Memoria
Homenaje a las ‘mujeres ociosas’
Un grupo de 40 mujeres británicas mantuvieron el transporte fluvial de mercancías y llevaron a cabo uno de los trabajos más difíciles del Frente Interior durante la Segunda Guerra Mundial
Eva Silván 7/03/2020
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Vivir sola en un barco es un sueño utópico si eres un hombre, una locura inconsciente si quien piensa en esa posibilidad es una mujer. Esta frase de producción propia me sirve de arranque para el post previo al 8 de marzo. Un 8 de marzo que llega tras dos años de movilizaciones que han supuesto un punto de inflexión en la demanda de una sociedad igualitaria y respetuosa con los derechos de las mujeres. Un movimiento feminista transversal que, junto con el movimiento contra el cambio climático, ha conseguido determinar la agenda pública.
Este año, Naciones Unidas nos propone celebrar la valentía y la determinación de las mujeres de a pie que han jugado un papel clave en la historia de sus países y comunidades; mujeres ignoradas por los libros de Historia y ausentes de las grandes narrativas. Aquí va mi pequeño homenaje a la determinación de estas mujeres.
Traigo a este espacio a una mujer a la que conozco bien, una mujer de a pie, de más de 40 años, soltera e independiente, que vivió en Londres el peregrinaje habitual de pisos y más pisos de quien llegó a la capital británica bastante antes de que el brexit lo cambiase todo. Harta de este peregrinar, un día decide cambiar de vida y vivir en un pequeño barco en los canales que recorren la ciudad londinense. Los comentarios que recibe de su entorno son mensajes insistentes en una única dirección: “¿estás segura, vivir tú sola en un barco?”. Esta frase, ‘tú sola’, se reproduce como un eco, atraviesa con profundidad sus pensamientos y le hace dudar. Duda porque le hacen dudar, no duda de su capacidad. Duda y se enfada porque sabe que detrás de esos comentarios hay dos ideas arraigadas con fuerza en un imaginario social atravesado por la desigualdad de género: un barco es mucho trabajo para una mujer sola y es peligroso que una mujer viva sola en un barco (otra vez el miedo, otra vez la violencia queriendo condicionar la vida de las mujeres).
Capaz y decidida, se mantiene firme en su idea: se compra un barco y vive en él. Investiga, prueba, resuelve, disfruta de su nueva vida. Aprende. Piensa, piensa mucho, y entre lo que piensa, piensa en las mujeres que no pudieron ser tan decidas y renunciaron al derecho a vivir como imaginaron porque alguien les dijo que no podían, que era peligroso o que era demasiado trabajo para ellas. Lo que todavía no sabe es que antes que ella, hubo un grupo de mujeres que protagonizaron parte de la historia de los canales fluviales de Reino Unido.
Ya de lleno en su vida de ‘boater’, gestiona la logística de una embarcación que es su casa y que según la normativa de navegación de los canales hay que mover periódicamente. Los días previos, son días de planificación y trabajo: primero hay que decidir cuál será el siguiente punto de amarre, tiene que ser un lugar bien comunicado desde el que poder ir a su lugar de trabajo; después tiene que calcular el tiempo que le llevará mover el barco; y por último hay que ponerse en marcha, soltar nudos, arrancar el motor y llevar el timón; subir y bajar del barco tantas veces como haga falta para abrir y cerrar compuertas, tirar de él en cada una de las esclusas para atraerlo a la orilla y amarrarlo a las piquetas. Sin duda es un trabajo físico, pero también técnico y de planificación, de análisis previo de riesgos y de anticipación. Con su timón, cualquiera diría que dirige una pequeña empresa más que un barco.
