AVALANCHA LITERARIA
Apuntes enjaulados (III)
Intelectuales, literatura y comunicación en estado de confinamiento
Ignacio Echevarría / Gonzalo Torné 1/05/2020
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Una experiencia compartida. Si atendemos a lo inesperado e inverosímil del confinamiento, parecería que todos estamos pasando por la misma situación. Y, sin embargo, cada vez me parece más complicado imaginar las situaciones ajenas. Escuchamos o leemos a diario consejos de cómo estar mejor y a profetas que declinan las fases futuras que atravesaremos, pero lo que levanta un muro a mi comprensión no es la redicha subjetividad de “cómo nos lo tomamos” o “cómo nos organizamos”, sino las situaciones materiales de cada uno. Pisos pequeños y pisos espaciosos, pisos sin luz natural y pisos con tres terrazas, nidos románticos y casas con tres hijos adolescentes, pisos aislados y bloques vecinales, economías saneadas y cuentas corrientes exiguas, familiares sanos y familiares enfermos, trabajo más o menos asegurado y el pánico a perderlo o a no encontrarlo.... Incluiría aquí las condiciones materiales derivadas de sentimientos tan asentados que se confunden con un hecho: matrimonios que no se soportan, hermanos que no conviven bien... cualquier grado de familiaridad cuya convivencia pasa por no cruzarse demasiado. El ánimo y la voluntad sirven para imponerse a situaciones cortas en el tiempo, pero cuando la situación se alarga se apodera de ese ánimo y esa voluntad que deben vivir subordinados a él: compárese la suerte de un excursionista que se pierde unas horas en la montaña con el náufrago que queda meses abandonado a sus recursos. La brecha se abre a medida que la situación se prolonga. La imaginación es muy buena poniéndose en la piel de otra persona unos minutos o segundos, pero flaquea cuando las situaciones se prolongan, es incapaz de concebir cómo se vive “en esa situación” hora a hora, durante sesenta días ya. Los aspectos singulares son los decisivos para comprender una “situación” incluso cuando es tan extravagante y corriente como este confinamiento. Al fin y al cabo, todos atravesamos la vida y no hay cosa más misteriosa que la vida de los otros. (G.T.)
El hombre de las multitudes. Vuelvo aquí sobre un asunto que he apuntado ya en otro lugar. Me refiero a la insólita perspectiva que abre la sola posibilidad de que la amenaza cada vez más efectiva de las pandemias desarrolle la aprensión, el temor y el consiguiente atenazamiento de las multitudes, de las masas. Elias Canetti dedicó buena parte de su vida a analizar la tendencia de la humanidad a constituir masas, tan densas como es posible, en las que el individuo consigue diluir su miedo atávico a ser tocado por lo desconocido (léanse las dos primeras páginas de Masa y poder). Las reflexiones de Canetti se superponen a las que toda una serie de pensadores, tratadistas, filósofos, escritores y artistas contemporáneos han dedicado a un fenómeno –el de las multitudes– determinante de la configuración del mundo tal y como lo hemos conocido hasta la fecha. El espectáculo de la multitud ha forjado la sensibilidad del individuo moderno, como bien observó Walter Benjamin hablando de Baudelaire, de quien es conocida su fascinación por el relato de Edgar Allan Poe titulado “El hombre de la multitud”. El mismo Benjamin señala el caso de Victor Hugo, de quien dice que con él “la multitud penetra en la poesía como objeto de contemplación”. Y recuerda las quejas de Dickens cuando, hallándose de viaje, decía que no podía escribir faltándole el ruido de la calle: “Son enormes el esfuerzo y el trabajo de escribir a diario sin esa linterna mágica… Mis figuras parece que quisieran quedarse quietas si no tienen a su alrededor una multitud”. Los ejemplos podrían prodigarse ad infinitum (me viene a la mente el recuerdo del Profesor que protagoniza El agente secreto de Conrad, de sus paseos por Londres provisto de una mortífera bomba, sintiendo “alrededor suyo, en todas partes, en forma incesante, incluso hasta los límites del horizonte oculto por los enormes hacinamientos de ladrillos, la masa de la humanidad, poderosa en sus dimensiones”). Es imposible pensar la experiencia moderna sin la experiencia de la masa, sin la cual no cabe explicar –como se ocupa de estudiar Canetti– las dinámicas del poder y la emergencia de los totalitarismos. En relación con estos últimos, basta pensar en el modo tan eficaz en que se han servido de las masas no tanto para su legitimación como para su representación. Lo cierto es que muchos rasgos de su propia identidad personal se los provee al individuo su participación y autorreconocimiento en una masa compacta movida al unísono por un mismo entusiasmo. Quien, como yo, vive en una ciudad como Barcelona, tiene ocasión de constatar periódicamente cómo la conciencia culé se renueva quincenalmente en el Camp Nou (haber vivido durante una larga temporada cerca de un estadio, del que le llegaban los clamores, intensificó en Canetti el propósito de ocuparse de los fenómenos de masa), y puede recordar con claridad cómo el ‘procesismo’ arrancó, de hecho, con motivo de la multitudinaria Diada de 2012, en que –casi azarosamente– el soberanismo acertó a representarse a sí mismo, cosa que desde entonces no ha dejado de hacer a efectos de mantenerse vivo y acuciante. Basten estos dos ejemplos, de tan distinto orden, para abismarse en la inédita perspectiva de una sociedad, de un mundo obligado, por razones sanitarias, a prevenirse contra uno de los fenómenos que lo han constituido y sin cuya influencia –sin cuya injerencia, mejor dicho– cuesta pensar de qué modos se prolongaría. (I.E.)
