir que no merezca la pena intentarlo.

19. Reírse del pijo de ciudad que añora un campo ficticio está bien y sirve para airear las habitaciones del gusto, pero ojo, es otra ficción más, transitoria y en absoluto discordante con el clasismo ambiental de un Casado arando o un Abascal tractoreando: qué ridículos quedamos haciendo el paleto, cómo se nota que nosotros no somos vosotros, que estamos aquí de paso.

20. Mañana le tocará al chaval del extrarradio, y pasado mañana a la anciana filipina o al niño mallorquín que nos estropea el cliché monolingüe. Cambiará el blanco de las risas y los desprecios, tocará conmoverse con lo que ayer daba unánime grima en los círculos más exclusivos de la capital del moderneo, pero el pathos clasista seguirá siendo el mismo. Hay un tiempo para cada cosa, pero siempre les pertenece a los mismos.


[1]          En su relato La Posada de las Dos Brujas, de 1913.

[2]          John Berger, Puerca tierra, Madrid, Suma de Letras, 2001, p. 352.

[3]          Antonio Domínguez Ortiz, La sociedad española en el siglo XVII, Granada, CSIC, 1992, p. 43.

[4]          En un texto de 1925, Pleamar filosófica, publicado en Buenos Aires e incluido en sus Obras completas, III (1917-1925), Madrid, Taurus, 2005.

[5]          Alberto Olmos, Escucha, moderno: eres un paleto y lo sabes, en El Confidencial, 6-11-2018.

1. Hubo una época en que también en el campo había señoritos. Eso dicen, al menos, ciertas crónicas confusas y tal vez apócrifas, porque enseguida los caballeros se las ingeniaron para distanciarse lo más posible de sus siervos y poner tienda en la vecindad de la corte. Pero, mientras la corte fue itinerante, el...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí