AVALANCHA LITERARIA
Apuntes enjaulados (II)
Intelectuales, literatura y comunicación en estado de confinamiento
Ignacio Echevarría / Gonzalo Torné 14/04/2020
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¡A las barricadas! Resulta casi conmovedora, de puro risible, la iniciativa de la Unión de Actores y Actrices de convocar “un parón de 48 horas en las redes sociales” en respuesta a la falta de medidas específicas para el sector cultural tras la crisis sanitaria. La iniciativa fue tomada después de la decepcionante comparecencia del ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe, el pasado 7 de abril, y señalaba los días 10 y 11 de abril (los pasados viernes y sábado) como fechas del “apagón cultural”, como lo llamaba, llena de optimismo, la misma Unión de Actores y Actrices. El “cartelito” de la convocatoria no tiene desperdicio, véanlo:
Uno lo lee y revive los viejos estremecimientos revolucionarios, ¿no es cierto? ¡Tiembla, Mark Zuckerberg! ¡48 horas sin que actores y actrices y otros agentes culturales cuelguen sus “contenidos” en las redes sociales! ¿Lo podrá soportar la sociedad española, ya muy apaleada y afligida por el coronavirus? ¿Qué será de nosotros? Escribo esto el viernes 10 de abril, primer día de la “huelga”. Imagino la consternación de tantos y tantos ciudadanos al constatar esta mañana la devastadora incomparecencia en las redes de los heroicos luchadores. Pero…
¡Calma al obrero! La sangre no ha de llegar al río. Me entero hoy, 12 de abril, Domingo de Resurrección (nunca mejor dicho), de que la huelga fue desconvocada a última hora, una vez conocida la intención del ministro de Cultura de reunirse con los representantes del sector cultural, en compañía de María Jesús Montero, ministra de Hacienda y portavoz del Ejecutivo. Nos libramos por los pelos. Qué alivio. Pero dejemos a un lado el sarcasmo. Pensemos en la situación realmente preocupante de tantos colectivos del ámbito cultural que se enfrentan no ya a una época de “vacas flacas”, sino a algo bastante más dramático: su más que eventual desaparición. La gravedad de las circunstancias vuelve tanto más sangrante y penosa la frivolidad, la fatuidad y la desvergüenza de la iniciativa de la Unión de Actores y Actrices, que no ha tenido más efecto que poner todavía más en evidencia, por si alguna falta hacía, la insignificancia y el narcisismo anejos a su idea de cultura y, ya puestos, a su ideario político y a su concepto de lucha social. (I.E.)
Confinamiento y redes sociales. Barrunto que un confinamiento así sería imposible sin redes sociales. Cuando lo expreso me doy cuenta de que se interpreta como que las autoridades no se habrían “atrevido” a mantenernos confinados sin una dosis segura de entretenimiento. Es posible, pero no parece que a nuestros políticos les haya preocupado la “comodidad” de familias encerradas durante seis semanas (anunciadas en dosis de dos) en cuarenta metros cuadrados, de los ancianos atrapados en residencias o de estudiantes recluidos en una habitación. Pienso más bien que, sin el minucioso escrutinio al que las redes someten las decisiones de la autoridad pública, sin el flujo de noticias de todas las partes del globo y la posibilidad de “viralizar” (cómo pierden las palabras su tegumento figurativo) datos, sin la conciencia de que el goteo informativo de muertos y sus circunstancias, la tentación de dejar pasar el asunto, de asumir la cuota de fallecidos antes de alcanzar la inmunidad de grupo habría estado sobre la mesa. “La naturaleza es una cosa de Dios, solo podemos esperar a que los problemas se disipen”. La frase podría ser de alguno de los cerebros de ultraderecha aupados a estadista, pero es de Winston Churchill, cuya incompetencia ante la “inversión térmica” (o el caso de la niebla venenosa) de 1952 costó la vida de doce mil personas en Londres. O para ser más precisos: superada la cifra de doce mil, autoridades y medios de comunicación acordaron dejar de contar. (G.T.)
¿De verdad piensan algunos que el personal anda tan necesitado y tan despistado, y busca a diario libros que leer, películas por ver, obras de teatro, exposiciones, series, etc., etc.? ¿Pero en qué mundo viven?
“Kit” cultural. Los jefes de CTXT me dicen, y les creo, que estos días sólo se leen cosas relativas al coronavirus. La gente no se cansa, al parecer. De ahí que los contenidos “culturales” de la revista que no aluden de alguna manera –como estos mismos apuntes– a la dichosa crisis sanitaria se vengan suministrando a cuentagotas. Una ducha de agua fría para quienes, tan alegremente, pensaban que el confinamiento iba a traducirse en un espectacular incremento de la demanda cultural. De hecho, la mayor parte de diarios y revistas nacionales actúan como si los ciudadanos no tuvieran mayor preocupación ni empeño, estos días, que llenar sus despobladas agendas de contenidos culturales. Por todas partes –ya no hablemos de las redes– llueven las propuestas, los menús, las incitaciones, las recomendaciones y consejos de todo tipo. “Relatos de confinamiento”, “Agenda de confinamiento”, “Kit de supervivencia cultural”, “Propuestas personales”, “La setlist cultural de…”, “El cuadro del día”, “La película del día”, “Imprescindibles”, “Las mejores ofertas culturales”… Las secciones de cultura parecen haber diseñado toda suerte de herramientas destinadas a “socorrer” la sed cultural de sus lectores. ¿No estarán sobreactuando? Mi impresión es que los agentes culturales se hacen una idea bastante distorsionada de la realidad de la demanda. Basta pensar en las vacaciones de agosto, cuando se supone que la mayor parte de la ciudadanía dispone de tiempo, dinero y actitud para consumir cultura. Siempre me ha extrañado que justo en ese momento se paralicen los suplementos culturales. Mucho antes, se ha detenido la actividad cultural, todo estreno, todo lanzamiento. Sólo las carteleras de los festivales de verano, en las ciudades costeras, mantienen viva la “llama” de la cultura. ¿De verdad piensan algunos que el personal anda tan necesitado y tan despistado, y busca a diario libros que leer, películas por ver, obras de teatro, espectáculos de danza, música, exposiciones, series, comics, videojuegos, fotografías, etc., etc.? ¿Pero en qué mundo viven? (I.E.)
¡Que viene la Cultura! (1) Imprecisa como es la etiqueta “Cultura” (pues toda manifestación humana es “cultura”, desde las vacunas a los campos de refugiados, por no hablar de que mezclar el sector de los videojuegos con la danza contemporánea parece poco sensato) sirve para enmascarar dos distinciones claves: la del juicio y la de la clase. En el primer caso se mezclan los esfuerzos de Anne Carson con alguna canción bien melosa y pegadiza, compuesta con derrubio de veranos anteriores; en el segundo los sueldos de un directivo de Disney con los de un acomodador. La Cultura es un borrón, una etiqueta trampa. Sin ir más lejos: que las mismas editoriales que mantienen las tarifas de traducción y de corrección por debajo de lo que se pagaba en 2008 jueguen al equipo de la Cultura Unida, de la Cultura Somos Todos y Endevant la Cultura es de una hipocresía o un cinismo (no siempre distingo bien) notable. (G.T.)
Estribillo. Como era de esperar, el prolongado confinamiento ha desatado la imaginación y la creatividad de algunos, y las redes sociales, al parecer, se han abarrotado de iniciativas que se han hecho “virales” a un ritmo galopante, sucediéndose una tras otra, me dicen, a velocidad creciente. Me chivan que desde una azotea de Barcelona tres jóvenes músicos han conquistado una súbita y muy justificada popularidad colgando un día tras otro, en Instagram, temas originales relativos todos a la Covid-19. Stay Thomas, como se hacen llamar, son tres tipos realmente simpáticos, ocurrentes y versátiles, que tocan todos los palos, y que –con las colaboraciones “estelares” de otros artistas que participan a través del móvil– han puesto en circulación un puñado de bienintencionados hits que hacen sonreír al más malencarado. Mi favorito es una parodia de rap cuyo estribillo reza: “Ya está aquí el covid diecinueve, / de casa nadie se mueve. / Con el covid diecinueve / si sales a la calle tu abuela se muere”. Confieso que esto último me hace una gracia enorme. No hay mejor modo de ilustrar el barullo mental y la mezcla de miedo, obediencia y buena fe que han promovido la incesante catarata informativa y las vacilantes consignas de las autoridades. ¡Si sales a la calle tu abuela se muere! Cuando todo esto haya acabado, si es que acaba alguna vez, esta frase, con su cifra de tontería, confusión y ternura, lo dirá todo. (I.E.)