Chapandemia. Me apropio de este neologismo, que descubro en una de las divertidas sátiras sobre el confinamiento que, de momento, lleva colgando en Twitter Pantomima Full, una pareja de humoristas de quienes –ya ven– no sabía nada hasta hace bien poco, pero que bordan con mucha gracia las tonterías que florecen por doquier estos días, cebándose particularmente con el cargante “buenismo” de unos y otros. “Capitán Cuarentena” es otra etiqueta formulada por ellos que merece prosperar. Ya debería estar preparándose, con éstas y otras aportaciones, el diccionario de idées reçues de estos meses, porque de otro modo el trabajo luego será ímprobo. (I.E.)
Autocontrol. Sistemas de localización y sistemas de seguimiento, sistemas para medir la distancia, para saber cuándo salimos de casa y cuándo volvemos y a quién hemos visto. Datos, registros y controles que nos tensan un poco porque provienen del Estado, un ente con capacidad para legislar y castigar. ¿Cuáles de estas medidas son imprescindibles para controlar la emergencia sanitaria? ¿Cuánta privacidad se nos devolverá cuando pase el estado de alarma? Preguntas pertinentes que contrastan con la facilidad que cedemos estos datos e informaciones a las empresas privadas. ¿Cuántos hemos participado colgando nuestras fotos en el desarrollo de sistemas de reconocimiento facial? En pocos años pasamos de contemplar la vida de los médicos con aquel “busca” que les obligaba a estar localizables a tratar el móvil como una prolongación. A veces caemos en una trampa lúdica (subir fotos de cómo éramos hace diez años), a veces nos dejamos vencer por una amenaza mucho más peregrina y débil que una pandemia: ¿y si te quedas encerrado en el ascensor? ¿Y si te pierdes en el bosque? Es relativamente sencillo imaginar nuevas amenazas que nos empujen a ceder lo que ahora nos resistimos. Al fin y al cabo el acierto de la empresa privada es que a cambio de ceder datos, rostros, localización y movimientos se nos permite jugar con los datos, rostros, localizaciones y movimientos de los otros, o de algunos. A veces parece comunicación, otras el placer de dejarnos controlar para poder controlar a otros. (G.T.)
