Brasil
Bolsonaro trata de echar a su ministro de Salud y Brasil no le deja
El presidente sigue empecinado en rechazar las recomendaciones de la OMS y quiso nombrar a un negacionista de la ciencia como nuevo ministro de Salud, pero la reacción política y social fue tan fuerte que tuvo que dar marcha atrás
Bruno Bimbi 8/04/2020
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Cuando, este lunes 6 de abril por la noche, Luiz Henrique Mandetta apareció entre aplausos para hablar con los periodistas y confirmó que aún era ministro de Salud de Brasil, en su oficina ya le habían vaciado los cajones, su renuncia estaba en la portada online del diario O Globo y su nombre encabezaba los trending topics nacionales en Twitter, con 200.000 menciones. El presidente Jair Bolsonaro, furioso, había decidido echarlo sin ni siquiera hablar con él, por su obstinación en seguir las recomendaciones de la OMS y los especialistas, y querer hacer lo mismo que los demás gobiernos del mundo, en vez de rendirse ante la sabiduría de un capitán del ejército que nunca estudió medicina.
El terremoto político duró todo el día y terminó con Mandetta hablando a la prensa, el país escuchándolo aliviado y Bolsonaro callado, herido y solo. Pero, aunque salió fortalecido, el ministro sabe que aún puede caer.
Su jefe lo odia y se la tiene jurada.
– A algunas personas de mi gobierno, algo se les subió a la cabeza, están creídos… Eran personas normales, pero de repente se hicieron estrellas y hablan hasta por los codos, hacen provocaciones, pero su hora no llegó aún, ya les va a llegar. ¡Porque mi lapicera funciona! No tengo miedo de usar la lapicera –había dicho el presidente este domingo, en su habitual stand up frente al Palacio de la Alvorada.
Había ya 486 muertos en el país y el psicópata hablaba de su lapicera.
Más directo, el astrólogo Olavo de Carvalho, su principal consejero político y autor de uno de sus libros de cabecera (Lo mínimo que precisas saber para no ser un idiota), escribió en Facebook: “El Puñeta [así le dice al ministro] es el ejemplo típico de lo que sucede cuando un gobierno elige a sus altos funcionarios por puros ‘criterios técnicos’, sin tener en cuenta su fidelidad ideológica. Todo lo que los comunistas más quieren es que el adversario trate de vencerlos huyendo de la pelea ideológica Los militares de 1964 hicieron exactamente esa cagada y, con todo el poder que tenían, acabaron humillados”.
Terraplanista y divulgador de teorías conspirativas, el gurú presidencial dice que Mandetta es un “teleguiado” del gobierno chino, que usa un virus “de bajísima letalidad” para instaurar una “dictadura científica universal”. Por eso, la verdadera batalla no es para salvar vidas. Para el astrólogo, los especialistas de todo el mundo que defienden la cuarentena son comunistas y –según dijo en uno de sus vídeos de YouTube– la epidemia del coronavirus “no existe”: no hay “un solo caso” en el que se haya confirmado que las personas fallecidas murieron por su causa y lo que está ocurriendo es “la mayor manipulación de la opinión pública que ha existido en la historia humana”.
El agujero brasileño es así de profundo: el señor de esos delirios comanda una de las facciones más poderosas del Gobierno –su pabellón psiquiátrico–, es apoyado por los hijos del presidente y eligió personalmente al canciller, el lunático “antiglobalista” Ernesto Araújo, y otros ministros y secretarios. Bolsonaro lo considera un maestro y, cuando ganó la elección, habló en vivo con su libro sobre la idiotez arriba de la mesa.
El lunes por la tarde, parecía que el olavismo se había impuesto, para felicidad del joven Carlos Bolsonaro, el hijo “cero dos”, que recibió un despacho en el kínder presidencial y se dedica a la difusión de bulos en internet. Los gobernadores estaban desesperados, al igual que varios ministros y casi todos los adultos de la política nacional, sin distinción de partidos: Mandetta estaba fuera y su reemplazante, según O Globo, sería nada menos que el negacionista de la ciencia Osmar Terra, famoso por su defensa de la internación compulsiva de usuarios de drogas ilícitas en comunidades terapéuticas evangélicas. Los rumores crecieron por la tarde cuando “Terra Plana” se reunió con Bolsonaro para hablar sobre la hidroxicloroquina, que el presidente receta cada día por televisión, mostrando inclusive la cajita, como si fuera su “garoto propaganda”.