¡Que viene la Cultura! (2) Las declaraciones del ministro de Cultura sobre su gremio tienen dos vertientes: el enunciado de que sus dominios (empresas de entretenimiento, artes, deportes y tauromaquia) no son de “primera necesidad”, y que ni se han planteado medidas ante el panorama inminente: estadios, teatros, plazas y librerías cerrados, y con fecha de reapertura incierta. Sorprende que el debate no se centre en la escandalosa inoperancia del ministro, sino en la parte de su discurso que no admite dudas: ninguno de los ingredientes del cajón de sastre de la “cultura” es un bien de primera necesidad. Se puede defender que la “Cultura” es “importante”, “conveniente”, “civilizada”, “educativa” o “placentera”, y que las industrias y los empleados que las sostienen merecerían alguna atención especial, un plan, algo... pero las redes sociales se han centrado en la defensa de la Cultura como algo “necesario”. Miles de tuits insistiendo en que la Cultura es necesaria, la cultura es imprescindible, y que a la cultura no se la ningunea. Digo que sorprende porque trasladar una discusión a la que puedes llegar con muchas y buenas razones al único sitio donde evidentemente no tienes ninguna razón (ni los libros ni la música ni el fútbol por mucho que sean valiosísimos para nuestras vidas son equiparables a la comida, al agua, a la ropa, a la vivienda o a los alimentos) parece un comportamiento disparatado, en la medida en que la capacidad de presión al negociar depende de que uno perciba con claridad la importancia del papel que desempeña en la sociedad. Digo que me sorprende por coquetería retórica, pero se inscribe en una tendencia general caracterizada porque la “identidad de grupo” (una toma de conciencia valiosísima para solventar situaciones de injusticia enquistadas en la historia) tiende a desentenderse de sus problemas concretos (a veces muy arduos) y se entrega a “sentir” su condición, a darse un masaje en el orgullo, a que afiancemos juntos nuestra desorbitada importancia. No se trata de buscar soluciones sino de “sentir” (de sentir muy fuerte) nuestra condición: “Cuidado con la Cultura”, “A la Cultura no se la toca”, “Somos necesarios”, “La cultura es un hecho”, “La Cultura es el futuro”... versiones más o menos aparatosas, más o menos bienintencionadas, de la misma autogratificación estéril. (G.T.)
Alarma educativa. Cunden las quejas y las protestas por las directrices marcadas desde las instituciones para paliar la crisis escolar generada por el coronavirus. Se cuestiona y discute –no sin argumentos– la medida, adoptada en Italia, de pasar el curso con un aprobado general, y se reclaman iniciativas para salvar la “brecha digital” que excluye a un sector del alumnado –el más desfavorecido– de la educación a distancia. Algunas asociaciones familiares exigen soluciones para llevar Internet y dispositivos adecuados a los hogares que carecen de ellos. Los gurús de e-learning se están frotando las manos. Llevan años obsesionados con la formación en línea y el uso de las TIC’s (Tecnologías de la Información y la Comunicación) y esto les ha venido de maravilla. Los profesores de la enseñanza pública reciben, casi a diario, correos de plataformas vendiéndoles sus productos. Un titular de La Vanguardia rezaba, el mes pasado: “Es una oportunidad para darnos cuenta del valor que la educación online puede tener en nuestra sociedad”. Lo decía Albert Sangrà, catedrático de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y miembro de Edulab, un grupo de investigación de la UOC centrado en nuevas formas de enseñar y aprender en escenarios mediados y expandidos por las tecnologías. Días atrás, desde la Comunidad de Madrid, la viceconsejera de Organización Educativa daba las gracias públicamente a Telefónica y “La Caixa”, impulsoras del programa de educación digital Pro-Futuro, por la donación de mil tablets que repartirán dentro de su programa Educación Digital. No puedo evitar que me escame esta vía para arreglar el enorme déficit de la educación en España, en toda España. A corto plazo, ¿son las tablets, con todas las dependencias y adicciones que generan, lo que más necesita el sector más vulnerable y pauperizado del alumnado? Y a medio y largo plazo, ¿no sería mucho más eficaz una implementación del profesorado, a efectos de rebajar la ratio de alumnos por clase? No pocos docentes temen que no tarde en declararse obligatoria la teleformación a partir de septiembre. En Italia ya lo están haciendo. Las ratios por clase son tan elevadas que empiezan a ver que va a ser imposible cumplir con las medidas para evitar contagios y aquí es de temer que ocurra tres cuartos de lo mismo. “En la escuela pública procuramos reparar las desigualdades, con la teleformación va a ocurrir todo lo contrario”, me decía estos días Ana Molina, una maestra de la escuela pública. “Sólo los que tengan medios en casa (no sólo materiales, también el apoyo de adultos con formación que les ayuden) tendrán acceso real al aprendizaje (no hablo de educación). Lo que se ofrece como una panacea tiene visos de convertirse en un sistema excluyente y peligroso. Pura mercantilización. Un desmadre”. (I.E.)
¡A las barricadas! Resulta casi conmovedora, de puro risible, la iniciativa de la Unión de Actores y Actrices de convocar “un parón de 48 horas en las redes sociales” en respuesta a la falta de medidas específicas para el sector cultural tras la crisis sanitaria. La iniciativa fue tomada después...
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Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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