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Virus y política

Covid-19: las culpas, las causas y la transparencia

Muchos hemos decidido postergar el debate de las culpas, porque somos conscientes de que, sin datos fiables y transparentes sobre las causas y las consecuencias, cualquier conclusión es precipitada, interesada y basada en prejuicios

Miguel Pasquau Liaño 28/04/2020

<p>Pedro Sánchez responde a los grupos parlamentarios durante la sesión de control del 22 de abril.</p>

Pedro Sánchez responde a los grupos parlamentarios durante la sesión de control del 22 de abril.

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Lo normal es esclarecer las causas antes de asignar culpas. La culpa, para tener sentido, necesita contar un mapa de causas y consecuencias, a fin de poder seleccionar una conducta o una decisión, peor que su alternativa, que, con arreglo al mapa de situación del momento en que se llevó a cabo, debió haber sido evitada, siendo exigible alguna de sus alternativas. Puede haber causas sin culpa, pero no culpa sin causas.

Pero para ciertos asuntos hay cierta prisa por llegar a las culpas. Se busca primero la culpa (incluso compulsivamente), y después, de esa percha, se cuelgan algunas causas, como exigencias del guión. Al fin y al cabo, la culpa es una “explicación”, muchas veces retórica, o incluso emotiva, que no necesita corroboración. Es coloquialmente manejable, y las disputas a que da lugar son vistosas. Tranquiliza, porque permiten infantilmente pensar que, sin culpables, estaríamos ya en el paraíso. Para colmo, resulta muy eficaz, pues permite acabar el relato: el culpable es X.

Tan criticable es la prisa por las culpas como la opacidad sobre las causas. A la oposición se le podría pedir paciencia, lealtad y utilidad; al Gobierno, transparencia con todas las consecuencias

Sí, voy a hablar de la pandemia de la Covid-19. Y para ahorrar trabajo a lectores apresurados, avanzo lo que quiero decir: en España se ha desaforado la conversación sobre las culpas, y no sólo en el discurso propiamente político; pero el Gobierno tiene un medio limpio y claro para reducir, a medio plazo, esa efervescencia de manera eficaz: auspiciar, en el momento adecuado, una comisión parlamentaria de estudio e investigación sobre las causas de la pandemia y de sus efectos en España, las medidas adoptadas por el Gobierno, los déficits estructurales de nuestro país para afrontar un reto de este calibre, las necesidades de mejora, y sin descartar, como último apartado, la cuestión de las culpas y las responsabilidades. Porque tan criticable es la prisa por las culpas como la opacidad sobre las causas. A la oposición se le podría pedir paciencia, lealtad y utilidad; al Gobierno, transparencia con todas las consecuencias.

Gobierno y pandemia

La pandemia de la Covid-19 es asunto en el que urge más trabajar las causas/consecuencias que las culpas. Sin embargo, apenas pasaron los primerísimos días del desconcierto, y sin apenas información, ya se formularon por unos y por otros conclusiones provisionales que en seguida pasaron a definitivas, por más que hayan ido cambiando de argumentación. No brotaban del análisis, sino de la intención. La prueba era… la misma acusación. Una vez que el presidente del Gobierno tuvo aquella intervención en la que “asumía el mando”, convocaba a los españoles a una lucha contra la pandemia, y declaraba el estado de alarma, creo, sinceramente, que la oposición política entró en estado de alarma (con minúsculas) por la conciencia de que en los momentos de gran crisis, quien la gestiona cobra ventaja política. Frente a ello pudo hacer dos cosas: exhibir y exigir complicidad, o crear un relato político que neutralizase aquella ventaja política asignada, por defecto, a quien está al frente. Y es claro que al menos parte de la oposición –acaso por no recibir una oferta de complicidad–, y de los medios –porque son libres–, optaron por lo segundo. Yo percibí una prisa en conseguir que los ciudadanos no se instalasen en la confianza, sino que más bien lo hicieran en la desconfianza. Que en las casas y en las pantallas se hablase de asuntos que generasen discusión y, si es posible, indignación. Que hubiera asuntos, lemas, datos, y modos que permitiesen expresar descontento, dirigir el miedo o la rabia hacia el Gobierno, e incluso pedir una sustitución del Gobierno “socialcomunista” por otro “de concentración”, al que llamaron algunos con argumentos que quedarán para la hemeroteca.

Nada tiene de particular que se critique o se defienda la gestión del Gobierno (no faltaba más), ni tampoco que se haga desde opciones partidistas y con cálculos políticos. Pero tampoco está de más defenderse de quienes se empeñan en leer la realidad con desmesurada prisa para encontrarlo culpable o inocente, encajando toda una larga serie de “a posterioris” en el marco previo de la culpa o el mérito ya asignados: a medida que el Gobierno va tomando decisiones, unos ya tienen claro que eso es lo que había que hacer porque el Gobierno está muy bien asesorado, preparado y liderado, y otros enseguida saben lo que no se nos había ocurrido antes: que había que hacer lo contrario, y que la prueba está en los muertos.