Ese medicamento es uno de los muchos que están siendo estudiados en diferentes países para comprobar si sirven para tratar a pacientes con Covid-19. Esos estudios llevan tiempo y se realizan siguiendo estándares muy rigurosos, imprescindibles para que el uso de un remedio pueda considerarse seguro. Quizás se compruebe su eficacia –ojalá que así sea–, quizás no, y lo mismo vale para las demás “candidatas”, que son varias. Pero Bolsonaro quiere que los médicos comiencen a recetársela ya a todos los pacientes, porque está empecinado, aunque para eso tenga que sacar un decreto.
Bolsonaro quiere que los médicos receten ya hidroxicloroquina, cuya eficacia no se ha comprobado, a todos los pacientes. Mandetta se resiste
Mandetta se resiste a firmarlo. Después de una reunión en el Palacio del Planalto, lo llevaron a una sala con dos médicos que trataron de convencerlo, pero él respondió que lo haría si y solo si la comunidad científica llegaba a un consenso para aconsejar esa medida. Las entidades profesionales que agrupan a los médicos se oponen.
El otro conflicto es la cuarentena, que el presidente rechaza. Como explicamos días atrás en CTXT, Bolsonaro repite diariamente que no hay motivo para quedarse en casa, que la prensa y los gobernadores exageran sobre la pandemia, que el coronavirus solo afecta a “los viejitos” y que el resto debe volver a trabajar, porque el país “no puede parar”. Lo mismo dijeron al principio las autoridades de Milán (inclusive con el mismo eslogan: “Milán no para”) y terminaron con una explosión de casos y más de la mitad de lo muertos de toda Italia. Pero Bolsonaro insiste. Ataca diariamente a los gobernadores por haber decretado las mismas medidas de aislamiento social que están siendo tomadas en el resto del mundo, hace campaña en las redes para convencer a la población de que no las respete y llama a sus partidarios a movilizarse en las calles y hacer “ayunos de oración”. Dice que hay que reabrir las escuelas, las iglesias y el comercio y que todos deben volver a la vida normal, menos los ancianos. Ha intentado de todas las formas posibles boicotear las medidas de los gobernadores y alcaldes, que su ministro de Salud apoya, inclusive emitiendo decretos que luego fueron revocados por la justicia.
Alineado con ese discurso anticientífico, el diputado “Tierra Plana” hizo en estos días exhibición de su lealtad en Twitter, distorsionando los números de otros países –entre ellos, España– de forma tan burda que hasta un chico se daría cuenta, y asegurando que la cuarentena aumenta los contagios, en vez de reducirlos.
Una locura, pero era su forma de candidatarse para el cargo y a Bolsonaro le encantó. Harto de Mandetta, decidió reemplazarlo. Además de no apoyar sus decisiones técnicas, también estaba enojado por su protagonismo en los medios, porque todas las autoridades hablan solo con él y porque una encuesta había revelado que el ministro tiene el apoyo del 76% de la población y Bolsonaro, siendo presidente, apenas del 33%.
Hizo filtrar la información de que lo echaba sin anunciarla oficialmente, de modo que era difícil saber si era una de sus maniobras habituales –plantar un rumor para después desmentirlo y minar la credibilidad de la prensa–, un ensayo para ver si tenía fuerza política suficiente o una decisión tomada. Mientras a Mandetta le vaciaban los cajones y pasaban las horas, el Planalto no confirmaba ni desmentía nada.
El país pasó casi todo el día en vilo, sin ministro de Salud. Mientras Bolsonaro jugaba con su lapicera, el conteo de muertos llegó a 581 personas.
Pero Mandetta no había recibido ninguna comunicación oficial y avisó de que iría a la reunión del Consejo de Ministros. Era su último intento. Si el presidente lo quería echar, que lo hiciera, pero no aceptaría más amenazas, provocaciones y rumores, le advirtió al ministro en jefe de la Casa Civil, el poderoso general Braga Netto.
La facción militar del Gobierno, de la que forman parte el vicepresidente, odiado por los hijos de Bolsonaro, y varios ministros, se puso del lado de Mandetta y jugó fuerte
La facción militar del Gobierno, de la que forman parte el vicepresidente, odiado por los hijos de Bolsonaro, y varios ministros, se puso del lado de Mandetta y jugó fuerte. Pero adjudicarle su continuidad –y una victoria definitiva y total– solo a los generales, como hacen algunos medios internacionales que citan como fuente a una web castrense de precaria redacción y escasa credibilidad, es no comprender cómo funciona el complejo juego político brasileño, que no terminó el lunes ni parece que vaya a terminar.