En el proceso de pensar y aprender, lee libros sobre navegación y contacta con grupos de mujeres que como ella también hicieron caso a su impulso de vivir como imaginaron, mujeres con las que comparte inquietudes, conocimiento, mujeres que se ayudan y se apoyan (la sororidad). Es entonces cuando conoce la historia de las ‘Idle Women’, las mal llamadas “Mujeres Ociosas”: un grupo de 40 mujeres británicas que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando miles de hombres se fueron al frente, mantuvieron el transporte fluvial de mercancías en el Reino Unido, llevando a cabo uno de los trabajos más difíciles del Frente Interior. Trabajando en equipos de tres, transportaban las mercancías en un par de botes estrechos conocidos como “motor and butty”.
Durante meses, las “mujeres ociosas” (qué cruel o qué deliciosa puede ser la ironía británica), completaron viajes de ida y vuelta de más de tres semanas entre Londres, Birmingham y Coventry. Navegaron durante jornadas extenuantes de 18-20 horas, a veces en climas helados y con niebla, para entregar los suministros esenciales para la guerra, transportando cargas de 50 toneladas de carbón, acero y cemento. Todo lo hacían a bordo: trabajaban, dormían, comían y se aseaban. Solas, pero acompañadas.
“El trabajo fue duro: desde la carga y descarga hasta los largos días que pasábamos viajando en todas las condiciones posibles, atravesábamos esclusas sin fin, a menudo en la oscuridad y sin poder usar antorchas debido al apagón forzado”, escribió en su diario Evelyn Hunt, una de las primeras mujeres en ser voluntaria allá por 1942. “¡Que día! ¡Lo peor que hemos tenido hasta ahora! ¡Y qué noche para empezar a escribir este diario! El viento está aullando afuera, creo que es una tormenta tan salvaje como nunca he escuchado”, escribió en su primera entrada curiosamente el 1 de enero de 1943.
La historia de las “Idle Women” permaneció prácticamente oculta durante años confirmando las palabras de la historiadora Inmaculada Gil-Bermejo sobre lo poco que se sabe de las mujeres invisibles, aquellas que hicieron historia aunque sus nombres no hayan llegado a ser conocidos. Han tenido que aparecer un grupo de entusiastas mujeres apasionadas por la navegación, para que se difunda y se conozca el aporte de estas mujeres pioneras que dieron un paso al frente y decidieron no quedarse en casa mientras los maridos ausentes libraban la batalla.
Que la historia la escriben los vencedores es algo conocido, que la han escrito los hombres, también. Las mujeres estamos ausentes en los libros de Historia (como si hubiésemos permanecido ociosas durante todo este tiempo), hemos tenido que superar muchos obstáculos para poder desarrollar nuestros intereses y capacidades (recuerden a nuestra protagonista), y las que han conseguido hacerlo, salvo señaladas y contadas excepciones, no han recibido ningún reconocimiento y ni siquiera han sido nombradas en los relatos oficiales (ahí están nuestras ‘Idle Women’).
Esta semana de movilizaciones y reivindicaciones es un buen momento para recordar el papel de las mujeres que se salieron de las normas, que desafiaron y siguen desafiando las convenciones de su tiempo, que rompieron y rompen techos de cristal y remueven los suelos pegajosos, porque son ellas las que hacen historia y consiguen que la sociedad avance. Merecen ser reconocidas y que su historia inspire a futuras generaciones.
Como bien decía Ana Erostarbe, es una verdad verdadera que a las mujeres nos ha costado infinitamente más que se reconozca nuestro trabajo, y es otra verdad, verdadera, que, como decimos en Doce Miradas, las cosas se cambian, cambiándolas. Que así sea.
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Este artículo se publicó en Doce Miradas.
Eva Silván es politóloga y consultora de Asuntos Públicos.
Vivir sola en un barco es un sueño utópico si eres un hombre, una locura inconsciente si quien piensa en esa posibilidad es una mujer. Esta frase de producción propia me sirve de arranque para el post previo al 8 de marzo. Un 8 de marzo que llega tras dos años de movilizaciones que han supuesto un punto...
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