Como si el margen de acción de un gobierno, más allá de corregir, anticiparse, mitigar o coordinar, pudiera ser determinante de asesinatos o de victorias totales. Como si se tratase de sumar y restar, y no de decidir entre varias alternativas difíciles, todas ellas con una ratio compleja de ventajas y costes, y teniendo que caminar al tiempo que se ata uno los zapatos, en un contexto no sólo de incertidumbre, sino de imprevisión. Olvídense por un momento del gobierno de España, que entonces nos nublamos, justamente porque nos entrará la prisa de que quede claro que no se ha podido ser más torpe, o que no se podía hacer mejor. Piensen en cualquier otro país del mundo respecto del que no les importe tanto quién gobierna. Miren los datos, las curvas, las cifras, y díganse si, cuando se trata de Australia o de Eslovenia, o de cualquier otro país del que no conozcan el nombre ni orientación política de su presidente, no tienden a pensar, más que en las culpas, en aspectos como el clima, el movimiento de personas, el tipo de actividad económica, las aglomeraciones urbanas, el sistema de salud, o el azaroso itinerario de los contagios iniciales. Pero si se trata de España, casi toda la conversación gira alrededor de que una manifestación no se prohibió, de que gobiernos de otros signos recortaran, o de que un líder de Vox tosiera en un mitin. Culpas. Está siendo muy cansino. No sé si como estrategia política acabará siendo eficaz, pero imagino que no soy el único que a lo largo de este tiempo se ha disciplinado para no verse a media mañana discutiendo políticamente sobre mascarillas y ataúdes, o sobre si Rosa Díez o Felipe González debían presidir un gobierno de excepción a las órdenes del rey.

Parlamento y pandemia. 

¿Es que la oposición debe de estar callada? ¿No es su función vigilar y criticar al gobierno? ¿Es que las culpas no son importantes en la gestión sanitaria y económica de una pandemia? Aquí viene la segunda parte.

Una democracia puede y debe someter a minuciosa revisión cada decisión del gobierno sobre un asunto de tanta trascendencia. Y el gobierno está obligado a facilitarlo. Con convicción y asumiendo riesgos. Un medio a su alcance, o más bien una radical exigencia, es la transparencia: puesto que se trata de decisiones complejas, el gobierno deberá estar en condiciones de exhibir, cuanto antes, los informes que recabó y en los que se basó para tomar las decisiones más relevantes que ha ido adoptando, así como las alternativas que tuvo sobre la mesa, y explicar cuáles fueron las razones que le hicieron adoptar unas y descartar otras. Y estará bien que se abra un debate serio y profundo sobre qué se pudo hacer mejor, qué habría sido más eficaz, en qué aspectos prevaleció la economía y en cuál la salud, en cuáles se antepuso la política a todo lo demás, en qué se equivocaron los epidemiólogos y en qué los gestores, quiénes presionaron más, y para qué.

¿Por qué no, entonces, una comisión de investigación parlamentaria? Pese a que dichas comisiones están generalmente tintadas de culpa (pues suelen perseguir la declaración de responsabilidades políticas), son un magnífico marco para hacer un ejercicio cabal de transparencia y, por tanto, analizar las causas y las consecuencias, sin perjuicio del examen final de las culpas, al que el Gobierno no debería resistirse. Es más, pienso que debería favorecerlo. El artículo 76.1 de la Constitución prevé el nombramiento de comisiones parlamentarias ad hoc (es decir, no permanentes), sobre “cualquier asunto de interés público”. Por ejemplo, ¡la gestión política de una pandemia! Para identificar en qué no estábamos preparados, qué decisiones se tomaron y por qué, qué se habría podido hacer mejor, qué medidas sí fueron eficaces, y cómo dotarnos de instrumentos para que eventuales nuevas acometidas nos pillen con algunos protocolos medio aprendidos. Y, si hubiera materia, para hacer reproches, y defenderse de ellos. Aunque bueno sería que la culpa no irrumpiese como elefante en el delicado bazar del análisis, sino que aguardase, paciente, por si alguien la llama.