El de Bolsonaro es un gobierno caótico desde que comenzó, en constante guerra de facciones, donde los generales siempre tuvieron mucho peso, pero disputan con otros grupos, como el olavismo, el “partido de la Lava Jato” de Sérgio Moro, los Chicago boys de Paulo Guedes, los pastores evangélicos que lideran parte de la base social, los aliados del mal llamado “centrão” y hasta los hijos del presidente. También hay un parlamento fragmentado, en el que Bolsonaro tiene pocos soldados propios, todos novatos, y quienes realmente consiguen articular mayorías son Maia y Alcolumbre, que juegan su juego. Y están el Supremo Tribunal Federal y varios actores sociales, políticos y económicos.
Este 6 de abril, buena parte de toda esa gente, con apoyo de la mayoría de la población expresado en encuestas y cacerolazos masivos, frenó a Bolsonaro en seco. Por ahora. Los gobernadores se movilizaron para respaldar al ministro de Salud, con el que llevan semanas coordinando medidas, despreciadas por el presidente y apoyadas por los líderes de la oposición, que también lo defendieron. El presidente del Senado, David Alcolumbre, le hizo saber a Bolsonaro que si echaba al ministro de Salud, la relación con el Poder Legislativo quedaría “muy dañada”. A sus aliados, dijo –y dejó que la prensa lo reprodujera– que el presidente era como un camionero que dirige a alta velocidad en dirección a un muro y, avisado de que se va a estrellar, no para.
Más explícito, el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, dio una entrevista en la que advirtió de que, si Bolsonaro tomaba más decisiones contrarias a las recomendaciones de la OMS, el parlamento no sólo las anularía sino que tendría que determinar su “responsabilidad” por ello.
La palabra impeachment, aunque sin pronunciarse, ya estaba sobre la mesa, y hasta los jueces de la Corte dejaron trascender que reaccionarían con dureza frente a cualquier nueva aventura que pusiera en riesgo las vidas de los brasileños.
Por la noche, poco antes de que Mandetta apareciera para hablar con la prensa, el vicepresidente Hamilton Mourão le había informado a una periodista de Globo News que el ministro continuaba en el cargo. Bolsonaro no dijo más nada, ni dio la cara. Quedó claro que había tensado la cuerda al máximo, pero había tenido miedo de romperla.
La comparecencia del ministro ante las cámaras –en su “Dia do Fico”– fue una muestra de la crisis política insólita que atraviesa Brasil. Visiblemente cansado y enojado, pero a la vez altivo, Mandetta dijo que estaba cansado del boicot y los ataques contra él y contra “la ciencia”. No nombró a Bolsonaro, pero agregó, para que no quedaran dudas de quien hablaba: “No preciso traducir, todos ustedes saben perfectamente”. Explicó que se quedaba en el cargo porque “un médico no abandona a sus pacientes”, pero dejó claro, también, que seguiría sólo si era en sus propios términos. Mientras tanto, se conocían los datos de la última encuesta de Datafolha sobre el coronavirus: el 76% de los brasileños cree que hay que quedarse en casa, el 87% está en contra de reabrir las escuelas y el 65% quiere mantener cerrados los comercios no esenciales, mientras que apenas el 18% apoya la posición del Psicópata de la República y el 6% no sabe.
Sin embargo, hay que mirar esos números con cuidado y, además, tener en cuenta que a Bolsonaro aún lo respalda cerca de un tercio de la población. Sea el 18% que se opone como él a la cuarentena o el 33% que aprueba su actuación como presidente, es poco si se analiza en términos políticos, pero muchísimo si lo medimos pensando en la pandemia. Son millones de personas que pueden estar dispuestas a salir de sus casas, volver a trabajar, circular por las calles, ir a cultos religiosos, reunirse con amigos en los bares y volver a la vida normal, exponiéndose al contagio del virus.
En los últimos días, recibo mensajes desesperados de amigos, principalmente de algunos que viven en favelas de Río de Janeiro donde la gente estaba quedándose en casa y ahora, gracias a la fuerte campaña del presidente, volvió a la salir.
Contra eso se rebeló casi todo el sistema político el lunes 6, frenando por esta vez al presidente, pero la dinamita sigue ahí y Bolsonaro está todo el tiempo con una caja de fósforos en la mano. Y, a diferencia del Coyote, no está solo en el desierto.
Cuando, este lunes 6 de abril por la noche, Luiz Henrique Mandetta apareció entre aplausos para hablar con los periodistas y confirmó que aún era ministro de Salud de Brasil, en su oficina ya le habían vaciado los cajones, su renuncia estaba en la portada online del diario O Globo y su nombre encabezaba...
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Bruno Bimbi
Periodista, narrador y doctor en Estudios del Lenguaje (PUC-Rio). Vivió durante diez años en Brasil, donde fue corresponsal para la televisión argentina. Ha escrito los libros ‘Matrimonio igualitario’ y ‘El fin del armario’.
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