“Adultocentrismo”. Confieso mi consternación ante el artículo de Ewa Chmielewska publicado con bastante éxito en esta misma revista, el pasado 21 de abril: “El confinamiento infantil no tiene base científica”, se titulaba. Como la prudencia es la mejor consejera de la ignorancia, reprimo el impulso de replicar varias de las afirmaciones que en él se hacen con teatral desgarramiento de vestiduras. Pero no me resisto a subrayar esa palabreja que la doctora Chmielewska convierte en piedra arrojadiza: “adultocentrismo”. Antes de escribir estas líneas, me he tomado el trabajo de documentarme un poco y veo que la palabreja ya tiene una larga tradición, y hasta cuenta con una bien documentada entrada en Wikipedia. A pesar de lo cual, no puedo evitar llevarme las manos a la cabeza ante la forma en que la doctora Chmielewska la emplea, llenándose la boca al hablar de “la violencia del adultocentrismo contra el sector más vulnerable de la sociedad”: los niños, claro. Por lo visto, pensar esto último es de curso común, según se desprende de un artículo de Carolina del Olmo publicado recientemente en El País en que abunda sobre lo mismo de forma aún más destemplada que la doctora Chmielewska. Según Del Olmo, “la crisis del coronavirus y el confinamiento estricto de la infancia evidencian el negacionismo de los niños y niñas en la sociedad española”. ¡Negacionismo de los niños y niñas! ¿No es estupendo? Tan dolida como enfadada, asegura que “no estábamos preparados para ver cómo el adultocentrismo derivaba en pura niñofobia”. Vaya. Lo cierto es que no salgo de mi perplejidad. ¿Lo dicen en serio? Me temo que los efectos del confinamiento son más desquiciantes de lo que cabía sospechar. En cualquier caso, me pregunto a qué demonios se opone esto del “adultocentrismo”. ¿Al “nanocentrismo”? ¿Al “pedocentrismo”? ¿Al “adolescentrismo”? ¿Al “cantonalismo” generacional? ¿A qué? Uno, que se educó en la vieja noción de la lucha de clases, ya ha aprendido a aceptar que los ejes de la dialéctica emancipadora son múltiples y simultáneos. Pero cuesta más resignarse a que, haga uno lo que haga, a la que se descuida, ¡zas!, le toca estar otra vez en el bando de los malos. (I.E.)
Todo irá bien. Colgado en los balcones, como hashtag de twitter, o suspendido en la pantalla del televisor el lema “Todo irá bien” me ha llevado al romanticismo inglés. En el arranque del siglo XIX William Wordsworth inventó una clase de poesía que dejó pasmado al resto de la profesión. Una clase de poemas que sin desmentir sus afirmaciones:
¡Oh! ¡Vosotros, fuentes, prados, colinas y huertos,
no se presagia ninguna ruptura en nuestro amor!
En el corazón de mi corazón todavía siento vuestra energía;
solo he renunciado a un placer,
a vivir bajo vuestra continua influencia
Ya no es que hiciesen sospechar al lector de un significado oculto, de una clave interpretativa, de un sentido secreto o de un juego alegórico precedente, sino que casi exigían ser leídos justo al revés, versos que incitan a una lectura en sentido inverso:
¡Oh! ¡Vosotros, fuentes, prados, colinas y huertos,
no se presagia una ruptura en nuestro amor!
En el corazón de mi corazón ya no siento vuestra energía;
al único placer que no he renunciado,
es a vivir bajo vuestra continua influencia
No se trata de una mentira o de un engaño deliberado, sino más bien de que la fuerza de la emoción (y de la compresión) de los versos forzó a Wordsworth a escribirlos en sentido contrario para soportar la clarividencia de su poesía.
Este género o recurso es muy complicado, y a poetas tan importantes como Whitman (siempre bien dispuesto a sacar provecho de los hallazgos de Wordsworth) les sale con una afectación casi teatral.
Incluso mi pieza favorita del género, el Res no es mesqui de Joan Salvat Papasseit, imponente y emocionante como es, termina deslizándose hacia el exceso de una cierta prisa por salir de la extraña atmósfera que ha creado. Improviso una traducción parcial:
Nada es mezquino
y ninguna hora alguna es agreste,
ni es oscura la suerte de la noche.
Nada es mezquino,
y todo es rico como el vino y la mejilla sonrosada.
Primavera de invierno; primavera de verano.
Y todo es Primavera;
y todas las hojas eternamente verdes.
Nada es mezquino,
porque los días no pasan,
y no llega la muerte aunque la pidas,
y si la pidas disimula una fosa
porque para renacer debes morir.
Y nunca somos llanto
sino una sonrisa fina
que se dispersa como gajos de naranja.
Nada es mezquino
porque la canción canta en cada hebra de cosa.
Hoy, mañana y ayer
se deshojará una rosa:
y a la virgen más joven se le llenará el pecho de leche.
Pero cuando el recurso acierta crea un circuito cerrado fascinante entre el empuje del deseo y la gélida comprensión de lo que nos espera. (G.T.)
Una experiencia compartida. Si atendemos a lo inesperado e inverosímil del confinamiento, parecería que todos estamos pasando por la misma situación. Y, sin embargo, cada vez me parece más complicado imaginar las situaciones ajenas. Escuchamos o leemos a diario consejos de cómo estar mejor y a...
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Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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