Quienes, por disciplina mental, no hemos estado demasiado pendientes del tan apresurado y compulsivo fuego cruzado sobre las culpas y los méritos del Gobierno, tenemos derecho a exigir, cuando la crisis sanitaria esté apaciguada, la máxima transparencia del Gobierno. Nos la debe, especialmente a nosotros. Muchos hemos decidido postergar el debate de las culpas, porque somos conscientes de que, sin datos fiables y transparentes sobre las causas y las consecuencias, cualquier conclusión es precipitada, interesada y basada en prejuicios. Tenemos derecho a confiar en que una democracia es especialmente capaz de someter a examen su funcionamiento en un asunto de tanta trascendencia. Sin someterse a ese examen, la valoración de la gestión gubernamental de la pandemia quedaría confinada en la cháchara.

Lo normal es esclarecer las causas antes de asignar culpas. La culpa, para tener sentido, necesita contar un mapa de causas y consecuencias, a fin de poder seleccionar una conducta o una decisión, peor que su alternativa, que, con arreglo al mapa de situación del momento en que se llevó a cabo, debió...

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Autor >

Miguel Pasquau Liaño

(Úbeda, 1959) Es magistrado, profesor de Derecho y novelista. Jurista de oficio y escritor por afición, ha firmado más de un centenar de artículos de prensa y es autor del blog 'Es peligroso asomarse'. http://www.migueldeesponera.blogspot.com/

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7 comentario(s)

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  1. Javier

    Gracias por contestar Miguel, y perdón por escribirlo todo junto, por algún motivo no me deja poner saltos de línea o no los veo en la caja de texto. Posiblemente tengas razón en que el teatrillo que se haga en torno a la comisión quede en un par de polémicas de las que estamos teniendo dos o tres por semana. Un garbanzo no hace puchero, pero ayuda al compañero, son todas estas pequeñas polémicas sumadas, por varios frentes, los que consiguen desgastar cualquier gobierno, de ahí la reticencia a darles minutos de atención. Además, en este caso, siendo una gestión muy delicada, con muertos de por medio, querrán escudriñar cualquier documento, cualquier decisión, en busca de los fallos procedimentales, las decisiones no demasiado bien razonadas o ejecutadas, porque las habrá. Comprensibles en medio de la tormenta pero igualmente imputables con leyes pensadas para momentos de mayor tranquilidad. Con todo y con eso quizá sea interesante plantearse la pertinencia de algún tipo de informe por parte de algún agente independiente, se me ocurre la OMS pero capaz que no sea lo más conveniente. Por último, sería conveniente dejar pasar un tiempo prudencial, dos años incluso, para poder hacerlo con más información sobre el virus y con el reposo necesario.

    Hace 4 años 6 meses

  2. Aramis

    Miguel Pasquau: Sorprende que baje a la arena a impartir luz a los cuerpos confinados, no por causa de una pandemia, sino por las «decisiones de un gobierno, es decir, de política» (sic.). Mi ignorancia es tan grande que no alcanzo a entender si el COVID–19 es un virus o un decreto del gobierno. Quizás pueda tener la bondad de aliviar mi irracionalidad y la de las miles de víctimas del COVID–19 cuando hablamos de epidemiología vírica y de las decisiones del comité científico que soportan –conditio sine qua non–, y generan las decisiones del gobierno. Confundir virología con política para aislar artificialmente de la causa que las impulsa a unas decisiones de la máxima autoridad gubernamental del país es, en mi modesta opinión de ignorante, un acto de chamanismo intelectual y voodoo irracional. Desgraciadamente no me alivia que tal desenfoque sea manifestado como un acto de racionalidad ilustrada. No obstante, si no se tiene un master en virología, lo prudente es adoptar la disciplina mental del silencio. Creo que al menos en este punto podríamos alcanzar algún consenso, ¿o no?...

    Hace 4 años 6 meses

  3. Miguel Pasquau

    Javier, Luisko, Patricia: al margen de la retórica propia de las comisiones de investigación, tienen una ventaja: tienen la capacidad de coerción. Pueden recabar informes, comparecencias. En los telediarios saldrán las cuatro intervenciones "vistosas", pero yo sí creo que un parlamento puede hacer un buen trabajo para identificar líneas de mejora y protocolos para posteriores ocasiones. No en exclusiva, obviamente. Pero el control parlamentario del gobierno no puede despreciarse por el hecho de que lo van a utilizar para tal o para cual. Valoremos lo que tengamos de democracia. Aramis.... No estamos hablando de epidemiología. No creo que los diputados y ministros tengan que hacer un máster en virología, ni que haya que darles un microscopio a cada uno. Hablamos de control político de decisiones de un gobierno, es decir, de política. Me alivia que compare la gestión política de una pandemia con una intervención quirúrgica, porque así ya quedo descargado de defender la racionalidad del artículo.

    Hace 4 años 6 meses

  4. Aramis

    Excelente análisis de un problema científico mediante el voodoo intelectual de la «disciplina mental»… El artículo muestra con gran exhibición las consecuencias de que la ilustración no se extendiera nunca en España porqué ¿quién puede pensar en la gestión política –política– de una pandemia vírica? Y argumentar sobre la necesidad de una «comisión parlamentaria» conforme al art. 76.1 CE y como «exigencia radical de transparencia» en decisiones de índole científico epidemiológico… La ignorancia es ciertamente atrevida, pero en la pluma del magistrado de un alto tribunal muestra también la profunda incompetencia de nuestras instituciones. Seamos serios y antes de plantear silogismos irracionales de culpas, «mapas de causas y consecuencias» y «mapas de situación», como si estuviéramos ante la mesa de maniobras del general George S. Patton a la caza de gamusinos culpables, resultaría más útil aprender un poco de microbiología, un poco de virología y algo de medicina y epidemiología. Así, al menos respetaríamos al comité científico por sus difíciles decisiones, y rebajaríamos bastante de la estulticia que se expande por todo el país con mucha mayor eficacia que el COVID–19. No conozco comisión parlamentaria alguna que haya reflejado algo más que la propia conveniencia política de la mayoría. Y si la transparencia se alcanza con una «comisión parlamentaria» deberíamos exigir en consecuencia una comisión parlamentaria para todas las operaciones quirúrgicas que se hagan en nuestros hospitales y para todas las terapias. Lamentablemente, la irracionalidad del artículo es el síntoma mas palpable de lo asentado que está en nuestra sociedad el viejo virus de la ignorancia arrogante.

    Hace 4 años 6 meses

  5. Patricia M

    Completamente de acuerdo contigo. Me produce mucha desazón ver/oír este ambiente cerril en el que gana quien más grita y también quien más miente. Mentira que dicha por alguien a sabiendas, la hace más intolerable. Y una comisión de investigación en el Parlamento....lamentablemente, de las que hemos visto, no creo que sirvan de mucho: se monta un teatrito de unos y otros, sin llegar a razones, sin ningún ánimo sincero de "arreglar" lo que se hiciera mal, por prevenir, o asumir responsabilidades, de quien gobierna y de quien no. La carrera por apuntarse tantos es tan sonrojante, con tantos fallecidos, tantos enfermos... En un mundo ideal, sería estupendo. Analizar qué tipo de gastos no pueden ser objeto de recortes. Qué tipo de trabajadores han de ser recompensados, con sueldos dignos, medios dignos y contratos en condiciones. Qué tipo de economía queremos para este país (deslocalizada, dependiente del turismo, como hasta ahora u otro tipo de opciones, luchando en la UE para que cada país busque otra cosa). Acostumbrarnos, si se va a cambiar el modelo económico, que no podemos comprar duros a cuatro pesetas (que se note la edad) y que muchas veces, abaratar las cosas trae como consecuencia abaratar las vidas de los trabajadores en España -por cuenta propia y ajena-. Y, fundamentalmente, ser capaces de construir y no de destruir. De ayudar y no poner el pie encima de los demás. Y que aprendamos a vivir, a querer, a buscar una sociedad que ha fracasado con los mayores....Claro que soy una ilusa, lo se. Gracias como siempre, Miguel.

    Hace 4 años 6 meses

  6. lflopezpe

    Coincido con Javier, toda la "Transparencia", la máxima, pero por favor, NO en una comisión parlamentaria de investigación, será un más de lo mismo,, lo de siempre....culpa, culpa, culpa, ...y nos quedaremos sin saber res de las causas. Saludos.

    Hace 4 años 6 meses

  7. Javier

    Entiendo y comparto la necesidad de transparencia, especialmente en los momentos límite. Ahora bien, no olvidemos que estamos en españita y que la comisión de investigación lo único que va a ser es un circo mediático en el que Casado y Abascal van a tener minutos gratis de tribuna para decir lo primero que se les ocurra, no al servicio de la verdad sino al servicio de su perpetua campaña electoral. Personalmente he tenido contacto con dos comisiones de investigación, no de forma directa pero si muy cercana, dos comisiones de investigación en el Ayuntamiento de Madrid. Una de ellas, la de Calle 30, que se dedicó a auditar los fraudes en la concesión de las obras y el posterior mantenimiento. El dictamen, bastante contundente, se pudre a día de hoy en un cajón. La otra fue la comisión de investigación sobre la adjudicación de BiciMad, uno de los caballos de batalla de la anterior legislatura y una de las herramientas electorales para enturbiar una gestión que se demostró impecable. Tristemente la diferencia viene no de quién hace una gestión más honesta sino de quién tiene mayor artillería mediática, mayor capacidad e imponer sus marcos discursivos. Transparencia si, toda la del mundo, pero recordemos que es condición necesaria pero no suficiente para poder sacar conclusiones sólidas y justas de todo lo que está pasando.

    Hace 4 años 6 meses

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